Donna Haraway, ensayo: «Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno»; pensar, imaginar, tejer modos de vida en un planeta herido

Donna Haraway, ensayo: «Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno»; pensar, imaginar, tejer modos de vida en un planeta herido

LECTURAS SUMERGIDAS
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DONNA HARAWAY: PENSAR, IMAGINAR, TEJER MODOS DE VIDA EN UN PLANETA HERIDO

EMMA RODRÍGUEZ © 2020

Aquí y ahora, en los denominados tiempos de nueva normalidad, pero que seguramente sería mejor definir como de urgencia, me ha resultado estimulante leer a Donna Haraway, quien recurre una y otra vez a esta palabra, “urgencia”. En proceso de recuperación de una pandemia devastadora a nivel global, situados en el territorio de la inquietud y la incerteza, hemos recordado la fragilidad de nuestra condición y estamos siendo conscientes de que algo lleva mucho tiempo yendo mal, como indicaba el historiador Tony Judt; de que el sistema socioeconómico voraz en el que estamos inmersos va en contra del futuro del planeta y de nuestra vida, de la continuidad de la vida.

La ruptura de los equilibrios, la quiebra de la biodiversidad, tiene que ver con lo que estamos viviendo. Los científicos alertan de la llegada de nuevas olas de infección en años venideros debido a la constante degradación natural; a la desaparición de especies que actúan como escudos ante los virus y a la expansión de los mercados de animales salvajes, hecho en el que sin duda influye la extrema pobreza y la desigualdad. Todo está relacionado. El sistema depredador capitalista tiene graves consecuencias. En su ensayo Seguir con el problema. «Generar parentesco en el Chthuluceno», publicado en castellano por la editorial vasca Consonni, Haraway parte de la agresión que los seres humanos hemos causado a “otros organismos” que deberíamos haber cuidado como compañeros de camino, habla de generar alianzas entre especies y se sitúa frente al que es el mayor desafío de la humanidad, el cambio climático. Gran parte del desastre ya no tiene solución. Es imposible partir de cero, pero aún podemos pensar e imaginar futuros de supervivencia, tejer redes de recuperación en una tierra dañada.

Entrar en el territorio Haraway, acceder a sus claves, no es sencillo. La ruta debe realizarse desde la disposición de quien disfruta explorando, de quien no teme abandonar los senderos trillados y los prejuicios para dejarse deslumbrar. Pero una vez dentro, en lo esencial, hay momentos en los que todo resulta cristalino, pues la red en la que nos envuelve la autora es la red de lo colectivo, del sentido de colaboración, de responsabilidad con todo lo que nos rodea. Haraway nos dice que somos el ahora, el antes y el después; que los que se fueron y los que han de llegar forman parte de la continuidad que debemos preservar, siendo responsables de mantener en marcha la Historia, la línea temporal. Y nos lleva a imaginar un abrazo inmenso con todos los seres, humanos, animales, vegetales, que conforman el planeta, sin dejar de mostrar confianza en lo mejor de la tecnología, en las máquinas con las que la humanidad habrá de convivir.

Dependemos los unos de los otros. Es simple y a la vez resulta radical cuando nos hemos creído excepcionales, poderosos, el centro del universo. Para las desmemoriadas, uniformadas poblaciones del siglo XXI, esta idea básica puede parecer incluso revolucionaria, pero es muy antigua. Su hilo nos lleva hasta los pueblos indígenas, es el tronco del budismo… ¡Parece mentira que hayamos perdido esa sabiduría!

DONNA HARAWAY NOS ENVUELVE EN LA RED DE LO COLECTIVO, DEL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD CON TODO LO QUE NOS RODEA. NOS DICE QUE SOMOS EL AHORA, EL ANTES Y EL DESPUÉS; QUE LOS QUE SE FUERON Y LOS QUE HAN DE LLEGAR FORMAN PARTE DE LA CONTINUIDAD QUE DEBEMOS PRESERVAR.

Como dice el sociólogo y antropólogo francés Bruno Latour, tan afín a Haraway, cuando nos integramos en lo Terrestre ya no podemos acercarnos a la naturaleza desde las premisas de la producción y la explotación, sino de la dependencia, porque todos los seres vivos, todos los elementos que conforman el planeta, se influyen los unos a los otros. El sistema tierra reacciona a las acciones humanas y ya es hora de que “los terrestres descubran de qué otros seres necesitan para subsistir” y aprendan a depender de ellos.

Trazadas estas coordenadas, debo deciros que si os decidís a sumergiros en la lectura de «Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno» os aguardan no pocas sorpresas e iluminaciones. Son poderosos los efectos que provoca la obra de Donna Haraway. Este libro es capaz de expandir la mente, de agitarnos, de sacarnos del ruido de la actualidad y hacernos ver más allá. No se trata solo de sus contenidos y análisis, de las muchas revelaciones que contiene, sino también del lenguaje. La autora utiliza estructuras, palabras, expresiones, de gran originalidad para hablarnos de aquello que no hemos atisbado aún. La terminología de siempre, los estereotipos, no se adaptan al fondo de sus análisis, al arriesgado vuelo de su imaginación. Por ello inventa nuevos vocablos, juega con ellos, hila sentidos renovados. Podría hablarse de un tipo de ensayo visionario, poético, que nos despierta, que alumbra los paisajes y nos lleva a descubrirlos desde una mirada extrañada, curiosa, perpleja. Si pertenecéis al grupo de quienes anhelan cambios; de quienes no se resignan a creer que no hay opciones de mejora; de quienes en este 2020 hemos percibido que el suelo ha empezado a moverse bajo nuestros pies, aún más, y ya no somos los mismos, este ensayo pasará a ser un punto de partida para comenzar a pensar de otra manera. De nuevo acude a mí el concepto de lecturas transformadoras del que tanto se nutre Lecturas Sumergidas. 

LA AUTORA UTILIZA ESTRUCTURAS, PALABRAS, EXPRESIONES, DE GRAN ORIGINALIDAD PARA HABLARNOS DE AQUELLO QUE NO HEMOS ATISBADO AÚN. LA TERMINOLOGÍA DE SIEMPRE, LOS ESTEREOTIPOS, NO SE ADAPTAN AL FONDO DE SUS ANÁLISIS, AL ARRIESGADO VUELO DE SU IMAGINACIÓN

Tras la manera de contar, de reflexionar e imaginar de Donna Haraway (Denver, Colorado, 1944), fluye un cauce muy intenso de investigaciones, lecturas, influencias, juegos y complicidades. Feminista, filósofa y bióloga, profesora emérita del Departamento de Historia de la Conciencia y de Estudios Feministas de la Universidad de Santa Cruz, en California, nuestra protagonista se alimenta de los datos y estudios científicos y toma impulso en la manera de fabular y especular de la ciencia ficción. De ahí su capacidad para generar maneras tan creativas de exposición y análisis. De ahí su gusto por generar diálogos, por entablar cauces de entendimiento entre distintas disciplinas: la ciencia, el arte, la tecnología, el activismo…

Antes de adentrarnos en Seguir con el problema, conviene recordar el famoso Manifiesto Cyborg, una entrega también visionaria y compleja donde, a grandes rasgos, la autora profundiza en los cauces de la cibernética e indaga en el significado de los géneros y en sus estereotipos, en las posibles combinaciones y transformaciones que pueden darse en un mundo altamente tecnologizado.

En el ensayo del que os hablo la autora se centra en los lazos entre humanos y no humanos en un nuevo horizonte que ya se visualiza, en tiempos de precariedad y peligro. El apartado final del libro es pura ficción –ciencia ficción– y se centra en las Historias de Camille, protagonista de las “comunidades del compost”, un bebé nada convencional, fruto de la interacción entre especies, que tiene distintos progenitores y cuyo desarrollo se sigue a través de cinco generaciones. Un ser capaz de sobrevivir en un planeta devastado, donde la población se ha reducido drásticamente porque los recursos son limitados y se ha de alcanzar un equilibrio entre lo humano y lo no humano.

Como os decía, Haraway nos lleva a pensar en otras realidades, a imaginar otros mundos, siguiendo la estela de su admirada Ursula K. Le Guin. Mientras la leo no puedo dejar de reflexionar en la cortedad de miras de la mayor parte de las informaciones que consumimos, atentas a la absoluta inmediatez, incapaces de abrir ventanas por las que entren aires frescos, renovadores. En este libro nos acercamos a experiencias y experimentos que no solemos encontrar en los medios, que ya se mueven en territorios de adaptación a un tiempo por venir.

Haraway forma parte de la estirpe de los adelantados a su tiempo, de los que despliegan las alas. Hablamos de filósofos, economistas, poetas, científicos, creadores diversos, activistas. Y en este apartado no quiero dejar de incluir a la gente de a pie inconformista, capaz de pensar a contracorriente, de no someterse a las reglas de lo establecido, de denunciar, criticar, y dando un paso más adelante, actuar, intervenir, en la manera en que le sea posible. Leer a Haraway es un estímulo para iniciarse en acciones colaborativas, en cadenas de solidaridad, de cuidados. Las mujeres campesinas de distintos lugares del mundo, los colectivos indígenas son un gran ejemplo para ella.

Pero volvamos al comienzo de este texto. Volvamos al aquí y al ahora. En un encuentro online, organizado recientemente por la Fira Literal de Barcelona, dentro del programa Radical May, Donna Haraway mantuvo una intensa conversación –abierta al público– con su traductora, la socióloga y especialista en su obra Helen Torres alrededor de Seguir con el problema. Y, por supuesto, se le preguntó por la Covid-19, por la dureza del momento que vivimos. “La pandemia ha intensificado la conciencia de que la tierra ha sido dañada”, puso de manifiesto, haciendo hincapié, pese a la experiencia de la catástrofe, en el hecho de que se ha visibilizado la necesidad de proteger cada vez más los sistemas de salud y los lugares de cuidados como las residencias de ancianos. Y también en la atención a los suministros de alimentos, mirando hacia mercados locales más fuertes, con mayor protección para los trabajadores de la agricultura y de otros servicios esenciales.

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“LA PANDEMIA HA INTENSIFICADO LA CONCIENCIA DE QUE LA TIERRA HA SIDO DAÑADA”, HA SEÑALADO HARAWAY, HACIENDO HINCAPIÉ EN EL HECHO DE QUE SE HA VISIBILIZADO LA NECESIDAD DE PROTEGER CADA VEZ MÁS LOS SISTEMAS DE SALUD Y LOS LUGARES DE CUIDADOS.

“Podemos sobrevivir con el virus, con la infección, ya que es parte de la complejidad del mundo biológico, pero no con el fascismo”, declaró en otro momento, explicando que las pandemias no son para nada ajenas a las prácticas destructivas del capitalismo global; haciendo responsables a líderes como Trump o Bolsonaro de medidas tan peligrosas para el futuro como el negacionismo climático, que lleva a seguir con la utilización continuada de combustibles fósiles, sin tener en cuenta las consecuencias para el Medio Ambiente, o la destrucción final de zonas como la Amazonía brasileña.

Fotograma del documental «Donna Haraway: Story telling for Earthly Survival» («Cuentos para la supervivencia terrenal»), del cineasta Fabrizio Terranova. La imagen de cabecera y otras que ilustran este texto pertenecen al mismo trabajo.
Todos los seres vivimos sobre la Tierra “en tiempos perturbadores, tiempos confusos, tiempos turbios y problemáticos”, señala la autora muy al comienzo de su ensayo. “Los tiempos confusos están anegados de dolor y alegría (…), de un innecesario asesinato de la continuidad, pero también de un resurgimiento necesario”, prosigue, animando a seguir con la tarea de “generar problemas, suscitar respuestas potentes a acontecimientos devastadores, aquietar aguas turbulentas y reconstruir lugares tranquilos (…) crear futuros para las generaciones venideras”.

En este párrafo está condensado el espíritu inquieto de Donna Haraway. Nuestra bióloga se inventa un término original, Chthuluceno, que tiene que ver con las arañas y la figura mítica de Medusa, con las redes tentaculares que definen un nuevo tiempo de relaciones entre todo tipo de criaturas, “un tiempo de comienzos, un tiempo para la continuidad, para la frescura”. En ese vocablo de nuevo cuño, caben las “herencias” y las “memorias”, pero también las “llegadas”, el cultivo de lo que “aún puede llegar a ser”. Lo antiguo y lo de última hora se encuentran en este espacio temporal que respeta la continuidad, que augura “florecimientos multiespecies sobre la Tierra”, que se opone a las fuerzas exterminadoras del Antropoceno y el Capitaloceno, conceptos que hacen referencia al dominio de los humanos sobre el planeta, un dominio basado en la explotación de los recursos en nombre del beneficio, del poder.

LA BIÓLOGA SE INVENTA UN TÉRMINO ORIGINAL, «CHTHULUCENO», UN ESPACIO TEMPORAL QUE RESPETA LA CONTINUIDAD, QUE AUGURA “FLORECIMIENTOS MULTIESPECIES SOBRE LA TIERRA”, QUE SE OPONE A LAS FUERZAS EXTERMINADORAS DEL ANTROPOCENO.

“¿Hay un punto de inflexión importante que cambia el nombre del “juego” de la vida sobre la tierra para todas las cosas y todo el mundo?”, se pregunta Donna Haraway. Y argumenta: “Es más que el “cambio climático”; se trata también de cargas extraordinarias de química tóxica, minería, contaminación nuclear, agotamiento de lagos y ríos encima y debajo del suelo, simplificación de ecosistemas, vastos genocidios de personas y otros bichos, etcétera, etcétera, en patrones sistémicamente conectados que amenazan con un colapso significativo del sistema…”

La autora se apoya en Jason Moore, coordinador de la World-Ecology Research Network, quien sostiene que la naturaleza barata está llegando a su fin, que “abaratar la naturaleza ya no puede funcionar para sostener la extracción y producción en y del mundo contemporáneo, porque la mayoría de las reservas de la tierra han sido drenadas, quemadas, agotadas, envenenadas, exterminadas o extenuadas”. Y recurre a la antropóloga, feminista y teórica cultural Anna Tsing. Esta señala que en el largo período del Holoceno “los refugios, los lugares de refugio, aún existían, incluso abundaban, para sostener la reconfiguración de mundos en una rica diversidad cultural y biológica”. Pero en el Antropoceno asistimos a la “destrucción de lugares y tiempos de refugio para personas y otros bichos”.

Al respecto Haraway señala: “El Antropoceno marca graves discontinuidades; lo que viene después no será como lo que vino antes. Creo que nuestro trabajo es hacer que el Antropoceno sea lo más corto/estrecho posible y cultivar de manera recíproca, de todas las formas imaginables, épocas venideras que puedan restaurar refugios. Ahora mismo, la tierra está llena de refugiados, humanos y no humanos, sin refugio”.

Compromiso, trabajo, responsabilidad compartida, “juegos colaborativos profundos con otros terranos”… para hacer posible “el florecimiento de ricos ensamblajes multiespecies que incluyan a las personas”. He aquí la era del Chthuluceno a la que se refiere la bióloga. Pasado, presente y lo que está por venir en una línea de continuidad que hay que mantener y cuidar. Ella habla de “nutrir, inventar, descubrir o improvisar de alguna manera formas de vivir y morir bien de manera recíproca en los tejidos de una tierra cuya misma habitabilidad está amenazada”.

Para avanzar hacia ese nuevo tiempo hay que dejar atrás, nos dice Haraway, dos argumentaciones habituales. Por un lado, la «fe cómica» en soluciones tecnológicas que vengan a rescatarnos del desastre total. La tecnología no es el enemigo y sin duda puede contribuir a seguir adelante, pero no debemos dormirnos en los laureles soñando en su milagro, como tampoco esperar a la mano salvadora de Dios. Y por otra parte, hay que vencer la destructiva creencia de que no hay nada que hacer, de que es demasiado tarde para introducir cambios, ya que el juego está terminado. Este cinismo amargo, que encontramos en sectores de la comunidad científica, la política y la cultura, es demoledor, paralizante, como constata la investigadora.

En un diálogo que mantuvo en 2018 Haraway con Marta Segarra, catedrática de Literatura Francesa y de Estudios de Género de la Universidad de Barcelona, en el Centro de Cultura Contemporánea de la Ciudad Condal (recogido por el sello Icaria en un breve volumen bajo el título El mundo que necesitamos), Segarra le recuerda su resistencia a los discursos apocalípticos, “puesto que sugieren que no hay nada que hacer para cambiar este futuro próximo”. Y le pregunta: “¿Se puede aplicar esto a los discursos de denuncia o crees que los discursos de denuncia son todavía necesarios?”

Ha aquí la respuesta: “Creo que en la actualidad la crítica y la denuncia son herramientas retóricas importantísimas (…) Sin embargo, la dificultad reside en que muchos teóricos no van más allá de la crítica, le confieren demasiado peso (…) Pero todavía queda mucho por hacer para inventar lo que aún no es pero debería ser. Esta labor de habitar e imaginar no es una tarea de la crítica, es algo que va más allá (…) Si denunciar el capitalismo implicara su destrucción, ya no tendríamos capitalismo. Pero el problema de la denuncia es que puede ser emocionalmente muy satisfactoria, pero resulta del todo inefectiva…”

«SI DENUNCIAR EL CAPITALISMO IMPLICARA SU DESTRUCCIÓN, YA NO TENDRÍAMOS CAPITALISMO. PERO EL PROBLEMA DE LA DENUNCIA ES QUE PUEDE SER EMOCIONALMENTE MUY SATISFACTORIA, PERO RESULTA DEL TODO INEFECTIVA», ESCRIBE HARAWAY.

La autora sigue el hilo de los investigadores Philippe Pignarre e Isabelle Stengers, quienes reflexionan en su obra sobre la ineficacia de la denuncia y apoyan “colectivos sobre el terreno, capaces de inventar nuevas prácticas de imaginación, resistencia, revuelta, reparación y duelo, así como de vivir y morir bien”. Ellos nos recuerdan que “otro mundo no solo es urgentemente necesario, sino también posible, pero solo si no sucumbimos al hechizo de la desesperación, al cinismo o al optimismo y al discurso de la creencia y la incredulidad del Progreso”, declara Haraway, apuntando hacia la “creatividad sostenida de personas que se preocupan y actúan”.

En el capítulo dos de Seguir con el problema, titulado Pensamiento tentacular. Antropoceno, Capitaloceno, Chthuluceno, la bióloga plantea una cuestión esencial: “¿Qué pasa cuando el excepcionalismo humano y el individualismo limitado, esos antiguos clichés de la filosofía y la economía política occidentales, se vuelven impensables en las mejores ciencias, sean naturales o sociales?”. Y a continuación exclama: “¡No cabe duda e que un tiempo tan transformador sobre la tierra no debe llamarse Antropoceno!”

Donna Haraway tira de muchos hilos en este ensayo, entabla diálogos altamente enriquecedores. La importancia de pensar, pensar sin prejuicios, sin ataduras, evitando las ideas inoculadas por el sistema establecido y asimiladas por el rebaño, es uno de los pilares que sostienen su filosofía. “Importa qué ideas usamos para pensar otras ideas”, toma en sus manos la inspiradora frase de Marilyn Strathern, una etnógrafa de prácticas del pensamiento. Y a partir de ahí nos dice: “Importa qué pensamientos piensan pensamientos. Importa qué conocimientos conocen conocimientos. Importa qué relaciones relacionan relaciones. Importa qué mundos mundializan mundos. Importa qué historias cuentan historias”.

