Eliza, Terminator y el peligro encubierto de ChatGPTEl tecnocapitalismo más voraz concentra hoy todo el poder de la inteligencia artificial, mientras se distrae a la opinión pública con una fantasiosa distopía…

Eliza, Terminator y el peligro encubierto de ChatGPT

El tecnocapitalismo más voraz concentra hoy todo el poder de la inteligencia artificial, mientras se distrae a la opinión pública con una fantasiosa distopía en forma de máquinas que someten a la humanidad

Imagen: Ilustración promocional de ‘Terminator’. CORDON

JAVIER SALAS
30 MAR 2023 – 13:29 CEST

Era 1966 cuando Joseph Weizenbaum, pionero de la inteligencia artificial en el MIT, descubrió que tenía algo incómodo entre manos. Había desarrollado uno de los primeros chatbots, una computadora capaz de fingir una conversación humana con razonable éxito. Se llamaba Eliza, y se convertiría en un hito para esa tecnología incipiente. Pero también en un punto de inflexión para su inventor, después de observar el efecto que ejercía sobre las personas. Weizenbaum quedó horrorizado tras dejar que su secretaria usara Eliza: al cabo de un rato, le pidió que saliera de la habitación para tener intimidad en su conversación con la máquina. La anécdota sirve para leer con perspectiva el fenómeno actual del ChatGPT.

Eliza, en su versión Doctor, había sido creada como una parodia de las respuestas de los psicoterapeutas que devolvían en forma de preguntas las afirmaciones de los usuarios. La intención era “demostrar que la comunicación entre una persona y una máquina era superficial”, pero al ver que su secretaria y muchas más personas se abrían por completo al dialogar con Eliza, Weizenbaum descubrió una verdad muy distinta. “No me había dado cuenta de que incluso cortísimas exposiciones a programas relativamente simples podrían inducir poderosos pensamientos ilusorios en gente normal”, escribió posteriormente.

El programa de Weizenbaum era muy básico, lejos de la sofisticación de las actuales inteligencias conversacionales que acaparan titulares y llenan las redes con ejemplos espectaculares. Pero el efecto que provocan es el mismo que Eliza, como demostró el ingeniero de Google convencido de que LaMDA, otra de estas máquinas, tenía la conciencia de un niño de siete años. Seguimos proyectando capacidades humanas en las máquinas porque nosotros, los humanos, también estamos programados para charlar. Como explica el neurocientífico Mariano Sigman, lo que nos define como especie es que somos animales conversacionales: nos definimos, moldeamos y realizamos a través de las palabras que compartimos con otros. Dialogar está en nuestro ADN y el cerebro resuelve esa disonancia cognitiva aceptando que ese programa, aunque sepamos que es una caja negra de silicio, es un ser que quiere comunicarse con nosotros.

Después de Eliza llegaría Parry, que simulaba ser un esquizofrénico, y más tarde Alice o Siri, o las más recientes y conocidas para el público español, como Irene de Renfe y Bea en Bankia (asistentes virtuales desarrolladas en España). En lo peor de la crisis de reputación del banco, con la investigación a Rodrigo Rato por sus presuntos delitos, fue Bea la que mantuvo en pie la página web de la entidad con su capacidad para darle palique a quienes entraban en tromba para saturar sus sistemas y tumbar el portal. La gente no podía resistirse a volcar su indignación con insultos personificadores hacia ella.

Procesadores de Google para inteligencia artificial.

Los intereses comerciales marcan el futuro de la inteligencia artificial
Weizenbaum no entendía que la gente tomara a Eliza como el primer paso hacia una máquina que pudiera simular la inteligencia humana. Pensaba que era una fantasía peligrosa y que era “monstruosamente erróneo” entenderlo como algo más que un simple programa que ejecutaba una función. Weizenbaum abandonó Eliza y se convirtió en un crítico de la idea de que las máquinas podían ser inteligentes, porque inocular ese marco mental en la sociedad sería “un veneno de efecto retardado”.

