Washington no debería enviar tropas a Ucrania, declaró el exvicepresidente de EE.UU. Mike Pence, que se postula para la presidencia de ese país en las elecciones de 2024.

RoiLopezRivas:

Washington no debería enviar tropas a Ucrania, declaró el exvicepresidente de EE.UU. Mike Pence, que se postula para la presidencia de ese país en las elecciones de 2024.

Al mismo tiempo, Pence expresó la opinión de que Estados Unidos necesitaba acelerar la entrega de asistencia militar a Kiev.

«La Administración de Biden es demasiado lenta a la hora de proporcionar armas a los ucranianos, me enteré hoy en las reuniones con funcionarios del Gobierno», afirmó este político.

Vía @tass_agency

🔗 Roi Lopez Rivas (@RoiLopezRivas)

Kennedy calificó de terrible el papel de Estados Unidos en el conflicto de Ucrania – The Hill

El candidato presidencial demócrata de Estados Unidos, Robert Kennedy Jr., dijo que el papel de Estados Unidos en el conflicto de Ucrania es «terrible para el pueblo ucraniano».

Agregó que Estados Unidos ha convertido a Ucrania en un «peón» en un conflicto de poder entre Rusia y Estados Unidos.

📝 “Nos dijeron que este es un evento humanitario. Pero cuando se le preguntó al presidente Biden por qué estábamos allí, dijo que era para cambiar el régimen de Vladimir Putin”, dijo Kennedy.

Vía https://t.me/albatrops

🔗 Roi Lopez Rivas (@RoiLopezRivas)

¿Qué fue de la ley USA de ayuda, alivio y seguridad económica por coronavirus (conocida como Ley CARES)? Fueron de $2 billones de dólares, se firmó el 27/03/2020

https://www.principal.com/es/personas/vida-y-dinero/ley-cares-lo-que-necesitas-saber-acerca-del-nuevo-paquete-de-est%C3%ADmulo-econ%C3%B3mico

¿Qué fue de la ley USA de ayuda, alivio y seguridad económica por coronavirus (conocida como Ley CARES)?, correspondiente a $2 billones de dólares, se firmó el 27 de marzo de 2020 y es el mayor paquete de ayuda por emergencia que se ha otorgado en la historia de los Estados Unidos.

Julián Casanova. Aprendizaje de historiador, lectura crítica del pasado. Cinco libros básicos:

Aprendizaje de historiador, lectura crítica del pasado. Cinco libros básicos:

  • Peter Burke Formas de hacer historia
    -Krzysztof Pomian Sobre la historia
    -Georg Iggers La historiografía del siglo XX
    -Enrique Moradiellos El oficio de historiador
    -Joan W. Scott Género e historia
    Buen fin de semana.

María Zambrano y Hannah Arendt: pensar desde y a través del exilioCarlos Javier González Serrano / 23 marzo, 2021

María Zambrano y Hannah Arendt: pensar desde y a través del exilio

Carlos Javier González Serrano / 23 marzo, 2021

El vuelo de la lechuza
Filosofía, literatura, humanidades.

Hannah Arendt y María Zambrano representan dos de las cumbres del pensamiento filosófico del siglo XX. Un periodo histórico que sintieron y pensaron en y desde lo más íntimo. Olga Amarís Duarte, doctora en Filosofía y traductora, publica un libro fundamental para acercarse a ambas figuras a través de la dolorosa, pero también enriquecedora, vivencia del exilio que ambas sufrieron. «El exilio es, pues, creador», dejó escrito María Zambrano (1904-1991). Tanto la pensadora malagueña como Hannah Arendt (1906-1975) padecieron, de primera mano, los horrores de tan problemática experiencia, alienadora como pocas pero también rica en contrastes. Una experiencia que Olga Amarís Duarte toma como centro neurálgico de su nueva obra, Una poética del exilio. Hannah Arendt y María Zambrano (Herder), redactado con una prosa muy fluida y con profundo conocimiento del pensamiento de sendas mujeres, cualidades que invitan a cualquier lector, lego o especializado, a introducirse en los complejos y apasionantes vericuetos del pensar de ambas.

Escribe la autora en el prefacio que «todo exilio tiene una faceta de conquista y todo exiliado es un conquistador en potencia que irrumpe con su conspicua diferencia en una sociedad que, en principio, no cree necesitarle». Por eso, continúa, «la gran proeza del exiliado consiste en hacerse imprescindible por insustituible». Y, desde luego, Arendt y Zambrano se hicieron imprescindibles como conocedoras de primera mano de un tiempo de oscuridad (como Arendt lo denominó), en el que los totalitarismos y los señalamientos se convirtieron en moneda corriente de una Europa que naufragaba en términos políticos, sociales y antropológicos.


Es además nuestro tiempo, como recuerda Duarte, «el de los setenta millones de desplazados forzados»; un tiempo en el que la experiencia del destierro, del exilio y de la errancia vuelven a estar tristemente en boga. Fundamentalmente porque, a fin de cuentas, constituye una vivencia común: el exilio lo sufre quien lo experimenta en sus propias carnes, pero también el espectador que asiste a él. Por eso, se apunta en este libro, se hace urgente «pensar y repensar el exilio como lo hicieron María Zambrano y Hannah Arendt, sin escatimar en los sinsentidos y en el horror, para llegar, finalmente, a comprenderlo en su totalidad poliédrica».

Ello por una razón muy clara, que Arendt expresa con dureza teórica y retórica en el prólogo de Los orígenes del totalitarismo (1951), en un fragmento que Olga Amarís Duarte recoge en su obra y que supone el pistoletazo de salida de su libro:

La comprensión no significa negar el horror, deducir de precedentes lo que no tiene igual o explicar los fenómenos mediante tales analogías y generalidades que no se sientan ya ni el impacto de la realidad ni el choque de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar de forma consciente el fardo que nuestro siglo ha puesto sobre nosotros sin negar su existencia ni someterse dócilmente a su peso. La comprensión, en suma, implica un enfrentamiento no premeditado, atento y resistente con la realidad, cualquiera que ésta sea.


Duarte expresa de una forma sencilla lo complejo. Con la habilidad del escultor experimentado, este imperdible volumen muestra cada pormenor con suavidad, sin perder con ello ningún detalle por el camino. Es un libro que se lee con gusto literario, con el que se aprende y se viaja a hombros de Arendt y Zambrano: sintiendo, padeciendo, educándonos con ellas. Porque si en algo creyeron ambas autoras fue en esa antigua paideia (formación o educación) griega, que cincela el espíritu no tanto para contar con las herramientas intelectuales necesarias como para tener el valor suficiente para no sortear la realidad.

Tanto Zambrano como Arendt, desde sus particulares y tan distintos estilos, trascendieron su propia realidad, mas no para soslayarla, sino para poder convivir con la inquietud que les suscitaba, en una labor constructora del exiliado. Como apunta Duarte, en ambas pensadoras «el exilio se convierte en un acontecimiento propiciatorio e iniciático que, en complicidad con los tejemanejes de la historia, logra aquello que el místico sólo consigue empezar a vislumbrar tras arduos ejercicios ascéticos», de manera que «alcanza en el salto abismático hacia lo desconocido un estado total de desarraigo». Tanto Arendt —con su concepto de «vida desnuda»— como Zambrano —con la experiencia descarnada del exilio— reivindican más justamente «la posición privilegiada del límite que se abre en toda crisis para empezar a poner los cimientos de un modo alternativo de expresión y de intelección capaz de comprensión total de la realidad, incluyendo aquellas regiones desterradas». En esto fueron maestras y, casi se puede decir, guías espirituales.

Pero no. Ni en Zambrano ni en Arendt el pensamiento queda petrificado en las zonas etéreas de la filosofía. Ambas pujan por tocar el suelo de la realidad, de su realidad, para pensarla y, a partir de ese contacto filosófico, emerger en y con la acción. Hay que comprenderlo todo y del todo, aunque no por un gusto fatuo o diletante por lo teórico, sino, más bien, con la mente puesta en la acción que, también y por supuesto, se traduce a veces en el pensar. Pero un pensar sin acción resulta inoperante y vacío.


En este sentido apunta muy certeramente Olga Amarís Duarte que no debemos creer, sin embargo, que «la experiencia del exilio es concebida por ambas autoras como un estado pasivo de aceptación y de sublimación de los acontecimientos de la época». En Arendt, por ejemplo, «el refugiado se convierte en partícipe de la vita activa, influyendo y conformando la esfera pública mediante sus actos y sus palabras»; en Zambrano, se resurge a una vida nueva que «va instituyendo una patria tras otra, porque todas las ciudades han sido fundadas un día por un extranjero que vino de lejos con la sola intención de crear, de dar sin más».

Un libro necesario, de prosa excelente y cautivadora, y sin duda uno de los ensayos más relevantes publicados en nuestro idioma en los últimos años. Un viaje tan detallado como agradable por el corazón y las vivencias de dos pensadoras que se dejaron la vida en el desarrollo de su propio pensar: pensaron porque vivieron y vivieron porque pensaron. Quizá en esta doble direccionalidad se encuentre su mayor hondura: en la decisión de existir en la tensión del pensamiento que se implica con los retos de su tiempo. Inexcusablemente.

La búsqueda conjunta de un sentido al sinsentido en los que el ejercicio de pensar anduvo en cuarentena, el descubrimiento y el desarrollo de una línea de pensamiento muy singular y personal, en crítica abierta contra el canon y porosa a fuentes de conocimiento más alternativas y de carácter tan subjetivo como los sueños, la imaginación y la tradición religiosa, son algunos de estos puntos de conexión en dos discursos que se dan la mano, aun en la distancia.

Olga Amarís Duarte, Una poética del exilio, p. 305.
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23 marzo, 2021 en Filosofía. Etiquetas:Carlos Javier González Serrano, Filosofía, Hannah Arendt, libros, María Zambrano
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10 comentarios en “María Zambrano y Hannah Arendt: pensar desde y a través del exilio”
Anónimo 26 marzo, 2021 a las 09:24
Muchas gracias por la cita. Me haré con el libro.

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leo castillo 26 marzo, 2021 a las 16:14
Saludo afectuoso al equipo de El vuelo de la lechuza. Les hago envío, esperando sea reproducido en vuestra revista, de mi trabajo Freud. La cocaína. Dios y el sexo, CordialLeo Castillo,Escritor colombiano

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María Sola 4 junio, 2021 a las 00:28
Felicitaciones a todo el equipo de El vuelo… son extraordinarios!

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Pingback: María Zambrano y Hannah Arendt – Ateneo Libertario Carabanchel Latina

Pingback: The correspondence between Hannah Arendt and Martin Heidegger – The Radical Outlook

Victoria Gallardo Martínez 28 octubre, 2021 a las 18:01
Gracias por existir en estos tiempos.

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griselda alvarez 9 marzo, 2022 a las 01:57
En el día de la mujer dos mujeres pensantes a cargo de otra que las presenta

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Pingback: «Cómo podré vivir sin ti». Historia de una amistad: las cartas entre Hannah Arendt y Hilde Fränkel. – Andando tras tu encuentro…

Julia Escolar de Gruben 15 octubre, 2022 a las 14:46
Felicitaciones , me ha llenado de curiosidad leer el.libro y empezar a conocer a estas tres grandes pensadoras.

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Juan Carlos Herrera 2 mayo, 2023 a las 13:31
Excelente. Felicitaciones

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Buen día. 🍻 salud. Hoy celebró mi 76 cumpleaños…

Estimados. Agradezco mucho el interés en las cosas que publico en mis redes sociales; compartir ideas, información y análisis me apasiona… Quizá, poco a poco, contribuyamos a convivir mejor.
Te deseo un feliz 27 de junio
@OrrantiaTar

Guerra Ucrania – Rusia: últimas noticias en directo | Prigozhin, jefe de los mercenarios de Wagner: “Queríamos protestar, no derrocar al Gobierno” – EL PAÍS, 26/6/23

Guerra Ucrania – Rusia: últimas noticias en directo | Prigozhin, jefe de los mercenarios de Wagner: “Queríamos protestar, no derrocar al Gobierno”

EL PAÍS

La investigación contra el responsable de Wagner sigue abierta, pese al acuerdo de inmunidad alcanzado con el Kremlin por el líder de la compañía de mercenarios | El ministro de Defensa ruso visita las tropas desplegadas en Ucrania tras el motín de Wagner, cuyo líder sigue desaparecido

00:39
El ministro de Defensa ruso aparece por primera vez desde el motín de Wagner

video
El ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, este lunes en un puesto avanzado de las tropas rusas en Ucrania, cuya ubicación no se ha precisado, en una imagen oficial rusa.
Foto: EL MINISTRO DE DEFENSA RUSO, SERGUÉI SHOIGÚ, ESTE LUNES.

EL PAÍS
Actualizado:26 JUN 2023 – 17:07 CEST
41303

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MOMENTOS CLAVE
Hace 2h
Wagner seguirá operando en Mali y en la República Centroafricana, según el Gobierno ruso

Hace 4h
Putin reaparece en un vídeo difundido en un foro industrial pero no alude al motín de Wagner

Hace 5h
Qué ha pasado en las últimas horas

Hace 10h
Ucrania afirma que ha recuperado 130 kilómetros cuadrados a lo largo del frente sur

“Queríamos protestar, no derrocar al Gobierno”, ha dicho en un audio Yevgueni Prigozhin, el líder de los mercenarios de Wagner. Es la primera declaración que se ha conocido de Prigozhin, hecha pública este lunes, desde que el sábado el jefe de la compañía de mercenarios se rebelara abiertamente e hiciera marchar sus tropas hacia Moscú. Se trata de un audio colgado en sus redes sociales. La investigación contra el líder de Wagner, que está en paradero desconocido, sigue aún abierta, a pesar del pacto de inmunidad alcanzado con el Kremlin a cambio de detener la rebelión. Además, el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, ha visitado a las tropas rusas desplegadas en Ucrania, según ha informado la agencia de noticias RIA, sin ofrecer más detalles sobre el lugar y el día exacto del encuentro. Se trata de la primera aparición pública del ministro tras el motín. El alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, ha anulado las medidas antiterroristas adoptadas en la capital, según ha anunciado en un mensaje en Telegram. El alto representante para Política Exterior y Seguridad de la UE, Josep Borrell, ha afirmado en Luxemburgo que la guerra está “resquebrajando el poder ruso”.

FOTOGALERÍA | Los mercenarios de Wagner se rebelan contra Putin
Documental | Ucrania, ante la contraofensiva: 1.200 kilómetros de viaje por el frente
El País

El jefe de Wagner: “Queríamos protestar, no derrocar al Gobierno”

El jefe del grupo mercenario Wagner, Yevgueni Prigozhin, ha vuelto a sus redes sociales con un audio de 11 minutos en el que reivindica su levantamiento del fin de semana. «Queríamos protestar, no derrocar al Gobierno», ha asegurado.

«El propósito de la campaña era evitar la destrucción de Wagner y llevar ante la justicia a aquellos que, con sus acciones poco profesionales, han cometido muchísimos errores durante la campaña de defensa militar».

Prigozhin ha explicado su versión de los acontecimientos. «Ellos [en referencia, entre otros, al Ministerio de Defensa] por intrigas y decisiones mal planteadas, decidieron disolver la organización militar Wagner», ha afirmado. «Entre un 1% y un 2% de nuestros soldados acordaron marchar [el viernes] hacia Moscú. Cuando Wagner quiso transferir equipo desde la región de la operación militar especial [la guerra de Ucrania], les empezaron a bombardear». El jefe de Wagner ha asegurado que 30 de sus soldados murieron en ese ataque.

«En un día hemos cubierto 780 kilómetros», ha presumido Prigozhin. «Ni un solo soldado ha muerto en tierra. Sentimos haber derribado aparatos aéreos, pero nos estaban lanzando bombas y cohetes».

El jefe de Wagner también ha explicado el porqué de su media vuelta. «Paramos en el momento que se hizo evidente que mucha sangre se iba a derramar. Decidimos que la protesta era suficiente».

Y ha presumido: «La marcha ha mostrado muchos de los problemas de seguridad de Rusia. En 24 horas, hemos cubierto la distancia que el Ejército ruso podía haber recorrido el 24 de febrero de 2022 [fecha del inicio de la invasión] hacia Kiev y más allá».

Act. 26 jun 2023 – 17:10 CEST
AFP

Wagner seguirá operando en Mali y en la República Centroafricana, según el Gobierno ruso

El grupo paramilitar ruso Wagner continuará sus operaciones en Malí y en República Centroafricana, pese a la rebelión abortada de su jefe en Rusia el pasado fin de semana, indicó el lunes el ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov. El personal de Wagner de esos países está «trabajando como instructores», ha dicho Lavrov en una entrevista con el medio ruso RT. «Ese trabajo, por supuesto, continuará», ha añadido, asegurando que la revuelta encabezada por el jefe de Wagner, Yevgueni Prigozhin, no afectará a las relaciones de Rusia con «socios y amigos».

Act. 26 jun 2023 – 16:06 CEST
La UE aprueba una ayuda de 100 millones de euros para cinco países miembros desestabilizados por la importación de cereales de Ucrania

Los Veintisiete han aprobado este lunes una ayuda de 100 millones de euros para cinco países de la UE afectados por la afluencia de cereales ucranios, anunció la Comisión Europea, que detalló un plan de ayuda separado para los otros 22 Estados miembros

Tras asignar 56 millones de euros a finales de marzo, Bruselas había propuesto a mediados de abril distribuir otros 100 millones de euros entre los agricultores de cinco países (Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania y Eslovaquia) desestabilizados por la importación masiva de cereales de Ucrania como consecuencia de la guerra. Estas importaciones están deprimiendo los precios en estos mercados. Este paquete estaba sujeto a la luz verde de los Estados miembros, una docena de los cuales habían pedido «aclaraciones» sobre los criterios de cálculo y asignación.