“¿Qué significa renunciar a la capacidad de pensar?”, lanza la ensayista esta pregunta crucial en tiempos en los que debemos afanarnos por defender la verdad frente a quienes le restan importancia, la vapulean, parapetados tras la mezquina práctica de la mentira y, en ocasiones, en la peligrosa equidistancia que rehuye tomar partido, esclarecer, contrastar, combatir. ¿Qué significa renunciar a la capacidad de pensar?, nos pregunta Haraway en estos –sigo sus palabras– “tiempos de urgencia para todas las especies, incluidos los humanos: tiempos de muertes y extinciones masivas; de avalanchas de desastres cuyas impredecibles especificidades son tomadas estúpidamente como si fueran la ininteligibilidad en sí misma; del rechazo a conocer y cultivar la capacidad de respons-habilidad; del rechazo a estar presentes para el embiste de la catástrofe; de un mirar para otro lado sin precedentes…”

Y en este punto alude a Hannah Arendt y a su análisis sobre la incapacidad para pensar del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann. “En esa renuncia a pensar yace la particular “banalidad del mal” que podría llegar a hacer que el desastre del Antropoceno, con sus genocidios y especidios rampantes, se haga realidad. Este resultado aún está en riesgo; ¡pensar debemos, debemos pensar!”, se muestra contundente Haraway. En la interpretación que hace encontramos muchas de las claves de su manera de ver, de enfocar el presente y atisbar el porvenir. Su discurso es apasionado, estimulante, lleno de convicciones, de resistencia.

“Lo que Arendt vio en Eichmann no fue un monstruo incomprensible, sino algo mucho más terrorífico: negligencia común y corriente (…) Aquí hay alguien que no puede ser un caminante, que no se puede enredar, que no puede rastrear las líneas de vivir y morir, que no puede cultivar la respons-habilidad, que no puede hacer presente para sí aquello que está haciendo, que no puede vivir en consecuencia ni con las consecuencias, que no puede hacer compost. Para Eichmann, el propósito importaba, el deber importaba, pero no así el mundo. El mundo no importa en la negligencia común y corriente… No había manera posible de que el mundo deviniera una “materia del cuidado” para Eichmann y sus herederos (¿nosotros, nosotras?). El resultado fue una participación activa en el genocidio”.

Cuando recupera la figura de Eichmann Donna Haraway nos está poniendo frente al espejo. Nos dice que no vale desviar la mirada mientras el desastre sigue su curso. Los gestos, por mínimos que nos parezcan, las acciones, los votos, las manifestaciones de adhesión a la defensa de los derechos humanos, del Medio Ambiente, de la justicia social, de “las relaciones multiespecies” tan determinantes en su trabajo, sí cuentan, así como la creación de redes de apoyo, de solidaridad, de cuidados, pueden decidir la dirección de los mundos futuros. La bióloga nos habla de supervivencia colaborativa, de “prácticas de pensamiento imposibles para herederos de Eichmann”. Si algo consigue este ensayo del que os estoy hablando es anular la idea de que los cambios no son posibles. Haraway responde a la creencia instalada de la derrota con creatividad e imaginación.

El feminismo es otro de los robustos troncos en los que se apoya esta mujer inquieta, de innata capacidad visionaria. Cuando Marta Segarra le pregunta si cree que el feminismo “o, mejor dicho, los feminismos en plural y, sobre todo, las feministas han contribuido de manera significativa a pensar de forma diferente, no solo sobre las mujeres y el género, sino también sobre el planeta”, su respuesta corta es “sí” y su argumentación larga, cargada de referencias mitológicas, concluye con su identificación con la figura de Medusa. “Medusa vive dentro de mí, sus antenas serpentiformes son una invitación para aventurarnos a una especie de saludo afectuoso con la Tierra”, señala, y a continuación se refiere a la manera en que el feminismo ha reformulado el pensamiento a través de “conexiones múltiples”, en el sentido de que “todo pensamiento es también una práctica del cuidado”.

“Todo tipo de reflexión es una práctica del cuidado, por lo que es muy importante qué pensamientos piensan pensamientos, qué historias narran historias. No es cierto que todo valga. Reflexionar y crear (…) es una acción de acción-pensamiento-cuidado…”, transcribo las palabras de la ensayista, quien más adelante, respondiendo a otra pregunta de su interlocutora, explica su idea de crear parentescos [Crear parentescos en el Chthuluceno es el subtítulo de su libro], otra de las bases de su recorrido.

LA AUTORA DE «SEGUIR CON EL PROBLEMA» SE REFIERE A LA MANERA EN QUE EL FEMINISMO HA REFORMULADO EL PENSAMIENTO A TRAVÉS DE “CONEXIONES MÚLTIPLES”, EN EL SENTIDO DE QUE “TODO PENSAMIENTO ES TAMBIÉN UNA PRÁCTICA DEL CUIDADO”.

En esta ocasión se hermana con importantes figuras del feminismo como la filósofa Judith Butler, quien se refiere a los “modos de alianza íntima” o la investigadora Frances Bartkowski, que establece como parientes a todas aquellas criaturas por las que nos preocupamos. “El parentesco es difuso, es una solidaridad perdurable a lo largo del tiempo en capas de seres que vienen al mundo en relación los unos con los otros, y que pueden y deben demandarse cosas los unos con los otros”, argumenta Haraway.

Para entenderla hay que despojarse de clichés, de verdades asumidas, de creencias interiorizadas a lo largo de los siglos, en el devenir de las generaciones. Los parentescos a los que se refiere, denominados “parentescos raros”, no tienen nada que ver con “los aparatos capitalistas de la producción y la reproducción”. Se trata de pensar que no son algo exclusivamente humano, de ampliar las estructuras y relaciones tradicionales con los hijos, con la familia. Uno de sus lemas más controvertidos es el de “Generen parientes, no bebés”. Detrás del mismo hay toda una argumentación sobre la necesidad de hacer frente a la superpoblación del planeta, pero también se trata de una invitación a ir más allá de los modelos convencionales de convivencia, a elegir otras formas de relación en las que no entren solo los humanos. El tema es complejo y nos llevaría a otra obra fundamental en el trayecto de Haraway, su «Manifiesto cyborg», donde las máquinas cibernéticas también se pueden considerar parientes.

En las «Historias de Camille», resultado de unos talleres creativos desarrollados en Normandía, en los que, a través de la fabulación especulativa, distintos grupos de trabajo se dedicaron a imaginar futuros posibles. Haraway compartió equipo con el cineasta Fabrizio Terranova, autor del documental Donna Haraway: Story Telling for Earthly Survival, y con la psicóloga y filósofa Vinciane Despret]. Juntos llevaron la idea de los parentescos hasta las últimas consecuencias. Camille y las Niñas y Niños del Compost surgieron de ese creativo cruce colectivo. En la narración, que ocupa un espacio temporal de cinco generaciones, se parte de la idea del florecimiento multiespecies. Los bebés que nacen son raros pero muy preciados, comparten progenitores y entablan asociaciones simbióticas con otras especies.

Está claro que Las historias de Camille se inscriben en el terreno de la ciencia ficción, pero son también una hermosa metáfora de la aceptación de la diversidad, de la acogida y de la búsqueda de refugios, de los lazos de solidaridad y cooperación entre todas las criaturas del planeta, del “resurgimiento y florecimiento multiespecies” al que se refiere la visionaria Haraway, “de la práctica de reparación de lugares dañados”, a la que alude una y otra vez, tan necesaria ya en el ahora.

La creación, el juego creativo como impulsor de relaciones, de búsquedas, de armonías, está muy presente en la entrega. Las figuras de cuerdas y los arrecifes de coral de croché son proyectos de colaboración que visibilizan ideas, filosofías, caminos de vida, de equilibrio, solidaridad y belleza. Se trata de colectivos que tejen y siguen tirando del hilo para encontrar respuestas, posibles soluciones en compañía, en pos del florecimiento entre especies. Tiene que ver, como dice la autora, con “transmitir conexiones que importan, sobre contar historias con manos sobre manos”.

La obra de Donna Haraway no se queda en el terreno meramente lúdico, especulativo, teórico, utópico. En Seguir con el problema hay fabulación y diálogos enriquecedores en los que se enredan soñadores, investigadores, creadores y activistas, pero estos no solo nos regalan sus ideas sino que son capaces de poner en marcha proyectos, experimentos, alternativas que van abriendo camino. Entre los muchos méritos de este ensayo está el de acercarnos a experiencias y aventuras que desconocemos en la uniformada realidad que las noticias de actualidad nos muestran.

Me pregunto llegada a este punto, como tantas otras veces, qué pasaría si los modelos que tanto se promociona no fueran banqueros, empresarios y futbolistas de éxito, si los espacios mediáticos fuesen ocupados por buscadores de nuevos horizontes, por tantas personas que trabajan, muchas veces de manera anónima, desde la precariedad y la sobriedad, por imaginar y hacer posibles otros mundos. Sí, muchos hombres y mujeres hoy, aquí y ahora, están pensando, tejiendo, propuestas para seguir adelante con el problema. Imposible dar cuenta en este artículo de todos los nombres y trabajos a los que alude Donna Haraway en un libro que también es un tapiz de complicidades, de afinidades.

De la ya mencionada Anna Tsing, a la que presenta como conocedora de los tejidos del capitalismo heterogéneo, el globalismo, los mundos viajeros y los sitios locales, Haraway toma el bellísimo lema, propósito, de “las artes de vivir en un planeta dañado”, título de un libro que lleva como subtítulo “La posibilidad de vida en las ruinas capitalistas”.

Vivimos en tiempos de urgencia que necesitan historias y las historias, las sendas, propuestas y ejemplos de los que parte Tsing inspiran a Haraway. Frente a la precariedad y el fracaso de las mentirosas promesas del Progreso Moderno, esta investigadora busca “erupciones de vitalidad inesperada y prácticas contaminadas y no deterministas, continuas e inacabadas, del vivir entre ruinas”. Y fija la atención en la especie de setas matsutake, que con su tipo de supervivencia colaborativa y su “predisposición a surgir en paisajes erosionados nos permite explorar las ruinas que se han transformado en nuestro hogar colectivo” y “nos guía hacia coexistencias posibles dentro de la turbulencia medioambiental”.

En la misma línea, resulta apasionante lo que se cuenta sobre los arrecifes de coral, “con todo lo que necesitan para la continuidad de la vida y la muerte de su miríada de bichos”. La alta biodiversidad de este ecosistema marino es una inspiración permanente. “Los corales, junto con los líquenes, son también una de las primeras instancias de simbiosis reconocidas por los biólogos; son los bichos que les enseñan a entender la estrechez mental de sus propias ideas sobre individuos y colectivos. Estos bichos enseñaron a gente como yo que todos somos líquenes, corales. Además, los arrecifes de aguas profundas en algunos lugares parecen ser capaces de funcionar como refugios para el reabastecimiento de corales dañados en aguas menos profundas. Los arrecifes de coral son los bosques del mar…”, vamos leyendo.

LA ESPECIE DE SETAS MATSUTAKE, CON SU TIPO DE SUPERVIVENCIA COLABORATIVA Y SU “PREDISPOSICIÓN A SURGIR EN PAISAJES EROSIONADOS NOS GUÍA HACIA COEXISTENCIAS POSIBLES DENTRO DE LA TURBULENCIA MEDIOAMBIENTAL”.

Los bosques, tan diezmados en nuestra época, la necesidad de su bienestar, “una de las las prioridades más urgentes para el florecimiento –y, de hecho, para la supervivencia– a lo largo y ancho de la tierra”, ocupan, por supuesto la atención de la autora. Y el Ártico, que “se está calentando al doble de velocidad de la tasa media global”. Nos dice al respecto Haraway que “una tormenta geofísica y geopolítica de proporciones inauditas está cambiando prácticas de vivir y morir en el norte. Las coaliciones de pueblos y bichos haciendo frente a esta tormenta son críticas para las posibilidades de resurgimiento de los poderes de la tierra”.

Otro compañero de ruta en Seguir con el problema es el filósofo ecológico y etnógrafo multiespecies Thom van Dooren, quien también aborda en su trabajo “las complejidades del vivir en tiempos de extinción, exterminio y recuperación parcial”, a través de sus observaciones y análisis de campo con especies de pájaros que viven en el límite de la extinción. En sus publicaciones el científico se refiere, por ejemplo, a la conservación de los cuervos de Hawái, “cuyos hogares y alimentos en los bosques, así como sus amistades, sus polluelos y parejas han desaparecido en su gran mayoría”. Como nos dice Haraway “Van Dooren argumenta que no son solo las personas quienes lloran la pérdida de sus seres queridos, de sus lugares o formas de vida, sino que otros seres también se ponen de luto. Los córvidos también lloran sus pérdidas. La cuestión está en las ciencias bioconductuales y la historia natural íntima; ni la capacidad ni la práctica del duelo son especialidades humanas. Fuera de los dudosos privilegios del excepcionalismo humano, las personas pensantes tienen que aprender a llorar-la-muerte-con”.

Llegada a este punto no me puedo resistir a transcribir el hermoso párrafo en el que la ensayista se refiere al duelo compartido. “El duelo trata sobre convivir con una pérdida y llegar a apreciar lo que significa, sobre cómo ha cambiado al mundo y cómo nosotros debemos cambiar y renovar nuestras relaciones si queremos seguir adelante a partir de aquí. En este contexto, el duelo genuino debería abrirnos a una conciencia de nuestra dependencia de y nuestras relaciones con esas innumerables alteridades llevadas al límite de la extinción (…) La aflicción por la muerte es un sendero hacia la comprensión del enredo de vivir y morir; los seres humanos deben afligirse con, ya que estamos dentro y somos parte de esta tela del deshacer…”

En este ensayo hay interesantes historias de relación entre animales y seres humanos a lo largo del tiempo. Las palomas, por ejemplo, que tanto reclaman nuestra atención por el daño ecológico y el trastorno biosocial que provocan en las urbes, son protagonistas de aventuras muy antiguas y también de novedosas experiencias. Haraway se detiene en la pasión colombófila, nos acerca a relatos de palomas viajeras y mensajeras, nos invita a conocer palomares como el de Batman Park en Melbourne, “construido en los años noventa para atraer a las palomas y alejarlas de las calles y edificios de la ciudad”, y nos habla de un equipo de ingeniería, arte e investigación de California que tiene a estas aves como compañeras “en proyectos de justicia medioambiental que buscan reparar barrios y relaciones sociales deterioradas”.

“Las palomas de carrera bien equipadas son capaces de recoger datos constantes de contaminación atmosférica en tiempo real, al moverse por el aire a alturas inaccesibles a los instrumentos gubernamentales, y también por el suelo, desde donde son lanzadas para que vuelen de regreso a sus hogares”, vamos leyendo. Os aseguro que os sorprenderá saber más de esta unión de pájaros, tecnología y personas que demuestra la eficacia de la colaboración multiespecies.

“Los detalles importan. Los detalles enlazan seres reales a respons-habilidades reales”, señala Haraway, quien da cuenta de muchos más proyectos en marcha, llevados a cabo por colectivos, por activistas que desarrollan fuertes movimientos de justicia social y medioambiental, muchos de ellos liderados por comunidades y organizaciones indígenas. Merece mucho la pena conocerlos, constatar que las cosas se mueven, que los hilos siguen enredándose, construyendo posibilidades de futuro.

Consciente de que me dejo muchas cosas fuera, pese a la extensión de este texto, quiero terminarlo con la reflexión que hace la autora sobre el sentido de Seguir con el problema, un ensayo que parte de un planteamiento básico, lo que puede “llegar a significar el pensamiento en la civilización en la que nos encontramos”.

“¿Cómo reemprendemos una aventura colectiva que es múltiple e incesantemente reinventada, no sobre una base individual, sino de manera tal que pase el testigo, es decir, que afirme nuevas obviedades y nuevas incógnitas?”, se pregunta. Y prosigue: “Tenemos que pasar el relevo de alguna manera, heredar el problema y reinventar las condiciones para un florecimiento multiespecies, no solo en un tiempo de incesantes guerras y genocidios humanos, sino en un tiempo de extinciones masivas y genocidios multiespecies impulsados que arrastran a personas y bichos a un torbellino. Tenemos que “atrevernos a ‘generar’ el relevo; es decir, crear, fabular, para no desesperar; para quizás llegar a inducir una transformación…” Os lo decía, si a algo impulsa Donna Haraway es a no rendirse. No dejemos de pensar, de imaginar, de actuar. Pese a todo, no nos rindamos

Donna Haraway con Cayenne. LIBROS recomendados (!!!):

«Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno» de Donna Haraway, ha sido publicado por la editorial Consonni. Con traducción de Helen Torres.

«El mundo que necesitamos, diálogo entre Donna Haraway y Marta Segarra», ha sido publicado por Icaria. Edición y notas de Fernanda Bustamante Escalona.

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Periodista directora y fundadora, junto a Nacho Goberna, de la revista Lecturas Sumergidas, nace un 13 de junio en Buenavista, el pueblo más al norte del norte de la isla de Tenerife. En su dilatada trayectoria escribiendo sobre cultura ha formado parte de medios como «El Mundo», «Diario 16», «Ya», «Quimera», «Qué leer» o «De Libros». También ha colaborado con el suplemento «El País Semanal» y, actualmente, realiza entrevistas para la revista Turia. A lo largo de los años ha entrevistado, entre otros, a Gabriel García Márquez, Roberto Bolaño, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato, José Saramago, Michael Ende, Günter Grass, Miguel Delibes, Francisco Ayala, Salman Rushdie, Mario Vargas Llosa, Juan Marsé, Emilio Lledó, Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa, Camilo José Cela, Francisco Umbral, José Luis Sampedro, Ana María Matute, Antonio Lobo Antunes y un largo etcétera.

3 comentarios. AGREGA EL TUYO:

1. Andrés Calle el 28 febrero, 2024 a las 6:50 pm Responder
Una maravilla de exposición, de libro, de diálogo.
Importantes, claro, las relaciones interespecies.
Pero, aun entre los humanos, me pregunto por las posibilidades que nos ofrecen los lenguajes. Cómo nos limitan, por una parte; y, por otra, transforman esas mismas relaciones. Se puede trabajar el lenguaje, las transposiciones de códigos (de la palabra a la imagen, de ésta a la narración). El arte abstracto. Reflexionar y repensar nuestras representaciones, de tal manera que incidamos en la convivencia, la manera de abordar los conflictos, el cuidado y hasta la contemplación.
Gracias.

2. Gerardo el 3 febrero, 2021 a las 5:55 am Responder
Qué maravilla. Muchas gracias

3. Matias Tobar Tobar el 4 julio, 2020 a las 10:47 pm Responder
Me sigue sorprendiendo el olvido de la apertura de una puerta por la que acceder a la confección de un sistema educativo universal , con unos principios básicos, practicados desde la infancia y en todos los niveles del aprendizaje: valores universales: somos poseidos por la tierra, abolición de la sumisión de pensamiento y todo tipo de sumisión, ejercicio de justicia,,compromiso, responsabilidad compartida, trabajo, en convivencia pacífica a la luz de la conciencia responsable y el compromiso. Todas las fundaciones de PIERRE RABHI, desde hace más de una década están trabajando en este tipo de EDUCACIÓN. En un mundo que surgirá de un sistema semejante no podrán acceder los covid-19,-20,-21, . . . .Por mi parte, estoy plenamente convencido de que es el único mundo posible que habremos de construir, porque al construirlo quedará abolido el sistema capitalista y todos los sistemas antivida. Lo demás no pasa de ser literatura. Tiempo y trabajo con conciencia crítica, constancia, constancia, constancia y esperanza.