Las palabras de este pionero resuenan ahora en objeciones como la que hace Emily Bender, que insiste en repetir que ChatGPT no tienen nada de mágico, sino que tan solo se trata de un loro. Un loro sofisticadísimo y con muchas lecturas (”estocástico”, matiza ella), pero un loro. Esta lingüista computacional es una de las mayores críticas de los impulsores de estos programas que ya lo inundan todo. Herramientas que serán muy útiles y que revolucionarán muchas actividades, sin lugar a dudas, pero que adolecen de regulación y transparencia. Bender reclama que las compañías que impulsan estos chats dejen de hablar en primera persona, como si fueran un ser consciente: “Deben dejar de hacerla parecer humana. No debería estar hablando en primera persona: no es una persona, es una pantalla”. “Quieren crear algo que parezca más mágico de lo que es, pero en realidad es la máquina creando la ilusión de ser humana”, denuncia Bender. “Si alguien está en el negocio de vender tecnología, cuanto más mágica parezca, más fácil será venderla”, zanja. Es un truco comercial al que no podemos resistirnos. Como Geppetto, queremos que el niño de madera sea un niño de verdad.

Liberando a Skynet

Ahora, las grandes tecnológicas están liberando por todos sus servicios programas inteligentes en los que llevaban años trabajando, pero que no se habían atrevido a diseminar entre los usuarios hasta que llegó la moda, el hype, de ChatGPT. Por ejemplo, Google va a incluirla en su herramienta para empresas, Workspace, y Microsoft dentro de Office. Eso ha generado una explosión de interés y también críticas interesantes (e interesadas), como la carta abierta que firmaban el miércoles un millar de especialistas en la que pedían una moratoria de seis meses en el desarrollo de chatbots. “Los laboratorios de IA han entrado en una carrera sin control”, denuncian, “para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de forma fiable”. La carta la firma Elon Musk, que impulsó en su origen OpenAI —la empresa que ha creado ChatGPT— y que, tras intentar controlarla, ahora trata de zancadillear.

¿Cuál es el problema? Que los riesgos que describen Musk y los demás firmantes son futuristas y de ciencia-ficción, no los reales y acuciantes. Hablan del peligro de crear “mentes no humanas que eventualmente podrían superarnos en número, ser más astutas, obsoletas y reemplazarnos” y de que podríamos “perder el control de nuestra civilización”. Eso no va a pasar ni hoy ni mañana: no estamos en un momento en el que Skynet, la malvada inteligencia, vaya a liberar un Terminator como en la famosa película. La mayor amenaza que tenemos hoy con la inteligencia artificial es que sus capacidades están concentrando más poder, riqueza y recursos en un pequeño puñado de empresas: Google, Microsoft, Facebook, Amazon, etcétera. Precisamente, las mismas compañías que están acaparando todos los desarrollos y la investigación en ese campo, esquilmando las universidades, y dirigiendo todos los avances hacia sus intereses comerciales, como denunciaba un estudio reciente en Science. Por ejemplo: el primer firmante de esa carta, junto a Musk, es Yoshua Bengio, padre de la inteligencia artificial desde la Universidad de Montreal, que vendió su empresa de aprendizaje profundo a Microsoft y pasó a convertirse en asesor de la compañía. Ahora, Microsoft ha invertido 10.000 millones de dólares en OpenAI, para después integrar el chatbot en su buscador. Las empresas más poderosas del planeta fagocitan hoy todo un campo esencial de investigación, mientras la carta alerta de una futurible distopía en forma de Terminator.

Sin embargo, la gente desconfía. Un estudio reciente preguntó a más de 5.000 españoles por su percepción de la inteligencia artificial y dio con un resultado llamativo: el temor a esos desarrollos surge del recelo hacia los intereses económicos de quienes los promueven. Para entendernos: no se teme a Terminator, sino a Cyberdyne Systems, la empresa que en esa ficción gestaba el programa Skynet sin reparar en las consecuencias de abrir esa caja de Pandora.