En concreto, Bruselas asignará 39,33 millones de euros a Polonia, 29,73 millones a Rumania, 15,93 millones a Hungría, 9,77 millones a Bulgaria y 5,24 millones a Eslovaquia, según informó el Ejecutivo europeo en un comunicado de prensa. A principios de junio, la Comisión también había autorizado a estos cinco países a prorrogar hasta el 15 de septiembre sus medidas restrictivas destinadas a bloquear la comercialización en su territorio de trigo, maíz, colza y girasol ucranianos, siempre que no impidan su tránsito hacia otros países. (Afp)

Act. 26 jun 2023 – 15:00 CEST

España ha formado ya a más de 1.500 militares ucranios

Cuarenta soldados ucranios se forman estos días en un acuartelamiento de la provincia de Girona, el General Álvarez de Castro de Sant Climent de Sescebes, antes de regresar al frente de guerra y poner en práctica los conocimientos adquiridos en España. Forman parte de un contingente desplazado a España para formarse, 350 repartidos en más de diez acuartelamientos y que se suman hasta la fecha a un total de 1.500, ya que otros contingentes se han formado previamente.

La preparación que reciben, dirigida al liderazgo de suboficiales que deben guiar equipos de cinco o diez personas en primera línea de fuego, responde a un plan europeo de defensa, según ha explicado durante una visita el delegado del Gobierno en Cataluña, Carlos Prieto.

El delegado del Gobierno ha explicado que todos los militares ucranios con los que había conversado habían resultado heridos en la guerra. Prieto ha recordado además que muchos de los soldados eran «carpinteros, lampistas o albañiles» antes de la guerra y que algunos ni siquiera habían hecho el servicio militar o llevaban «muchísimos años sin tocar un arma». (Efe)

Act. 26 jun 2023 – 14:45 CEST

Hungría bloquea el próximo tramo de la ayuda militar extrapresupuestaria de la UE a Ucrania

Hungría ha bloqueado el desembolso del próximo tramo del pago del EFP (Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, en sus siglas en inglés) a los Estados miembros, unos 500 millones de euros, alegando agravios por la inclusión del banco húngaro OTP en una lista negra ucrania, dijo su ministro de Asuntos Exteriores en una conferencia este lunes. Ese fondo extrapresupuestario cubre las donaciones de armas de los Estados miembros a Ucrania.

«Estamos dispuestos a cambiar de opinión si los ucranios ponen fin a la ridícula y mentirosa situación por la que OTP, el mayor banco húngaro está en la lista de los patrocinadores internacionales de la guerra», dijo Szijjarto.

Hungría ya bloqueó en mayo el desembolso de este tramo a los Estados miembros citando el mismo asunto.

El EFP, creado en 2021, es el principal fondo europeo de Defensa, un instrumento extrapresupuestario destinado a prevenir conflictos, construir la paz y reforzar la seguridad internacional. (Reuters)

Act. 26 jun 2023 – 14:26 CEST

El ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, saluda al presidente Putin el pasado ocho de mayo en Moscú.
El ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, saluda al presidente Putin el pasado ocho de mayo en Moscú. / DMITRY ASTAKHOV / SPUTNIK / GOVE / EFE

Serguéi Shoigú, el general y ministro de Defensa ruso que no ha servido ni un día en las filas del ejército

El titular de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, el más antiguo de los ministros del país, es un gran amigo del jefe de Kremlin, Vladímir Putin, quien en varias ocasiones lo ha elegido como compañero de vacaciones, ampliamente publicitadas, y hasta ahora era poseedor de un aura de incombustible.

Pero su falta de repuesta a la rebelión de los mercenarios del Grupo Wagner encabezada por su líder, Yevgueni Prigozhin, ha supuesto para Shoigú un golpe, sin duda más duro que los reveses del ejército ruso en Ucrania, por los que él y la cúpula militar han sido duramente criticados desde los sectores ultrapatriotas.

La actuación de Shoigú, o la falta de ella, en esta crisis lo ha dejado mal parado, pero es sabido que Putin no es amigo de tomar decisiones rápidas y menos bajo la presión de los acontecimientos, por lo que sorprendería una destitución en caliente.

Sin servir un solo día en las filas de las Fuerzas Armadas, el ministro de Defensa, de 68 años, ingeniero constructor de profesión, ostenta el grado de general de Ejército, el más alto del escalafón ruso, por lo que sus detractores le llaman el «general de cartón».

En medio del descalabro de la URSS, acompañado de inundaciones, incendios forestales y otros desastres, Shoigú acapara espacios en los medios y en 1994 su labor es premiada con la creación del Ministerio para Situaciones de Emergencia, del que fue titular hasta 2012, cuando tras casi seis meses como gobernador de región de Moscú, fue nombrado al frente de Defensa.

Desde entonces, la cercanía de Putin y Shoigú no hizo más que fortalecerse, como se ha empeñado en subrayar el propio Kremlin al difundir imágenes de sus vacaciones conjuntas, tanto en verano, donde se les puede ver de pesca con el torso desnudo, como en invierno, paseando por un bosque nevado. (Efe)

Act. 26 jun 2023 – 14:14 CEST
EL PAÍSREUTERS

Putin reaparece en un vídeo difundido en un foro industrial pero no alude al motín de Wagner

El presidente ruso, Vladímir Putin, reapareció este lunes a través del sitio web del Kremlin en un vídeo para felicitar a los participantes de un foro industrial, en la que ha sido su primera declaración desde la rebelión armada del grupo de mercenarios Wagner este fin de semana. La página de la Presidencia rusa recoge la transcripción del mensaje, en el que no se alude en ningún momento al motín liderado por el jefe de Wagner, Yevgueni Prigozhin, pero no incluye el vídeo. El texto de la alocución se ilustra solo con una captura de pantalla que supuestamente pertenece a esa grabación de la que se desconoce cuándo y dónde se tomó.

El pasado sábado, Putin sí pronunció un discurso dirigido al pueblo ruso en el que definía el motín de Wagner como una «puñalada por la espalda», que prometió “aplastar”.

El presidente ruso no ha comentado tampoco públicamente hasta ahora el acuerdo posterior, anunciado a última hora del sábado, por el que Moscú ofreció retirar los cargos contra Prigozhin y comprometerse a no tomar represalias contra sus mercenarios si regresaban a sus bases y deponían su actitud. Ese mismo día se informó de que el jefe de Wagner se instalaría en Bielorrusia, si bien su paradero se desconoce aún.

Las agencias oficialistas TASS, Ria Novosti e Interfax confirmaron este lunes que Prigozhin sigue bajo investigación del FSB, el servicio de seguridad heredero del KGB soviético, por el motín que lideró, a pesar del acuerdo de inmunidad al que supuestamente llegó con el Kremlin.

Act. 26 jun 2023 – 14:02 CEST

«BALLENEROS EN ISLANDIA». Aitor Zulueta se embarca en los balleneros de Islandia para narrar su segunda novelaEl escritor bermeotarra presentará esta tarde en Bermeo (18.00) su nuevo libro

«BALLENEROS EN ISLANDIA»

Aitor Zulueta se embarca en los balleneros de Islandia para narrar su segunda novela
El escritor bermeotarra presentará esta tarde (18.00) su nuevo libro, en el que revive a los protagonistas de ‘La Hermandad del Atlántico’

https://www.elcorreo.com/bizkaia/costa/aitor-zulueta-embarca-balleneros-islandia-narrar-segunda-20230622163403-nt.html

Tras pasar más de una década desde la publicación de su primera novela, titulada ‘La hermandad del Atlántico’, Aitor Zulueta vuelve hoy con la presentación de su segunda novela, que tendrá lugar a las seis de esta tarde, en la sala ‘Txile’ del Museo del Pescador de la villa marinera.

Su primera novela me encantó. Leeré esta segunda con apasionado interés.

El impulso destructivo – Anarquismo: Una historia de las ideas y los movimientos libertarios (1973) – George Woodcock

https://wp.me/pdwhnB-lA3

El impulso destructivo

De todos los anarquistas, Miguel Bakunin fue el que más consecuentemente vivió y aparentó. Con Godwin y Stirner y Proudhon siempre parece haber una división entre los extremos lógicos o apasionados del pensamiento y las realidades de la vida cotidiana. Estos hombres de terror, tal y como los veían sus contemporáneos, salían de sus estudios y se transformaban en el ex clérigo pedante, el profesor de señoritas amedrentado, el antiguo artesano -orgulloso de su fina estampa- que resulta ser un padre de familia modélico. Esto no significa que ninguno de ellos fuera fundamentalmente incoherente; tanto Godwin como Proudhon mostraron un valor ejemplar al desafiar a la autoridad cuando su conciencia les llamaba a hacerlo, pero su impulso de rebelión parecía casi completamente satisfecho por su actividad literaria, y en la acción su falta de convencionalismo rara vez superaba los grados más leves de excentricidad.

Bakunin, en cambio, era monumentalmente excéntrico, un rebelde que en casi todos sus actos parecía expresar los aspectos más contundentes de la anarquía. Fue el primero de una larga serie de aristócratas en unirse a la causa anarquista, y nunca perdió la gracia heredada de sus modales, que combinaba con una expansiva bonhomía rusa y un desafío instintivo a todas las convenciones burguesas. Físicamente era gigantesco, y su aspecto macizo y desaliñado impresionaba al público incluso antes de que empezara a ganarse sus simpatías con su oratoria persuasiva. Todos sus apetitos -con la única excepción del sexual- eran enormes; hablaba toda la noche, leía omnívoramente, bebía brandy como si fuera vino, se fumó 1.600 puros en un solo mes de prisión en Sajonia, y comía tan vorazmente que un simpático comandante de la cárcel austriaca se sintió movido a asignarle raciones dobles. Prácticamente no tenía sentido de la propiedad ni de la seguridad material; durante toda una generación vivió de los regalos y préstamos de amigos y admiradores, daba con tanta generosidad como recibía y no pensaba literalmente en el día siguiente.

Era inteligente, culto, pero ingenuo; espontáneo, amable, pero astuto; leal hasta el último grado, pero tan imprudente que constantemente conducía a sus amigos a peligros innecesarios. Insurrecto y conspirador, organizador y propagandista, era un energúmeno del entusiasmo revolucionario. Podía inspirar libremente a otros hombres con sus ideales y llevarlos de buena gana a la acción en las barricadas o en la sala de conferencias.

Sin embargo, hubo momentos en los que toda esta vasta e inquieta actividad adquirió la apariencia de un gran juego de infancia prolongada, y momentos también en los que las extremidades de Bakunin en sus actos y discursos produjeron pasajes de pura comedia que le hacen parecer la caricatura más que el ejemplo de un anarquista. Se le puede ver desfilando por las calles de una ciudad suiza disfrazado de clérigo anglicano; enviando ingenuamente cartas cifradas con el código adjunto en el mismo sobre; engatusando genialmente a conocidos fortuitos con historias de enormes ejércitos secretos totalmente imaginarios a sus órdenes. Es difícil negar siempre la justicia del retrato que E. H. Carr trazó tan irónicamente en la única biografía inglesa de Bakunin.

Pero Bakunin sigue siendo una figura demasiado sólida para ser descartado como un mero excéntrico. Si era un tonto, era uno de los tontos de Blake que alcanzan la sabiduría persistiendo en la locura, y había suficiente grandeza en él -y también suficiente adecuación a su tiempo- para convertirlo en uno de los hombres más influyentes de la tradición revolucionaria general, así como de la historia particular del anarquismo. Llegó a serlo tanto por sus fracasos como por sus triunfos, y sus fracasos fueron muchos.

Para empezar, fracasó donde la mayoría de los grandes anarquistas han tenido éxito: como escritor. Aunque garabateó copiosamente, no dejó un solo libro terminado para transmitir sus ideas a la posteridad. No tenía, como le confesó una vez a Herzen, ningún sentido de la arquitectura literaria, y tampoco mucho aguante, de modo que todo lo que escribía perdía pronto su dirección original y solía ser abandonado. Sus mejores ensayos son piezas cortas producidas para ocasiones especiales, con todas las debilidades de la literatura tópica. Tampoco las ideas que se pueden extraer de sus escritos son muy originales, excepto cuando habla de la organización de las revoluciones; por lo demás, dice poco que no se derive de alguna manera de Hegel o Marx, de Comte o Proudhon.

Sus admiradores, admitiendo la delgadez de sus pretensiones literarias y teóricas, han contraatacado normalmente con la afirmación de que Bakunin era realmente importante como hombre de acción. Sin embargo, incluso sus acciones, por dramáticas que fueran, parecen a menudo singularmente ineficaces. Estuvo involucrado en más conspiraciones inútiles y más esperanzas frustradas que la mayoría de los revolucionarios de una época especialmente dada a tales aventuras.

Llegó demasiado tarde a la fase activa del único levantamiento exitoso de su vida, la Revolución de Febrero de 1848 en París; las otras cinco insurrecciones, repartidas por el mapa de Europa, en las que tomó parte destacada, fueron todas desastres heroicos o fiascos cómicos. Las sociedades secretas que le gustaba inventar nacieron muertas o murieron prematuramente por disensiones internas. Y al final de todo murió como un hombre solitario, fuera de la lucha a la que había dedicado su vida y abandonado por sus propios seguidores anarquistas.

Pero en compensación por sus debilidades, Bakunin tenía las virtudes de la dedicación y la perspicacia, y éstas le condujeron a importantes logros. Vio, con más claridad que incluso Proudhon, que en la década de 1860 había llegado el momento en que las teorías anarquistas podían utilizarse como medio para activar el descontento de los trabajadores y campesinos de los países latinos. Esta toma de conciencia le llevó a la Primera Internacional, y allí percibió claramente las implicaciones autoritarias del socialismo marxista. Fue en el conflicto entre Bakunin y Marx dentro de la Internacional donde se desarrollaron por primera vez las diferencias irreconciliables entre las concepciones libertaria y autoritaria del socialismo, y en esta lucha la facción que dirigía Bakunin se fue configurando gradualmente hasta convertirse en el núcleo del movimiento anarquista histórico. Los años de su vinculación con la Internacional son aquellos a los que Bakunin debe su trascendencia duradera; sin ellos no habría sido más que el más pintoresco de una multitud de excéntricos revolucionarios que llenaron los centros de exilio de Suiza e Inglaterra durante las décadas centrales del siglo XIX.

Como muchos anarquistas, Bakunin era un hombre de campo por nacimiento y educación. Nació en 1814 en la finca de Premukhino, en la provincia rusa de Tver, donde su padre, Alexander Bakunin, era un liberal prudente de la escuela del siglo XVIII, un hombre erudito y un poeta aficionado; había estado en París durante la Revolución Francesa y se había doctorado en Filosofía en Padua. Su esposa, Varvara, pertenecía a la influyente familia Muraviev; tres de sus primos, a los que Miguel Bakunin conoció de niño, participaron en la primera de las revoluciones rusas, el motín decembrista de los constitucionalistas en 1825. La familia era numerosa; los diez hijos formaban un grupo muy unido y afectuoso, de modo que en sus años de exilio Bakunin recordaría la felicidad de su infancia con el tipo de nostalgia romántica que se encuentra tan a menudo en las memorias de los aristócratas rusos nacidos a principios del siglo XIX.

La vida en Premukhino era casi espartanamente sencilla, pero, como Alexander Bakunin era discípulo de Rousseau, la educación de sus hijos estaba bien cuidada, y en aquellos primeros años Miguel aprendió los idiomas -francés y alemán, inglés e italiano- que más tarde le fueron tan útiles en su carrera como revolucionario internacional. En aquella época era casi obligatorio para un caballero ruso pasar al menos parte de su vida en el ejército o en la burocracia, y Miguel, como hijo mayor, fue enviado a la Escuela de Artillería de San Petersburgo.

Era un estudiante reacio, pero finalmente recibió su nombramiento y fue enviado a servir en una guarnición en la remota campiña lituana. El aburrimiento, el resentimiento por la disciplina y una repentina afición por los libros hicieron que se sintiera descontento con la vida militar, y al año siguiente regresó a casa, se quejó convincentemente y consiguió que le licenciaran. Un par de meses después estaba en Moscú, donde conoció a Nicolás Stankevich, el primero de los hombres que le ayudarían en su camino hacia la revolución.

Era la época en que los jóvenes intelectuales de Rusia empezaban a responder a las influencias que se filtraban a través de las barreras de la censura desde Europa occidental. El romanticismo literario, la metafísica alemana, el pensamiento social francés… todos encontraban adeptos en los círculos literarios de Moscú y San Petersburgo. En torno a Stankevich se reunieron los discípulos de Hegel; alrededor de Herzen, los fascinados por las doctrinas socialistas de Fourier, Saint-Simon y Proudhon. Bakunin siguió a Stankevich, y cuando éste abandonó Rusia se convirtió, por la fuerza de su personalidad, en el líder de los hegelianos moscovitas. En Rusia, su hegelianismo siguió siendo ortodoxo y autoritario y, a pesar de su rebelión recurrente contra la autoridad familiar, se mantuvo sorprendentemente leal al régimen zarista. Ya mantenía una relación amistosa y de préstamo con Herzen, pero no hay pruebas de que en esta época estuviera influido en modo alguno por las ideas socialistas del futuro editor de The Bell.