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(…y III) Todos los conflictos apuntan hacia la misma crisis. Por Rafael Poch de Feliu:  El declive de la potencia occidental une los tres escenarios bélicos entre grandes potencias abiertos hoy en el mundo

Rafael Poch de Feliu

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(…y III) Todos los conflictos apuntan hacia la misma crisis.

El declive de la potencia occidental une los tres escenarios bélicos entre grandes potencias abiertos hoy en el mundo

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Hablamos por separado de la guerra de Ucrania, de la masacre de Gaza y de las tensiones alrededor de Taiwán, ignorando que esos tres frentes bélicos, o prebélicos, abiertos en Europa, Oriente medio y Asia Oriental, respectivamente, apuntan hacia la misma crisis del declive occidental. Ese punto de inflexión en la hasta ahora indiscutible preponderancia mundial de Occidente, es a lo que se refiere el Presidente chino, Xi Jinping, cuando dice que “El mundo asiste a cambios sin precedentes en un siglo”.

Veamos, en diez puntos, algunos síntomas y tendencias de esos cambios:

1- Se amplia la brecha entre el bloque occidental (formado por EE.UU, Unión Europea, Inglaterra, Japón y Australia para contener a Rusia y China) y el resto del mundo, que rechaza sanciones y llamadas a cerrar filas. Del apoyo, la comprensión o el no alineamiento del Sur global hacia Rusia, resulta la soledad de Occidente.

2- La masacre de Gaza y la complicidad occidental, política y mediática con ella (la situación en Francia y Alemania es mucho peor que la de España a ese respecto), consagran un verdadero suicidio moral de Occidente. Su credibilidad en materia de derechos humanos, mediación en conflictos y justicia global, es igual a cero. Su doble rasero al medir Ucrania y Gaza, evidente.

Las mismas potencias que están financiando y armando a Ucrania están financiando y armando un genocidio por parte de fuerzas israelíes supremacistas raciales en Gaza. Eso da una nueva plausibilidad a la narrativa rusa acerca de que sin su intervención militar se habría llevado a cabo en Crimea y en el Donbas una limpieza étnica, expulsión y masacre de prorrusos por fuerzas parcialmente animadas por una ideología de extrema derecha con el apoyo y la bendición de Occidente.

Toda muerte en prisión de un opositor político, es sospechosa por definición, trátese de Aleksei Navalny o de Gonzalo Lira bloguero “incorrecto” norteamericano de origen chileno establecido en Jarkov muerto en enero en una cárcel ucraniana sin pena ni gloria. Ambos eran acusados por sus carceleros de trabajar para servicios secretos (occidentales o rusos). No hay que esperar una investigación creíble sobre la causa de esas muertes en países donde la eliminación de opositores tiene rastros recientes y conocidos. Los gobiernos, políticos y medios que mas protestan por la muerte de Navalny son los mismos que han ignorado la muerte de Lira, o la suerte de Assange, y que han apoyado la masacre de Gaza. No tienen credibilidad. Los únicos que pueden expresar su consternación con credibilidad por esos crímenes son quienes se toman en serio los derechos humanos y rechazan, por tanto, el uso hipócrita de los derechos humanos como arma de lucha contra el adversario.

3- El esfuerzo por excluir a Rusia de Europa se vuelve contra la Unión Europea, refuerza la “gran Eurasia” y debilita a Occidente ante el resto del mundo. La exclusión ha resultado en que Rusia mire a Oriente para trazar sus asociaciones estratégicas y ponga fin a 300 años orientada a la integración con Europa.

La Rusia euroasiática se ha hecho mucho menos dependiente de la UE (sus industrias estratégicas corredores de transporte e instrumentos financieros dependen menos de Occidente) y al mismo tiempo su enfoque hacia Asia fortalece la cooperación entre India y China.

La Unión Europea no se ha enterado de que en Moscú ya no la necesitan. Las sanciones se vuelven contra ella, que importa petroleo y derivados rusos a través de India y compra el gas licuado a EE.UU a entre tres y cuatro veces el precio del gas ruso, lo que lastra su economía. Resultado: Rusia es la primera economía de Europa (previsión de 4% de crecimiento en 2024) y Alemania roza la recesión (previsión del 0,2%).

4- La Unión Europea se hace más dependiente, política y económicamente de EE.UU y con ello se debilita. La estrategia rusa no es integrar al país en Europa, sino integrar a la Unión Europea en el gran polo continental euroasiático cuyo motor es chino.

5 – La iniciativa china de la Nueva Ruta de la Seda amplía su peso en Asia y África oriental, desplazando la influencia de Estados Unidos. América Latina desarrolla sus relaciones con China, India, Irán, erosionando la hegemonía de Estados Unidos en el hemisferio occidental.

6- Las sanciones occidentales estimulan la reorganización industrial de Rusia y la integración entre Rusia, China e Irán para programas comunes civiles y militares.

7- La confiscación de las reservas en dólares de países como Irán, Venezuela, Rusia y Afganistán, complica la capacidad de Estados Unidos de financiar su proyección global. El dólar es visto con prevención y las sanciones de Washington empujan a muchos países a comerciar en otras monedas y a crear alternativas al sistema internacional de transferencias financieras (swift). Todo ello merma la eficacia de las sanciones como instrumento de política exterior. El senador Marco Rubio, lo expresa así: “En cinco años ya no podremos hablar de sanciones porque habrá un montón de países que comerciarán en otras monedas y perderemos la posibilidad de sancionarlos”.

(29 de marzo 2023 en Fox News)

8- La superioridad militar estadounidense está en cuestión, y en caso de gran guerra, podría perderla. En palabras del ex vicesecretario de Estado Aaron Wess Mitchell: “eso pasaría porque a diferencia de Estados Uníos que debe ser fuerte en tres puntos del mapa a la vez, a cada uno de sus adversarios – China, Rusia e Irán- les basta con ser fuertes solo en su propia región para conseguir sus objetivos”.(En Foreign Policy 16/Nov/2023)

9- El riesgo de una guerra nuclear es mucho mayor hoy que durante la Guerra Fría. Los tres frentes abiertos implican a por lo menos cinco potencias nucleares: Estados Unidos, Israel, Rusia, China y Corea del Norte (siete si incluimos a Inglaterra y Francia).

10 – Hay un creciente descontento con el sistema de dominio americano de finales del Siglo XX y un deseo de sustituirlo por un orden multipolar. Pero, como dice el ex embajador americano Chas Freeman, autor de algunos de estos diez puntos, “hasta ahora nadie se ha planteado a qué conducirá el nuevo sistema internacional, que implica una interacción entre estados más compleja que antes, por lo que hay que recordar el viejo dicho: cuidado con lo que deseas, porque puede hacerse realidad”. Мировые порядки: глобальный калейдоскоп в режиме повтора — Россия в глобальной политике (globalaffairs.ru)

* * *

Todas las cábalas y pronósticos sobre la correlación de fuerzas global, serían veniales sino fuera porque la dinámica de conflicto en la que estamos entrando, es muy contradictoria con el momento que atraviesa la humanidad en este siglo. Vivimos una carrera con el tiempo. Una época

de retos existenciales irresolubles sin una gran concertación internacional. Retos como el calentamiento global que crecen y se incrementan conforme no se actúa contra ellos.

El conflicto entre potencias es algo que ya no nos podemos permitir como especie amenazada por nuestra propia acción, o, mejor dicho, por el metabolismo del sistema socioeconómico inventado por Occidente hace un par de siglos.

(Publicado en Ctxt)

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28F: ANDALUCIA VIVA: Somos andaluces a la manera de quienes no pueden ser otra cosa. Tenemos la obligación de disfrutar de nuestra cultura, pero también de invertir la espiral de la miseria en la que estamos. Por Joaquín Urías, 28/02/2024

28F

Andalucía viva

Somos andaluces a la manera de quienes no pueden ser otra cosa. Tenemos la obligación de disfrutar de nuestra cultura, pero también de invertir la espiral de la miseria en la que estamos

Joaquín Urías 28/02/2024

<p>Fotograma de la película <em>Bienvenido, míster Marshall</em> (Luis García Berlanga, 1953).</p>

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https://ctxt.es/es/20240201/Firmas/45693/Joaquin-Urias-dia-de-andalucia-cultura-folclore-autogobierno-pobreza.htm

Los andaluces y las andaluzas tenemos el extraño privilegio de ondear la bandera blanquiverde y celebrar el día de nuestra tierra sin necesidad de atacar a nadie, ni compararnos con nadie. Ese nacionalismo humanista y amable es un lujo en los tiempos que corren. Sin embargo entraña también un peligro: el de regodearnos en una imagen falsa y dañina de Andalucía. La misma que nos crearon desde fuera.

Éramos la Andalucía que divierte a los forasteros. La que cantaba y bailaba para entretener al resto. Ahora también a nosotros mismos. Hemos hecho nuestros los tópicos andaluces inventados por mesetarios que nos visitaban en busca de exotismo. Desde su superioridad casi colonial, crearon una imagen fantasiosa de nuestra tierra: andaluces vagos más preocupados de dormir la siesta que de trabajar; andaluzas seductoras de ojos oscuros y movimientos felinos; gentes que viven entre la taberna y la iglesia donde rezan con devoción; un pueblo de acento gracioso y facilidad para el chiste.

Hemos hecho nuestros los tópicos andaluces inventados por mesetarios que nos visitaban en busca de exotismo

Esa imagen romanticista y simple era la fachada de algo mucho más profundo. Una tierra sometida desde la Reconquista a la esclavitud del latifundio; grandes propietarios de superficies inmensas de tierras de labor empleando a masas de jornaleros que no poseen nada. Eso ha determinado la estructura social de Andalucía; una tierra en la que la riqueza sigue siempre en manos de unos pocos, que no se articula en torno a una sociedad civil crítica y en la que el tejido productivo apenas da para vivir. Los gitanos que cantan y bailan, la devoción popular por las imágenes religiosas, la ironía disfrazada de humor expansivo… Todo eso ha sido siempre solo un modo de sobrevivir entre los resquicios de la miseria. Sin embargo, a base de que desde la meseta y más allá nos repiten esa imagen, estamos llegando a creérnosla. Cada vez más, Andalucía se parece a ese pueblo de Berlanga que para dar la bienvenida a los americanos se disfraza con sombreros de ala ancha. Refugiados en el postureo del andaluz de comedia barata hacemos como que no vemos la triste realidad de nuestra tierra.

Tenemos en Andalucía los municipios y los barrios más pobres de España. Estamos muy por detrás en todos los indicadores de riqueza y bienestar: desde el desempleo hasta el abandono escolar. Bajo esos números se ocultan las historias de miles de familias andaluzas que sobreviven a duras penas, a quienes les cuesta acceder a la educación y que no comparten ese futuro de progreso que parece guiar a toda Europa. Muchas de ellas se esconden de ese destino miserable tirándose de cabeza en los tópicos de la tierra. Andaluces y andaluzas disfrazados de la caricatura de nosotros mismos inventada por otros, que olvidan la realidad acodados en una barra, contando a voces chistes malos o saboreando cerveza insípida helada como si fuera una delicatesen.

Esa es, al fin y al cabo, la falsa esperanza que nos regalan los que siempre han mandado aquí: la ilusión de que todos podemos ser señoritos. Todos podemos comportarnos como esa élite clasista, vestirnos como ellos y formar parte de la minoría andaluza que explota a los demás. El sueño de que con dejarnos patillas, vestirnos de señora de clase alta o sujetar un catavinos por el tallo mientras forzamos el acento dejamos de ser clase baja es el engaño del siglo. Las cifras lo desmienten. Casi el cuarenta por ciento de las personas de Andalucía están en riesgo de pobreza. Y aunque no seamos uno de esos cuatro de cada diez, seguimos teniendo muchas posibilidades de no llegar a fin de mes o de acabar algún día en el paro, por más que nos vistamos como el duque de Feria. Nos creemos señoritos, pero seguimos siendo jornaleros.

El sentimiento andaluz, devaluado a folclorismo superficial, está en horas bajas. Todo nacionalismo no es más que convertir lo inevitable en orgullo. Hemos nacido en esta tierra por casualidad. Creer que lo nuestro es lo mejor del mundo es una forma como cualquier otra de ponerse ojeras para no salirse nunca del camino que nos han trazado. Ese regionalismo barato que no ve más allá de las letras de carnaval, los trajes de flamenca, las marchas de semana santa y las macetas de geranios es solo una manera de acallar cualquier tentación de revuelta. No se trata de renunciar a todo eso, que tiene un valor propio, pero sí que es necesario integrarlo en una conciencia de pueblo. De lo contrario, se convierte solo en fachada.

Somos andaluces a la manera de quienes no pueden ser otra cosa. Tenemos la obligación de disfrutar de nuestra cultura, pero también de invertir la espiral de la miseria. Hace siglos que hay andaluces que lo hacen, pero siempre a nivel individual. Es cierto que tenemos a Velázquez, Machado, Góngora, Picasso, Lorca, María Zambrano o Camarón. Somos tierra de genios individuales pero sin tejido social, sin servicios públicos decentes, sin distribución de la riqueza. Nos cuesta pasar del ejemplo a la generalización y ese es el reto colectivo que tenemos que enfrentar. Y para ello tenemos una herramienta desaprovechada. El autogobierno.

Tenemos un gobierno que no duda en secar Doñana para regar los campos de cinco empresarios de frutas rojas

Los sucesivos gobiernos andaluces han sido incapaces de sacarnos de la miseria porque nunca han visto a Andalucía como un sujeto político en sí mismo. La Junta de Andalucía se conforma con gestionar de mala manera una sanidad pública cada vez más maltrecha, y pone sus esperanzas en el turismo. Confían en que cuando no estemos cantando estribillos de chirigota, ni saliendo de nazarenos, trabajemos todos de camareros para los visitantes del norte. Ese es su modelo. Subordinado y conformista. Con él no molestan a las grandes empresas hosteleras, ni a los intermediarios que ponen precio a los productos del campo, ni a los grandes propietarios. Por no molestar, ni siquiera molestan a los constructores o a las cofradías. Porque no son verdaderos gobiernos de Andalucía; sin un modelo de país, gobiernan para las élites de siempre y no defienden los intereses de la masa de andaluces. Tenemos un gobierno que no duda en secar Doñana para regar los campos de cinco empresarios de frutas rojas, ni en vaciar nuestros barrios para convertirlos en parques temáticos para turistas. Sin embargo, cuando llega el día de Andalucía se desviven en contratar a la empresa de algún amigo para que sirva en los colegios el supuesto desayuno andaluz, a base de molletes de Antequera y aceite de oliva de Jaén, que en verdad nadie toma. Se envuelven en la bandera de Andalucía para homenajear a toreros y folclóricas y vírgenes, pero no han sido capaces de desarrollar gran parte de las competencias que les da el estatuto de autonomía. Viven del postureo barato antes que de mejorar la vida de la gente. Nuestro gobierno solo es andaluz cuando se trata de dar medallas o de encargarle a un flamenco que versione el himno. Pero su auténtico interés nunca es la gente de esta tierra.

Como pueblo, Andalucía necesita aprovechar su autogobierno para pasar de la periferia a la centralidad. No somos la periferia de nada ni el patio trasero vacacional de nada. Andalucía es el centro de nuestras vidas y más nos vale convertirla en un lugar habitable y feliz. Ya hemos dejado de tolerar que la gente de Madrid o Barcelona se ría de nuestro acento. Ahora tenemos que dejar de tolerar que la vida consista en intentar sobrevivir penosamente dejando atrás al resto. Podemos comer molletes con aceite una vez al año y aprendernos las letras del carnaval de Cádiz, pero el sentimiento andaluz es algo mucho más profundo que, desgraciadamente, está unido al sufrimiento y la solidaridad. En nuestra mano está ser el alegre y fervoroso basurero de Europa o convertirnos de una vez en una tierra con futuro de la que nadie tenga que irse. Menos gritar que viva Andalucía, y más conseguir que Andalucía viva.

AUTOR > Joaquín Urías. Es profesor de Derecho Constitucional. Exletrado del Tribunal Constitucional.

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UCRANIA, AÑO TRES (I): Ucrania pierde la guerra. Negociar una paz con concesiones territoriales a Rusia parece la única manera de acabar con la matanza. Por Rafael Poch 24/02/2024

UCRANIA, AÑO TRES (I)

Ucrania pierde la guerra

Negociar una paz con concesiones territoriales a Rusia parece la única manera de acabar con la matanza. Cuanto más tarden en reconocerlo, peor será

Rafael Poch 24/02/2024

Foto: Atardecer rojo en el Dnieper. / Arjip Kuinzhi


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El primer capítulo del opúsculo que compuse para CTXT el mismo día de la invasión de Ucrania, hace dos años, se titulaba “Hacia una quiebra en Rusia”. En él abundaba en las contradicciones del régimen autocrático ruso. Sin negar la importancia futura de esas contradicciones, la realidad es que dos años después, Rusia, su régimen y su economía, presentan una solidez evidente y que hoy el capítulo se titularía “Hacia una quiebra en Ucrania”. Menciono ese error del año 1 como advertencia sobre los que puedan deslizarse en mi actual apreciación del año 3. No hay nada más imprevisible y cambiante que la guerra.

La realidad es que los rusos tienen la iniciativa militar y están completando y ordenando poco a poco la línea de frente

El recién depuesto jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, el general Valeri Zaluzhny, definió en diciembre la situación en el frente como “estancada”. No me parece real. La realidad es que los rusos tienen la iniciativa militar y están completando y ordenando poco a poco la línea de frente. La toma de Avdiivka, el pasado fin de semana, es considerada importante por los expertos militares rusos y occidentales y, entre otras cosas, aleja la capacidad ucraniana de bombardear la ciudad de Donetsk con artillería que cada semana se cobra vidas de civiles, aunque aquí no se informe de ello. Si bien hasta ahora la táctica rusa ha sido más de desgaste del adversario que ofensiva, no hay que descartar movimientos ofensivos hacia Jarkov y Odesa.

Estados Unidos y la Unión Europea ya han gastado más de 200.000 millones de dólares en la guerra. En diciembre, Zaluzhny pidió al secretario de Defensa americano otros 350.000 o 400.000 millones para conseguir la “victoria”. Eso no parece tener ningún futuro.

Incluso si prosperara el paquete de 60.000 millones para Ucrania atascado en el Congreso de EEUU, es evidente que la próxima administración cerrará el grifo

El hecho es que la ayuda occidental en armas, munición y dinero está menguando y parece que lo hará aún más. Incluso si prosperara el paquete de 60.000 millones de dólares para Ucrania atascado en el Congreso de Estados Unidos, es evidente que la próxima administración, sea demócrata o trumpista, cerrará el grifo y le pasará el muerto a la Unión Europea, mientras ellos se concentran en Israel, Irán y China. De esa forma, si la guerra termina en desastre para Ucrania, Washington (con los países del Este de Europa haciendo coro) podrá echarle la culpa a Alemania por ayudar de forma insuficiente a Kíev. En cualquier caso, el futuro de Ucrania se decidirá en Washington y Moscú. Y desde luego, no en Berlín o Bruselas.

En el invierno de 2022, la invasión rusa fortaleció la consolidación nacional ucraniana vinculada a la victoria contra el invasor. Ahora esa victoria es mucho más incierta, lo que se está reflejando en la moral. Las encuestas disponibles sugieren que el deseo de victoria sigue siendo alto, pero que cada vez hay menos disposición a morir por ella, como dejan patente las dificultades de reclutamiento. Es natural que así sea, teniendo en cuenta que ha habido una carnicería espantosa, con centenares de miles de muertos, heridos y amputados (también del lado ruso, pero la diferencia poblacional actúa a favor de Moscú), la escasez de conscriptos, la perspectiva de más derrotas en el frente y la disminución de la ayuda occidental.