Weizenbaum desarrolló Eliza con un objetivo, pero al entrar en contacto con los humanos se convirtió en una cosa distinta. Sus intenciones daban igual, porque las personas lo percibían de otro modo. Originalmente, el lema de Facebook era “muévete rápido y rompe cosas”. Cuando Mark Zuckerberg liberó Facebook entre los jóvenes universitarios, ¿para qué servía? Para recordarte el cumple de tu amigo del cole, dejarte ligotear con gente de tu entorno y permitirte compartir pensamientos con el mundo. ¿Cuál fue la capacidad emergente? Colaborar en genocidios, como ha quedado confirmado en varios puntos del planeta. ¿Por qué ocurrió algo así? Por la codicia de sus dueños, que ya conocían el impacto en la humanidad, pero también sabían que echarle el freno perjudicaba su cuenta de resultados.

Y ahora, ¿por qué no paramos de hablar de estos programas inteligentes, que llevaban desarrollando de forma opaca durante años? Porque todas estas compañías tienen prisa por hacer dinero en la nueva “carrera sin control” de los servicios de internet. Llegados a este punto, da igual lo que haga la máquina o cómo lo haga, si es un loro estocástico o listísimo. Lo que importa es quién lo impulsa, por qué y lo que ese loro nos hace a nosotros, al margen de las intenciones originales, como pasaba con Eliza. Y ahí deberíamos poner el foco con políticas que regulen los avances, exijan transparencia y limiten la concentración de ese nuevo poder.

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SOBRE LA FIRMA

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.


Comentarios
5

Emily M. Bender, profesora de lingüística computacional en la Universidad de Washington.
Emily Bender: “Los chatbots no deberían hablar en primera persona. Es un problema que parezcan humanos”
JORDI PÉREZ COLOMÉ

Un robot de metal líquido que logra atravesar los barrotes como en ‘Terminator 2’
MIGUEL ÁNGEL CRIADO

https://elpais.com/tecnologia/2023-03-30/eliza-terminator-y-el-peligro-encubierto-de-chatgpt.html?utm_term=Autofeed&utm_campaign=echobox&utm_medium=social&utm_source=Twitter&s=03#Echobox=1680279475

DIGNOS DE SER HUMANOSRUTGER BREGMAN. Este libro en .pdf propone repensar la historia a partir de la evidencia de que el ser humano tiende más a cooperar que a competir, a confiar que a desconfiar

DIGNOS DE SER HUMANOS
RUTGER BREGMAN

El ser humano es egoísta, insolidario y se mueve solo por su propio interés: lo han sostenido pensadores como Maquiavelo, filósofos como Hobbes, psicoanalistas como Freud, científicos como Dawkins y multitud de historiadores y escritores. Pero ¿realmente es así? Este libro propone repensar la historia a partir de la evidencia de que el ser humano tiende más a cooperar que a competir, a confiar que a desconfiar.

El autor estudia doscientos mil años de historia y nos descubre que el altruismo y no la competitividad ha sido el motor evolutivo de la humanidad. Para ello aborda ejemplos como la diferencia entre lo que se cuenta en la novela El Señor de las Moscas y lo que sucedió en los años setenta del siglo pasado cuando un grupo de niños australianos naufragaron y pasaron varios meses solos; o el comportamiento solidario y resiliente de los ciudadanos durante el Blitz en el Londres de la Segunda Guerra Mundial; o la realidad tras ciertos experimentos psicológicos y sociológicos sobre comportamiento humano. Una propuesta fascinante, repleta de anécdotas, de muy grata lectura y que, lejos de pecar de ingenuidad o tramposa candidez, plantea una inteligente y revolucionaria lectura de la historia de la humanidad. Un libro que acaso pueda ayudarnos a cambiar el mundo.