Es esta indiferencia hacia las ideas radicales durante sus años moscovitas lo que confiere al cambio de actitud de Bakunin tras abandonar Rusia en 1840 el dramatismo de una conversión emocional. Ya había experimentado un intenso malestar romántico, una sensación de claustrofobia espiritual que afligía a muchos rusos de su época, y en 1839 sentía que su propia existencia como ser pensante dependía de acceder a fuentes de conocimiento que le estaban vedadas por las circunstancias de la sociedad zarista. «No puedo quedarme ni un momento más», gritó frustrado a sus hermanas, y en su imaginación Berlín se convirtió en una Meca filosófica. En la primera de sus muchas cartas, pidió a Herzen un importante préstamo para pagar su huida. Espero de este viaje un renacimiento y un bautismo espiritual», le dijo. Percibo muchas posibilidades grandes y profundas dentro de mí y hasta ahora me he dado cuenta de tan pocas». Herzen concedió el préstamo y acompañó al prestatario hasta el muelle del Neva desde el que zarpó.

Durante casi dos años en Alemania, Bakunin siguió siendo el estudiante entusiasta, explorando los círculos intelectuales y la sociedad bohemia de Berlín; su compañero más cercano fue Ivan Turgenev, que más tarde lo consagraría en la literatura como el modelo de Rudin, el héroe de su primera novela. Bakunin seguía teniendo ambiciones académicas y se veía a sí mismo como futuro profesor de filosofía en la Universidad de Moscú.

Pero el cambio que anunciaba su esperado renacimiento ya se estaba produciendo en su interior. Se movía con inquietud de filósofo en filósofo. Cada vez le repugnaba más abandonar la libertad mental de Europa por la oscuridad intelectual de Rusia. Incluso Berlín empezó a resultarle molesto, y hacia finales de 1841 hizo un viaje a Dresde que inesperadamente se convirtió en un punto de inflexión en su vida, pues allí conoció al hombre insólito que inició su conversión.

Arnold Ruge ya ha aparecido como un pomposo actor secundario en las vidas de Proudhon y Stirner. Era uno de los principales Jóvenes Hegelianos, que habían vuelto la doctrina de Hegel contra el Maestro con sus afirmaciones de que el método dialéctico podía utilizarse para demostrar que todo está en flujo y que, por tanto, la revolución es más real que la reacción. Bakunin se sumergió inmediatamente en los escritos de estos filósofos heterodoxos, y completó su conversión al ideal social revolucionario leyendo Socialismo y comunismo en la Francia contemporánea, de Lorenz von Stein, que apareció en 1841. Las doctrinas de Fourier y Proudhon, que Bakunin había ignorado cuando Herzen las propagaba en Moscú, parecían ofrecerle ahora, como recordó en años posteriores, «un mundo nuevo en el que me sumergí con todo el ardor de una sed delirante».

Celebró su conversión escribiendo y publicando en el Deutsche Jahrbücher de Ruge, bajo el seudónimo de Jules Elysard, su primer y más importante ensayo, Reacción en Alemania. En su mayor parte se trata de un típico intento del Joven Hegel de presentar la doctrina de Hegel como básicamente revolucionaria, pero hay un verdadero sentimiento bakuninista en el tono apocalíptico y en el énfasis en la destrucción como preludio necesario de la creación. La revolución en el presente es negativa, afirma Bakunin, pero cuando triunfe se convertirá automáticamente en positiva; un tono de exaltación religiosa aparece en su voz cuando describe este final deseado del proceso revolucionario. Habrá una transformación cualitativa, una nueva revelación viviente y vivificante, un nuevo cielo y una nueva tierra, un mundo joven y poderoso en el que todas nuestras disonancias actuales se resolverán en un todo armonioso». Termina con la perorata que se ha convertido en la más familiar de las citas de Bakunin:

Confiemos en el espíritu eterno que destruye y aniquila sólo porque es la fuente inescrutable y eternamente creadora de toda vida. El impulso de destruir es también un impulso creativo.

Bakunin no aparece todavía como un anarquista, porque no tiene una visión social desarrollada que apoye su rebelión instintiva contra todo lo que está establecido y parece permanente. Sin embargo, en Reacción en Alemania hace su primera declaración de revuelta perpetua, y pone el acento en el elemento destructivo del proceso revolucionario que teñirá todos sus cambiantes puntos de vista hasta convertirse en uno de los elementos principales de su propia versión del anarquismo.

Fue una época de influencias sucesivas. Un año después, Bakunin conoció en Zúrich al comunista alemán Wilhelm Weitling. Weitling, al igual que Proudhon, era un obrero autodidacta, un sastre que había participado en uno de los levantamientos parisinos de Blanqui durante la década de 1830, y que ahora estaba formando sociedades secretas entre los obreros suizos que escucharían sus prédicas sobre una revolución llevada a cabo con una violencia despiadada y que conduciría paradójicamente a un idílico mundo utópico. Weitling fue el primer revolucionario militante con el que se encontró Bakunin, y fue su ejemplo lo que convirtió al joven ruso de un rebelde teórico en un rebelde práctico. Más que eso, Weitling tenía una frase que parecía responder al problema social de forma tan simple que se alojó en la mente de Bakunin como una potente semilla. La sociedad perfecta no tiene gobierno, sino sólo una administración; no tiene leyes, sino sólo obligaciones; no tiene castigos, sino medios de corrección». Weitling era a su manera un anarquista primitivo, que mezclaba inconsistentemente el proudhonismo con el gusto por la organización conspirativa que había adquirido de Blanqui. Era una combinación que el propio Bakunin iba a repetir a una escala mucho más dramática de lo que Weitling nunca alcanzó.

Hasta cierto punto, Bakunin parece haberse involucrado en las actividades secretas de Weitling, y esta iniciación en el revolucionarismo práctico se convirtió también en una iniciación en el exilio. Cuando Weitling fue arrestado y expulsado de Suiza, el nombre de Bakunin apareció de forma comprometedora en sus papeles; fue mencionado públicamente en un informe sobre actividades comunistas emitido por las autoridades cantonales de Zurich. La embajada rusa avisó a San Petersburgo, y Bakunin fue convocado a su casa para explicar su conducta. Bakunin se negó y fue condenado en rebeldía a un exilio indefinido con trabajos forzados en Siberia.

Su camino le condujo casi inevitablemente a París, que seguía siendo, a pesar del régimen de Orleans, la Roma de los idealistas revolucionarios. Allí conoció a muchos rebeldes célebres: Marx y Lelewel, George Sand y Pierre Leroux, Cabet y Lamennais, y el más importante y simpático, Proudhon. Con Proudhon, que se diferenciaba de otros socialistas franceses por su franqueza jurásica y su amplitud de miras, Bakunin se pasaba las noches hablando, desentrañando los entresijos hegelianos con interminables vasos de té; y en estas discusiones, que duraban hasta el amanecer, su amorfo revolucionarismo recibió su primera forma. Proudhon es el maestro de todos nosotros», declararía mucho tiempo después, cuando el manto de líder anarquista había caído sobre sus hombros, y, a pesar del hecho de que estaba en desacuerdo con Proudhon en puntos vitales de la acción revolucionaria y rechazaba tanto su defensa de la posesión individual como sus ideas de la banca mutua, nunca dejó de considerarlo como un auténtico revolucionario y el mejor de todos los filósofos socialistas.

Sin embargo, en los años inmediatamente posteriores no fue la doctrina proudhoniana, ni siquiera el socialismo en sentido general, lo que dominó las actividades de Bakunin. Más bien fue la preocupación por el destino de sus compatriotas eslavos, aún sometidos a los autócratas de Rusia, Austria y Turquía. Su atención se centró primero en los polacos, que a mediados del siglo XIX simbolizaban de forma peculiar para los demócratas de Europa occidental la difícil situación de las nacionalidades sometidas, y ello a pesar de que la adhesión de los nacionalistas polacos a los principios democráticos era, como mínimo, sospechosa. En 1846 hubo pequeños levantamientos en las partes de Polonia ocupadas por Prusia y Austria; su supresión provocó una ola de simpatía que llevó a Bakunin en su cresta. En noviembre de 1847 pronunció su primer discurso público en un banquete en París al que asistieron 1.500 refugiados polacos. Eligió como tema la alianza de Polonia y la Rusia «real», a diferencia de la «Rusia oficial», y por primera vez enunció el tema clave del periodo medio de su vida: la unión en rebelión de los pueblos eslavos y la consiguiente regeneración de Europa.

La reconciliación de Rusia y Polonia es una gran causa [declaró]. Significa la liberación de sesenta millones de almas, la liberación de todos los pueblos eslavos que gimen bajo un yugo extranjero. Significa, en una palabra, la caída, la caída irremediable del despotismo en Europa».
Pocos días después, a instancias del embajador ruso, Bakunin fue deportado a Bélgica. Pero poco más de dos meses después regresó, mientras el Rey Ciudadano huía en dirección opuesta a la Revolución de Febrero. Bakunin cruzó la frontera a pie y llegó a París tan pronto como se lo permitió el interrumpido sistema ferroviario. Se alojó entre la Guardia Nacional obrera que ocupaba el cuartel de la calle Tournon, y pasó sus días y gran parte de sus noches en una fiebre de excitación y actividad.

Respiraba por todos mis sentidos y por todos mis poros la embriaguez de la atmósfera revolucionaria [recordó más tarde en la forzada tranquilidad de una celda de la prisión]. Fueron unas vacaciones sin principio ni fin. Veía a todo el mundo y no veía a nadie, pues cada individuo se perdía en la misma multitud innumerable y errante. Hablaba con todos los que encontraba sin recordar ni mis propias palabras ni las de los demás, pues mi atención era absorbida a cada paso por nuevos acontecimientos y objetos y por noticias inesperadas.

Pero la de Bakunin era una exaltación que se alimentaba de la acción… y no había acción. En París, la ola revolucionaria empezaba ya a menguar.

Sin embargo, la esperanza se respiraba en el ambiente europeo. Un reino había caído; los demás estaban amenazados. Sólo el Imperio Ruso seguía reinando imperturbable, y era natural que Bakunin pensara en llevar el fuego sagrado a su propio país. El punto débil de Rusia era Polonia, y fue allí donde Bakunin decidió iniciar sus actividades. Pidió prestados 2.000 francos al Gobierno Provisional francés y emprendió lo que se convertiría en una odisea sensacional.

Su primer destino fue el Gran Ducado de Posen, en el sector de Polonia dominado por Prusia. La policía prusiana le interceptó en Berlín y le sugirió que le iría mejor en Breslavia, donde se reunían los refugiados polacos con la esperanza de provocar levantamientos en la Polonia austriaca y rusa. Pero Breslavia fue una decepción. Los polacos estaban desorganizados y divididos; el único sentimiento que parecía unirlos era la desconfianza hacia Bakunin, sobre quien los agentes zaristas difundían el rumor de que era uno de sus propios espías. Entonces le llegó la noticia de que el Comité Nacional Checo estaba reuniendo un Congreso Eslavo.

Cuando partió hacia Praga, sus esperanzas de una unión revolucionaria de los pueblos eslavos oprimidos volvieron a crecer, sólo para verse sumergidas en las intrigas de la propia asamblea. Los eslavos del sur miraban a la Rusia zarista como su salvadora frente a los turcos; muchos de los checos y croatas albergaban la esperanza de sustituir a los alemanes como raza dominante del Imperio Habsburgo. Sólo un minúsculo grupo de delegados mostró simpatía por el revolucionarismo paneslavista de Bakunin; imitando a Weitling, éste intentó constituirlos en una sociedad secreta.

Pero si Bakunin encontró pocos camaradas en el Congreso, encontró muchos en el levantamiento que estalló el último día, cuando algunos estudiantes y obreros de Praga levantaron las barricadas en nombre de la libertad checa. La leyenda de Bakunin le atribuye -sin duda apócrifamente- haber iniciado el levantamiento disparando a las tropas austriacas desde las ventanas del Hotel Blue Star; sin duda estaba en su elemento cuando comenzó realmente la lucha, dando consejos militares a los insurgentes y luchando en las filas de las barricadas. Los rebeldes resistieron durante cinco días; al final, Bakunin se escabulló entre las filas austriacas y encontró el camino al ducado de Anhalt, una isla de liberalismo en una Alemania que retrocedía rápidamente hacia la reacción tras el primer entusiasmo de 1848.

En Anhalt, Bakunin escribió su Llamamiento a los eslavos, el principal documento de su periodo nacionalista. Llamaba a la destrucción del Imperio austriaco y a una gran federación de todos los eslavos. Profetizaba un papel mesiánico para el pueblo ruso y veía a su patria como la clave para la destrucción mundial de la opresión. Ahora, de hecho, se ve una amarga ironía en su profecía a medio cumplir de que «la estrella de la revolución se elevará alta e independiente sobre Moscú desde un mar de sangre y fuego, y se convertirá en la estrella polar que guiará a una humanidad liberada».

Ya para Bakunin las revoluciones nacionalistas tenían implicaciones internacionalistas, y fue más allá en el camino hacia el anarquismo al declarar que tales movimientos sólo podrían tener éxito si incorporaban la revolución social. En el pasaje más significativo del Llamamiento encontramos una fuerte influencia de Proudhon, pero se trata de un proudhonianismo impregnado de la mística personal de destrucción de Bakunin. Las grandes cuestiones se plantearon desde los primeros días de la primavera; la cuestión social y la de la independencia de todas las naciones, la emancipación de los pueblos interior y exteriormente a la vez. No fueron unos cuantos individuos, ni un partido, sino el admirable instinto de las masas el que planteó estas dos cuestiones por encima de todas las demás y exigió su pronta solución. El mundo entero comprendió que la libertad no era más que una mentira allí donde la gran mayoría

de la población está condenada a vivir en la miseria y, privada de educación, de ocio y de pan, está destinada a servir de trampolín a los poderosos y a los ricos. Así, la revolución social se presentaba como una consecuencia natural y necesaria de la revolución política. Al mismo tiempo, se consideró que mientras exista una sola nación perseguida en Europa, el triunfo completo y decisivo de la democracia no será posible en ninguna parte….. Debemos ante todo purificar nuestra atmósfera y transformar completamente el medio en que vivimos, porque corrompe nuestros instintos y nuestras voluntades, constriñe nuestros corazones y nuestras inteligencias. Por lo tanto, la cuestión social aparece ante todo como el derrocamiento de la sociedad.

Tales ideas de la primacía de la revolución social, la indivisibilidad de la libertad (con su implícito rechazo del individualismo de Stirner), la necesidad de una completa ruptura de la sociedad para empezar de nuevo, serían incorporadas a la posterior doctrina anarquista de Bakunin de la década de 1860, al igual que otros aspectos del Llamamiento a los eslavos, como el énfasis en el papel revolucionario de los campesinos y el rechazo de la democracia parlamentaria. Aquí, sin embargo, llegamos a un terreno dudoso, ya que en 1848 Bakunin no había desarrollado sus posteriores concepciones de la organización libertaria; su rechazo del Estado burgués en ese momento no era incompatible con la visión de una dictadura revolucionaria que persigue todo su periodo paneslavo. Como confesó más tarde, durante 1848 pensó en una organización secreta de conspiradores que continuaría después de la revolución y constituiría «la jerarquía revolucionaria»; todavía en 1860 hablaba con Herzen de «una dictadura de hierro encaminada a la emancipación de los eslavos».

Sin embargo, no fue la liberación de los eslavos lo que provocó el pasaje más épico de la temprana madurez de Bakunin; fue, irónicamente, la defensa de los alemanes, a quienes consideraba conservadores del espíritu de la reacción. En marzo de 1849, el pueblo de Dresde se levantó en apoyo de la constitución de Frankfurt para una Alemania democrática federada, que había sido rechazada por el rey de Sajonia. Bakunin se encontraba en la ciudad, ocupado en sus intentos de fomentar el malestar en Bohemia. No simpatizaba con los objetivos democrático-burgueses de los insurgentes sajones; no eran ni eslavos ni socialrevolucionarios. Pero sus enemigos, los reyes de Sajonia y Prusia, eran también sus enemigos, y cuando Richard Wagner le convenció para que visitara el cuartel general de los rebeldes no pudo resistir el impulso de tomar parte en la lucha, sólo porque era una lucha. Luchó y se organizó con desinteresado entusiasmo, y fue capturado tras la derrota de la revolución cuando se retiraba con otros pocos supervivientes a Chemnitz, donde esperaba continuar la rebelión.

Comenzó entonces un largo peregrinaje de agonía. Los sajones lo mantuvieron en prisión durante un año y lo condenaron a muerte. Tras un tardío indulto, lo entregaron a los austriacos, que lo retuvieron otros once meses, encadenado la mayor parte del tiempo al muro de un calabozo en la fortaleza de Olmütz; de nuevo fue condenado a muerte, indultado y entregado, esta vez a los rusos. En su propio país no hubo ni siquiera la pretensión de un juicio; había sido condenado hacía años, y desapareció sin formalidad en la fortaleza de Pedro y Pablo.

Durante seis años Bakunin permaneció en prisión. Se le cayeron los dientes por el escorbuto, se hinchó y desaliñó. Su único contacto con el mundo exterior se producía en las raras ocasiones en que los miembros de su familia podían visitarle; la soledad y la inacción corroían profundamente el espíritu de este hombre activo y gregario, pero no quebraron su voluntad ni destruyeron su mente.