El cese del general Zaluzhny, seguramente el personaje más popular en Ucrania, ha erosionado el prestigio de Zelensky

La tendencia hacia la derrota contribuye, lógicamente, a acentuar las divisiones y los ajustes de cuentas en Kíev. El sobrado exconsejero de Zelensky, Aleksei Arestovich, cuyas críticas eran cada vez más frontales, ha fijado su residencia en Suiza. El cese del general Zaluzhny, seguramente el personaje más popular en Ucrania, ha erosionado el prestigio de Zelensky. A las veinticuatro horas de conocerse, el apoyo al presidente había caído un 5%. Según una encuesta de esta semana, citada por el sociólogo Volodimir Ishchenko, el 43% de los ucranianos (en la zona bajo control del gobierno) no quieren que Zelensky se presente para un segundo mandato.

El prestigio de Zelensky se sostiene sobre su objetivo de “victoria total”, es decir, la expulsión del invasor ruso de todo el territorio ocupado y anexionado a la Federación Rusa, Crimea incluida. Al parecer también la Unión Europea, por lo menos de boquilla, apoya tal objetivo (en Estados Unidos, mucho menos), cuya imposibilidad se hace cada vez más evidente.

El problema es que nadie se atreve a decir en Kíev que un arreglo con Rusia que mantenga el 80% del territorio nacional ucraniano podría considerarse una

En esa situación, negociar una paz con concesiones territoriales a Rusia y neutralidad para Ucrania parece la única manera de acabar con esta matanza. En su guerra de invierno contra la URSS, Finlandia perdió el 11% de su territorio nacional, gracias a lo cual se alejó la frontera de Leningrado y pudo mantenerse la dramática defensa de la ciudad tras la invasión alemana de 1941. Después de la guerra, Finlandia convivió con la URSS con un estatuto neutral que no le fue nada mal. El problema es que hoy nadie se atreve a decir en Kíev (ni desde luego entre los expertos de la lamentable Unión Europea) que un arreglo con Rusia que mantenga el 80% del territorio nacional ucraniano, con garantías de seguridad y compromiso de neutralidad, podría considerarse perfectamente una victoria para Ucrania. La tesis de los políticos europeos y sus expertos es el mantra de que “si Putin gana en Ucrania, luego se meterá con el Báltico, Polonia, o Moldavia”, pese a que la propia campaña ucraniana y las dificultades que Rusia ha encontrado en ella son el mejor desmentido.

Tal como están las cosas, admitir un arreglo como el mencionado supondría el fin de Zelensky y, quizás, la entrada en escena de algún militar realista de prestigio. El ambiente de tensión y rivalidad entre Zelensky y Zaluzhny podría estar relacionado con eso. En cualquier caso, cuanto más tarde Kíev en reconocer la posibilidad de un acuerdo de ese tipo con cesión de territorios, peor será su posición negociadora y la de sus padrinos occidentales. Durante años, no pocos expertos y políticos ucranianos del área etnonacionalista afirmaron que Ucrania solo podría ser un “país de verdad” el día que los rusofilos del este y del sur se fueran del país. La anexión rusa, y la terrible matanza desencadenada, hacen posible ahora ese escenario.

Un pronóstico del año pasado que me sigue pareciendo válido es el de que “Ucrania pierde la guerra, pero Rusia no la gana”, porque es muy posible que la anexión de los nuevos territorios a la Federación Rusa no sea estable. Lo que quede de Ucrania se encargará de organizar la inestabilidad en esos territorios ocupados con la ayuda de la OTAN, obligando a establecer en ellos administraciones policiales y “antiterroristas” rusas con la panoplia habitual de violencia, atentados, tortura y desaparecidos. Depende del cómo, se creará un gran terreno para desarrollar los atentados, ataques y asesinatos personales de los servicios secretos ucranianos con ayuda occidental, en especial británica, contra personalidades rusas y “colaboracionistas” (periodistas como Daria Dúguina y Vladlen Tatarski, y diputados como Ilia Kiva, entre muchos otros), tanto en esos nuevos territorios incorporados como en el conjunto de Rusia. Todo eso podría endurecer sobremanera el clima político interno en el país y convertir una situación más o menos congelada en un cáncer para Rusia.

AUTOR > Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.

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UCRANIA, AÑO TRES (II). La transformación de Rusia: Cómo la pelea entre capitalistas ‘sovietiza’ a sus dirigentes. Por Rafael Poch 27/02/2024

UCRANIA, AÑO TRES (II)

La transformación de Rusia
Cómo la pelea entre capitalistas ‘sovietiza’ a sus dirigentes

Rafael Poch 27/02/2024

<p>Ilustración que caricaturiza el enfrentamiento entre Rusia y la OTAN.</p>

https://ctxt.es/es/20240201/Firmas/45683/Rafael-Poch-guerra-de-Ucrania-geopolitica-Rusia-capitalismo-occidente-bloques.htm#md=modulo-portada-bloque:4col-t2;mm=mobile-big

Aunque en otro sentido al que manejan todos los papagayos que aparecen en este vídeo, es verdad que el motivo de la guerra no es la OTAN, ni el avance de la OTAN. La geopolítica del asedio a Rusia no es causa, sino consecuencia del choque de intereses entre dos capitalismos.

En los años noventa, las élites postsoviéticas se dedicaron a enriquecerse a través de la depredación del patrimonio nacional. Sociológicamente, se reciclaron de casta administrativa a clase propietaria. Yo llamo a eso “la reconversión social de la estadocracia” (la “nomenklatura”, por usar un término más familiar pero mucho menos preciso de aquella casta estatal soviética).

Los amos de Rusia esperaban homologarse con sus colegas occidentales. Estaban convencidos de que Occidente les iba a dejar entrar en la globalización capitalista como socios ‘libres e iguales’. Habían olvidado todo aquello por lo que sus abuelos hicieron la revolución en busca de una solución al problema del desarrollo capitalista desigual que empujaba al Imperio Ruso de principios del siglo XX a convertirse en una especie de gran potencia colonizada. Consideraban que la revolución de 1917 había sido un accidente histórico y que con la URSS su país se había apartado de la ‘civilización’ a la que ahora regresaban.

Los amos de Rusia esperaban homologarse con sus colegas occidentales

Moscú quería ser Nueva York, París o Londres, pero lo que la globalización capitalista ofrecía era Buenos Aires, São Paulo o Bombay: un estatuto subalterno y dependiente en el que la ‘Tercera Roma’ (Moscú en la ideología imperial abrazada en el siglo XVI) debía renunciar a su identidad secular y realidad de gran potencia, con su nueva burguesía en el papel de mera intermediaria en el comercio internacional de las materias primas de las que Rusia es número uno mundial.

Los años noventa fueron época de enormes posibilidades de enriquecimiento privado para unos pocos, y de miseria y colapso demográfico para la mayoría En el ámbito internacional, fueron tiempos de humillación e impotencia con la ampliación de la OTAN y el apoyo occidental al secesionismo en Rusia, mientras el ejército ruso era batido en el Cáucaso por varios miles de guerrilleros chechenos.

En un mundo sin respeto a los débiles, ¿quién iba a respetar los ‘intereses rusos’ ante aquel espectáculo? En los noventa, los intereses rusos (en realidad los de la élite dirigente) consistían en llenarse los bolsillos a través de la privatización. Lo del orgullo y la ambición de gran potencia iba por detrás de lo principal: el enriquecimiento personal y del grupo.

Una vez realizada con éxito la reconversión social de la casta dirigente, con Putin comenzó el restablecimiento de la potencia rusa, y con ello el choque con el capitalismo realmente existente. La élite rusa cayó del caballo y comenzó a elaborar un plan para hacerse respetar por ese Occidente que nunca entendió muy bien los procesos internos de Rusia ni sus realidades. El primer paso fue subordinar a los oligarcas a la autoridad del Estado. En 2003 uno de ellos, Mijaíl Jodorkovski, propietario de la petrolera Yukos, que quería meter a las empresas americanas en el sector energético y se vanagloriaba de que gastándose 10.000 millones de dólares podría desplazar a Putin de la presidencia del país, fue detenido y encarcelado diez años.

Hoy, la élite depredadora rusa está formada por capitalistas políticos

Hoy, la élite depredadora rusa está formada por capitalistas políticos, es decir por un grupo social que extrae su ventaja competitiva de los beneficios que obtiene de su control del Estado. Para eso necesita que el capital global le reconozca su coto privado en Rusia y en su entorno geográfico. Por ejemplo: el sector energético ruso es propiedad ‘nacional’ controlada por Rusia, es decir, por los propietarios del Estado ruso. Los oligarcas rusos son objetos subordinados del Estado, como la nobleza rusa lo fue de la autocracia zarista. (No son peores, pero son diferentes a sus homólogos occidentales).

En el entorno geográfico de Rusia, debe reconocerse un dominio, o como mínimo un condominio, en el que los intereses de la clase capitalista rusa sean tenidos en cuenta y respetados por el capital transnacional occidental.

Para la élite depredadora occidental eso es inadmisible. Sus compañías, a las que los gobiernos están supeditados, no admiten ningún ‘coto’. Los recursos naturales de Rusia deben ser abiertos a la rapiña del capital global y los capitalistas políticos rusos deben convertirse en una mera clase compradora, subalterna e intermediaria. Pero la élite rusa no acepta ese papel. Y así se produce el conflicto.

Es decir, si el capital occidental hubiera tenido libre acceso al control de los recursos energéticos y minerales de Rusia, y si en ese negocio la élite rusa se hubiera conformado con un papel subalterno y solícito hacia los intereses extranjeros, no habría habido ampliación de la OTAN, ni se hubiera excluido a Rusia ni demonizado al régimen de Putin, cuyas conocidas fechorías y defectos no lo hacen peor sino bastante mejor que el de otros países “amigos”, como Turquía o Arabia Saudí, y, desde luego, mucho menos criminal en su comportamiento internacional que las potencias occidentales que han ocasionado más de cuatro millones de muertos y 38 millones de desplazados en sus guerras e intervenciones tras el 11S neoyorquino, según el magnífico trabajo Cost of Wars de la Universidad Brown de Estados Unidos.

Así que todo esto se aclara mucho si se lee en el marco de un conflicto en el que unos intentan que se reconozca su coto ‘geoeconómico’, lo que el Kremlin designa como “nuestros legítimos intereses”, mientras que los otros no lo admiten porque su coto es el mundo entero y Rusia y su entorno no pueden ser excepción.

Lo más interesante de todo esto es ¿cómo transforma, cómo transformará, cómo está transformando, este conflicto a la élite rusa, al régimen bonapartista ruso y a la sociedad rusa en su conjunto?

La pelea entre el capitalismo globalista transnacional occidental y el capitalismo político ruso, así como la negativa a tratar a la élite rusa como una igual en el club global de los depredadores, está empujando a Moscú a cierta ‘sovietización’; a cambiar el contrato social en política interior con más distribución, más control estatal, más keynesianismo y menos mercado, y, ciertamente, con más represión. De puertas afuera, se hace más énfasis en el anticolonialismo, antioccidentalismo, potenciando el papel de los BRIC’s, de las relaciones con África, América Latina y por supuesto Asia.

La pelea contra el capitalismo globalista transnacional occidental está empujando a Moscú a cierta ‘sovietización’

El resultado es tan pintoresco como observar al presidente Putin, un decidido conservador, anticomunista y partidario de la economía de mercado, elogiando a Fidel Castro, el Che Guevara y el presidente Allende, en su último discurso ante el foro latinoamericano celebrado en Moscú en septiembre de 2023. O al secretario del Consejo de Seguridad, Nikolái Pátrushev, un cuadro del KGB, arremetiendo contra “el proyecto colonial-imperialista occidental” y su “civilización depredadora”, y ofreciendo al mundo, especialmente al sur global, la “vía alternativa” de Rusia. Esta transformación está ocurriendo ahora y debe ser observada con la máxima atención.

Todo esto puede resultar bastante desconcertante viniendo de personajes tan conservadores y poco izquierdistas como los actuales dirigentes rusos, pero de alguna forma esa fue la paradoja de la URSS: una superpotencia autocrática y tiránica en lo político, conservadora y tradicionalista en muchos aspectos, y al mismo tiempo, igualitaria y niveladora en lo social, y fundamental por su papel de contrapeso al hegemonismo occidental en el mundo.

La Rusia de hoy no es, ni será, la URSS de ayer, pero la lógica de la pelea entre el capitalismo subordinado al Estado característico de Rusia y el capitalismo transnacional occidental, está dando lugar a una transformación de gran importancia para el conjunto del mundo.

AUTOR > Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania  de la eurocrisis.

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Askatasuna, la vía libertaria del independentismo vasco. El anarquismo, junto con el independentismo vasco, se presentaban como los principales escollos contra la operación gatopardiana de la Transición. Por Angelo Nero, 2/12/2023

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Askatasuna, la vía libertaria del independentismo vasco

Mikel Orrantia con un ejemplar de Askatasuna en su casa de Forua Unai Aranzadi.

El anarquismo, junto con el independentismo vasco, se presentaban como los principales escollos contra la operación gatopardiana de la Transición.

Por Angelo Nero | 2/12/2023

Askatasuna (libertad) fue el nombre de un colectivo libertario fundado por exiliados vascos en Bruselas, en 1971, por militantes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), el histórico sindicato anarquista que tanta importancia tuviera en la Segunda República, y del que el colectivo fue expulsado en 1978, tras el intento de crear una sección vasca de la AIT. Askatasuna era también el nombre de la revista que editaban, desde donde defendían la independencia de Euskadi, desde una óptica libertaria, y que en 1976, tras la muerte del dictador, pasó a editarse en Bilbao, teniendo cierto eco en el estado español, sobretodo a raíz de las Jornadas Libertarias Internacionales, celebradas en Barcelona, en junio de 1977. El 2 de julio se celebró en Montjuich un mitín de la CNT-AIT, en la que participaron 300.000 militantes y simpatizantes anarquistas.

Mikel Orrantia, fundador y director de la revista Askatasuna, hablaba así de su experiencia para la revista El Estornudo: “Bruselas, 1970. Este fue el lugar y el año de su fundación. Una cantidad ingente de personas que salen de la militancia en ETA o sus entornos se encuentran en el exilio. Muchas de ellas se encontraban en la ciudad de Lovaina, en torno a su universidad, y en la de Bruselas. En mi caso trabajaba y estudiaba. Mi compañera, yo y otros compañeros habíamos tenido problemas con ETA porque propusimos alternativas orgánicas y estratégicas que no cayeron bien en las direcciones hegemónicas de la organización, en aquel momento nacionalista y trotskista. Esos debates para mí supusieron una puesta en cuestión del marxismo-leninismo muy profunda, sobre todo después que llegué a la universidad de Bruselas. Todo esto me hizo tomar un camino diferente. Ese camino acabó siendo el anarquismo. Pero, quizá por mi manera de ser, siempre ha sido un anarquismo crítico y novedoso.

El anarquismo, junto con el independentismo vasco, se presentaban como los principales escollos contra la operación gatopardiana de la Transición, y fue objeto de numerosos montajes mediáticos y policiales, el más grave de todos el Caso Scala, en enero de 1978, que asestó un golpe mortal al sindicalismo anarquista. Pero hubo atentados no tan conocidos, pero también significativos, como el que sufrió la redacción de la revista Askatasuna.

Así lo reflejaba el diario El País, en un artículo firmado por el periodista Jesús Cebeiro, en Bilbao, el 25 de agosto de 1978, con el titular: “Atentado en Bilbao contra la revista libertaria «Askatasuna», y que hacía una crónica pormenorizada del atentado.

Dos latas de gasolina bastaron para que, a las cinco de la madrugada, quedase destruida en Bilbao la sede de la revista Askatasuna, vinculada a un grupo libertario, que se autodefine como anarcocomunista. Los afectados atribuyen el atentado a la extrema derecha, concretamente a los Guerrilleros de Cristo Rey, que les habían amenazado en varias ocasiones.

Todo parece indicar que las latas de combustible, de cinco litros cada una, habían sido introducidas por encima de la puerta (calle de Bertendona, 2), a través de unas rejas de cristal que sirven de ventilación. Los vecinos de los pisos superiores avisaron a los bomberos, sin que éstos pudieran hacer otra cosa que inundar de agua un local ya destrozado para evitar al menos que el fuego se transmitiese a los pisos superiores.

Las pérdidas se sitúan por encima de los cinco millones de pesetas. A primera vista puede decirse que todo quedó inservible: desde las máquinas de escribir de la redacción hasta los archivos recopilados durante ocho años con todo tipo de publicaciones, pasando por las listas de suscriptores y, sobre todo, la maquinaria industrial. Dos aparatos de offset, un laboratorio reprográfico y una fotocopiadora de planos se encuentran entre el material destruido.

«Sólo la maquinaria de la imprenta -manifestó uno de los afectados- nos costó unos cuatro millones y casi la mitad estaba aún sin pagar, con letras firmadas a título particular.» La imprenta realizaba tres tipos de trabajos: industriales, publicaciones de grupos marginados y la edición de su propia revista, Askatasuna.

Instalados en este local desde marzo del pasado año habían editado veintitrés números de su revista, el último dedicado a la represión en Euskadi y a los sucesos de julio. El fuego se llevó, entre otras cosas, todo el stock de papel, las maquetas del próximo número y un ejemplar monográfico dedicado al alcoholismo.

Cuatro familias malvivían de las pocas rentas que dejaba la imprenta. Varias decenas más colaboraban ocasionalmente. En este año y medio les habían llovido amenazas con las más variadas firmas de la extrema derecha. Desde el primer aviso que les dejaron en la pared los Guerrilleros de Cristo Rey hasta ese otro vas a morir, perro anarco.

Como ayer era fiesta en la capital vizcaína, la gente prefirió volver a sus casas o continuar la juerga, por lo cual no había nadie en el local en el momento de declararse el fuego. Fue la policía la que encontró a alguno de ellos cuando en el local no quedaba más que papel chamuscado, máquinas inservibles y unas pocas revistas. La respuesta de las comparsas de Bilbao no se ha hecho esperar. En cada una de las casetas instalaron cajas de apoyo económico y carteles explicativos, al mismo tiempo que desviaban el recorrido del desfile para pasar ante el local destruido. Los de Askatasuna fueron los primeros en pedir que la fiesta continuase por medio de un cartel exhibido ayer durante el desfile, con el siguiente texto: «Hoy a las cinco los fachas han incendiado los locales de Askatasuna (cinco millones de pérdidas). Siga la fiesta. Ya arreglaremos luego.»”

El diario Egin, editó un numero especial de Askatasuna, al mes siguiente, como respuesta al atentado y en solidaridad con el colectivo que había sufrido el atentado de la ultraderecha, imprimiendo 25.000 ejemplares de la revista libertaria, que inició una nueva etapa en la que iniciaría un acercamiento a Herri Batasuna, al que dio su apoyo crítico, durante un año más, hasta que Askatasuna entró en una deriva cercana al eurocomunismo y desapareció en 1980.