Descargar en PDF:
https://drive.google.com/file/d/1eiPI9rKfOn-UUAscXTZUsqoja0A2tSI6/view?usp=share_link

Biblioteca Historia Global

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Lo que estaba en juego la España republicana de 1936 fue un orden económico y social republicano… la democratización, las reformas y las conquistas de las clases trabajadoras

Lo que estaba en juego en 1936 era la protección y preservación de un orden económico y social amenazado por la democratización, las reformas y las conquistas políticas y revolucionarias de las clases trabajadoras.
Eso, y no la propensión de los españoles a matarse entre ellos, es lo que motivó primero el golpe de Estado; después, tras su fracaso en conseguir los objetivos fundamentales, la guerra civil; y, por último, la necesidad de exterminar de raíz de forma violenta las causas del mal.
Y en la naturaleza de esa respuesta a la “crisis nacional” –y no tanto en cuestiones de forma y estilo- es donde hay que buscar las similitudes y diferencias con los movimientos fascistas que unos años antes habían llegado al poder en Italia y Alemania.

Julián Casanova, historiador. https://www.facebook.com/julian.casanova.9237

«El pasado del futuro de Europa». Por BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS

El pasado del futuro de Europa

BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS
28 MARZO, 2023

Imagen: Banderas de la UE en el exterior de la sede de la Comisión Europea, en Bruselas. AFP/KENZO TRIBOUILLARD

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

Cualquier búsqueda bibliográfica revelará que el tema del «futuro de Europa» es muy recurrente, sobre todo después de 1945. Se entiende que tras dos guerras mundiales devastadoras había sobradas razones para cuestionar el futuro de Europa. La Europa del Tratado de Versalles de 1919, caracterizada por la continua rivalidad entre los Estados nacionales beligerantes, había dado paso a la Europa de los bloques rivales, el bloque occidental y el bloque soviético -bajo la égida de la potencia que entonces confirmaba su dominio global, Estados Unidos-. Dominada por el recuerdo de la devastación causada por la guerra, dos temas dominaban la discusión sobre el futuro de Europa, en ese momento reducida a la Europa Occidental: la creación de una organización inter europea que incluyera a Alemania (Occidental) para evitar que esta representara un peligro para otros pueblos y la autonomía de Europa en relación con Estados Unidos, en un momento en que la Europa imperial se había convertido en cosa del pasado.

El primer tema se refería a los modelos de organización, siendo la cuestión central el intercambio y la libre circulación de los recursos naturales. De esta manera, surgió el Tratado de París de 1951, que creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). También se decidió la división de Alemania, la prohibición de que esta tuviera acceso a armas nucleares y la ocupación militar de Alemania Occidental por parte de Estados Unidos.

El segundo tema se centraba en dos posiciones opuestas. Por un lado, la posición de Francia liderada por Charles de Gaulle, quien creía que Europa podía aspirar a seguir siendo una potencia global, para lo cual era necesario mantener la autonomía en relación con Estados Unidos. Esta idea sería desarrollada por Servan-Schreiber en su libro Le défi américain (1967). Por otro lado, la posición estadounidense, según la cual Europa, ahora reducida a Europa Occidental, tendría que unirse a Estados Unidos y constituir una comunidad atlántica, una posición defendida en un influyente texto de Walter Lippmann de 1944, U.S. War Aims.

Desde entonces, cinco momentos han sido particularmente intensos en la discusión sobre el futuro de Europa: el fin del bloque soviético/fin de la Guerra Fría, la destrucción de Yugoslavia, el Brexit, la pandemia y, por último, la guerra en Ucrania. Lo más curioso de esta discusión es que siempre se ha centrado en el futuro de Europa y nunca en su pasado. En el caso de la Europa que fue socialista y soviética hasta 1991, el pasado discutido después de esa fecha fue el pasado de la anexión soviética, y la discusión aún está lejos de terminar. Este es el caso de la cuestión de Mitteleuropa, un concepto que se refiere tanto Europa Central (que, por cierto, después de 1945, pasó a ser Europa Oriental), como a la Europa de fuerte influencia alemana. Como afirmó Milan Kundera, el problema de Mitteleuropa era estar geográficamente en el centro, culturalmente en Occidente y políticamente en Oriente.