La cárcel ha sido buena para mí [decía en una nota que pasó en secreto a su hermana Tatiana]. Me ha dado tiempo libre y el hábito de la reflexión, por así decirlo, ha consolidado mi espíritu. Pero no ha cambiado nada de mis antiguos sentimientos; al contrario, los ha hecho más ardientes, más absolutos que nunca, y en adelante todo lo que me queda de vida puede resumirse en una palabra: libertad.

Es el sentimiento de esta carta secreta, que brota claramente del corazón de Bakunin, lo que debemos recordar al considerar el único escrito que se le permitió presentar durante su encarcelamiento, la célebre Confesión que escribió a petición del Zar y que se encontró en los archivos de la policía política después de la Revolución Rusa. Una confesión de Bakunin al Zar, pidiendo humildemente perdón por sus pecados contra la autocracia. Se convirtió en el deleite de los enemigos de Bakunin, y despertó la consternación entre sus admiradores.

Sin embargo, una mirada a las circunstancias y a la propia Confesión va muy lejos para excusar a Bakunin. Hay que recordar que, a diferencia de los revolucionarios rusos de generaciones posteriores que realizaron actos de resistencia heroica en las prisiones y fortalezas de Rusia, Bakunin no tenía ningún sentimiento de pertenencia a un movimiento al que no debía traicionar. Por lo que él sabía, estaba solo, era el único revolucionario que existía en Rusia y, además, nadie lo conocía, salvo sus carceleros y sus amos. En cuanto a la Confesión, no es en absoluto el documento abyecto que el zar sin duda esperaba y que Bakunin tal vez pretendía escribir como un astuto engaño destinado a asegurar el traslado a Siberia que deseaba. Gran parte de él es una vívida descripción de sus actividades, impresiones y planes durante los años revolucionarios de 1848 y 1849. Pide perdón por ello, pero niega sus disculpas con pasajes en los que sostiene que Rusia es una tierra de mayor opresión que cualquier otra de Europa y en los que se niega desafiantemente a nombrar a sus cómplices en la actividad revolucionaria. Nicolás leyó la Confesión con gran interés y la envió al zarevich con la observación de que merecía la pena leerla y era «muy curiosa e instructiva». Pero comprendió, más claramente que los que han condenado farisaicamente a Bakunin, los pasajes desafiantes que revelaban que el pecador no se había arrepentido en su corazón. Decidió dejar que Bakunin se pudriera en su celda, y no fue hasta 1857, tras extraordinarios esfuerzos por parte de los parientes del prisionero, que Alejandro II finalmente accedió a ofrecerle la alternativa del exilio.

Los cuatro años en Siberia fueron casi felices en comparación con los que pasó en prisión. Bakunin fue fácilmente aceptado en las sociedades de Tomsk e Irkutsk, donde los exiliados políticos formaban una aristocracia intelectual no oficial. Se casó con una polaca guapa y de cabeza hueca; trató de convencer al gobernador, su primo Muraviev-Amurski, de que se convirtiera en el dictador de una Rusia revolucionaria; y ni un solo día dejó de pensar en la posibilidad de escapar. Con este fin, se empleó como agente mercantil, lo que le permitió viajar, y por fin, en 1861, cuando el gobernador que sustituyó a Muraviev resultó ser otro pariente de la familia, obtuvo permiso para hacer un viaje por el Amur. Una serie de afortunadas coincidencias y astutos engaños le permitieron embarcar en un barco americano frente a Nikolayevsk; desde ese punto era libre, regresando a Londres vía Japón, San Francisco y Nueva York, e irrumpiendo en la casa de Herzen en Paddington lleno de entusiasmo por la causa revolucionaria. Aunque su cuerpo había envejecido espantosamente, la prisión y el exilio habían preservado su espíritu como la escarcha siberiana preserva la carne del mamut; había vivido en un estado mental de animación suspendida, inmune a las desilusiones que los hombres libres habían sufrido en los años intermedios.

La reacción europea [dijo Herzen], no existió para Bakunin; los amargos años de 1848 a 1858 tampoco existieron para él; de ellos sólo tuvo un breve, lejano y débil conocimiento…. Los acontecimientos de 1848, por el contrario, estaban a su alrededor, cerca de su corazón… todos resonaban aún en sus oídos y se cernían ante sus ojos.

Sus propias teorías se habían detenido en aquellos doce años de alejamiento, y regresó tan ferviente como el día de su arresto por la causa polaca, y la federación de todos los eslavos, y la revolución social que sería la condición y la corona de ambas. Al principio pareció natural que ocupara su lugar junto a Herzen en la dirección de la propaganda a favor de una Rusia liberal que se llevaba a cabo a través de La Campana.

Pero las diferencias de personalidad y opinión pronto los dividieron. Herzen, a su manera, estaba cerca del anarquismo al que Bakunin se acercaba ahora; detestaba el Estado, despreciaba las democracias occidentales y veía la salvación de Europa en el campesino ruso y su modo de vida comunal. Pero no tenía la fe ardiente de Bakunin en la violencia y la destrucción, y temperamentalmente era demasiado pesimista para esperar algo más revolucionario en Rusia que un gobierno constitucional. También desconfiaba de los polacos y de su particular nacionalismo expansivo. En consecuencia, la alianza duró unos meses y luego Bakunin se retiró para concentrarse en sus propios planes grandiosos.

Estoy ocupado únicamente con la causa polaca, rusa y paneslava», dijo a uno de sus corresponsales. Se dio cuenta de que en la década de 1860, a diferencia de la de 1840, había realmente revolucionarios en la propia Rusia. Los más activos habían formado sociedades secretas como Tierra y Libertad, y con sus representantes estableció contactos más bien laxos. Pero sus esfuerzos por unir a todos los elementos de la rebelión eslava en un único movimiento paneslavista no tuvieron éxito y se vieron interrumpidos por la insurrección polaca de 1863.

Como viejo héroe de las barricadas, Bakunin sintió que no podía ausentarse de la escena de la acción, y sin duda tenía en mente la exitosa invasión de Sicilia por Garibaldi cuando decidió unirse a una expedición de doscientos polacos que habían fletado un barco británico para llevarlos de Estocolmo a Lituania, donde esperaban levantar al pueblo y formar una fuerza rebelde para atacar al ejército ruso por el flanco. El plan era suficientemente quijotesco en cualquier caso; dadas las personalidades y las monstruosas indiscreciones de Bakunin y sus socios polacos se convirtió en un fiasco ridículo que terminó cuando el capitán británico, temeroso de los cruceros rusos, desembarcó a la legión mutuamente acusadora de vuelta en Suecia. Esto puso fin a las ilusiones de Bakunin sobre los nacionalistas polacos y a un rápido desvanecimiento de sus entusiasmos paneslavistas. A finales de 1863 abandonó Londres rumbo a Italia y a la última fase de su carrera.

En Italia, Bakunin encontró su segundo hogar. Le atrajo el temperamento voluble y desenfadado de los italianos, y se trasladó a una sociedad en la que prosperaban las lealtades regionales y el amor por la conspiración. Las aguas en las que se disponía a pescar estaban agitadas por el creciente descontento, no sólo con la monarquía de Saboya, sino también con el movimiento nacionalista republicano que giraba en torno a Mazzini. El descontento era manifiesto entre los intelectuales, pero reflejaba el resentimiento permanente e inarticulado de los pobres italianos, a quienes la liberación política había aportado muy poco alivio. Había llegado el momento en que un llamamiento social revolucionario podría obtener una amplia respuesta de casi todas las clases sociales de Italia, y durante los años restantes de la década de 1860 Bakunin aprovecharía estas oportunidades y fundaría en Italia las primeras organizaciones a partir de las cuales evolucionó el movimiento anarquista.

Se estableció primero en Florencia, donde las cartas de recomendación de Garibaldi le permitieron entrar en los círculos republicanos. Su casa se convirtió rápidamente en un lugar de encuentro para revolucionarios de todos los países, entre los que fundó su primera Hermandad secreta, que ha permanecido como una organización históricamente nebulosa. Al parecer, Bakunin la concibió como una orden de militantes disciplinados dedicados a propagar la revolución social; un profesor italiano llamado Gubernatis, que perteneció a ella durante un breve periodo, estimó en treinta el número de miembros. Incluso en esta época Bakunin parece haber tenido ambiciones de crear un movimiento internacional, ya que el gran geógrafo francés Elisee Reclus asistió a una de las reuniones florentinas y más tarde afirmó que ya en el otoño de 1864 él y Bakunin estaban haciendo planes para una Hermandad Internacional.

No se sabe con certeza qué ocurrió con la Hermandad florentina, aunque Gubernatis afirmó que se disolvió antes de que Bakunin abandonara la ciudad rumbo a Nápoles a principios del verano de 1865. En el sur encontró un ambiente más receptivo, y varios de los italianos que conoció en esa época -Giuseppe Fanelli, Saverio Friscia y Alberto Tucci- se convertirían con el tiempo en devotos propagandistas bakuninistas.

Aquí se fundó su Hermandad Internacional, que en el verano de 1866 ya contaba con seguidores y había alcanzado cierta complejidad organizativa, al menos sobre el papel. Sus diversos documentos, en particular el Catecismo Revolucionario que Bakunin escribió para sus miembros, sugieren que él y sus seguidores estaban dando los primeros pasos hacia un punto de vista anarquista. La Hermandad se oponía a la autoridad, al Estado y a la religión; defendía el federalismo y la autonomía comunal; aceptaba el socialismo sobre la base de que el trabajo «debe ser la base única del derecho humano y de la organización económica del Estado»; declaraba que la revolución social no podía lograrse por medios pacíficos.

En su organización, sin embargo, la Hermandad Internacional planeó una estructura jerárquica y puso un énfasis muy poco libertario en la disciplina interna. En la cúspide de la jerarquía se situaría la Familia Internacional, una aristocracia de militantes probados de todos los países que elaborarían planes para la revolución. Las bases de la Hermandad pertenecerían a las Familias Nacionales, cuyos miembros deberían obediencia incondicional a las juntas nacionales.

Para evaluar el alcance real de la Hermandad hay que sopesar el optimismo de Bakunin y su amor por la mistificación con las pruebas externas. Escribiendo a Herzen en julio de 1866, Bakunin alardeaba:

Actualmente tenemos adeptos en Suecia, Noruega, Dinamarca, Inglaterra, Bélgica, Francia, España e Italia. También tenemos algunos amigos polacos e incluso contamos con algunos rusos entre nosotros. La mayoría de las organizaciones mazzinianas del sur de Italia, de la Falanga Sacra, se han pasado a nosotros. En el sur de Italia, sobre todo, las clases bajas están viniendo a nosotros en masa, y no es tanto la materia prima lo que nos falta como los hombres cultos e inteligentes que actúen honestamente y que sean capaces de dar una forma a este material.

De hecho, la mayor parte del apoyo que reclamaba Bakunin parece haber sido imaginario. No se encuentran pruebas de deserciones masivas de las filas mazzinianas, y las únicas secciones activas de la Hermandad Internacional que pueden identificarse son dos pequeños grupos sicilianos y el Comité Central de Bakunin y sus amigos en Nápoles. En cuanto a los adherentes no italianos, aparte de algunos rusos y polacos refugiados en Nápoles, Elisee Reclus sigue siendo la única que puede identificarse con certeza en 1866, aunque Emil Vogt y Caesar de Paepe fueron reclutados en 1867.

Más adelante me propongo analizar cómo estos escasos comienzos de la Hermandad Internacional desembocaron en el vigoroso movimiento anarquista italiano de la década de 1870. Aquí me ocupo de la propia carrera de Bakunin y, en ese sentido, la Hermandad Internacional es importante porque le impulsó, a través de la redacción de documentos como el Catecismo Revolucionario, a clarificar las etapas finales de su progreso hacia el anarquismo genuino; también le dio experiencia práctica en la construcción de una organización, y le puso en contacto con algunos de los hombres que se convirtieron en sus asociados activos en la gran lucha dentro de la Internacional.

Sin embargo, no fue la Internacional lo que atrajo la atención de Bakunin, sino un congreso que se celebraría en Ginebra en septiembre de 1867 bajo los auspicios de un comité internacional de liberales, para discutir «el mantenimiento de la libertad, la justicia y la paz» en una Europa amenazada por el conflicto entre Prusia y la Francia imperial. El carácter no revolucionario de la empresa fue sugerido por los propios nombres de sus patrocinadores, entre los que se encontraban John Bright y John Stuart Mill, pero a Bakunin le pareció una excelente oportunidad para sacar su campaña de la oscuridad subterránea de los grupos conspirativos y llevarla a la arena abierta del debate público.

Las hazañas de Bakunin en 1848, su encarcelamiento, su huida de Siberia, le habían convertido en una figura legendaria en Europa occidental, y su aparición en el Congreso por la Paz y la Libertad -su primera aparición pública desde la conferencia de Praga dieciocho años antes- despertó el interés más activo. Fue elegido miembro del comité ejecutivo, y cuando subió a ocupar su lugar en la tribuna -un hombre tambaleante, prematuramente envejecido, vestido descuidadamente y no demasiado limpio- Garibaldi se adelantó para abrazarle, y los seis mil delegados, gritando su nombre de fila en fila, se levantaron espontáneamente para aplaudir a este experimentado héroe de la causa de la libertad.

La calidez de esta bienvenida pronto se vio atenuada, ya que las opiniones de Bakunin sobre casi todos los temas eran demasiado extremas para la mayoría liberal del Congreso. Desarrolló el punto de vista federalista de una manera casi ortodoxamente proudhoniana, pero suscitó una considerable oposición porque no pudo resistirse a un tono destruccionista.

La paz universal será imposible [declaró] mientras existan los actuales estados centralizados Debemos desear su destrucción para que, sobre las ruinas de estas uniones forzadas organizadas desde arriba por derecho de autoridad y conquista, surjan uniones libres organizadas desde abajo por las federaciones libres de comunas en provincias, de provincias en naciones y de naciones en los Estados Unidos de Europa.
Sin embargo, el glamour del primer día permaneció lo suficiente en las mentes de los delegados como para elegir a Bakunin miembro del comité central de la Liga que fundó el Congreso, y él dominó este órgano más pequeño mientras preparaba sus informes para el segundo Congreso de 1868. Para beneficio de sus colegas compuso una vasta tesis, que más tarde se publicó con el título de Federalismo, socialismo y antiteologismo. La sección dedicada al federalismo se basaba de nuevo en las ideas de Proudhon, y éste dominaba también en parte la sección sobre el socialismo, que hacía hincapié en la estructura de clases de la sociedad contemporánea y en la irreconciliabilidad de los intereses de capitalistas y obreros. Bakunin definió su actitud socialista en los siguientes términos:

Lo que exigimos es la proclamación de nuevo de este gran principio de la Revolución Francesa: que todo hombre debe disponer de los medios materiales y morales para desarrollar toda su humanidad, principio que, según nosotros, debe traducirse en el siguiente problema: Organizar la sociedad de tal manera que cada individuo, hombre o mujer, que llegue a la vida, encuentre, en la medida de lo posible, medios iguales para el desarrollo de sus diferentes facultades y para su utilización por su trabajo; organizar una sociedad que, haciendo imposible para cada individuo, sea quien sea, la explotación de cualquier otro, permita a cada uno participar en la riqueza social -que, en realidad, nunca es producida de otra manera que por el trabajo- sólo en la medida en que haya contribuido a producirla por su propio trabajo».

La cláusula final, que he puesto en cursiva, indica que aquí también Bakunin está con Proudhon. A diferencia de los comunistas anarquistas de la década de 1880, él no creía en la máxima «de cada uno según sus medios, a cada uno según sus necesidades», sino en la fórmula radicalmente diferente «de cada uno según sus medios, a cada uno según sus actos». La antigua maldición de Adán -‘Con el sudor de tu frente comerás el pan’- todavía pesaba sobre el mundo de la visión de Bakunin; se necesitaba el santo optimismo de los Kropotkins y los Malatestas para eliminarla…».

Sin embargo, aunque Bakunin no era, en términos kropotkinianos, un comunista, difería de Proudhon en tomar la asociación, que Proudhon había aceptado de mala gana como medio para tratar con la industria a gran escala, y convertirla en un principio central de la organización económica. El grupo de trabajadores, la colectividad, ocupa el lugar del trabajador individual como unidad básica de la organización social. Con Bakunin, la corriente principal del anarquismo se separa del individualismo, incluso en su forma proudhoniana mitigada; más tarde, durante las sesiones de la Internacional, los seguidores colectivistas de Bakunin se opondrían a los seguidores mutualistas de Proudhon -los otros herederos de la anarquía- sobre la cuestión de la propiedad y la posesión.

Bakunin no consiguió que el comité central de la Liga se adhiriera a su programa completo, pero sí les convenció para que aceptaran una recomendación extraordinariamente radical dirigida al Congreso de Berna de septiembre de 1868, en la que exigía la igualdad económica y atacaba implícitamente la autoridad tanto en la Iglesia como en el Estado. Pero el propio Congreso rechazó la recomendación por una mayoría que dejó claro que Bakunin poco podía conseguir a través de la Liga en la dirección de promover la revolución social.

Al final del Congreso, él y diecisiete de sus asociados se retiraron formalmente de la organización; además de sus tres estrechos partidarios italianos, Fanelli, Tucci y Friscia, incluían a varios otros hombres que más tarde desempeñaron papeles importantes en la historia anarquista, en particular Elisee Reclus, el ruso Zhukovsky y el tejedor lionés Albert Richard. Eran una proporción sustancial de los cien delegados que representaban a la ya moribunda Liga, y de entre ellos Bakunin reclutó al núcleo de su siguiente organización.