Nuestro acercamiento al sector abertzale viene de lejos; quizá se puede marcar un punto de inflexión cuando la quema de nuestro local, puesto que el apoyo que recibimos fue fundamentalmente por parte de los sectores radicales vascos y no tanto de otros lugares del Estado; también puede marcarse como factor de acercamiento la necesidad sentida en Euskadi de formar un bloque amplio de apoyo de las luchas radicales, especialmente a partir de las manifestaciones «antiterrorismo» del 28 de octubre pasado; de esta necesidad ampliamente sentida es desde donde se consolida y populariza Herr Batasuna que, en principio no era más que la coalición de los partidos abertzales opuestos a una salida reformista —reforma UCD— en Euskadi.” Declaraban en octubre de 1979 los responsables de Askatasuna a la Revista de Comunicaciones Libertarias La Bicicleta.

En la hemeroteca de El País, también hay otra noticia relacionada con Askatasuna, firmada por el periodista y ex militante de ETA, Patxo Unzueta, que el 7 de junio de 1979, escribía una pequeña pieza titulada: “Secuestrada la revista libertaria Askatasuna.”

Por orden del Juzgado número 2 de la Audiencia Nacional ha sido secuestrado el número cero de la revista libertaria vasca Askatasuna. Este era el primer número publicado tras la destrucción de la imprenta en que se editaba, en un atentado reivindicado en agosto de 1978 por un comando ultraderechista.El número cero de la publicación, difundido a partir de la primera semana de mayo, contenía en sus páginas, entre otros, un artículo titulado «ETA: la lucha armada revolucionaria ».”

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Implicaciones históricas, literarias y léxicas del exilio en España: 1700-1833

Javier Sánchez Zapatero
(Universidad de Salamanca)

https://www.um.es/tonosdigital/znum15/secciones/estudios-30-Exilio1700-1833.htm

Resumen

Durante el siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX, las convulsiones políticas y los continuos enfrentamientos bipolares provocaron la constante repetición del fenómeno del exilio, que afectó a diversos sectores de la sociedad española. Este artículo repasa las circunstancias históricas rodearon a esos desplazamientos masivos de población, así como sus implicaciones léxicas, y estudia de qué forma se enfrentaron los escritores al exilio. Asimismo, analiza de qué modo sus obras quedaron marcadas por la especial situación vital sufrida por sus autores.

Palabras clave: Historia del siglo XVIII, Exilio, Escritor exiliado.

Abstract

During the 18th century and the first years of the 19th century, the political convulsions and the continuous two-pole clashes caused the constant repetition of the phenomenon of the exile, which concerned diverse sectors of the Spanish society. This article revises the historical circumstances of the massive displacements of population, as well as it lexical implications, and it studies the literature of exiled writers as a literary reaction to their particular context situation.

Key words: History of 18th century, Exile, Exiled writer.

1. El exilio en la historia de España

El fenómeno del exilio se ha repetido casi sin excepciones en todos los periodos de la historia de España, en la que diferentes grupos sociales y políticos se han visto afectados por él.

La expulsión de los judíos en 1492, que culminó una serie de decisiones discriminatorias anteriores, supuso el primer gran éxodo de la historia de España, en la que, de todos modos, el fenómeno del exilio estaba ya plenamente configurado, como lo demuestra la existencia incluso de un modelo literario en el Poema de Mío Cid. La diáspora, unida al fin de la Reconquista, a la consiguiente pérdida de territorios musulmanes en la península y a la unión de los reinos de Castilla y Aragón por la relación matrimonial de sus reyes, provocó la consolidación de la unidad del país y de la constitución del Estado moderno español. Según el historiador hebreo Isidore Loeb (vid. Llorens, 1977a, pp. 27-28), se vieron obligados a abandonar el país un total de 165.000 individuos, burgueses en la mayoría de los casos, que hubieron de dispersarse por Europa. Para poder explicar la forzosa marcha de la población judía se ha de tener en cuenta que el incipiente concepto de nacionalidad española se basaba en la época en la identificación entre la unidad política y la unidad religiosa. El nacimiento del Estado español se sustentó en el catolicismo, como queda demostrado con el sobrenombre de “Reyes Católicos” con el que han pasado a la historia los monarcas Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. El hecho de que la configuración nacional se construyese sobre la base del exilio provocó, como ha señalado José Luis Abellán, que la expulsión “del otro” se convirtiera en constante de la historia de España:

“La constitución de la nacionalidad española se construyó sobre una base estructural que, al identificar unidad política y unidad religiosa, propiciaba los exilios” (Abellán, 2001, p. 17).

Esta identificación no sólo provocaría el desarrollo de lo que se ha denominado “mentalidad inquisitorial” –que, grosso modo, implicaría el castigo de todo aquel considerado diferente-, sino también la progresiva eliminación de las minorías religiosas. Durante el siglo XVI, y en el contexto de la Reforma protestante, los mecanismos de expulsión y exterminio de todo tipo de disidencia católica afectaron a todos aquellos acusados de desviaciones heterodoxas. A pesar de que las capitulaciones firmadas en 1492 aseguraban el respeto de su religión y sus costumbres, los moriscos que permanecieron en España tras la toma de Granada por los Reyes Católicos sufrieron también los efectos de esta política, que, planteada por las autoridades de forma maniquea y excluyente, tensó al máximo las relaciones sociales. Vicente Llorens explicó así esta situación, que desembocó en la expulsión definitiva del pueblo morisco en 1609:

“A principios del siglo XVII, los moriscos de los reinos de España, aunque sometidos, seguían formando un cuerpo extraño a la nación. Y como la unidad política-religiosa constituía cada vez con más fuerza el principio fundamental de la monarquía española, es comprensible que el problema no hubiera de solucionarse mediante fórmulas conciliatorias” (Llorens, 1967, p. 39).

Alrededor de 300.000 moriscos abandonaron el país durante la primera mitad del siglo XVII. El norte de África fue el principal destino para una masa social de carácter eminentemente obrero y rural cuya marcha, unida a la de los judíos un siglo antes, trastocó gravemente las capas sociales productivas y generadoras de riqueza.

Exceptuando el exilio masivo que trajo consigo el final de la Guerra Civil, que afectó a más de medio millón de personas[1] y se convirtió en la diáspora de mayor importancia cuantitativa de la historia del país, los más notables desplazamientos forzosos de población de la historia del país tuvieron lugar en los siglos XVIII y, sobre todo, XIX, un periodo “marcado por una serie ininterrumpida de guerras civiles, pronunciamientos y conspiraciones (…) [que] determinarían sucesivas oleadas de exiliados españoles” (Asín Remírez de Esparza, 1988, p. 61) que afectarían a diversos grupos políticos e ideológicos. De todos modos, y a pesar de que sus gigantescas dimensiones han oscurecido otros desplazamientos de población y han provocado la asociación del término “exilio” a la huida masiva de simpatizantes del gobierno legítimo durante y después de la contienda que asoló España entre 1936 y 1939, el éxodo republicano no fue el único que se produjo durante el siglo XX. Así, durante la dictadura de Primo de Rivera, el destierro fue utilizado como elemento disuasorio del enfrentamiento político, como ejemplifica el caso de Miguel Unamuno, confinado durante varios años a la isla canaria de Fuerteventura.

2. Concepto y etimología de exilio

A pesar de esta constante presencia histórica, el uso del término “exilio”, así como de su derivado “exiliado”, es de muy raro uso en español hasta 1939. Según el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico (DCECH) de Joan Corominas y José Antonio Pascual[2], la palabra, procedente de la voz latina exsilium (“destierro”), derivada a su vez de exsilire (“saltar afuera”), reactivó su uso por influjo del término catalán exili y del francés exil, utilizados para referirse a la marcha de miles de simpatizantes republicanos durante y después de la Guerra Civil Española.

Hasta entonces, “exilio” siempre había sido empleado como sinónimo de “destierro”. De hecho, aunque figura desde el principio en las sucesivas ediciones del Diccionario de la lengua de la Real Academia Española (DRAE) marcado como “de raro uso”, hasta el siglo XIX el término careció de definición propia, remitiendo hasta entonces a “destierro”, definido a su vez como “pena que consiste en expulsar a una persona de lugar o territorio determinado, para que temporal o perpetuamente resida fuera de él”[3]. Esta práctica punitiva se aplicaba ya en la antigua civilización griega, siendo codificada siglos más tarde por el Derecho Romano. Podía ser temporal (fygé), con una duración media que solía rondar los diez años, o definitiva (aeifygía).

“Destierro” es el término más usado para designar la pena de expulsión, siendo registrada su utilización en 1216 documentos del Corpus Diacrónico del Español (CORDE) de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), casi diez veces más de los que contienen “exilio”. La adquisición de la conciencia nacional gracias a las ideas románticas de principios del siglo XIX provocó la generalización de la palabra “expatriación” para referirse al castigo, que siguió utilizándose como elemento disuasorio del enfrentamiento político hasta la finalización, en 1930, de la dictadura del general Primo de Rivera.

Durante los siglos XVIII y XIX, la palabra que designaba a lo que actualmente se conoce como “exilio” –es decir, a la marcha del país como fruto de una decisión libre adoptada por considerar insoportable en él la convivencia o imposible la vida en libertad- era “emigración”. El término “emigración” fue introducido en la lengua española a través del francés émigré[4] y de la experiencia histórica de la Revolución Francesa. Durante los años posteriores a 1789, huyeron de Francia numerosas personas perseguidas por las autoridades revolucionarias, al tiempo que se refugiaban en el país galo simpatizantes de la Revolución –algunos de ellos españoles, como José Marchena- expulsados de sus países de origen. Como España fue uno de los principales destinos de los franceses que huían, especialmente de los llamados “curas refractarios”, el sustantivo “emigrado” se introdujo para referirse a ellos poco después de los sucesos revolucionarios, en torno a 1790-1791, aunque hasta 1884 no fue recogido en el Diccionario de la Lengua. Antonio Alcalá Galiano, una de las figuras intelectuales de la época que hubo de expatriarse, señalaba lo siguiente al evocar la palabra “emigración”, cuya consolidación en el léxico del español se vio favorecida, como ya ha sido apuntado, por el devenir de los acontecimientos políticos del siglo XIX:

“La voz emigración, aplicada a los que, o desterrados o huyendo del peligro de padecer graves daños por fallos de Tribunales, o por la tiranía de los soberanos o Gobiernos, o de las turbas, se refugian en tierra extraña, es nueva, y comenzó a estar en uso para señalar con un dictado al conjunto de hombres que, de resultas o de reformas, (…) o de excesos atroces, y de una persecución feroz, huyeron de su patria” (Alcalá Galiano, 2004, p. 206).

La estabilidad política que dio al país el periodo de la Restauración (1875-1885), auspiciado por Cánovas del Castillo y refrendado por el monarca Alfonso XII, y la gran corriente migratoria a América provocaron el paulatino desplazamiento semántico de “emigración” –y de todos sus derivados-, cuyo significado perdió el contenido político para pasar a referirse a un fenómeno eminentemente económico[5].

Sólo a partir de la contienda bélica iniciada en 1936 se consolidó el uso del término “exiliado” –que hasta entonces sólo se aplicaba, de forma muy limitada, a aquellos que sufrían penas de destierro-, limitando ya definitivamente el uso de “emigrado” a aquellos casos en que la salida del país se produce por causas voluntarias, relacionadas con el deseo de medrar o, frecuentemente, la necesidad de subsistir. A partir de ese momento, se considera el exilio no tanto una marcha impuesta por los poderes jurídicos del país como una salida provocada por el miedo a ser perseguido y apresado por motivos políticos o por la imposibilidad de vivir en libertad y con plenos derechos. De ahí que actualmente haya unanimidad en definir al exiliado como la “persona que se ve obligada a salir o a permanecer fuera de su país a raíz de un bien fundado temor a la persecución por motivos de raza, credo, nacionalidad o ideas política (…) [y que] considera que su exilio es temporal –a pesar de que pueda durar toda la vida-, deseando regresar a su patria cuando las condiciones lo permitan -pero incapaz o no dispuesto a hacerlo si persisten los factores que lo convierten en un exiliado-” (Da Cunha-Giabbai, 1992, p. 15).       

3. El exilio en los siglos XVIII y XIX: repercusiones literarias

Al igual que ocurrió en el resto del mundo occidental, los siglos XVIII y XIX supusieron el periodo en el que el exilio se configuró definitivamente como arma política al servicio del poder. Desde los inicios del periodo dieciochesco hasta el final del reinado de Fernando VII, límite temporal de estudio de este artículo, el exilio afectó a prácticamente todos los grupos de población de la sociedad española, siendo muy destacado el número de intelectuales y artistas que hubieron de sufrirlo.

La progresiva consolidación de una esfera de debate público en las sociedades occidentales a partir del siglo XVIII, motivada por la gestación de una masa lectora burguesa, provocó que los escritores adquiriesen una función social –incluso política en muchas ocasiones- en la sociedad y que sus opiniones formaran parte del espacio público (Haberlas, 1981, 60-135). La producción literaria pasó a configurar así, tanto por lo dicho como por lo callado, el posicionamiento de sus creadores ante la realidad social. La palabra del intelectual comenzó a ser temida por el poder, al convertirse en una potencial amenaza para él, al haberse convertido su figura pública en “conciencia y guía de una sociedad en la que se tambalean las instituciones portadoras de valores” (Guillén, 1995, p. 140).

Junto a este nuevo rol intelectual, la repetición de pronunciamientos e insurrecciones armadas y los consiguientes cambios de gobierno que caracterizan buena parte de esta época de la historia española explican que la figura del “emigrado” se convirtiera en la época en un personaje prototípico, tal y como ha apuntado Juan Francisco Fuentes:

“El emigrado español es (…) una figura insoslayable del paisaje humano del siglo XIX, dentro y fuera de España, como expresión dramática de una época marcada por un sinfín de revoluciones, contrarrevoluciones y guerras civiles” (Fuentes, 2002, p. 55).

De hecho, uno de los cuadros costumbristas incluidos en la publicación Los españoles pintados por sí mismos se ocupa del tipo social del “emigrado”, lo que atestigua la importancia de éste como actor social en la época. En él se dice que “emigrado (…) es el hombre que no puede residir en la patria bajo la protección de la ley común” (De Ochoa, 1992, p. 316).

3.1. La Guerra de Sucesión

Los inicios del siglo XVIII en España, de hecho, estuvieron marcados por el conflicto, y el consiguiente exilio, que supuso la Guerra de Sucesión, cuya existencia demuestra la imposibilidad de prescindir del binomio de las “dos Españas” para comprender la historia y la evolución del país:

“Las ‘dos Españas’ (…) son el producto intelectual de sectores encontrados de la sociedad española, uno de los cuales se arroga la pretensión de ser el único válido, pretensión a partir de la cual le niega al otro el pan y la sal” (Abellán, 2001, p. 35).

El enfrentamiento irreconciliable entre los partidarios del archiduque Carlos y de Felipe de Anjou, que tras la victoria de su ejército terminaría reinando como Felipe V, no hace sino poner de manifiesto la imposibilidad de acuerdo entre las diversas formas de interpretar la situación del país y gestionarla, convertida con el tiempo en constante del desarrollo del país. El odio que los partidarios de los dos pretendientes al trono llegaron a sentir por toda idea de España diferente a la suya motivó la imposibilidad de convivencia una vez terminado el conflicto, pues, como ha señalado José Luis Abellán, “si hay dos principios –el Bien y el Mal- luchando a muerte, ambos deben encarnarse en sus respectivos representantes personales” (Abellán, 2001, p. 32), con lo que resultaba inaceptable que partidarios de quien era considerado defensor del mal fuesen incluidos en el proyecto colectivo nacional liderado por su acérrimo enemigo. De ahí que, al terminar la guerra en 1715, seguidores del archiduque Carlos –procedentes de Aragón, Cataluña y Levante casi todos- abandonasen el país. De entre todos ellos destacó la figura de Antonio Folch y Cardona, arzobispo de Valencia que hubo de instalarse en Valencia y que fue nombrado consejero áulico y presidente del Consejo de España e Italia, es decir, presidente del gobierno español en el exilio. Su designación supone, por tanto, el precedente de lo que había de suceder más tarde: el mantenimiento de las instituciones republicanas en el destierro tras una guerra civil y la consiguiente expatriación del partido derrotado.

3.2. La expulsión de los jesuitas

Las tensiones político-religiosas provocaron la expulsión, en la segunda mitad del siglo XVIII, de la orden de los jesuitas, acusados de servir a la curia romana en detrimento de las prerrogativas regias, de fomentar las doctrinas probabilísticas y de ser causantes, fomentando actos de protesta como el motín de Esquilache, de la inestabilidad social del país. La orden de expulsión fue dictada por Carlos III en 1767 y permaneció vigente hasta 1814, aunque algunos pudieron acogerse a diversas medidas de gracia durante el reinado de Carlos IV para regresar antes.

De poca importancia cuantitativa –afectó a poco más de 4.000 personas-, el éxodo estuvo revestido de peculiares características. Evidentemente, sólo afectó a hombres solteros y fue además similar al producido en la misma época en otros países como Portugal o Francia. Los afectados recibieron un subsidio estatal –que, aunque precario, suponía una medida absolutamente excepcional en la historia de los exilios en España- y su recibimiento en los territorios de acogida –los Estados Pontificios en casi todos los casos- fue muy cálido. Consecuentemente, la adaptación a sus nuevos lugares de residencia estuvo marcada por su rapidez y su ausencia de problemas, como demuestra el hecho de que algunos jesuitas como Manuel Lassala, Juan Francisco Masdeu o Juan Bautista Colomes escribieron diversas obras literarias en el exilio en la lengua del país que les había albergado. No aparecen en ellas, además, tópicos universales de la literatura del exilio como el desarraigo, la nostalgia o la imposibilidad de afrontar el presente en sus nuevas residencias sin pensar de forma constante y obsesiva en el pasado perdido, manifestados en las obras de los exiliados desde el fundacional caso de Ovidio, primer autor para el que el destierro se convirtió en germen expresivo y la literatura en catalizadora de la tristeza inherente a su alejamiento del hogar.

Caracterizado por su elevado nivel intelectual, del colectivo jesuita expulsado del país destacaron las personalidades del Padre Isla y de Pedro de Montengón. El autor de Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas no siguió con su labor literaria en su exilio italiano, en el que no escribió más que una serie de cartas que siguieron mostrando el tono satírico y ofensivo con la Iglesia que caracterizó buena parte de su obra anterior.

Montengón, por su parte, desarrolló una fructífera labor compositiva en el exilio. Especialmente recordado por su tratado educativo Eusebio, el autor podía ser leído en España –tras ser sometido a los pertinentes controles censores de la Inquisición, que se enseñaron con su obra por ser “impía, errónea, escandalosa, temeraria y anticristiana” – a pesar de escribir desde el destierro italiano. La entrada de sus textos en el país demuestra el carácter singular del éxodo de los jesuitas, que pudieron seguir en contacto con su país de origen y que no fueron, pues, relegados al ostracismo y al silencio que acostumbraban a sufrir los exiliados.

3.3. Guerra de la Independencia y exilios liberales

A partir de 1808, diversos sectores de la población española intentaron, en plena Guerra de la Independencia contra el ejército napoleónico, derribar las bases sobre las que se sustentaba el Antiguo Régimen para constituir un proyecto liberal. La pervivencia de defensores de las arcaicas estructuras a través de las que se organizaba la sociedad española, la falta de unanimidad sobre cómo desarrollar el proceso de transición de un modelo a otro y, sobre todo, la violencia política y la imposibilidad de convivir de forma pacífica con el enemigo llevó a la repetición constante del exilio en esta época, en la que afectó a revolucionarios, afrancesados, liberales, carlistas… El perenne conflicto político y su interpretación bipolar provocaron que el concepto de nacionalidad española se considerara patrimonio propio por cada uno de los bandos enfrentados, lo que llevó a la radicalización del esquema de “las dos Españas”, explicada así por Abellán:

“El enfrentamiento bélico entre ‘dos Españas’ irreconciliables exige que el maniqueísmo se lleve a sus últimas consecuencias, [convirtiendo] las ‘dos Españas’ dialécticas en dos Españas que combaten despiadadamente con las armas” (Abellán, 2001, p. 32).