La discusión sobre el pasado debería ser particularmente importante para la Europa Occidental, capitalista, ya que está constituida por todos los países que participaron en la expansión colonial europea, desde los primeros (Portugal y España) hasta los últimos (Bélgica, Alemania e Italia). Y sería importante para toda Europa, especialmente si consideramos que el colonialismo moderno después del siglo XV tuvo fuertes antecedentes en el colonialismo que existió dentro de Europa en los siglos anteriores. Si por colonialismo entendemos una economía política fuertemente injusta y violenta impuesta a pueblos/razas/etnias considerados ontológicamente inferiores, la historia del colonialismo interno en Europa es muy larga, y esa larga duración condiciona más de lo que cualquier especulación sobre el futuro de Europa se puede imaginar.

A lo largo de la historia, los eslavos fueron considerados por sus enemigos como razas inferiores. Las palabras «esclavo» y «eslavo» tienen la misma etimología (del latín sclavus). Eslavos son los pueblos europeos, desde Rusia hasta los Balcanes, que durante la Edad Media fueron sometidos con frecuencia a la esclavitud. Ejemplo de ello son los esclavos eslavos que trabajaban en las plantaciones de azúcar de Chipre a partir del siglo XIII y que eran propiedad de comerciantes de Venecia. La eslavofobia alcanzó el paroxismo con el nazismo y sirvió como justificación para la expansión alemana hacia el este, desde Polonia hasta Ucrania y Rusia. Paralelamente, toda Europa del Sur, desde la Europa occidental (Portugal y España) hasta la oriental (Balcanes y Grecia), fue considerada durante siglos por Europa Central como ocupada por razas inferiores («blancos oscuros»), y en el caso de los Balcanes, no solo por razas inferiores (los eslavos del sur), sino también por religiones inferiores (el islam).

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Las razones de la ignorancia
La ignorancia de esta historia siempre ha convenido a los países y clases que han dominado Europa hasta el día de hoy. Por muchas razones. En primer lugar, cuando dejó de ser legítimo hablar de razas inferiores, se utilizaron otros argumentos para criticar y castigar los comportamientos de pueblos antes racializados, pero la dureza e incluso la brutalidad de los argumentos apenas disimuló los prejuicios racistas. La expresión más reciente de esto fueron el discurso y la práctica de Alemania sobre la crisis financiera de Grecia, Portugal y España en 2011.

La segunda razón para la conveniente ignorancia de la historia es dar credibilidad a lo que después de 1945 se convino en llamar «los valores europeos»: el cristianismo y la Ilustración. No solo se olvida que la religión islámica estuvo presente en Europa durante ocho siglos (Al-Ándalus) y continúa presente hoy en día en múltiples comunidades europeas, ya sean de inmigrantes o de ciudadanos. En segundo lugar, se olvida que conectar los valores de la Ilustración con la antigua Grecia y los países que heredaron esos valores (el Renacimiento italiano) significa ocultar el papel de la esclavitud y el colonialismo en la construcción de las sociedades que luego reivindicarían los valores ilustrados (incluso en la propia Grecia).

En tercer lugar, la ignorancia es conveniente para ocultar la diversidad étnico-cultural, histórica y social que siempre ha caracterizado a los pueblos europeos. Hoy, cuando se reconoce esa diversidad, es para oponer los pueblos europeos (supuestamente homogéneos) a los inmigrantes y descendientes de los países que fueron colonizados por Europa. Es un reconocimiento de la diversidad que busca justificar la superioridad de la homogeneidad a la que se contrapone. Finalmente, la ignorancia de la historia pretende desvalorizar las dificultades y frustraciones recurrentes en la construcción de la llamada identidad europea.

Es evidente que en los últimos cincuenta años se ha hecho mucho por fomentar esa identidad (el programa Erasmus está ahora en el corazón de muchos miles de jóvenes europeos), pero la persistencia de las identidades nacionales que dominaron el siglo XIX y buena parte del siglo XX siguen anulando cualquier idea de identidad supranacional promovida por las élites autodenominadas cosmopolitas de la UE y el Parlamento Europeo. Hoy nadie daría su vida por Europa, pero muchos lo harían por su país, tal como lo están haciendo los ucranianos. Las fuerzas políticas de extrema derecha son las que mejor han explotado esta tensión identitaria, la cual tenderá a agravarse a medida que las élites europeas reivindiquen la identidad europea para justificar políticas que empobrecen a los europeos (alimentar guerras) o, peor aún, para convertir la identidad europea en una subespecie de la identidad norteamericana, como es el caso en la actualidad.