Se trataba de la célebre Alianza Internacional de la Socialdemocracia. La Alianza no sustituyó inmediatamente a la Hermandad Internacional, que sobrevivió como una especie de organización en la sombra de los íntimos de Bakunin hasta su disolución en 1869, pero asumió a escala internacional la función de organización de propaganda abierta asignada a las Familias Nacionales en el plan original de la Hermandad. Una relajación del principio jerárquico apareció en el plan de organización; como las federaciones anarquistas posteriores, la Alianza debía consistir en grupos más o menos autónomos unidos en cada país por Oficinas Nacionales. El programa también era más explícitamente anarquista que el de la Hermandad Internacional, y en algunos aspectos mostraba la influencia de la Asociación Internacional de Trabajadores, de la que Bakunin se había convertido en miembro individual dos meses antes de abandonar la Liga por la Paz y la Libertad. El federalismo se acentuó más que antes -el programa pedía la completa desintegración de los estados nacionales y su sustitución por una «unión mundial de asociaciones libres, agrícolas e industriales»- y los objetivos económicos y sociales de la Alianza se resumen concisamente en el siguiente párrafo:

Ella [la Alianza] desea ante todo la abolición definitiva y total de las clases y la igualación política, económica y social de los dos sexos, y, para llegar a este fin, exige en primer lugar la abolición del derecho de herencia, para que en el futuro el disfrute de cada hombre sea igual a su producción, y para que, de conformidad con la decisión tomada por el último congreso de los trabajadores en Bruselas, la tierra y los instrumentos de trabajo, como todos los demás capitales, puedan ser utilizados únicamente por los trabajadores agrícolas e industriales.

Hasta la llegada de los comunistas anarquistas, éste iba a seguir siendo, en términos generales, el programa del movimiento anarquista.

Hasta qué punto Bakunin pensó que la Alianza Socialdemócrata podría tener vida propia, y hasta qué punto la planeó como el caballo de Troya que le permitiría llevar un ejército de anarquistas al corazón de la Internacional, es ahora difícil de determinar. Sin embargo, en vista de los esfuerzos que se hicieron para establecer órganos de la Alianza en varios países, y de su éxito en comparación con las organizaciones anteriores de Bakunin, parece muy poco probable que la considerara simplemente como una organización de fachada temporal. Fanelli viajó a España en noviembre de 1868 y fundó secciones en Barcelona y Madrid. Se formaron otras secciones en Lyon, Marsella, Nápoles y Sicilia. La sección principal, sin embargo, estaba en Ginebra, donde también funcionaba el Buró Central, bajo la dirección personal de Bakunin. Así pues, la Alianza estaba muy dispersa por los países latinos, pero a diferencia de las Hermandades, tenía una vida real más allá del círculo personal inmediato de Bakunin. Todas las pruebas sugieren que su formación fue tomada muy en serio por Bakunin y sus asociados más importantes, y que esperaban su existencia continuada como un organismo anarquista que gozara de cierta autonomía dentro de la Primera Internacional, y que actuara como una especie de grupo de jengibre radical, una legión dedicada de «propagandistas, apóstoles y, finalmente, organizadores», como los llamaba Bakunin.

Con esta idea en mente, la Alianza solicitó formalmente su admisión en la Internacional. John Becker, un socialista alemán que había sido coronel garibaldino, fue elegido para transmitir la solicitud, quizá porque se sabía que Marx, que ya había establecido el control sobre el Consejo General de la Internacional en Londres, le respetaba. Bakunin, que ya en 1864 había discutido en Londres con Marx sobre las perspectivas de la Internacional, le envió una curiosa carta en la que se combinaba una evidente devoción a la causa de la clase obrera con una torpe adulación.

Desde que me despedí solemne y públicamente de los burgueses en el Congreso de Berna [decía], no he conocido otra compañía, otro mundo, que el de los obreros. Mi patria es ahora la Internacional, de la que tú eres uno de los principales fundadores. Ya ves entonces, querido amigo, que soy tu discípulo y estoy orgulloso de serlo.

Marx no estaba ni impresionado ni convencido. Como antiguo paneslavista, como admirador de Proudhon y como propulsor de una teoría de la revolución espontánea basada en gran medida en los campesinos y en los elementos de la clase baja de la sociedad urbana, Bakunin le resultaba triplemente sospechoso, a pesar de que los conflictos centrales marxista-bakuninistas sobre la acción política y el Estado aún no se habían definido. Y un hombre menos interesado en el poder personal que Marx podría haberse alarmado por el tipo de palatinato organizativo dentro de la Internacional que exigía la Alianza.

Las secciones locales de la Alianza se convertirían en secciones de la Internacional, pero también mantendrían sus vínculos con la Oficina Central de Bakunin en Ginebra, y los delegados de la Alianza en la Internacional celebrarían sus propias reuniones separadas en el mismo momento y lugar que el organismo mayor.

Ante tal perspectiva, los marxistas alemanes, los blanquistas franceses y los sindicalistas ingleses del Consejo General cerraron filas, y la candidatura de la Alianza fue rechazada con el argumento de que una segunda organización internacional, dentro o fuera de la Asociación Internacional de Trabajadores, sólo podía fomentar las facciones y las intrigas. La decisión era bastante razonable; la única ironía era que estuviera inspirada por el único hombre del movimiento socialista internacional que era superior a Bakunin en el fomento de la facción y la intriga.

Bakunin se plegó a la decisión del Consejo General. La Alianza se disolvió públicamente (aunque hasta qué punto siguió existiendo en secreto es todavía una cuestión sin resolver), y la absorción de sus ramas, transformadas en secciones de la Internacional, se produjo en la primavera de 1869. Sólo la sección ginebrina conservó el título de Alianza Socialdemócrata, que más tarde cambió por el de Sección de Propaganda; entró en la Internacional con ciento cuatro miembros y permaneció separada de la sección ginebrina de la Internacional.

La disolución de la Alianza apenas afectó a la influencia que Bakunin pudo ejercer una vez que se estableció en el seno de la organización. Las secciones española e italiana no cambiaron de actitud con sus títulos; dentro de la Internacional siguieron siendo devotas de Bakunin y su anarquismo antipolítico y colectivista. La influencia de Bakunin también era fuerte en el sur de Francia y Bélgica, y en 1869 ganó un considerable número de seguidores en la Federación Romande, el grupo de treinta secciones que hizo de la Suiza francófona una de las regiones más fructíferas de la actividad internacionalista.

En la Federación Romande, sus más fieles seguidores eran los relojeros de los pueblos del Jura, que combinaban su trabajo artesanal con la agricultura y procedían de la misma estirpe de campesinos de montaña que Proudhon. Se inspiraron en gran medida en un joven maestro de escuela, James Guillaume, a quien Bakunin había conocido en el primer Congreso de la Liga por la Paz y la Libertad en 1867. En el seno de la Federación Romande se produjo rápidamente una escisión entre los obreros ginebrinos, que se habían pasado al bando marxista de la mano de un refugiado ruso, Nicolás Utin, y los hombres del Jura. Los montañeses bakuninistas acabaron por escindirse y formaron una Federación Jurasienne separada, que a lo largo de la década de 1870 se convirtió en un centro de pensamiento libertario y en el verdadero corazón del movimiento anarquista durante sus primeros años.

Ya antes de la fundación de la Federación del Jura se había librado la primera batalla entre Bakunin y los marxistas en el Congreso de la Internacional celebrado en Basilea en septiembre de 1869. Este Congreso marcó un cambio en el equilibrio de poder dentro de la Internacional. Durante los cuatro primeros años de vida de la organización, el conflicto central había sido entre los mutualistas proudhonianos, por un lado, y el heterogéneo cuerpo de sus oponentes -comunistas, blanquistas, trade-unionistas ingleses- sobre los que Marx había consolidado su influencia a través del Consejo General. Los mutualistas eran una especie de anarquistas, opuestos al revolucionarismo político, y combinaban el deseo de mantener fuera de la Internacional a todos los elementos burgueses con una insistente propaganda a favor de la banca mutual y las sociedades cooperativas como base de la reorganización social; era el proudhonismo sin Proudhon, pues ninguno de los líderes mutualistas -Tolain, Fribourg, Limousin- había heredado la visión revolucionaria ni el dinamismo personal de su maestro. Ya en el Congreso de Bruselas de 1868, los mutualistas habían sido derrotados cuando se opusieron a la colectivización, y en el Congreso de Basilea estaban en clara minoría, ya que incluso algunos de los delegados franceses se oponían ahora a su idea de la «posesión» individual. La lucha de Marx contra los mutualistas estaba prácticamente terminada en 1869, pero sólo se alegró de enfrentarse inmediatamente a una de las más formidables de las formas proteicas del anarquismo.

Los bakuninistas convencidos eran sólo un grupo relativamente pequeño entre los setenta y cinco delegados que asistieron al Congreso de Basilea. El propio Bakunin representaba a Nápoles; le apoyaban siete suizos, dos lyoneses, dos españoles y un italiano, mientras que el encuadernador parisino Eugene Varlin, el belga de Paepe y algunos otros delegados simpatizaban con él sin ser realmente sus discípulos. Fue por la fuerza de su personalidad y el poder de su oratoria, más que por el número, por lo que Bakunin dominó la conferencia y consiguió derrotar los planes de los marxistas. Como sucede a menudo, la cuestión particular sobre la que se produjo la derrota tenía poca relación real con las diferencias fundamentales entre los socialistas libertarios y los autoritarios. Se trataba de la abolición del derecho de herencia, que Bakunin exigía como primer paso para la igualación social y económica; la actitud de Marx, que no asistió a la conferencia, parecía más revolucionaria, pero en realidad era más reformista que la de Bakunin, ya que deseaba nada menos que la socialización completa de los medios de producción -pero estaba dispuesto a aceptar impuestos de sucesiones más altos como medida transitoria.

Bakunin obtuvo una victoria aparente, ya que su propuesta obtuvo treinta y dos votos frente a veintitrés, mientras que la de Marx sólo obtuvo dieciséis frente a treinta y siete, pero en la práctica el resultado fue un empate, ya que las abstenciones contaron como votos negativos y, por tanto, la propuesta de Bakunin, sobre la que trece delegados se abstuvieron, no obtuvo la mayoría absoluta necesaria para su inclusión en el Programa de la Internacional.

A partir de este momento, la lucha entre Bakunin y Marx se profundizó fácil e inevitablemente. En parte fue una lucha por el control organizativo, en la que Bakunin reunió a los internacionalistas de los países latinos contra Marx y el Consejo General y trató de romper su poder. Pero también fue un conflicto de personalidades y principios.

En algunos aspectos Marx y Bakunin se parecían. Ambos habían bebido profundamente del manantial embriagador del hegelianismo, y sus intoxicaciones eran para toda la vida. Ambos eran autocráticos por naturaleza y amantes de la intriga. Ambos, a pesar de sus defectos, estaban sinceramente dedicados a la liberación de los oprimidos y los pobres. Pero en otros aspectos diferían ampliamente. Bakunin tenía una generosidad de espíritu expansiva y una apertura mental de las que carecía Marx, que era vanidoso, vengativo e insufriblemente pedante. En su vida cotidiana, Bakunin era una mezcla de bohemio y aristócrata, cuya facilidad de modales le permitía cruzar todas las barreras de clase, mientras que Marx seguía siendo el burgués no regenerado, incapaz de establecer un contacto personal genuino con ejemplos reales del proletariado que esperaba convertir. Sin duda, como ser humano, Bakunin era el más admirable; el atractivo de su personalidad y su poder de perspicacia intuitiva a menudo le daban ventaja sobre Marx, a pesar de que en términos de aprendizaje y capacidad intelectual este último era su superior.

Las diferencias de personalidad se proyectaban en diferencias de principios. Marx era autoritario, Bakunin libertario; Marx era centralista, Bakunin federalista; Marx abogaba por la acción política de los trabajadores y planeaba conquistar el Estado; Bakunin se oponía a la acción política y buscaba destruir el Estado. Marx defendía lo que hoy llamamos nacionalización de los medios de producción; Bakunin defendía el control obrero.

El conflicto se centró realmente, como lo ha hecho desde entonces entre anarquistas y marxistas, en la cuestión del periodo de transición entre el orden social existente y el futuro. Los marxistas rindieron tributo al ideal anarquista al estar de acuerdo en que el fin último del socialismo y el comunismo debe ser la desaparición del Estado, pero sostuvieron que durante ese período de transición el Estado debe permanecer en forma de dictadura del proletariado. Bakunin, que había abandonado ya sus ideas de dictadura revolucionaria, exigía la abolición del Estado lo antes posible, aun a riesgo de un caos temporal, que consideraba menos peligroso que los males de los que no podía escapar ninguna forma de gobierno.

Cuando tales divergencias de objetivos y principios se unen a tales diferencias de personalidad, los conflictos son inevitables, y no pasó mucho tiempo antes de que la rivalidad dentro de la Internacional se convirtiera en una guerra organizativa sin cuartel. Pero antes de llegar a sus batallas finales debemos apartarnos para considerar dos episodios significativos en la vida de Bakunin poco después de su triunfo moral en el Congreso de Basilea. Cada uno a su manera fue una derrota moral.

El primero comenzó con la llegada a Ginebra, a principios de la primavera de 1869, de Sergei Nechayev, un estudiante de la Universidad de Moscú que había formado un círculo revolucionario, hablaba de sangre y fuego, y huyó cuando supo que la policía le seguía la pista. Más tarde, Nechayev entraría en la literatura mundial como el original de Peter Verkhovensky en Los Poseídos, y, aunque el retrato de Dostoievski es una caricatura que no hace justicia suficiente al auténtico valor de Nechayev, sí capta con bastante exactitud las características más evidentes del joven revolucionario: su fanatismo nihilista, su falta de calor personal o compasión, su calculado amoralismo y su tendencia a considerar a todos los hombres y mujeres como herramientas para ser utilizadas en la causa de la revolución, mágicamente identificada, por supuesto, con él mismo.

Nechayev no era un anarquista, sino un creyente en la dictadura revolucionaria que llevó el nihilismo a ese extremo repulsivo donde el fin justifica todos los medios, donde el individuo es negado junto con todo lo demás en la sociedad, y donde la voluntad autoritaria del terrorista se convierte en la única justificación de sus acciones. Además, no se trataba de una mera posición teórica; Nechayev utilizó realmente sus teorías para justificar el asesinato, el robo y el chantaje que él mismo practicaba. Aparece en la historia del anarquismo sólo en virtud de su influencia maligna sobre Bakunin.

La fascinación que ejercía Nechayev sobre Bakunin recuerda otras relaciones desastrosas entre hombres de edades muy diferentes: Rimbaud y Verlaine, o Lord Alfred Douglas y Oscar Wilde. Ciertamente parece haber habido un toque de homosexualidad sumergida; de hecho, es difícil encontrar otra explicación para la sumisión temporal del habitualmente autocrático Bakunin ante este siniestro joven. Sin embargo, la amistad era entre dos revolucionarios muy conscientes de sí mismos, cada uno de los cuales intentaba aumentar su importancia con extravagantes fanfarronadas. Nechayev dijo a Bakunin -y parece que convenció a este veterano de las prisiones rusas- que se había escapado de la fortaleza de Pedro y Pablo y que era el delegado de un comité revolucionario que controlaba una red de conspiración que se extendía por toda Rusia. Bakunin, a su vez, aceptó a Nechayev en la Alianza Revolucionaria Mundial (una organización fantasmagórica de la que no existe ninguna otra referencia) como agente nº 2771 de la sección rusa.

Habiendo formado una alianza tácita de dos vastos pero espurios aparatos, Bakunin y Nechayev se asociaron en la preparación de literatura para su distribución en Rusia. Nechayev era probablemente el más activo de los dos, pero al menos uno de los siete panfletos impresos llevaba la firma de Bakunin; se titulaba Algunas palabras a nuestros jóvenes hermanos en Rusia. Los panfletos más sensacionales, Cómo se presenta la cuestión revolucionaria y Principios de la revolución, no llevaban ninguna firma; ambos ensalzaban la destrucción indiscriminada en nombre de la revolución y predicaban la santificación de los medios por el fin. No reconocemos otra actividad que la obra de exterminio», dice Principios de la revolución, «pero admitimos que las formas en que esta actividad se manifestará serán extremadamente variadas: veneno, cuchillo, cuerda, etc.».

Aún más extremo era un manuscrito en clave, titulado Catecismo Revolucionario, encontrado en posesión de Nechayev cuando fue finalmente arrestado por las autoridades suizas en 1870. En él se exponen los deberes del revolucionario ideal, que debe perder su individualidad y convertirse en una especie de monje del justo exterminio, un descendiente decimonónico de los Hashishim

El revolucionario es un hombre bajo voto [dice el Catecismo]. Debe ocuparse enteramente de un interés exclusivo, de un pensamiento y una pasión: la Revolución…. Sólo tiene un objetivo, una ciencia: la destrucción…. Entre él y la sociedad hay una guerra a muerte, incesante, irreconciliable…. Debe hacer una lista de los condenados a muerte y acelerar su sentencia según el orden de sus iniquidades relativas.