La disidencia política era castigada en la época con el exilio, con lo que a cada cambio de gobierno le sucedía el éxodo forzoso de un amplio sector de población. En total, se calcula que más de 200.000 personas hubieron de marcharse del país durante este periodo al ser objeto de persecuciones motivadas por causas ideológicas.

3.3.1. Refugiados de guerra

El primero de los grandes desplazamientos forzosos de población producidos entre 1808 y 1833 se produjo como consecuencia de la resistencia armada contra la ocupación francesa. Aunque tradicionalmente se había aceptado que el número de españoles que abandonaron el país huyendo de la contienda y de las miserables condiciones vitales que ésta generó había sido superior a 100.000, tal y como determinó Gregorio Marañón en su estudio Españoles fuera de España (Marañón, 1947, p.81), las investigaciones de Jean-René Aymes han cifrado en 65.000 el total de personas afectadas por el exilio. La mayoría de ellos fueron prisioneros de guerra a los que se obligaba a abandonar España acompañados de sus familias para ser confinados en Francia[6]. Su traslado al país galo se debía, como ha detectado Consuelo Soldevilla, a razones estratégicas:

“El interés de Napoleón de retirar de suelo español tanto a los prisioneros de guerra como a todos aquellos acusados de no apoyar con suficiente firmeza al nuevo rey de España, su hermano José I, fue la causa de la deportación de este número elevado de prisioneros, que conllevó una importante carga económica para el suelo francés. Sin embargo, la llegada de prisioneros también representa la entrada de abundante mano de obra barata y como tal se destinará a obras nacionales” (Soldevilla Oria, 2001, p. 18).

A pesar del conflicto en el que estaban envueltos ambos países y de que las autoridades los trataron con hostilidad, la población francesa acogió sin mayores problemas a los refugiados. De hecho, “la permanencia, por primera vez, de un considerable número de españoles en Francia propició un conocimiento de ambos pueblos que contribuyó a su acercamiento” (Llorens, 1977a, p. 19).

No todos los exiliados huyeron al país galo. Uno de los más notables, José María Blanco-White, viajó hasta Inglaterra, donde permanecería ya prácticamente toda su vida. Allí desarrolló una ingente obra literaria y periodística en español y en inglés con la que, entre otras cosas, se dedicó a difundir en el país británico determinados aspectos de la cultura, las costumbres y la literatura española. Además de por los orígenes irlandeses de su familia, su adopción de la lengua inglesa a la hora de escribir ha de explicarse por lo que Claudio Guillén ha denominado “bilingüismo latente”:

“El bilingüismo latente como fruto de la estancia en un país extranjero es condición propia de la persona culta y viajera, obligada por su vocación literaria a efectuar un tajo en su ser interior cuando escribe y quizás, en el fondo, a simplificarse” (Guillén, 1985, p. 328).

El de Blanco-White fue un exilio atípico, ya que se adaptó sin problemas a la vida cotidiana británica. Tremendamente crítico con las autoridades de su país de origen, a las que atacó desde las páginas del periódico El español, nunca mostró interés por regresar a España, a pesar de que pudo hacerlo en diversas ocasiones aprovechando los vaivenes políticos o acogiéndose a alguna de las amnistías promulgadas durante el primer tercio del siglo XIX. De ahí que su caso parezca corresponderse, más que con un exilio, con un “autoexilio”, que, según Francisco Ayala, responde a la “particular decisión [de un escritor] que se expatría, toma distancia, corre mundo, vive aparte y luego (…) se encuentra con que han mudado las cosas y, enseguida, al reflexionar sobre sí mismo, descubre que él también ha sufrido entre tanto mutaciones” (Ayala, 1958, pp. 22-23). Aunque, como ocurre en el caso de Blanco-White, la asfixia socio-política y la imposibilidad de alcanzar un desarrollo pleno en un ambiente opresor suelen estar en la base del “autoexilio”, la posibilidad de elección de los que optan por la marcha voluntaria o pueden regresar en cualquier momento marca la diferencia con los que se ven obligados a abandonar su país sin que les resulte posible volver.

3.3.2. El exilio de los afrancesados

El final de la guerra y la marcha de José I no sólo propiciaron la vuelta a España de la mayoría de los deportados, sino que fueron la causa del segundo gran movimiento migratorio del siglo, cuyos principales afectados fueron los sectores de población que colaboraron activamente en la gestión del reinado –dentro de los que destacaba un gran número de militares “juramentados” que, al servicio del nuevo rey, lucharon contra sus propios compatriotas- o que simplemente mostraron su adhesión al nuevo proyecto gubernamental. Denominados “afrancesados”[7], los partidarios del hermano de Napoleón fueron declarados traidores por las Cortes Constituyentes de Cádiz de 1812 y condenados por un decreto aprobado en mayo de 1814, que establecía la pena de destierro para quienes hubieran ocupado cargos públicos y la de alejamiento de veinte leguas de Madrid en régimen de libertad vigilada e inhabilitación para los simpatizantes. A la represión legal se sumó la presión de la ciudadanía, incapaz de convivir con aquellos que habían colaborado con el enemigo invasor contra el que el pueblo se levantó en armas en 1808. Así, alrededor de 12.000 españoles hubieron de dejar el país. De nuevo, Francia fue el destino elegido por la mayoría de quienes se exiliaron.

La vehemencia con la que el pueblo rechazó a los partidarios de José I no sólo se explica por la traición que se consideraba que habían cometido, sino también y sobre todo por la encarnizada oposición que se estableció en la sociedad entre Napoleón, responsable de la invasión y de la presencia en el trono de su hermano, y Fernando VII, verdadero y legítimo rey para los españoles que se levantaron en armas. Según Abellán, surgió así la contraposición entre el primero, “expresión del Mal absoluto”, y el segundo, puro Bien”:

“Napoleón aparece como encarnación del más desatado impulso satánico, mientras que la exaltación de Fernando VII lleva a considerarle como un verdadero redentor” (Abellán, 2001, p. 36).

Dentro del grupo de “afrancesados” que hubo de abandonar el país, el número de intelectuales fue amplio, destacando entre ellos representantes del mundo de las letras como José Marchena –que ya sufrió el exilio cuando, en 1792, fue castigado por escribir Oda a la revolución francesa y mostrar su entusiasmo por los cambios acaecidos en el país galo, condenados por el tradicionalismo español- , Juan Antonio Melón o dos de los más importantes e influyentes escritores de la época, Juan Meléndez Valdés y Leandro Fernández de Moratín. El primero, responsable de varias odas laudatorias dirigidas a José I, de quien llegó a ser consejero, murió en 1817 en el destierro francés, donde continuó componiendo. Al segundo, “la guerra y la emigración [le] cortaron su carrera como dramaturgo” (Llorens, 1977a, p. 54).

3.3.3. El exilio liberal de 1814

A pesar de su activa participación en defensa de la independencia española en la guerra contra Francia y del patriotismo exhibido durante los procesos conducentes a la redacción de la Constitución de Cádiz, los liberales fueron perseguidos por Fernando VII desde el momento en que regresó a España y tomó el poder de forma autoritaria y absoluta. A las penas de destierro y de prisión dictadas por el monarca para castigar a los liberales –cuyo proceso penal fue complicado y extraño, al no existir figuras que pudiesen decretar su culpabilidad, determinada por la voluntad regia y no por la comisión de un delito- se sumó la voluntad de todos aquellos que decidieron abandonar el país, frustrados por la imposibilidad de llevar a cabo las reformas iniciadas en 1812 y por la regresión efectuada por el rey. Alrededor de 15.000 liberales dejaron España, siendo América, Londres, los departamentos del sur de Francia y París los principales centros de acogida. Se produjo así la paradoja de que afrancesados y liberales, enfrentados durante la Guerra de la Independencia, se vieron obligados a convivir en el exilio galo, convertidos ambos en enemigos de Fernando VII.

El exilio liberal se caracterizó por su elevado nivel de compromiso político y su activa participación en movimientos conspirativos y revolucionarios destinados a terminar con el régimen absolutista imperante en España. De ahí que la labor intelectual de sus miembros estuviese relacionada con la acción de iniciativas periodísticas y literarias destinadas a criticar la gestión de Fernando VII y mantener vigente la herencia liberal de la Constitución de Cádiz. Algunas de ellas, como El Español Constitucional, publicación coordinada por Álvaro Flórez Estrada, llegaron a circular clandestinamente en España.

3.3.4. El exilio absolutista de 1820

La restauración del régimen liberal de 1820, por la que se obligó a Fernando VII a acatar la Constitución de 1812, propició la vuelta al país de la mayoría de los exiliados liberales y afrancesados. Mientras que los primeros fueron tratados en su regreso como héroes, los segundos pudieron volver al acogerse a la amnistía que trajo consigo la revolución de 1820. El fin de su exilio coincidió con el comienzo del de un pequeño grupo de absolutistas. Tanto los más comprometidos políticamente como aquéllos que no desearon vivir en el nuevo clima político abandonaron el país entre 1820 y 1823, poniendo de manifiesto la imposibilidad de las dos facciones ideológicas y políticas del país de convivir sin problemas. La escasa importancia de este desplazamiento forzoso de población no sólo se explica por su brevedad, sino también por el hecho de que muchos partidarios del absolutismo prefirieron quedarse en España y acompañar así a Fernando VII.

3.3.5. El exilio liberal de 1823

Además de provocar la restauración absolutista, la irrupción del ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis en España fue el germen de la segunda emigración liberal del siglo, que se extendió durante los diez años de “Década ominosa” en la que Fernando VII gobernó de forma autoritaria y profundamente represiva.

El reiterado carácter de víctimas y potenciales exiliados de los liberales durante los primeros años del siglo XIX forjó la asociación entre el binomio “emigrado” –nombre usual para referirse a quienes sufrían el exilio en la época- y “liberal”. Así, en 1835 escribía Mariano José de Larra que “por poco liberal que uno sea, o está uno en la emigración, o de vuelta a ella, o disponiéndose para otra; el liberal es el símbolo del movimiento perpetuo, es el mar con su eterno flujo y reflujo” (Larra, 2000, p. 310). A pesar de que la inestabilidad política del siglo XIX obligó a todas las ideologías y formas de pensar existentes en España a sufrir la experiencia del exilio, desde que los partidarios liberales hubieron de huir de España ante el regreso de Fernando VII en 1814, el término quedó irremediablemente marcado por su connotación liberal.

La vinculación del exilio a la causa liberal hizo que los adversarios de los patriotas de Cádiz y sus herederos políticos presentaran ante la sociedad a los emigrados como personas “que se habían dado la gran vida en el extranjero” (Fuentes, 2002, p. 44). Así, el abate Marchena, que entró y salió de España en varias ocasiones desde que tuviera que abandonar el país por primera vez tras su ya mencionado apoyo a la Revolución Francesa, fue acusado de haber vivido en su exilio galo disfrutando de “las delicias voluptuosas de París (…) y la abundancia de cortesanas” (Fuentes, 2002, p. 44).

Se calcula que más de 20.000 personas se vieron afectadas por este segundo gran exilio liberal. En un primer momento, los españoles que hubieron de dejar el país fueron instalados en campos de refugiados en el sur de Francia, aunque con el paso del tiempo pudieron instalarse en diversas ciudades galas como Marsella, Burdeos o París –donde vivió el literato Francisco Martínez de la Rosa-, en Portugal, en Bélgica, en América del Sur y, sobre todo, en Inglaterra[8], cuya capital se convirtió, según Vicente Llorens, “en el verdadero centro político e intelectual de la emigración” (Llorens, 1967, p. 23). La actividad de los exiliados en Londres se plasmó en la publicación de siete periódicos que contribuyeron a reforzar la unidad del colectivo y a mantener vigentes sus ideales liberales.

Afincados en el barrio londinense de Somers Town, los exiliados españoles no se adaptaron al país británico, a pesar de que su acogida fue muy cálida debido a su carácter liberal y a su pasado de enemigos de Napoleón, como ha expuesto Soldevilla:

“No se familiarizaron con la lengua ajena ni se integraron en la vida inglesa sino que españolizaron su entorno. Las tertulias (…), en parques, cafés o casas privadas ayudaban a reforzar el sentimiento de exilio de una población (…) a la que no le será fácil encontrar trabajo sin relaciones personales y con la dificultad del idioma” (Soldevilla Oria, 2001, p. 25).

Autores como el Duque de Rivas, José Joaquín de Mora o Telésforo de Trueba y Cosío hubieron de instalarse en Londres, exilio escogido también por José de Espronceda, quien, debido a su juventud –emigró en 1826, cuando contaba con dieciocho años-, apenas había iniciado su obra literaria, que sólo contaba con una primera e inconclusa versión de su poema épico El Pelayo.

El Duque de Rivas entró en contacto en Inglaterra con la obra de los poetas románticos[9] y, atraído por ella, compuso en 1834 el poema El moro expósito, que, según Alcalá Galiano, que lo prologó en su primera edición, supone la primera muestra del Romanticismo español. Además, escribió varios poemas[10] en los que daba cuenta de su situación de exiliado siguiendo los tópicos ovidianos de desarraigo y nostalgia y, sobre todo, lamentándose por no poder seguir en contacto con la lengua española más que en las reuniones con otros exiliados. Su obsesión por el idioma de su país natal, manifestada por hechos como su insistencia en recitar en voz alta pasajes de obras españolas, parece provocada por la sensación de soledad y abandono consustancial inherente a los exiliados, causante de que éstos se aferren con fuerza a su propio idioma, uno de los pocos bienes que aún no han perdido. Aunque la extrañeza del idioma de la patria de acogida es perceptible por todos los exiliados, son los escritores los que más sufren la imposibilidad de comunicarse de forma satisfactoria con quienes les rodean. Vicente Llorens analizó la angustia del problema del idioma, motivada en muchos desterrados por el temor a deteriorar su lengua de origen o incluso por considerar la adaptación lingüística un paso más en la aclimatación en el país de acogida y, por tanto, una barrera al ansiado regreso:

“Esta muerte muda, en que el habla se extingue por falta de su natural aliento, ¿a quién puede afectar más sensiblemente que al poeta, cuya razón de vida parece inseparable de la lengua? Se comprende que tema como nadie su pérdida y se esfuerce por mantenerla viva de algún modo bajo la dolorosa sensación de vacío que experimenta al no oírla más a su alrededor” (Llorens, 1967, p. 36).

Eugenio de Ochoa, instalado en Francia, y Antonio Alcalá Galiano, miembro de la masiva emigración que convivió en Inglaterra, dejaron testimonio escrito de su paso por el exilio. Mientras que el primero trazó un cuadro costumbrista de la cotidianeidad de los españoles en Francia, el segundo narró en su libro de memorias Recuerdos de un anciano su peripecia vital en el barrio londinense de Somers Town, “donde vivía una España que no dejado de tener influencia en la España verdadera” (Alcalá Galiano, 2004, p. 359). El texto de Alcalá Galiano muestra la ambivalencia habitual que acostumbran a desarrollar los escritos de los exiliados[11], pues, si por una parte sostiene que “en verdad los viajes son útiles” y que a veces consideró sus años en Inglaterra “como un bien perdido”, por otra expone que “eran aquellas sin duda horas de amargura, y bien echábamos de menos la patria ausente, y harto llorábamos la suerte de la causa que habíamos creído para nosotros justa y puede decirse santa” (Alcalá Galiano, 2004, pp. 364-365). Se demuestra la escisión que provoca el exilio en quien lo sufre, incapaz desde el momento de verse obligado a salir del país de disfrutar totalmente de su vida futura sin pensar de forma constante y obsesiva en el pasado. La visión positiva e idealista que muestra Alcalá Galiano –que llega a identificarse con Robison Crusoe, que también sufrió al dejar la isla en la que permaneció abandonado a pesar de las penurias que en ella sufrió- parece estar relacionada tanto con el compromiso político e ideológico del autor, capaz de trascender el sufrimiento provocado por el alejamiento del país gracias al convencimiento de permanecer en el exilio por una causa justa, como con la buena relación que le unía con buena parte de sus compañeros de emigración, que hizo más llevadera su estancia en Inglaterra:

“Había en nuestra situación algo y no poco que la suavizase: la amistad, que se hace más tierna en la desdicha, algo de lícito orgullo de lo que estimábamos nuestro honrado proceder, y esperanzas, aunque lejanas y débiles, nunca del todo perdidas, que nos presentaban un futuro incierto, distante; pero hermoso, como es en sí todo porvenir halagüeño, a lo cual nunca pueden llegar las realidades” (Alcalá Galiano, 2004, p. 364).

El deseo de volver al país de origen, uno de los sustentos vitales del exiliado, que soporta las penurias de su situación pensando en que algún día regresará a su hogar, es el germen de un fenómeno tan traumático como el exilio, denominado “desexilio”. El reencuentro produce un choque entre los recuerdos sublimados en el extranjero y la verdadera imagen del país que inevitablemente lleva al desencanto y a la frustración. La dureza de esta situación se acrecienta si se tiene en cuenta que todo exiliado piensa que su estancia en el extranjero es eventual y que el regreso le devolverá al mismo punto en que abandonó su vida antes de marchar. El individuo que vuelve siempre intenta encontrar aquello que dejó en su partida, sin aceptar que el tiempo que él ha pasado en el extranjero también ha discurrido en su patria natal, que ha cambiado sin que lo haya hecho, evidentemente, la imagen mental que se tenía de ella. Se evidencia así que todo destierro implica también un “destiempo”, como expresó Antonio Alcalá Galiano en un poema en el que ponía de manifiesto el desengaño que había supuesto su vuelta:

“Si la vista giro / ¡mísero! a cualquier lado, / en la patria que amé solo me miro / de nuevo desterrado / si, alrededor de mí todo trocado, / hallo madrastra dura / la que madre dejé (…) / no es ésta, no, mi España suspirada” (Alcalá Galiano, 1955, p. 212).

La vuelta de Alcalá Galiano coincidió con la de otros muchos españoles instalados en el extranjero. Desde 1832, coincidiendo con el inicio de la enfermedad de Fernando VII y el progresivo debilitamiento de su gobierno, diversas medidas contribuyeron al gradual regreso de los exiliados a España. El final del masivo éxodo liberal no significó, sin embargo, la desaparición de las emigraciones forzosas en el paisaje cotidiano de la sociedad de la época. El bipartidismo político e ideológico, los conflictos carlistas, y, en general, la voluntad de los diversos bandos en lid de no reconocer a su adversario como interlocutor válido y legítimo provocó la proliferación del fenómeno a lo largo de todo el siglo XIX.

4. Configuración del exilio como arma política y generador expresivo

Durante el periodo analizado en este artículo (1700-1833), la importancia del exilio viene dada, más que por su innegable importancia cuantitativa, por sus aspectos cualitativos. Por primera vez en la historia de España, intelectuales y artistas se convirtieron en víctimas habituales, por lo que un recorrido a la historia de los exilios de los siglos XVIII y XIX puede ser de utilidad no sólo para comprobar el ascenso a la esfera pública de los escritores –independizados de las fuentes de poder a las que acostumbraban a servir y convertidos en lo que Paul Benichou ha denominado “autoridad laica” (Benichou, 1981, p. 22) – sino también para observar cómo afecta su alejamiento forzoso a sus creaciones, pues en muchas ocasiones su situación personal se convirtió en tema recurrente e incluso en germen expresivo, convirtiendo a la literatura en catalizador de sus penurias.