El Catecismo Revolucionario y sus panfletos relacionados ocupan una posición tan controvertida en la vida posterior de Bakunin como la Confesión en su temprana madurez. Los marxistas han hecho todo lo posible para engendrar en él todos estos documentos sanguinarios; los anarquistas han hecho todo lo posible para echar la culpa a Nechayev. Y la falta de pruebas directas hace imposible incluso ahora resolver el problema. Bakunin probablemente ayudó a escribir al menos algunos de los panfletos sin firmar, que contienen elogios a bandidos como Stenka Razin que se parecen notablemente a pasajes de sus escritos anteriores. Por otra parte, las referencias al «veneno, el cuchillo, la soga» en Principios de la revolución sugieren una mente más mezquina que la suya, que se regocijaba contemplando la destrucción en sus formas más cataclísmicas. El Catecismo revolucionario pertenece a una categoría muy diferente, ya que nunca se imprimió y es muy posible que lo compusiera el propio Nechayev cuando regresó a Rusia en agosto de 1869 para crear su nueva organización revolucionaria, la Justicia Popular. El título es el mismo que el del documento que Bakunin escribió para la Hermandad Internacional en 1865, pero esto no prueba su autoría.

Sin embargo, Bakunin permitió que Principios de la Revolución se imprimiera sin ninguna protesta, lo que sugiere al menos su aprobación tácita. Ya hemos observado su predilección por los aspectos más góticos de la conspiración. Aunque todo lo que sabemos de su vida sugiere que en la acción era el más amable de los hombres, su imaginación -formada por el romanticismo de la década rusa de 1840- estaba siempre dispuesta a dejarse llevar por sueños melodramáticos de sangre y fuego, y se vio acosado -como la mayoría de los revolucionarios profesionales- por la tentación de ver su misión como una guerra santa en la que el mal debe ser destruido para purificar el mundo y dar paso al reino celestial.

Que no estaba totalmente convertido a las tácticas de Nechayev lo demuestra el disgusto que mostró cuando éste empezó a ponerlas en práctica. Puede que Bakunin estuviera tan desprovisto de la moralidad de la clase media como Alfred Doolittle, pero conservaba una preocupación aristocrática por las buenas maneras; reprendía a los jóvenes de los pueblos del Jura por usar malas palabras delante de las mujeres, y no parece haber duda de que, aunque en teoría las propuestas de Nechayev le parecieran deliciosamente horribles, en la práctica las consideraba meramente caducas.

Nechayev, sin embargo, tenía toda la determinación del fanático sincero, y para él no había división entre la idea y la consecuencia. Tras regresar a Rusia y fundar su sociedad secreta, asesinó a sangre fría a un estudiante llamado Ivanov, del que sospechaba que le había delatado, y dejó que sus socios sufrieran las consecuencias del crimen.

De vuelta en Suiza, comprometió aún más a Bakunin con un acto de estúpido chantaje. Para aliviar su pobreza, Bakunin había tomado una de sus raras decisiones de ganar dinero con trabajo real, pero eligió una tarea singularmente antipática, la traducción de Das Kapital para un editor ruso. Recibió un anticipo de trescientos rublos, pero la turbia prosa de Marx le resultó más pesada de lo que había previsto, y aceptó irreflexivamente que Nechayev se encargara de liberarle de su contrato. Nechayev -al parecer sin el conocimiento de Bakunin- escribió una carta a Lyubavin, el agente del editor en Suiza, amenazándole con la venganza de la Justicia Popular si molestaba más a Bakunin. La carta llegó a manos de Marx, que la utilizó para sus propios fines. Mientras tanto, después de haber ordeñado a los rusos en Suiza todos los francos que pudo sacar, Nechayev huyó a Londres con una maleta de documentos confidenciales robados a Bakunin. Desilusionado al fin, Bakunin le repudió y se pasó días escribiendo cartas de advertencia a sus amigos.

A lo largo de la carrera de Bakunin corre la idea de la acción -en particular la acción revolucionaria- como fuerza purificadora y regeneradora. Lo es para la sociedad y para el individuo; en muchas variaciones, Bakunin se hace eco del grito de Proudhon: «¡Morbleu, revolucionemos! Es la única cosa buena, la única realidad de la vida». Las revoluciones en las que participó le inspiraron una exaltación casi mística, como se desprende de sus comentarios en la Confesión sobre su estado de ánimo durante 1848; los interludios de acción que jalonaron su vida posterior parecen haber sido buscados no sólo como medios para alcanzar fines, sino también como experiencias en sí mismas, capaces de elevarle de la vida cotidiana, que «corrompe nuestro instinto y nuestra voluntad, y constriñe nuestro corazón y nuestra inteligencia». La acción revolucionaria, en otras palabras, era una liberación personal, e incluso una especie de catarsis, una purga moral. Es bajo esta luz que debemos observar los últimos actos revolucionarios de su vida. Sus propias declaraciones en el momento de su participación en el levantamiento de Bolonia de 1873 no dejan lugar a dudas de que lo consideraba como un medio de expiación por los errores que había cometido, y -aunque aquí no tenemos pruebas directas- parece probable que acogiera el levantamiento de Lyon de septiembre de 1870 como un medio de despojarse del sentimiento de humillación que conservaba tras su encuentro con Nechayev. Había cometido un error. Ahora lo redimiría con la acción.

La guerra franco-prusiana ya había agitado profundamente sus sentimientos. Su satisfacción por las derrotas infligidas a Napoleón III se equilibraba con su temor a una Alemania imperial, pero también veía otra posibilidad: que la guerra nacional se transformara en una guerra revolucionaria del pueblo francés tanto contra los invasores prusianos como contra sus propios gobernantes desacreditados. Incluso podría dar comienzo a la revolución mundial.

Para aclarar sus ideas, escribió una carta de 30.000 palabras a un francés desconocido (se dice que era Gaspard Blanc, uno de sus seguidores en Lyon); James Guillaume la imprimió bajo el título Cartas a un francés después de dividirla en seis secciones y editarla con tanta eficacia que se convirtió en la más clara y coherente de las obras de Bakunin.

Francia como Estado está acabada [declaró Bakunin]. Ya no puede salvarse por medios administrativos regulares. Ahora la Francia natural, la Francia del pueblo, debe entrar en la escena de la historia, debe salvar su propia libertad y la de toda Europa mediante un levantamiento inmenso, espontáneo y enteramente popular, al margen de toda organización oficial, de toda centralización gubernamental. Al barrer de sus propios territorios a los ejércitos del rey de Prusia, Francia liberará al mismo tiempo a todos los pueblos de Europa y realizará la revolución social».

Pero Bakunin no se contentó con hacer un llamamiento general al pueblo francés para que desencadenara lo que él llamaba «un levantamiento elemental, poderoso, apasionadamente enérgico, anarquista, destructor y desenfrenado». Decidió hacer todo lo posible para fomentarlo en las ciudades del valle del Ródano, la región aún no amenazada por los ejércitos prusianos, y escribió a sus adherentes en Lyon, llamándoles a actuar por la salvación del socialismo europeo. Cuando le invitaron a unirse a ellos, aceptó inmediatamente. He decidido trasladar allí mis viejos huesos, para jugar lo que probablemente será mi último partido», dijo a un amigo al que pidió un préstamo para el viaje.

En Lyon se había proclamado la república inmediatamente después de la derrota de Sedán. Se creó un Comité de Seguridad Pública y varias fábricas se convirtieron en talleres nacionales, a imitación del desastroso precedente de 1848. Era una recapitulación paródica de la historia revolucionaria francesa y tenía tan poca convicción que, cuando Bakunin llegó el 15 de septiembre, el Comité de Seguridad Pública ya había cedido su poder a un consejo municipal electo.

Bakunin y sus seguidores se propusieron dar un giro más genuinamente revolucionario a la situación. Empezaron por crear un Comité para la Salvación de Francia; aparte de Bakunin, y Ozerof y Lankiewicz, que le habían acompañado, incluía un fuerte contingente anarquista local (Richard, Blanc y Pallix de Lyon, y Bastelica de Marsella), pero la mayoría de sus miembros eran moderados que retrocedían ante las palabras de Bakunin sobre la insurrección violenta.

Sin embargo, los bakuninistas recibieron un apoyo inesperado debido a la miopía de los concejales municipales, que decidieron reducir de tres a dos francos y medio diarios el salario de los empleados de los talleres nacionales. En una gran reunión de indignados, el 24 de septiembre, presidida por un yesero llamado Eugenio Saignes, se aprobaron resoluciones que pedían una exacción forzosa sobre los ricos y la democratización del ejército mediante la elección de oficiales. Bakunin y su Comité se hicieron inmediatamente con el poder y dieron continuidad a la reunión con una proclama que declaraba la abolición del Estado y su sustitución por una federación de comunas, el establecimiento de «la justicia del pueblo» en lugar de los tribunales existentes y la suspensión de impuestos e hipotecas. Termina pidiendo a las demás ciudades francesas que envíen a sus delegados a Lyon para una inmediata Convención Revolucionaria para la Salvación de Francia.

El hecho de que las autoridades no considerasen que una proclama tan obviamente sediciosa mereciese la pena era un indicador del apoyo que Bakunin tenía en Lyon. Cuando estalló la violencia, fue porque los concejales, demasiado confiados en su seguridad, llevaron a cabo su plan de reducir los salarios. Los obreros se manifestaron el 28 de septiembre, y los miembros del Comité para la Salvación de Francia, a los que Bakunin había intentado en vano convencer para la acción armada, participaron en la manifestación. El consejo municipal se ausentó discretamente, y el Comité irrumpió en el Hotel de Ville con la ayuda de la multitud y se constituyó en administración provisional. Por fin, Lyon parecía estar en poder de Bakunin y sus seguidores, y éstos se instalaron con cierto desconcierto para decidir lo que debían hacer con la ciudad.

Antes de que hubieran tomado una decisión, la Guardia Nacional de los barrios burgueses convergió en el Hotel de Ville, expulsó a la multitud de sus alrededores y recuperó el edificio. El Comité huyó, con la excepción de Bakunin, que fue encarcelado en los sótanos del Hotel de Ville y finalmente rescatado por los anarquistas locales. Escapó a Marsella, donde pasó tres semanas escondido con Bastelica hasta que el capitán de un barco italiano lo llevó de contrabando a Génova.

La aventura que había comenzado con tanta esperanza terminó para Bakunin en disgusto y desesperación. El 19 de septiembre escribió desde Lyon para decir que esperaba «un pronto triunfo» de la revolución. Al final de todo, mientras se escondía en Marsella, decidió que Francia estaba perdida y que la alianza de Prusia y Rusia reinaría en Europa durante décadas. Adiós a todos nuestros sueños de acercarnos a la liberación».

Pero a Bakunin le esperaban otras dos luchas antes de que finalmente depusiera las armas en el agotamiento de una vejez prematura. Una fue su polémica con Mazzini, que desempeñó un gran papel en el repentino crecimiento del movimiento anarquista italiano después de 1870. La otra fue la última lucha dentro de la Internacional, que se había hecho inevitable como resultado de su victoria moral en el Congreso de Basilea.

El Congreso anual de la Internacional no se había celebrado en 1870 debido al estallido de la Comuna de París, y en 1871 el Consejo General sólo convocó una conferencia especial en Londres. Sólo pudo asistir un delegado de España y ninguno de Italia, mientras que se utilizó una excusa técnica -que se habían separado de la Federación Romande- para evitar invitar a los partidarios suizos de Bakunin. Así pues, sólo estuvo presente una pequeña minoría de anarquistas, y las resoluciones del Consejo General se aprobaron casi por unanimidad. La mayoría de ellas iban claramente dirigidas contra Bakunin y sus seguidores. Se afirmaba provocativamente la necesidad de que los trabajadores formaran partidos políticos. Una ominosa resolución advertía a las secciones o ramas contra «designarse a sí mismas con nombres separatistas… o formar organismos separatistas». Y, como una estocada oblicua a Bakunin, la conferencia repudió públicamente las actividades de Nechayev.

Las intenciones de los marxistas eran tan obvias que los bakuninistas suizos convocaron inmediatamente una conferencia especial en la pequeña ciudad de Sonvillier, en el Jura. Los únicos delegados que no pertenecían a la Federación del Jura eran dos refugiados extranjeros de Ginebra, el ruso Nicholas Zhukovsky y el francés Jules Guesde, que más tarde se convertiría en uno de los líderes del socialismo francés, pero que en aquel momento era un ardiente anarquista. Bakunin no estuvo presente. El principal resultado de esta conferencia fue la famosa Circular Sonvillier, que exigía el fin de la centralización dentro de la Internacional y su reconstitución como una «federación libre de grupos autónomos». Así, el conflicto central entre autoritarios y libertarios dentro de la Internacional quedó claramente definido a nivel organizativo, y la Circular obtuvo apoyo no sólo en Italia y España, sino también en Bélgica entre los seguidores socialistas libertarios de Caesar de Paepe.

Una de las exigencias de la reunión de Sonvillier fue que se celebrara sin demora un congreso plenario de la Internacional. Al Consejo General le resultó imposible negarse a ello, pero, al elegir otra ciudad del norte, La Haya, como lugar de reunión, volvió a crear dificultades a los representantes latinos e impidió la asistencia de Bakunin, que no se atrevía a atravesar territorio alemán ni francés.

El Congreso de La Haya se celebró en septiembre de 1872. Marx no sólo asistió en persona, sino que también hizo todo lo posible por llenar la reunión con sus seguidores; como ha observado G. D. H. Cole, al menos cinco de los delegados que formaban la mayoría marxista «representaban a movimientos inexistentes o casi». Aun así, tuvo que enfrentarse a una formidable oposición, no sólo de los bakuninistas suizos y españoles y de los socialistas libertarios holandeses y belgas, sino también de los sindicalistas británicos que, aunque no apoyaban a Bakunin en nada más, estaban preocupados por la excesiva tendencia a la centralización dentro de la Internacional y estaban de acuerdo en que debían limitarse los poderes del Consejo General. De hecho, la victoria de Marx habría sido muy dudosa si las secciones italianas de la Internacional, reunidas en Rimini poco antes, no hubieran decidido boicotear el Congreso y romper relaciones inmediatamente con el Consejo General. Esto dejó a Marx con unos cuarenta partidarios, incluidos los refugiados blanquistas franceses, frente a menos de treinta oponentes de diversa índole.

El Congreso comenzó con lo que ya se había convertido en una votación rutinaria a favor de la acción política de los obreros, y derrotó una propuesta bakuninista de convertir el Consejo General en una oficina de correspondencia. A continuación, nombró una comisión para investigar las acusaciones de Marx de que la Alianza Bakuninista seguía activa clandestinamente. Fue entonces cuando Marx asombró incluso a sus propios seguidores al presentar una sensacional propuesta para que el Consejo General se trasladara de Londres a Nueva York, donde estaría a salvo de los bakuninistas y los blanquistas, a quienes consideraba, en el mejor de los casos, aliados peligrosos. La moción fue aprobada -principalmente porque los bakuninistas, que ya no estaban interesados en el Consejo General, se abstuvieron; Marx, como resultó, había matado a la Internacional para alejarla de otras manos, pues en Nueva York el Consejo General languideció y murió rápidamente de pura inacción.

Los procedimientos más escandalosos del Congreso de La Haya se dejaron para el final. Marx había presentado a la comisión investigadora no sólo las pruebas recogidas por su yerno Paul Lafargue sobre el funcionamiento continuado de la Alianza en España bajo las instrucciones de Bakunin, sino también la carta de Nechayev a Lyubavin sobre la traducción de Das Kapital.

La comisión presentó un informe vago sobre la cuestión de la Alianza, de la que no pudo probar que siguiera existiendo, pero concluyó que «Bakunin ha utilizado medios fraudulentos con el fin de apropiarse de todo o parte del patrimonio ajeno -lo que constituye fraude- y además, para evitar cumplir sus compromisos, ha recurrido por sí mismo o a través de sus agentes a amenazas». Por último, recomendaba la expulsión no sólo de Bakunin, sino también de sus seguidores suizos, James Guillaume y Adhemar Schwitzguebel, estos dos últimos por seguir perteneciendo a la Alianza, cuya permanencia ya se había declarado incapaz de probar. Las confusiones del informe no preocuparon a la mayoría marxista. Votaron mayoritariamente a favor de la expulsión de Bakunin y Guillaume; Schwitzguebel escapó por un estrecho margen. Con esta indigna nota terminó el Congreso; la Internacional en su conjunto no volvió a reunirse.

Hasta qué punto la Alianza había continuado de hecho es tan difícil de establecer ahora como lo fue para la comisión investigadora del Congreso de La Haya. Como veremos, parece que se formó una Alianza Española de la Socialdemocracia en 1869 o 1870, mientras que en una fecha tan tardía como 1877 tuvo lugar en el Jura una reunión de miembros de la Alianza, a la que asistieron Kropotkin, Malatesta y Paul Brousse. Dado que la organización difícilmente habría sido abandonada y luego reiniciada, parece probable que Bakunin de hecho mantuviera una organización secreta de seguidores cercanos después de que la Alianza abierta se hubiera disuelto. Sin embargo, en el Congreso de La Haya no se demostró la existencia de tal organismo, y la expulsión de Bakunin se basó en conjeturas. En cuanto a la cuestión de Das Kapital, la decisión del Congreso sobre este punto representa una extraordinaria intrusión de la moral burguesa en una organización que se opone abiertamente a la propiedad en todas sus formas; además, puesto que el comité ni siquiera intentó establecer que Bakunin conocía la carta de Nechayev, en realidad lo condenaron por ese pecadillo frecuente de los escritores: aceptar anticipos por obras que no completan.