Por tanto, la experiencia del exilio de los autores dieciochescos españoles presenta una doble vertiente. Por un lado, como acontecimiento concreto y sincrónico, es necesaria para comprender los convulsos acontecimientos de un siglo marcado por los enfrentamientos bipolares. Por otro, ha de conectarse con un acontecimiento universal y diacrónico como es el exilio, repetido a lo largo de toda la historia del mundo y generador de una serie de respuestas literarias análogas en todo quien lo sufre, independientemente de sus características particulares. De ahí que los tradicionales marcos epistemológicos sincrónicos y nacionales se antojen insuficientes para llevar a cabo el estudio de una literatura de alcance multisecular e intercultural cuyas características se repiten de forma recurrente en la obra de autores tan dispares y tan distantes en el tiempo como Séneca, Chü Yüan, Dante, Stäel, Mann, Benedetti, Aub o, por ejemplo, el mencionado en este artículo Alcalá Galiano. Para estos autores –como para el resto de escritores españoles que hubieron de dejar el país en alguno de los múltiples desplazamientos de población producidos entre 1700 y 1833- las repercusiones del exilio presentan una naturaleza dual, pues además de afectar al desarrollo de su propia existencia modifican los parámetros de su creación. Sus obras no podrían entenderse en su totalidad, por tanto, sin tener en cuenta la experiencia histórica personal que condiciona su gestación, dotada de alcance intercultural, por lo que el estudio comparativo de la rica tradición conformada por estos escritores a lo largo de la historia ha de ser, por tanto, uno de los retos que la crítica literaria se proponga afrontar los años venideros.

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[1] La siempre difícil cuantificación de los movimientos de población presenta aún más problemas en el caso del exilio de la Guerra Civil, desatendido durante mucho tiempo por la historiografía y dependiente desde el punto de vista investigador en numerosas ocasiones de cargas políticas o de intenciones ideológicas. Así, por citar sólo tres ejemplos, Manuel Tuñón de Lara cifra en 850.000 el número de españoles que hubieron de abandonar el país, Javier Rubio en 680.000 y Vicente Llorens en 550.000. En cualquier caso, parece haber unanimidad entre los investigadores en que la cifra no fue inferior al medio millón de personas. (Cfr. Llorens, 1977a, Rubio, 1978 y Soldevilla Oria, 2001).

[2] El artículo del DCECH referido a “exilio” aporta la siguiente información sobre su origen etimológico: “EXILIO, derivado de salir [lat. salire “saltar”. 1ª doc. PMC, con el sentido de “pasar de dentro a fuera”]. Exilio [Berceo, San Millán, 34; 1435, Juan de Mena; no en Covarrubias; desusado en Aut.; ant. Acade. 1936; ha vuelto a ponerse en uso por influjo del cat. exili y fr. exil desde 1939], tomado del lat. exsilium “destierro”, derivado de exsilire “saltar afuera”; exiliado [1939], del cat. exilat “desterrado” [galicismo corriente en lugar del correcto exiliat]” (Corominas y Pascual, 1983, p. 140).

[3] El DRAE, en su vigésima segunda edición, da cuatro acepciones de la palabra “exilio”, ninguna de las cuales recoge ya el sentido punitivo: “exilio. (Del lat. exigens, -entis) m. Separación de una persona de la tierra en que vive. 2. m. Expatriación, generalmente por motivos políticos. 3. m. Efecto de estar exiliada una persona. 4. m. Lugar en que vive el exiliado” (RAE, 2001, p. 933).

[4] Entre las acepciones de émigré-ée recogidas en el Diccionario Petit-Robert se incluye aún la de “personne qui se réfuigia hors de France sous la Révolution”.

[5] La edición de 1889 del DRAE elimina la connotación política de la definición del término, del que dice que “se aplica más bien al que toma este partido obligado por las circunstancias económicas”.

[6] Su periplo recuerda al que algo más de un siglo después sufrirían los refugiados republicanos: marchas hacia la frontera en pésimas condiciones físicas y morales, reclusión en campos de concentración, uso como voluntarios en campañas de trabajo y de guerras, etc.

[7] Según Miguel Artola, “afrancesados son aquellas personas que con motivo de la dominación francesa ocuparon cargos en la administración o colaboraron con los ocupantes en fines diversos. Los afrancesados solían defender tres principios doctrinales: régimen monárquico –no necesariamente adherido a una dinastía-, autoridad fuerte –lo que les oponía al radicalismo de los sublevados- y necesidad de reformas sociales y políticas que modernizasen el país” (Artola, 1989, p. 21).

[8] En 1830, tras los sucesos revolucionarios acaecidos en Francia, muchos españoles se desplazaron al país galo.

[9] Del mismo modo, José Joaquín de Mora conoció la obra de los novelistas románticos ingleses y se convirtió en el primer traductor al español de Walter Scott.

[10] El sintomático título de uno de ellos era “El desterrado”.

[11] Tradicionalmente, esa ambivalencia se ha identificado con la postura de dos autores clásicos ante su exilio: Ovidio y Plutarco. Mientras el primero es el paradigma del escritor desarraigado, en constante tristeza por la falta de su patria, el segundo se ha convertido en símbolo de aquéllos para quien el exilio supone un fenómeno de crecimiento y enriquecimiento personal.

El anarquismo ante las vías reformadoras. Una síntesis de Errico Malatesta, y apuntes del grupo de estudio de pensamiento y estrategia anarquista de Madrid, LIZA. PARTE I.

El anarquismo ante las vías reformadoras

Una síntesis de Errico Malatesta, y apuntes del grupo de estudio de pensamiento y estrategia anarquista de Madrid. PARTE I.

Última actualización: 2024/02/22 at 11:51 AM
Por LIZA [10 min. de lectura]
Liza es una plataforma revolucionaria de socialistas anarquistas ubicada en la ciudad de Madrid.

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Regeneración
OPINIÓN Y ARTÍCULOS

Este pasado mes se ha hablado mucho del décimo aniversario del surgimiento de Podemos, y todas las marcas políticas neorreformistas derivadas de ese ciclo político. ¿Qué es lo que ha pasado entre la alusión a asaltar los cielos y el actual resurgir de las cenizas? ¿Qué ha quedado de la reivindicación del 15M y del lema «la lucha es el único camino»? Los ciclos de movilización social están íntimamente vinculados a las ofensivas del capitalismo, así como su represión y el apaciguamiento a través de vías socialdemócratas. Sin embargo, aunque debemos hacer análisis de los ciclos políticos, seamos conscientes de que no son dinámicas irrompibles, y asumamos firmemente que es posible y necesario incidir políticamente sobre ellos.


Es fundamental la organización política y fomentar la fuerza social revolucionaria, porque estos ciclos políticos no se repiten ajenos a nuestra posible intervención en los mismos si nos encontramos convenientemente organizadas y con capacidad de actuación. Solamente esa iniciativa militante, la profundización en la conciencia de clase y la acción social y política, nos podrán acercar a nuestro objetivo revolucionario. Por lo tanto, de esa lectura de los ciclos políticos tenemos que sacar en claro unas estrategias políticas y una vía que superen las habituales recetas reformadoras. 

Tal y como afirmamos en el programa estratégico de Liza, «Construir la utopía», en el primer cuarto del siglo XXI ha habido un intento de frenar este avance capitalista global a través de movimientos sociales neorreformistas que han eclosionado en partidos políticos parlamentarios como Syriza en Grecia o Podemos en España.

Sin embargo, al menos en los países mediterráneos, una vez experimentada la esterilidad de esa vía institucional como una senda válida para presentar batalla al capitalismo, en el segundo cuarto de este siglo creemos que se reactivará un ciclo de lucha más intenso y que, seguramente, trate de superar esas limitaciones reformistas y se tienda a organizaciones con una impronta revolucionaria de clase más profunda.

Según afirma Errico Malatesta, un error clásico del reformismo es aspirar a la colaboración y la solidaridad entre clases antagónicas, con intereses de clase completamente distintos. La clase trabajadora también es heterogénea, y guarda antagonismos generados por su propia condición de desposeídas; y debido a otras opresiones que se imbrican con la de clase, como el género o la etnia, entre otras. Es por ello que deben establecerse estrategias para luchar contra esas opresiones de manera coordinada y certera.

Pensar en esa colaboración entre clases, o convencer a los dominadores de que abandonen sus privilegios, es una quimera absoluta. La libertad con dignidad y equidad social solo es posible a través de la emancipación total. La paz social no es posible en el marco capitalista porque no es una cuestión voluntarista, sino material; si fuera una cuestión voluntarista con pensar fuertemente que no queremos ser ya pobres, se acabaría la pobreza. Por ese motivo, el fin último es la destrucción de las clases sociales.


Desviaciones como los nacionalismos proponen la concertación de clases en favor del interés nacional, pero nuevamente nos topamos con que los nacionalismos, además de estar incubados con el virus del fascismo y el imperialismo; son un concepto idealista, y no material como la clase. Boicotean el interés de emancipación de la clase desposeída, exponiéndola a ser aún más oprimida. El ejemplo perfecto son los comités de empresa y tribunales laborales paritarios, cuya raíz debe buscarse en teorías como el «Rerum Novarum» (Encíclica Papal de finales del siglo XIX) o las propuestas organicistas de la sociedad del fascismo italiano en el siglo XX.

Hay reformas legales en los regímenes bajo el sistema de dominación capitalista cuya consecuencia directa logra favorecer el desahogo o salvar vidas de las oprimidas, y ese es un hecho innegable. Sin embargo, las elecciones parlamentarias habitualmente actúan como símbolo legitimador del poder autoritario, pero también muestran un estado de la opinión pública, y como anarquistas merece que sean analizadas para incurrir en mejores tácticas de actuación sobre los movimientos de masas.

No habría que renunciar a mejoras para nuestra clase oprimida, sin perder de vista la emancipación como objetivo irrenunciable de la sociedad, que también debe aproximarse a través de las luchas por esas mejoras, tensionando los conflictos siempre en una clave revolucionaria y no simplemente reformista. Confiar en la mera esperanza de la eficacia de las reformas para una emancipación total, diluye el potencial de acción contra la dominación y niega el advenimiento revolucionario o lo obstaculiza.


Sin embargo, pueden favorecer el progreso hacia ese fin revolucionario en la práctica de una lucha de clases según la estrategia y la fuerza desde la que se reclame o conquiste. Las clases privilegiadas en su instinto de conservación ceden determinadas reformas como beneficios a no cuestionar la raíz de sus desigualdades para detener o desviar la emancipación. Aumentar las pretensiones la clase dominada en esas luchas por mejoramientos, conllevará que la clase dominante no podrá ceder más sin comprometer su dominio, y que estallará necesariamente el conflicto antagónico de clases. Es decir, que lejos de admitir una concertación social, deben ponerse en práctica estrategias que escalen las luchas sociales, mantener ese incremento de conflicto implica un esfuerzo que solo puede lograrse mediante la construcción de organizaciones políticas con cuadros militantes que sostengan esa lucha.

Los anarquistas no nos oponemos a las reformas, pero sí al método de los reformistas, que encuentran en esta lucha su objetivo final, cuando se trata del menos eficaz para arrancar las reformas a la clase dominante. En esas luchas por mejoras, debe de haber una continuada ilegitimización del poder, asentada en la práctica de las tensiones de clase para escalar siempre a posiciones revolucionarias. Estas mejoras conseguidas bajo esa táctica reformadora como finalidad suponen una discutible ventaja inmediata que embarga la lucha a medio y largo plazo, ya que sirven para consolidar el régimen vigente y rearmarse para atacar mejor a las oprimidas cuando estas disfruten de sus reformas sin continuar la escalada a un estallido revolucionario.

El anarquismo, según Malatesta, es reformador, entendiéndolo como transformador desde su raíz, no reformista en un sentido de hacer el régimen más soportable. Los proyectos reformistas muchas veces no están dotados de mala fe en absoluto, pero sí inmersos en un análisis científicamente equivocado de cuáles son los medios para lograr una emancipación en base a la realidad material y potencial de conservación de la clase dominante.


La revolución no es sino una reforma radical de las instituciones sociales, políticas y económicas conquistada mediante la lucha popular contra los privilegios dominantes constituidos. Malatesta se define como insurreccional en su tiempo porque cree que mediante esa revuelta victoriosa se puede alcanzar una situación favorable para que se doten los elementos de transformación radical. Aunque, añadiríamos, que esa insurrección no puede significar una mejora parcial, individual o solo de un grupo social; debe venir a través de la organización social amplia de las masas desposeídas. Una insurrección no puede entenderse como actos individuales o minoritarios que traten de hacer saltar una chispa, siempre y cuando no se haya realizado un análisis realista de la situación y de la correlación de fuerzas sociales. De lo contrario, estaríamos abocándonos a tratar de buscar una salida impulsiva para la que a lo sumo solo una parte de la sociedad asumiría, cuando un proceso revolucionario debe implicar a toda la fuerza social disponible.

La revolución debe prepararse bajo el consenso de las oprimidas, persuadir con la propaganda, el ejemplo y la educación; modificar el ambiente para acercarlo a esa situación revolucionaria deseable. Somos reformadores hoy, porque tratamos de crear las condiciones más favorables, y la clase oprimida más consciente y numerosa que conduzca a término una revolución. Para eso es necesario una organización específicamente anarquista, para lograr un mayor número de revolucionarios conscientes de la necesidad de esa transformación.

«Cooptación no es hegemonizar». Debate en la izquierda radical y el movimiento libertario

Cooptación no es hegemonizar

Por LIZA
Última actualización: 2024/02/24 at 11:52 AM – 13 min. de lectura

Regeneración
Opinión y Artículos:
https://www.regeneracionlibertaria.org/2024/02/24/cooptacion-no-es-hegemonizar/

Planteamos este articulo como un intento de arrojar luz sobre la discusión que ha asaltado a todas nuestras organizaciones, espacios de lucha y redes de comunicación de las que se sirve la izquierda radical y el movimiento libertario. El debate sobre la cooptación es recurrente pues responde a una realidad contemporánea e histórica, ahora bien, la forma desde la que lo afrontamos no siempre es la más acertada, ni para combatir estos procesos, ni para proponer alternativas.

Para conseguir esto necesitamos, en primer lugar, una definición de cooptación que nos permita ver a que nos referimos con la mayor exactitud posible. Una vez entendido esto, se trata de lograr diferenciar entre la pelea por la hegemonía y la cooptación, y para esto debemos entender que son las ideas y las estrategias las que se hegemonizan y no las organizaciones. Esto es clave para diferenciar entre la participación organizada y la voluntad de cooptación, y plantear como se combaten estos procesos. Por último, trataremos de mostrar la relación que existe entre estas prácticas de cooptación y las construcciones estratégicas que guían su acción.

Este no es un debate en el que nos posicionemos porque lo exige la actualidad de la polémica condicionada por los algoritmos de las redes sociales. Es un debate esencial porque de él depende la supervivencia y la utilidad, tanto de los espacios de lucha construidos por la clase trabajadora como de nuestras propias organizaciones.

¿Qué es la cooptación?

Normalmente usamos este término para señalar practicas poco democráticas y honestas que pretenden instrumentalizar espacios poniéndolos al servicio de agentes políticos concretos, instaurando el pensamiento único y desarmándolos como entornos de encuentro, de suma de fuerzas, de debates y consensos que otorgan una fuerza real a los combates que libra la clase de los desposeídos.

Lo hemos visto mil veces, organizaciones que desvían mucha fuerza militante, o se apoderan de espacios estratégicos dentro de los movimientos, para hacerse con espacios combativos. Muchas son las artimañas que hemos detectado en nuestra trayectoria militante; acumular militantes para sacar adelante votaciones, dificultar el fluir de las asambleas hasta derrotar a los adversarios u agentes inasimilables por cansancio, difundir rumores, funcionar como auténticos burócratas tomando las secciones destinadas a la comunicación, a la fijación de los consensos, y usurpar la representación…

Esto no puede confundirse jamás con que determinada organización o colectivo se vuelque en una lucha o en un espacio. Ojalá aquellos grupos que quieren ser Vanguardia actuasen siempre así, dejándose la piel en las luchas y empujando hombro con hombro con el resto de colectivos y obreras. No hablamos de esto, hablamos de la asimilación de luchas, y por el camino a tal fagocitación, de su desarticulación como un espacio de clase para convertirlo en un espacio privado.

Hegemonía no es cooptación

Este punto es clave para entender la discusión. Es quizás el más problemático y lo es en dos direcciones. En primera instancia, la creencia de algunos grupos, es que lograr la hegemonía es apoderarse de los espacios y ponerlos a su servicio, relegando al destierro a cualquier disidente, y convirtiéndolos en marionetas. En segundo lugar, y de forma reactiva, muchas compañeras del movimiento libertario, llegan a considerar que la asunción por los espacios de lucha de las ideas propuestas por organizaciones responde a una cooptación y manipulación de los mismos, convirtiendo en ilícito la defensa y la lucha de unas ideas, de una línea estratégica.

El proceso de lograr hegemonía es la capacidad de popularizar tus propuestas, de que los espacios de lucha, de que la clase trabajadora, los desposeídos, las hagan suyas. Esta tarea solo es posible si las organizaciones construyen planteamientos enraizados y mano a mano con los espacios de autoorganización de clase. Es un debate, una construcción dialógica de sentido común y de la estrategia, es democracia obrera en su sentido más radical.

No es solo que este objetivo y su práctica sea licito, es que es indisociable de la participación política. Sea esta individual o colectiva, organizada o espontanea. Cada una de nosotras, nos comprendamos como lo hagamos y nos organizamos como creamos, nos incluimos en un espacio de lucha amplio, llevamos nuestras propuestas y nuestras ideas. El resultado óptimo es lograr la construcción de un consenso que haga de ese espacio un agente más fuerte, más combativo y más organizado. Es una lucha, en el buen sentido, por la defensa de una idea y una línea estratégica. se hegemonizan las ideas, no las organizaciones.

Participar de forma organizada no es cooptar

Gran parte del movimiento libertario ha asumido como una verdad indiscutible que es la participación no organizada, es decir, como individualidad, la que confiere a los espacios un verdadero carácter democrático. Además, se ha popularizado entre los anarquistas, que exigir la participación como individuos es la mejor manera de prevenir y combatir los procesos de cooptación. Pues bien, ni la primera es cierta, ni la segunda funciona.

Los anarquistas siempre han defendido la legitimidad de construir y servirse de diferentes formas organizativas y la intervención en los movimientos de masas. Da igual que piensen en la corriente sindicalista o insurreccional, en el anarquismo educativo y cultural o en el especifismo, allí donde la practica libertaria trasciende la idea de que el anarquismo es tan solo una forma de vida, y entiende que, si bien todo es político, no todo es política, los anarquistas se organizan e intervienen.

Podemos fingir que hay una desconexión total entre nuestras asambleas, nuestros grupos de afinidad y nuestros ateneos y la intervención en espacios más amplios como coordinadoras, plataformas de lucha o demás formas que adopte la lucha social. La realidad es que intervenimos, y lo hacemos con líneas que hemos trabajado en nuestros espacios. Lo ético, lo justo para el resto y también lo más practico seria aceptarlo y asumirlo como coherente con los principios libertarios y en el mismo sentido, entender y favorecer que el resto de corrientes políticas pueda hacerlo.