En el momento del Congreso de La Haya, Bakunin se encontraba en Zúrich, intentando ganar apoyo entre los refugiados rusos en rivalidad con el líder populista, Peter Lavrov. Los delegados españoles de La Haya y un grupo de italianos de Rimini se le unieron allí y, tras unos días de discusiones, todos se dirigieron a Saint-Imier, en el Jura, donde, junto con delegados suizos y franceses, celebraron un Congreso de la rama anarquista de la Internacional. Se repudiaron las decisiones del Congreso de La Haya y se proclamó la libre unión de las federaciones de la Internacional.

Con la Internacional antiautoritaria que surgió de esta reunión, Bakunin no tuvo ninguna relación directa. De hecho, a partir de 1872 su actividad se redujo con el rápido deterioro de su salud. Mantuvo cierto interés por las actividades de los revolucionarios rusos en el exilio y, tras establecerse en el Tesino en 1873, restableció sus vínculos con el movimiento italiano y, en particular, con Carlo Cafiero, un joven aristócrata adinerado que recientemente había abandonado sus riquezas por la causa de la revolución. Hubo momentos, ciertamente, en que el viejo fuego de Bakunin parpadeó en resentimiento o entusiasmo, pero en general su visión de su propia vida y del mundo era pesimista.

Veía inmensas dificultades por delante para el movimiento revolucionario como resultado de la derrota de la Comuna y el ascenso de Prusia, y se sentía demasiado viejo y demasiado enfermo para afrontarlas. Además, las calumnias de Marx le habían herido profundamente, y no hay duda de la sinceridad con la que escribió al Journal de Geneve el 26 de septiembre de 1873, protestando contra las «falsificaciones marxistas», y anunciando su propia retirada de la vida revolucionaria.

Dejemos que otros hombres más jóvenes tomen el relevo. Por mi parte, no siento ni la fuerza ni, tal vez, la confianza que se requieren para seguir rodando la piedra de Sísifo contra las fuerzas triunfantes de la reacción….. A partir de ahora, no perturbaré el reposo de nadie y pido, a mi vez, que me dejen en paz.

Pero en el mito Sísifo no pudo abandonar su piedra, y en vida Bakunin no pudo abandonar su pasado. La causa revolucionaria seguía aferrada a él, pero sin gloria; de hecho, sólo con vergüenza y amargura añadidas. Mientras el joven movimiento anarquista empezaba a fortalecerse lejos de su tutela, él mismo se vio envuelto en amargas disputas financieras por su irresponsable mala gestión de la fortuna que Carlo Cafiero le confió para la causa revolucionaria. La disputa por la villa del Tesino que compró con ese dinero para que le sirviera de refugio en su vejez y de centro de conspiradores italianos provocó una ruptura casi total con sus seguidores suizos e italianos. También le llevó, con la esperanza de aliviar su intranquila conciencia, a unirse a la insurrección anarquista de Bolonia de agosto de 1874. De camino a Italia escribió una carta de despedida desde el paso de Splügen a sus amigos censores, explicando sus actos, condenándose a sí mismo por su debilidad. Y ahora, amigos míos», terminaba, «sólo me queda morir».

Pero incluso la gloria de morir quijotescamente le fue negada. El levantamiento de Bolonia no fracasó; ni siquiera llegó a comenzar. Los elaborados planes para asaltar las puertas de la ciudad y levantar barricadas en las calles fracasaron, los pocos rebeldes que llegaron a los puntos de reunión fuera de la ciudad se dispersaron por miedo a la policía alertada, y dentro de la ciudad Bakunin esperó en vano para tomar parte en el asalto al arsenal. Sus amigos le disuadieron del suicidio y, tras afeitarse su abundante barba, le disfrazaron de cura anciano y le enviaron con una cesta de huevos en el brazo a Verona, desde donde acabó llegando a Suiza.

Fue la última y más inútil aventura de aquel veterano de las barricadas. Tras dos años más de decadencia física y de amistades en decadencia, Bakunin murió el 1 de julio de 1876, en el hospital de Berna. Los hombres que se reunieron en torno a su tumba, Reclus y Guillaume, Schwitzguebel y Zhukovsky, ya estaban convirtiendo el movimiento anarquista -su última y única creación exitosa- en una red que en una década se habría extendido por todo el mundo e infundiría un terror en las mentes de los gobernantes que podría haber hecho las delicias de la mente generosa y gótica de Miguel Bakunin, el más dramático y quizás el más grande de esos desaparecidos uros del pasado político, los revolucionarios románticos.

ESPAÑA ¿UN CORTIJO POSTMODERNO?: «LOS DUEÑOS DEL PAÍS»

Los dueños del país

Cierto, según yo lo veo y he vivido. El neofranquismo tuvo el ‘saber hacer’, los poderes y apoyos suficientes para volver a ganar en la «Transición»; para domar/formar/comprar segun los casos y personas, a las ‘dirigencias’ de la oposicion moderada y hacer una ‘transición pactada’ cuyo eje principal pasaba por un PSOE dócil al capital transnacional que diese el pego ‘popular’, y un PCE haciendo renuncias para ser admitido en las mesas de la nueva democracia oligárquica. Lo logro, con notables apoyos externos de USA, Alemania y Francia, forjando un Felipe González ad hoc en tanden con un monarca hambriento de fortuna y un Suárez falangista que se enamoró del poder y la democracia transacional… El resto fue mucho chanchullo, corrupción, fatiga militante (¿que hay de lo mio?) y colocación ‘amiguista’ clientelar, hasta hoy, en un marcó a medida de un capitalismo hispano de las élites históricas y las forjadas tras la victoria franquista contra la democracia republicana, plutocratas, oligarcas y pretorianos unidos… medios de comunicación y sindicatos colaborando en el empeño «normalizador», y un pueblo sumiso por el miedo debido al tremendo coste humano de un golpe de estado conservador faccioso (julio de 1936), una guerra 36-39 costosisima en vidas y una dictadura de casi 40 años que dejaron seca de audacia y preñada de apoliticismo y miedos a la población española. Hasta hoy, que asistimos al regreso del neofalangismo hispano arropado por las derechas conservadoras y las élites económicas y mediáticas.
@OrrantiaTar
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LOS DUEÑOS DEL PAIS

«Hasta que no se revise el Registro de la Propiedad, no habrá eso del abrazo entre españoles», decía el bisabuelo de Jorge Dioni López. «No se revisó y, quizá por eso, hay grupos que se creen propietarios del país. España sigue siendo producto de la revolución franquista».

‘El abrazo’, obra del pintor Juan Genovés. WIKIMEDIA (CC BY-SA 4.0)

Jorge Dioni
20 junio 2023 Una lectura de 7 minutos

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https://www.lamarea.com/2023/06/20/jorge-dioni-lopez-propiedad-los-duenos-del-pais/

«En la guerra se robó mucho». Era una de las frases de mi bisabuelo, un tipo singular. Si alguna vez hago autoficción, será con su historia. Era un conservador: orden, propiedad, familia, etc. En los años 30, llegó a ser concejal por las derechas en un pueblo de Tierra de Campos y simpatizó con la rebelión hasta que se dio cuenta de que la idea no era restaurar la monarquía o instaurar una dictadura como la de Primo de Rivera, sino acabar con la mitad del país. Más o menos, como el Unamuno de Mientras dure la guerra. Estuvo cerca de correr la misma suerte por no colaborar. Los que él consideraba que tenían que defender el orden, la propiedad y la familia llevaban a cabo una revolución, fusilaban a la gente y se quedaban con sus propiedades. «Los más sinvergüenzas de cada pueblo se hicieron de Falange para poder robar, matar y violar», decía.

«Hasta que no se revise el Registro de la Propiedad, no habrá eso del abrazo entre españoles» era otra frase que repetía durante la Transición. Para una persona conservadora, el Registro de la Propiedad era el lugar adecuado para realizar el proceso que entendemos por reparación y que las asociaciones de víctimas suelen resumir en un lema: memoria, dignidad y justicia. Evidentemente, nunca se hizo. No se revisó y, quizá por eso, hay grupos que se creen propietarios del país. España sigue siendo producto de la revolución franquista. Revolución: cambio radical en la estructura social, económica y política de un país.

La Transición legitimó ese proceso revolucionario, confirmando propiedades, nomenclaturas, instituciones y cargos, como la propia Jefatura del Estado. Incluso, las sentencias con sus destituciones e incautaciones. Al hacerlo, realizó una deslegitimación implícita del período democrático anterior, la Segunda República, con el que la nueva democracia no trataba de conectar. Quizá, por temor, pero también porque no quedaba nadie para hacerlo. Había un nuevo país y el nuevo régimen sólo podía nacer desde la desmemoria, el olvido. Esta última frase es de Rafael Chirbes.

Una de las críticas que recibía el escritor valenciano era que escribía novelas viejas, realistas, más propias de los 50 o 60 que de los 80 o 90. En sus novelas, utiliza lo que llamaba la estrategia del boomerang: mirar al pasado para entender el presente. Para él, el relato de la Transición estaba escrito con buena letra, el disfraz de las mentiras. El franquismo había comenzado a tener legitimidad cuando había transformado la victoria en paz y la había unido a progreso: asfaltado de calles, agua y luz, viviendas, electrodomésticos, coche, vacaciones, etc.

España entró en un ciclo de crecimiento económico que completó el proceso revolucionario creando un nuevo país. Es algo que Max Aub explica en su libro La gallina ciega, donde describe una visita a España en 1969. No la reconoce ni él es reconocido. El relato de los exiliados es extranjero. Todo el país es fruto del régimen, incluida la oposición. Hay franquistas y antifranquistas. Estos últimos, partidos y sindicatos, no planteaban recuperar la legitimidad republicana rota por el golpe de Estado, sino un nuevo marco al estilo del resto de países europeos.

En Por cuenta propia, Chirbes tiene palabras duras para los últimos: «Los hijos de la burguesía –algunos procedentes de las clases medias profesionales que habían apoyado incondicionalmente al régimen o que incluso habían creado capital a su sombra– se pusieron al frente de los movimientos estudiantiles, de movimientos comunistas y de extrema izquierda, para investirse de la legitimidad que estaba naciendo». Es Ramón Tamames o el hijo rojo de José Ricart en La caída de Madrid. El viejo empresario franquista le pregunta de dónde cree que ha salido su universidad en el extranjero o sus vacaciones, todo eso que ahora dice que odia y quiere abolir. Los progres siempre reciben hostias en las novelas de Chirbes. Más que abolir, la idea era sustituir. La gran operación fue el asalto y robo de las siglas del PSOE, un momento que el relato oficial presenta como un triunfo de la juventud frente a los que querían seguir amarrados al pasado. El eje viejo-nuevo es algo que suele funcionar.

La memoria tiene un límite

Durante unos años, hubo una memoria controlada: se reimprimieron libros, se representaron obras de teatro, aparecieron memorias y regresó parte del exilio. Fue el reconocimiento de la victoria moral. Para Chirbes, este fenómeno limitado tuvo un carácter formativo y duró lo suficiente para que las capas burguesas pudieras construirse el soporte de su narración, de su epopeya, y no se prolongó más allá de lo imprescindible. No se revisó el Registro de la Propiedad ni tampoco el Registro Civil. El robo de niños sólo era algo terrible cuando pasaba en Argentina. La represión se conocía. Los lugares de los fusilamientos de posguerra eran famosos en cada pueblo o ciudad, pero no se hacía nada. La memoria llevada a sus últimas consecuencias amenazaba los fundamentos del nuevo régimen: la legitimidad de la nueva monarquía, buena parte del sistema de propiedad, el poder académico, el judicial, el militar, etc.

También se canonizó un concepto que estaba por encima de las clases y de las ideologías: la moderación, la frágil vía por que la circulaba el proceso. Hablar de moderación, para Chirbes, era un eufemismo para decir que el modelo se había cerrado y que había una narración canónica. Cerrado el relato, concluye el turno de preguntas. Plantear dudas sobre el modelo se consideraba desestabilizador y se corría el riesgo de quedar arrinconado con los que voluntariamente se habían excluido. Había que mirar adelante, con esa actitud que Walter Benjamin considera propia de la socialdemocracia y que supone la aceptación de la derrota, porque implica la renuncia a revisar la injusticia original de la que nace la legitimidad. Renunciar al marxismo, como hizo el PSOE, como ha hecho toda la izquierda en general, no quiere decir descartar ciertas soluciones, sino las herramientas que permiten analizar los problemas.

Los 80 era la hora de la economía, las obras, la Bolsa, la inversión extranjera, las primeras privatizaciones. Los que no podían acceder a la triada completa (triunfo, dinero y modernidad) se conformaban normalmente con la última a través de las nuevas propuestas transgresoras, frívolas o intimistas, que había sustituido a las anteriores: la comedia madrileña al cine quinqui, la movida al rock con raíces. La ideología, preguntarse por las relaciones de poder, por las relaciones económicas, se convirtió en un concepto pasado de moda. Es algo que viene de lejos, del arte deshumanizado de Ortega, y que aún conservamos. En los últimos años, se han publicado más novelas sobre tener hijos que sobre los efectos de la crisis de 2008. De ahí, el hecho de que la crítica considerase las novelas de Chirbes, donde se mira hacia fuera, como viejas.

El cambio llega cuando la socialdemocracia pierde el poder y, sobre todo, cuando se produce un cambio generacional. La memoria sirve para ganar legitimidad frente al desengaño de numerosas medidas sociales y económicas. Zapatero habla de la República y de los represaliados, y le responden con claridad: está traicionando el pacto anterior. No sólo lo hacen desde el gobierno de Aznar, que entonces reunía a toda la derecha, sino desde la generación anterior de su propio partido. La memoria los interpela: ¿qué habéis hecho?, ¿qué habéis hecho cuando podíais?

El franquismo vuelve a través del revisionismo y echa mano de los tradicionales mitos, incluida la pertinencia del golpe ante la ilegitimidad de la República: era un caos, manipulaba elecciones, preparaba una conspiración soviética. El mensaje cala. Siempre es necesario tener un relato legitimador; sobre todo, cuando el origen de tu historia familiar es un robo. Las propuestas sobre la anulación de las sentencias siempre han tenido el problema de la parte de las incautaciones porque es imposible calcular cuántas bombas familiares pueden explotar. Cuánta biografía meritocrática nace de ocupar la empresa, la profesión, la casa, la vida, en definitiva, de un represaliado.

Cuarenta años después de la Transición, el discurso revisionista tiene una amplia difusión y una cierta aceptación. Hay un partido que lo recoge explícitamente y otro que no pone muchos problemas. Ambos hablan de gobierno ilegítimo, un análisis que pide una solución: hay que usar cualquier método para acabar con él. Sobre todo, cuando hay una situación de crisis. «Hasta que no se revise el Registro de la Propiedad, no habrá eso del abrazo entre españoles». Mi bisabuelo tenía razón. Como no se ha revisado el Registro de la Propiedad, los dueños del país lo reclaman.

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#franquismo #memoria democrática #memoria histórica #PSOE #transición

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Comentarios

Gus
21/06/2023 a las 07:35
Una historia de ocupación con otra se tapa, aunque una fuera real y la otra sea ficción, sea medio inventada.
Responder

Misha
20/06/2023 a las 10:03
No es que se consideren herederos directos del actual penoso y agonizante reino de Españistan , es que continúan siendo sus propietarios . Eso si ; todo bien mullido y engranado en el gran engaño que resulto ser la gran estafa llamada » Transacción…….» a la democracia española .
SPECIAL THANKS : » «GRACIASSSSSSSSSSSSSS , P$(—)€ » , ya sabéis………….» .
Salud.
Responder

«convivialidad»: Revisitando a Iván Illich: convivencialidad, tecnologías, instituciones. José Pérez de Lama. Publicado en LABlog. 26/10/2015

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Revisitando a Iván Illich: convivencialidad, tecnologías, instituciones

Publicado en LABlog 26/10/2015

José Pérez de Lama

Imagen: Iván Illich con Paule Freire en Perú, hacia 1972. Fuente: http://backpalm.blogspot.com/

Este medio tocayo de Lenin y casi homónimo del personaje de Tolstói es una singular figura de la segunda mitad del siglo 20 cuyas reflexiones reaparecen una y otra vez en conversaciones y textos más o menos alternativos sobre tecnologías, urbanismo y críticas a la idea de desarrollo. Según cuentan sus biógrafos, nació en 1926 en Viena, aunque su familia, de origen judío, vivía en una isla de Dalmacia (posteriormente Yugoslavia, y actualmente Croacia), adonde fue trasladado el mismo año de su nacimiento. Los avatares de la guerra europea lo llevaron a estudiar primero ciencias y después teología en Italia, y a continuación a ordenarse como sacerdote católico. Tras hacerse defensor de la feligresía portorriqueña de Nueva York y dirigir una institución en Puerto Rico, se convirtió en un severo disidente de las políticas estadounidenses en Latinoamérica, dejó la Iglesia, y estableció un centro de estudios críticos de la teoría y las políticas del desarrollo en Cuernavaca, México (CIDOC). Consecuente con su propia crítica de las instituciones, disolvió este centro a los diez años de su creación (1976), repartiendo sus recursos entre grupos y entidades locales.

El pasado verano, en un doble movimiento serendípico, tras coincidir en un almuerzo con Ada Colau y su equipo en un pequeño restaurante cerca de la plaza de San Jaume en Barcelona, me encontré en una librería con una reedición del libro de Illich, La convivencialidad, – sobre el que ahora haré unos comentarios.