Obcecarnos con que en los espacios se debe actuar como individualidades no solo no es más democrático y es una necedad, sino que además no sirve para combatir aquellos grupos convencidos de usurpar las luchas. No sirve porque mienten, porque generan asociaciones pantalla y porque si no pueden hacerse con un espacio trataran de sabotearlo.

Frente a esta estrategia de atomizar la política directa lo que debemos adoptar y exigir es la sinceridad y el compromiso. Es la forma de señalar prácticas nocivas y de poder criticar la actuación de grupos enteros. A su vez, no se trata de excluirlos de estos procesos, se trata de que puedan trabajar en ellos siempre que lo hagan con el objetivo de aportar y fortalecer los espacios, y si ganan discusiones, si consiguen sacar adelante propuestas, que sea porque se lo han currado, han convencido y han propuesto algo que es razonable para la mayoría. No podemos engañarnos, en parte del movimiento libertario, esta exclusión ha servido también para evitar el debate y el trabajo ideológico y estratégico.

¿Por qué algunas organizaciones siempre intentan apoderarse de todo?

Simplemente porque sus planteamientos estratégicos comprenden que es parte de la estrategia más acertada. No es que sean una gente malísima, autoritaria, obsesionada con el control y el poder. Piensa, y lo sabemos porque lo hacen público en sus propuestas y porque les vemos actuar, que la revolución para por ser de los suyos o dejar de ser.

Confundir el soviet con el partido, confundir los espacios de frente único con el partido, confundir el socialismo con el partido, confundir la clase obrera con el partido, confundir la revolución con el partido, confundir al partido con Dios, implica necesariamente pensar que la estrategia requiere la cooptación de los espacios para que sirvan a la línea producida por el partido. La línea no es discutible, la linea no es negociable, no hay posibilidad de crecimiento autónomo de las luchas, de transformación o de acuerdos, o del partido y por tanto revolucionario, o contra el partido y por tanto contrarevolucionario.

En el caso de reformismo la cosa es aún más cutre. Se contentan con que la instrumentalización desarme cualquier crítica que pueda surgir desde los espacios populares contra su gestión y su colaboración con el capital y sus élites.

Nuestra propuesta

No se trata aquí de generar una dicotomía entre el qué hacer y el cómo hacer. Esto supone reducir al anarquismo a una cuestión formal y estética. Se trata de entender que el qué y el cómo están supeditados a una estrategia. Desde nuestra perspectiva, desde nuestro planteamiento estratégico, se trata de fortalecer los movimientos de masas, los espacios de confluencia entre tendencias y corrientes y, en definitiva, de construir el poder popular que necesita la clase obrera para poder enfrentar y vencer las fuerzas del capital.

Desde luego esa acumulación de fuerza, y por fuerza entendemos capacidad estratégica, visión sistémica y auto organización de clase, es contradictoria con la instrumentalización y cooptación de los espacios. Pues estos quedan desarmados, desarticulados, desconectados de la posibilidad de crear, proponer y crecer por sí mismos, supeditados al férreo criterio de unos pocos no se construye la articulación real entre los revolucionarios y el total de la clase.

Tampoco se trata de limitar la participación del resto de corrientes políticas, de intentar salvaguardar una pretendida pureza que no existe. De quedarnos solas, y así poder definirnos como libertarias, inmaculadas y otra vez desconectadas.

Se trata de participar por la construcción y el desarrollo del poder popular. Crear espacios amplios, de confluencia, de acuerdos. Que sean integradores sin que pierdan su capacidad combativa. Han tratado de construir una caricatura en la que se sostiene dos verdades a medias, es decir, dos mentiras. Ni la histórica CNT revolucionaria cooptaba la lucha obrera, ni el movimiento libertario es un guiñapo inoperante y desconectado de la realidad. La CNT consiguió hegemonizar los valores revolucionarios, y con sus aciertos y fallos, amplió el poder popular hasta convertirlo en una amenaza real para los capitalistas. A su vez, el movimiento libertario contemporáneo es muy amplio y heterogéneo. Se le puede acusar de haberse centrado en cuestiones accesorias, de haber perdido capacidad de enfoque y de pegada y seguramente de muchas otras cosas. Pero la critica no tiene por intención la mejora de las condiciones de capacidad ofensiva para la clase trabajadora, solo pretende eliminar cualquier posible crítico.

Miguel Brea, militante de Liza.
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‘Apocalypse Now’: viaje al corazón de las tinieblas. Por Rafael Narbona, 20/02/2024

Imagen: Martin Sheen en un momento de ‘Apocalypse Now’

ENTRECLÁSICOS

‘Apocalypse Now’: viaje al corazón de las tinieblas

La perspectiva de Coppola no es totalmente ecuánime, pero eso no malogra su filme, pues el relato, el ritmo, la música, las imágenes y los diálogos trascienden cualquier prejuicio.

https://www.elespanol.com/el-cultural/blogs/entreclasicos/20240220/apocalypse-now-viaje-corazon-tinieblas/834036599_12.html?s=03

Rafael Narbona
20 febrero, 202401:35

El sonido de las aspas de un helicóptero marca el inicio de Apocalypse Now, la ambiciosa y ya clásica película de Francis Ford Coppola basada en El corazón de las tinieblas, la novela de Joseph Conrad. La obra de Conrad se publicó en 1902. En esas fechas, ya se había puesto de manifiesto que el proceso de colonización impulsado por Europa en distintos continentes no respondía a propósitos filantrópicos, sino a la voluntad de saquear y esclavizar.

A pesar de su admiración por el Imperio Británico, Conrad no esconde el espanto que le produce la colonización europea. Ambientada en el Congo, su novela recrea la brutalidad de la compañías comerciales que explotan la colonia. Hoy sabemos que Leopoldo II de Bélgica promovió un horrible genocidio para enriquecerse con las plantaciones de caucho. Se calcula que unos quince millones de nativos murieron a consecuencia del trabajo extenuante o las represalias adoptadas contra las aldeas rebeldes. El exterminio incluyó castigos inhumanos, como mutilaciones, flagelaciones y violaciones.

Conrad no minimiza la crueldad de los europeos, pero al mismo tiempo construye una fábula que narra la degradación moral del hombre blanco al entrar en contacto con la selva. Frente a la civilización, sinónimo de progreso material y moral, la selva simboliza la pervivencia de la barbarie.


Kurtz, un carismático agente comercial, se convierte en un despiadado reyezuelo al sumergirse en un mundo ajeno a los valores occidentales. Conrad describe a los nativos como seres primitivos y amorales. Kurtz acaba cortando cabezas, contagiado por su salvajismo. Esta visión deforma obscenamente la realidad, pues fueron los europeos los que mutilaron a miles de nativos para propagar el terror.
Apocalypse Now incurre en una perspectiva similar. Afortunadamente, la grandeza del arte reside en que desborda las intenciones de sus creadores y de ahí que Conrad y Coppola corroboren sin proponérselo la célebre reflexión de Walter Benjamin: “No hay documento de cultura que no lo sea al tiempo de barbarie”.

La crueldad de Kurtz quizás se activa al sumergirse en las tinieblas de la guerra, pero la semilla de la violencia ya viajaba en su interior y se había gestado en su lugar de origen. No es algo sobrevenido, sino un aspecto esencial de su cultura. La verdadera identidad de Occidente no es la democracia y la libertad, sino una insaciable voluntad de poder.

Apocalypse Now se estrenó en 1979, cuatro años después del fin de la guerra de Vietnam. En esas fechas, ya se sabía que Estados Unidos había cometido gravísimos crímenes en su lucha contra el Vietcong. De hecho, había justificado su implicación en el conflicto con una operación de bandera falsa, el famoso incidente de Tonkín, supuestamente acontecido el 2 de agosto de 1964.

El gobierno de Lyndon B. Johnson utilizó fotografías falsas para acusar a Vietnam del Norte de atacar a la Armada de Estados Unidos. De ese modo fraudulento, logró que el Congreso incrementara notablemente el presupuesto militar y enviara a 440.000 soldados más al país asiático. En plena Guerra Fría, Washington consideraba prioritario frenar la expansión del comunismo por el mundo, incluso con métodos tan inhumanos como el napalm y las armas químicas.
La brutalidad del ejército estadounidense, simbolizada por la fotografía de la niña Phan Thi Kim Phuc huyendo desnuda y con el cuerpo totalmente abrasado por el napalm, despertó la indignación de la opinión pública. La masacre de My Lai, un pueblo donde los americanos asesinaron a sangre fría a 504 civiles desarmados, incluidos mujeres, niños y ancianos, incrementó aún más la impopularidad de la guerra.

Años más tarde, el periodista Nick Turse documentaría infinidad de matanzas similares en su obra de investigación Dispara a todo lo que se mueva, evidenciando que el gobierno de Washington alentó una política de extermino. Hubo muchos My Lai, pues se aplicó una estrategia de tierra quemada. Se arrasaron centenares de aldeas para evitar que continuaran aportando hombres y alimentos a la guerrilla. Se calcula que un millón de civiles murieron a causa de esa estrategia criminal.

[El cine de ayer: el prodigioso 1939]

Jean-Paul Sartre y Bertrand Russell crearon un tribunal de opinión internacional e independiente para juzgar la actuación de Estados Unidos durante la guerra de Vietnam. Integrado por intelectuales como Günther Anders, Simone de Beauvoir, James Baldwin, Julio Cortázar y Peter Weiss, el tribunal llegó a la conclusión de que la Administración estadounidense había planeado y cometido un genocidio.

Coppola no oculta la violencia de las tropas al mando de Lyndon B. Johnson y Nixon, pero atribuye a la guerrilla comunista el detalle más espantoso de la película: cortar y apilar los brazos de los niños vietnamitas vacunados por los americanos. No hay ninguna prueba de que haya sucedido algo así, como tampoco hay testimonios o evidencias sobre que el Vietcong obligara a los soldados americanos capturados a jugar a la ruleta rusa, tal como se muestra en El cazador (Michael Cimino, 1978).

La perspectiva de Coppola no es totalmente ecuánime, pero eso no malogra su filme, pues el relato, el ritmo, la música, las imágenes y los diálogos trascienden cualquier prejuicio. La barbarie de USA se hace visible desde los primeros fotogramas, cuando se escucha la voz de Jim Morrison anunciando: “This is the end”. Mientras, el napalm calcina la selva con grandes globos de fuego.

Occidente alardea de ser el instrumento del progreso, pero siembra la muerte. De hecho, la guerra de Vietnam parece el signo de un inminente apocalipsis. La inocencia y el bien se desmoronan, arrojando al ser humano a la desesperación más implacable. El rostro del capitán Willard (Martin Sheen) se sobrepone al fuego y la selva. Su expresión transmite hastío, angustia, desesperanza. Es uno de esos “hombres huecos” de los que habla T. S. Eliot, un alma rota y perdida cuya única esperanza es la muerte.

Imagen: Marlon Brando como el coronel Kurtz en ‘Apocalypse Now’

El coronel Kurtz leerá el poema de Eliot durante su encuentro con Willard. No es una elección casual, sino el eco de una conciencia colectiva de fracaso. El progreso no ha restaurado el paraíso. Solo nos ha alejado más de él. El reino de la muerte se expande sin cesar y los campos se han vuelto estériles. Kurtz es un rey, casi un dios, pero vive entre ruinas y sabe que su fin se aproxima. El río turbio que circunda su palacio semiderruido es la mortaja tejida por la podredumbre de una civilización que rinde culto a Tánatos.

Entre los libros que acompañan a Kurtz, se encuentran la Sagrada Biblia y La rama dorada, el clásico estudio de religión y mitología comparada del antropólogo George Frazer. Frazer sostiene que el núcleo de todas las religiones es el sacrificio periódico de un dios-rey. Su inmolación es necesaria para garantizar la fertilidad y el equilibrio del cosmos. La vida se marchita en invierno y renace en primavera. Si la semilla no muere, no da fruto. La Pasión de Cristo es una versión más de ese mito.

El capitán Willard es el sacerdote que ejecuta ese rito ancestral, pero lo cierto es que el sacrificio de Kurtz no renueva el ciclo de la vida. Por el contrario, solo añade más destrucción, más dolor, más sinsentido. Willard es un héroe existencialista. Todo le parece absurdo. Solo el ejercicio de la violencia le acarrea una efímera satisfacción. Matar es una manera de olvidar que ya está muerto, que no significa nada para nadie y que no sabe adónde ir. Matar y morir es lo único real, consistente, en una vida hueca e irreal.

Apocalypse Now es un viaje. Un viaje al corazón de las tinieblas. O, si se prefiere, un descenso a los infiernos. El infierno, que no es un lugar físico, ya está en la habitación del hotel de Saigón donde Willard suspira por una misión. Desnudo, ebrio y enloquecido, el capitán no soporta contemplar su imagen en un espejo y expresa su malestar rompiendo el cristal, lo cual le provoca una herida que hace correr la sangre por su cuerpo.

Su apariencia de “ecce homo” es engañosa, pues no es un inocente martirizado, sino un hombre deshumanizado. Aunque ha intentado situarse más allá del bien y el mal, conserva un recuerdo muy nítido de sus crímenes. Quizás eso explica que pregunte de qué se le acusa cuando dos soldados acuden a su hotel con la orden de escoltarle hasta la residencia de un general. La culpabilidad flota en su mente como una mancha de petróleo que se resiste a desaparecer en el fondo del océano.

El infierno sigue presente durante la conversación entre Willard y el general Corman (Gervase Duan Spradlin). Aunque Corman evoca el “ángel bueno” que según Lincoln habita en cada ser humano, ha convocado a Willard para ordenarle que asesine al coronel Kurtz. No es una misión oficial, sino una operación secreta que jamás saldrá a la luz. La residencia de Corman es luminosa y hay viandas en abundancia sobre una mesa, pero las tinieblas lo impregnan todo. En nombre de la moralidad, se organizan actos inmorales. El “ángel bueno” de Lincoln ha quedado oculto bajo la espesa oscuridad de la guerra.

[Vivien Leigh, Hedy Lamarr y Gene Tierney: el esplendor del Hollywood clásico]

Willard remonta el río Nung en compañía de una patrulla de soldados que fuma porros, escuchan rock en la radio o hace surf. Tyrone «Mr. Clean» Miller (Laurence Fishburne) solo tiene diecisiete años. Ha crecido en el Bronx y no está acostumbrado a la luminosidad y los grandes espacios de Vietnam. Aún no es un adulto, pero maneja una potente y letal ametralladora. Cuando escucha (I Can’t Get No) Satisfaction, el famoso tema de los Rolling Stones, comienza a bailar sobre la cubierta, lanzando gritos de euforia.

Al mismo tiempo, Lance B. Johnson (Sam Bottoms), un joven soldado que ha adquirido fama como surfista, se desliza por el agua con su tabla, y Jay «Chef» Hicks (Frederic Forrest) repite el estribillo de la canción. Hasta Phillips (Albert Hall), comandante de la embarcación y bastante circunspecto, sonríe desinhibido y bromea con Tyrone. Solo Willard permanece en silencio, serio y retraído, pues sabe que viajan hacia la oscuridad más impenetrable.

Robert Duvall en ‘Apocalypse Now’
Robert Duvall en ‘Apocalypse Now’

El encuentro con el teniente coronel William «Bill» Kilgore (Robert Duvall) despeja cualquier duda sobre la naturaleza del viaje. Kilgore se pasea entre cadáveres, arrojando cartas de una baraja con el escudo de su compañía. Es su forma de indicar a “Charlie” (la guerrilla comunista) quién ha cometido la matanza. Kilgore no esconde el placer que le produce el olor del napalm. En su opinión, la gasolina huele a victoria. Para Kilgore, la guerra es una fiesta.

Cuando ataca una aldea controlada por el Vietcong, sus helicópteros hacen sonar la Cabalgata de las Valquirias. La cultura y la barbarie se alían una vez más en una escena a medio camino entre lo grotesco y lo terrible. En cambio, en la fiesta organizada poco después para entretener a las tropas no se escucha a Wagner, sino una melodía pop mientras tres playmates bailan sensualmente ante unos jóvenes suspendidos entre el deseo, las drogas y la muerte.

Todo parece tan delirante como ese buque de guerra que dispara contra la selva en El corazón de las tinieblas. No apunta a un blanco. Solo expresa la locura inherente a cualquier empresa basada en el desprecio de la vida y la libertad.

El puente de Do-Lung parece la línea donde se acaba la civilización, pero en ese puesto fronterizo controlado por los estadounidenses la barbarie ya es una evidencia incontestable: los soldados están bajo el efecto de las drogas, la radio suena a un volumen insoportable, los oficiales han desaparecido, las bengalas dibujan estelas espectrales en el cielo. Más allá, comienza el reino de Kurtz, pero no es un nuevo dominio, sino la prolongación del infierno importado por Occidente.

Cuando Willard y los supervivientes de la patrulla (por el camino, han caído “Mr. Clean” y el comandante Phillips) alcanzan las ruinas donde se ha instalado Kurtz, se topan con un espectáculo dantesco: cabezas cortadas, cadáveres colgados de los árboles, hombres crucificados. Un periodista estadounidense (Dennis Hopper) los recibe con los brazos extendidos. A sus espaldas, hay una inscripción sobre un muro semiderruido: “Apocalypse Now”.

Mitad bufón, mitad apóstol, el periodista describe a Kurtz como un visionario que impulsa una revolución moral. Aunque no hay referencias explícitas a Nietzsche, se advierte la influencia de su pensamiento. De hecho, Kurtz confiesa a Willard su admiración por los soldados del Vietcong que cortaron los brazos de los niños vacunados. Su gesto no debe interpretarse como crueldad, sino como un acto de clarividencia. Se situaron más allá del bien y el mal, se libraron de la moral decadente que reclama compasión hacia los débiles, no permitieron que la conciencia les torturara con inútiles remordimientos.

En la novela de Conrad, Kurtz se limita a exclamar: “¡El horror, el horror!”. Coppola prefirió otorgar un papel más destacado al personaje y, con su brillantez habitual, Marlon Brando exteriorizó el tormento interior de un hombre que aparentemente le ha dado la vuelta a su escala de valores, pero que en realidad ha descubierto la verdad más recóndita del mundo al que pertenece.

Conrad y Coppola narran el naufragio moral de Kurtz, atribuyendo su caída al contacto con un entorno violento y primitivo. Sin embargo, la novela y la película muestran otra cosa. Movida por la ambición y la codicia, la civilización occidental ha aniquilado millones de vidas y ha saqueado las riquezas de los territorios ocupados. El progreso no se ha limitado a liquidar culturas y sociedades. Además, ha esquilmado y contaminado la naturaleza, poniendo en peligro el porvenir del planeta. Una filosofía que identifica la virtud con el poder y la acumulación ha engendrado violencia y desigualdad. Se vitupera y cosifica a los pueblos colonizados para justificar su inmolación.

El Kurtz enloquecido es el verdadero rostro de Occidente, la máscara que no soportamos contemplar. El sueño de la razón, como advirtió Goya, produce monstruos como Kurtz, monstruos como nosotros.

Comentario, aportación de Francesc Boldu:

Seguimos igual: todas las guerras actuales y todos los nuevos procesos de neo-colonización no responden a propósitos filantrópicos (la defensa de la libertad y la democracia), «sino a la voluntad de saquear y esclavizar». No ha variado nada. Sólo algunos de los métodos utilizados con las nuevas tecnologías (el uso de drones, por ejemplo, tanto para atacar como para grabar imágenes y videos de lo que está sucediendo) 😡😡😡😡😡

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