El propio Illich define el libro como un manifiesto o panfleto, haciendo apología del género (Hornedo, 2014: 18). El texto es algo desordenado y quizás reiterativo, y hoy, unos 40 años después de que fuera publicado, se lee como si estuviera escrito desde un lugar extraño – comparando la alquimia con la educación, preguntándose por la utilidad social de la medicina institucionalizada, cuestionando los automóviles y la movilidad, reflexionando sobre los tiempos en los que la energía disponible para los humanos era principalmente la generada por su propio cuerpo… Aún así, o precisamente por eso, los asuntos que plantea son tremendamente actuales. Los definiría como tecnopolítica, esa palabra tan de moda, que interpreto, no como el uso de twitter, facebook, google y herramientas varias para el activismo, como se tiende a hacer últimamente, sino en un sentido más general, como es el de las políticas tecnológicas y las implicaciones políticas de las tecnologías y de su implementación.

La convivencialidad

Illich propone el concepto de convivencialidad como clave para valorar las tecnologías – herramientas las llama él – que desarrollamos y usamos. El término herramienta lo usa en un sentido extraordinariamente amplio – equivalente probablemente al de medio en Latour – que incluye desde una llave inglesa, hasta una infraestructura, un método educativo o una institución.

La convivencialidad – de convivencia (conviviality en inglés) -, sería el carácter de aquellas herramientas que hace que, en su empleo, sus usuarios sean más autónomos, más capaces de transformar el mundo de acuerdo con sus propias necesidades y deseos, y más libres y creativos para hacerlo. Illich define este carácter o condición en aproximaciones sucesivas, y también por oposición al carácter de las herramientas que no lo son. En su propio momento Illich definía la sociedad industrial por este carácter no convivencial de sus herramientas e instituciones. Y usaba el término posindustrial para hablar de las futuras-hipotéticas sociedades convivenciales; como lo usaba, también por aquellos años, Murray Bookchin, sobre quien también he escrito últimamente. [1]

Veamos cómo Illich va definiendo la cuestión de la convivencialidad en sus propias palabras:

«Llamo sociedad convivencial a aquella sociedad en la que la tecnología moderna está al servicio de la persona integrada en la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivencial es la sociedad en la que el hombre controla la herramienta… Al hombre que encuentra su alegría y su equilibrio en el empleo de la herramienta convivencial, lo llamo austero… La austeridad es el fundamento de la amistad y la alegría…» (Illich, 2012: 53)

«… una inversión radical: solamente echando abajo la sólida estructura que regula la relación del hombre con la herramienta podremos darnos unas herramientas justas. La herramienta justa corresponde a tres exigencias: es generadora de eficiencia sin degradar la autonomía personal; no suscita ni esclavos ni amos; expande el radio de acción personal. El hombre necesita de una herramienta con la cual trabajar, y no de instrumentos que trabajen en su lugar. Necesita de una tecnología que saque el mejor partido de la energía y de la imaginación personal, no de una tecnología que lo avasalle y programe.» (p. 68)

«Por convivencialidad entiendo lo contrario de la productividad industrial. Cada uno de nosotros se define por la relación con los otros y con el entorno, así como por la estructura profunda de las herramientas que utiliza. Éstas pueden ordenarse en una serie continua cuyos extremos son las herramientas como instrumento dominante y la herramienta convivencial. El paso de la productividad a la convivencialidad es el paso de la repetición de la carencia a la espontaneidad del don. La relación industrial es reflejo condicionado, una respuesta estereotipada del individuo a los mensajes emitidos por un usuario a quien jamás conocerá a no ser por un medio artificial que jamás comprenderá. La relación convivencial, en cambio es siempre nueva, es acción de personas que participan en la creación de la vida social. […] La convivencialidad es la libertad individual, realizada dentro del proceso de producción, en el seno de una sociedad equipada con herramientas eficaces…» (p. 69)

«Si desde ahora, las herramientas no se someten a un control político, la cooperación de los burócratas del bienestar y de los burócratas de la ideología nos hará reventar de felicidad. La libertad y la dignidad del ser humano seguirán degradándose, provocando una servidumbre sin precedentes del hombre a su herramienta.»

«El hombre deviene sujeto social activo por medio de herramientas que domina activamente o a las que se somete pasivamente. En la medida en que domine las herramientas, podrá investir el mundo con su sentido; en la medida en que se vea dominado por las herramientas [tecnologías, redes, instituciones, procesos burocráticos, software…], será la estructura de éstas la que acabará por conformar la imagen que tenga de sí mismo.» (p. 84)

«La herramienta es convivencial en la medida en que cada uno puede utilizarla sin dificultad, tan frecuentemente como se desee y para los fines que uno mismo determine. El uso que cada cual haga de ella no restringe la libertad del otro para hacer lo mismo. Nadie necesita de un diploma para tener el derecho de usarla a voluntad. Entre los hombres y el mundo ella es una conductora de sentido, una traductora de intencionalidad.» (p. 86)

«La cuestión urgente, en consecuencia, sería determinar qué herramientas pueden ser controladas para el interés general y comprender que una herramienta incontrolable representa una amenaza insoportable. De forma secundaria, se podría también considerar si el control privado de una herramienta potencialmente útil es compatible con el interés general.» (p. 91)

Deleuz/Guattari y las máquinas convivenciales

Como dato de interés recojo también una mención de Deleuze/Guattari (1972) sobre las ideas de Illich. El interés del asunto para mí es que las precisiones que hacen Deleuze y Guattari en el marco de su propia idea de máquina parecen delinear un programa para un ecosistema de fabricación digital convivencial [2]:

«En otro texto muy gozoso, Iván Illich muestra lo siguiente: que la maquinaria pesada implica relaciones capitalistas o despóticas de producción, suponiendo la dependencia, la explotación o la impotencia de los hombres reducidos a la condición de consumidores o sirvientes. La propiedad colectiva de los medios de producción no altera en nada este estado de cosas, y simplemente sostiene una organización estalinista despótica. Consecuentemente, Illich propone la alternativa del derecho de todos a usar los medios de producción, en una sociedad convivencial, lo que es como decir, una sociedad deseante y no edípica [3]. Esto significaría el más extensivo uso de máquinas por parte del mayor número posible de gente, la proliferación de máquinas pequeñas y la adaptación de las grandes máquinas a pequeñas unidades, la venta exclusiva de componentes maquínicos que tendrían que ser ensamblados por los propios usuarios-consumidores, y la destrucción de la especialización del conocimiento y del monopolio profesional. Resulta bastante obvio que cosas tan diferentes como el monopolio o la especialización de la mayor parte del conocimiento médico, la complicada naturaleza del motor del automóvil, y el monstruoso tamaño de las máquinas no responden a ninguna necesidad tecnológica, sino solamente a imperativos económicos y políticos cuyo objetivo es la concentración del poder o el control en manos de la clase dominante. No es el sueño de un retorno a la naturaleza cuando uno señala la extrema inutilidad de los coches en la ciudad, su carácter arcaico a pesar de los muchos gadgets que incorporan para deslumbrar, y el potencial carácter moderno de la bicicleta, tanto en nuestras ciudades como en la guerra de Vietnam. Y no es incluso por el interés de las máquinas pequeñas y relativamente simples que la revolución convivencial deseante deba ser hecha, sino por el interés de la innovación maquínica en sí misma, que las sociedades capitalistas o comunistas hacen todo lo posible, mediante el poder económico y político, por reprimir » [4]. (Deleuze/Guattari, 1972: 107-108; traducción del autor)

Felsenstein: convivencialidad y nacimiento de los ordenadores personales

La otra referencia a Illich que siempre recuerdo se encuentra en otro de mis libros preferidos, Hackers. Heroes of the Computer Revolution de Steven Levy (1985), la epopeya sobre la creación de la ética hacker y los ordenadores personales entre las décadas de 1950 y 1970. La segunda parte de Hackers se centra en la creación del ordenador personal, en la Costa Oeste estadounidense en el entorno de San Francisco, Berkeley y Silicon Valley, y tiene entre sus personajes centrales a Lee Felsenstein. Este libro es, para mí sin duda, un must read para los aficionados, y quizás incluso para los que quieran conocer lo que ocurrió durante las décadas finales del siglo 20; – estoy seguro que muchos o por lo menos algunas lo habrán leído. Para los que no lo hayan hecho, los nombres de algunas empresas, publicaciones y máquinas que aparecen en sus páginas darán una cierta idea del ambiente post-hippy, experimental y antiautoritario de los 60 y 70 en que todo esto se desarrolla: Community Memory, People’s Computer Company (PCC), Machines of Loving Grace, Computer Lib, Homebrew Computer Club, Altair, Apple… entre muchos otros.


Ordenador Sol con periféricos , Felsenstein y Marsh / Processor Technology, 1976; fuente: http://classtales.com/HOC/Sol-20_full.jpg

Para introducir a Felsenstein, hijo de padre izquierdista represaliado por serlo, electrónico, activista, programador y hacker de hardware, Steven Levy escribe lo siguiente:

«En junio de 1974 […] el padre de Lee Felsenstein le había enviado un libro de Iván Illich titulado Tools for conviviality – presumiblemente el que aquí comentamos o una versión de éste -, y las aseveraciones de Illich reflejaban las visiones de Lee (“Para mí, los mejores profesores me cuentan aquello que ya sé que está bien”, explicaría Lee más tarde). Illich planteaba que las herramientas debían ser diseñadas no sólo para la comodidad de la gente, sino con la mirada más amplia de la eventual simbiosis entre usuario y herramienta. Esto inspiró a Felsenstein a concebir una herramienta que encarnara el pensamiento de Illich, Bucky Fuller, Marx y Robert Heinlein [5]. Sería una terminal para la gente. Lee la llamó la “Terminal Tom Swift” “en honor al héroe estadounidense al que habría sido más fácil encontrar manipulando máquinas,” Aquello sería Lee Felsenstein haciendo real el sueño hacker.» (Levy, 2010: 179-180)

«Imaginaba a los usuarios de su terminal tratándola de la manera que los hackers trataban el sistema operativo, cambiando componentes y haciendo mejoras… “un sistema vivo más que un sistema mecánico”, explicaría más tarde. “La herramientas son parte del proceso regenerativo.” Los usuarios necesitarían acceso estable a los componentes […] Así mientras esperaba que se produjera un claro ganador en la carrera de los microchips, se tomó su tiempo, ponderando las lecciones de Iván Illich, que apoyaba el diseño de una herramienta que amplíe la capacidad de la gente para buscar sus propios fines de forma única…» (Levy, 2010: 181-182)

A pesar del papel central de Felsenstein, creador del Sol, el PC que antecedió al mítico Apple II, y de que hubiera muchos otros hackers en su misma onda en aquel entorno en que aparecen los primeros ordenadores personales, 40 años después sabemos qué forma llegaron a tomar aquellas herramientas: efectivamente se convirtieron en tools to make tools y muchas cosas más, pero también que al adquirir el fenómeno de los ordenadores personales – y posteriormente las redes – una escala global, éste fue en gran medida capturado por la industria y las nuevas formas del capitalismo, dando lugar a un mundo, el nuestro, que no tengo muy claro si sería del agrado de Iván Illich. El libro de Levy que explica en su segunda mitad como la cultura hacker californiana se hibridó con el capitalismo “posindustrial”, y esta narración parece un mapa de ruta para reconocer la actual evolución del ecosistema de la fabricación digital: del Homebrew Computer Club a Apple y Windows, en menos de una década. Levy habla del 76-78 como los dos años críticos en que todo aquello cambió… (Levy, 2010: 274)

Hoy

Leyendo a Illich piensa uno en que quizás haya que continuar enfatizando la idea de convivencialidad, no sólo en cuanto a las herramientas individuales, sino especialmente en cuanto a los ecosistemas o ecologías de las que éstas participan y contribuyen a generar: el complejo industria-consumo, las instituciones, la burocracia… Necesitamos seguir pensando sobre las tecnologías, sobre su sentido, sobre como afectan a nuestras vidas… Concluyo, entonces, con una cita final de Illich.

«Se ha puesto de moda decir que los problemas creados por la ciencia y la tecnología sólo pueden ser resueltos con más conocimiento científico y mejor tecnología. El remedio para una mala gestión es más gestión. El remedio para la investigación especializada es más investigación interdisciplinaria onerosa, de igual manera que el remedio para la contaminación de los ríos es más detergentes no contaminantes muy costosos. El almacenamiento de grandes cantidades de información, la creación de un estoc de conocimiento, el intento de superar los problemas presentes con la introducción de más ciencia es el último intento de resolver la crisis mediante la escalada.» (Illich, 2014: 66)

«[Y] sin embargo, aunque reduzcamos nuestras expectativas respecto de las máquinas, debemos evitar caer en el rechazo asimismo perjudicial de todas las máquinas como si fueran obra del diablo.» (Illich, 2014: 83)

#notas

[1] El término posindustrial formulado también por otros autores durante aquellos mismos años (Touraine, 1969; Bell 1973), centrado en el desarrollo de una sociedad de servicios, que adquirió gran popularidad en la década de los 90, tiene un significado diferente en Illich que, rechazando la organización industrial del trabajo, da sin embargo gran importancia para la vida al trabajo humano y a la autonomía y dignidad derivadas de su ejercicio y control desde lo individual y lo local. La perspectiva de Illich debe relacionarse más con la de William Morris (Chardronnet, 2014), – y menos, por ejemplo, con la de Keynes o Lafargue, más próximos al actual uso del término posindustrial, que ven el trabajo como un mal o una desutilidad, como diría la economía neoclásica (Pérez de Lama, 2014, 2015; Chang, 2014). [volver al texto]

[2] No se si se trata de un problema de datación de los textos, pero resulta curioso que Deleuze/Guattari comenten en 1972 las ideas publicadas por Illich en 1973-74. Quiero suponer que se trataba de ideas que circulaban con velocidad, y que Illich las recogía en su publicación tras haberlas debatido y difundido previamente. [volver al texto]

[3] Según mi interpretación sintética, para Deleuze/Guattari una sociedad no-edípica sería una sociedad radicalmente antiautoritaria y en la que el deseo fluye libremente y desde posiciones de gran singularidad. [volver al texto]

[4] Máquina en Deleuze/Guattari es un concepto equivalente, o que más bien sustituye, al de estructura o sistema; con innovación maquínica se refieren, por tanto, no sólo a la innovación tecno-científica, sino sobre todo a la que podríamos llamar la innovación de las máquinas socio-técnicas. [volver al texto]

[5] Robert Heinlein era un escritor de ciencia ficción de la época, considerado junto con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke como los “Big Three” de aquellos años. Véase: https://en.wikipedia.org/wiki/Robert_A._Heinlein [volver al texto]

#referencias
Daniel Bell, 1973, The Coming of Post-Industrial Society

Murray Bookchin, 1968, Post-scarcity Anarchism, en: M. Bookchin, 2004, Post-scarcity Anarchism, AK Press, Edinburgh-Oakland, pp: 1-17

Ha-Joon Chang, 2014, Economics. The User’s Guide, Pelikan Books, Londres

Ewen Chardronnet, 2014, Producción digital y economía de talleres, en: J. Pérez de Lama et al (editores), 2014, Yes, We Are Open! Fabricación digital, tecnologías y cultura libres, RUBooks & Escuela Técnica Superior de Arquitectura Universidad de Sevilla, Sevilla, pp. 144-151

Iván Illich, 2012 (edición original de 1973), La convivencialidad, Virus Editorial, Barcelona | disponible online en la Biblioteca Ciudades para un Futuro más Sostenible, UPM: http://habitat.aq.upm.es/boletin/n26/aiill.html

Gilles Deleuze, Félix Guattari, 1972, Balance-Sheet of Desiring-Machines, translated by Robert Hurley, Appendix to 2nd edition of Anti_Oedipe, Minuit, Paris; in: Félix Guattari, 2009, Chaosophy. Texts and Interviews 1972-1977, Semiotext(e), Los Angeles; pp. 90-115

Braulio Hornedo, 2014, Iván Illich. Hacia una sociedad convivencial, en: Iván Illich, 2014, La convivencialidad, Virus Editorial, Barcelona, pp. 6-21

John Maynard Keynes, 1930, Economic Possibilities for our Grandchildren, en: J.M. Keynes, 1963, Essays in Persuasion, New York: W.W.Norton & Co., pp. 358-373; disponible online en: http://www.econ.yale.edu/smith/econ116a/keynes1.pdf

Paul Lafargue, 2013 (edición original en francés de 1880), Maia Ediciones, Madrid

Steven Levy, 2010 (25th Aniversaty Edition), Hackers. Heroes of the Computer Revolution, O’Reilly, Sebastopol

José Pérez de Lama, 2015, Murray Bookchin, post-escasez y el Curioso Impertinente. Más sobre la economía de la abundancia, disponble en: https://arquitecturacontable.wordpress.com/2015/07/27/murray-bookchin-post-escasez-y-el-curioso-impertinente-mas-sobre-la-economia-de-la-abundancia/

___, 2015, Nietos de Keynes. Buenas y malas noticias sobre la economía de la abundancia, disponible en: http://www.laboralcentrodearte.org/es/files/2013/bloglaboral/nietos-de-keynes

___, 2014, De Lafargue a Negri pasando por Keynes: Derecho a la pereza, tecnologías y fin del trabajo asalariado, disponble en: https://arquitecturacontable.wordpress.com/2014/12/14/de-lafargue-a-negri-pasando-por-keynes-derecho-a-la-pereza-tecnologias-y-fin-del-trabajo-asalariado/

Alain Touraine, 1969, La societé post-industrielle

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