Si el pasado europeo se conociera con alguna objetividad, el futuro de Europa no sería el que se perfila actualmente y que no augura nada bueno para los europeos. Para entenderlo, tenemos que retroceder algunas décadas. Uno de los analistas más eruditos y más conservadores de las relaciones internacionales de la posguerra, Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad del presidente estadounidense Jimmy Carter, escribió en 1997 (El gran tablero mundial) que «Europa» era un concepto, un objetivo y una visión, pero no una realidad. Dudaba de que Europa alguna vez se convirtiera en una entidad política y concluía que Europa Occidental y cada vez más Europa Central eran protectorados estadounidenses, cuyos estados recordaban a los antiguos estados vasallos o tributarios dentro de los imperios. Cualquier proyecto político en Europa tendría que tener lugar en el seno de la seguridad geoestratégica de Estados Unidos y, por tanto, la ampliación de Europa tendría que ser concomitante con la expansión de la OTAN.

Todo lo sucedido desde entonces confirma esta lectura. Si durante la Guerra Fría una Europa dividida (especialmente con su motor económico, Alemania, dividida) no podía ser competidora de Estados Unidos en la economía o en la política globales, no podía decirse lo mismo de una Europa unida. Desde la perspectiva estadounidense, la incertidumbre que podría resultar de la unificación de Europa solo podría controlarse mediante la continuación de la tutela política y militar de Estados Unidos a través de la OTAN. Cualquier solución que implicara el fin de la OTAN era inaceptable para Estados Unidos. Como la OTAN se había vuelto anacrónica con el final de la Guerra Fría, era necesario renovar su mandato inventando o fomentando nuevos enemigos o reciclando viejos enemigos. Por eso la Rusia de Gorbachov e incluso la de Putin (el momento en que llegó al poder), cuando quiso entrar en la OTAN, fue inmediatamente descartada. Así como se descartó la alternativa ofrecida por Rusia de que los países más próximos a su frontera, concretamente Ucrania, no ingresaran en la OTAN. Por el contrario, era urgente inventarse o fomentar enemigos. El primero fue Yugoslavia en la década de 1990; el segundo fue la invasión de Rusia a Ucrania.

En este momento, Europa es, más de lo que Brzezinski anticipó (o incluso deseaba), un protectorado estadounidense. Si analizamos los discursos y prácticas de la mayoría de sus líderes políticos, cualquiera que sea su ideología política, son discursos y prácticas típicas de estados vasallos. Ernest Mandel argumentó que una de las características del capitalismo tardío es depender en gran medida del capitalismo armamentístico. Ahí está ante nosotros. Y aparentemente la supremacía militar no fue suficiente. El sabotaje de los gasoductos Nordstream sirvió a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos porque golpeó directamente el motor de la economía europea, Alemania, privándola del acceso a energía barata y haciéndola dependiente, al menos por un tiempo, de la energía producida o controlada por Estados Unidos.

Si Europa examinara la historia de las injusticias que cometió en el pasado (y sigue cometiendo), tanto dentro del continente como en las colonias y excolonias, ciertamente asumiría que su futuro debe consistir en saldar esa deuda histórica. De ello resultarían algunas orientaciones. La primera es defender al pueblo ucraniano, buscando la paz a toda costa, y nunca alimentando la guerra. La segunda es no amputarse de Rusia, que forma parte de la historia y de la cultura europeas. La tercera es tener presente que la guerra de Estados Unidos contra Rusia tiene como objetivo destruir el bloque euroasiático chino-ruso, identificado por Brzezinski como un objetivo a derrotar. Esto último busca, en última instancia, confinar a China en Asia e impedir que tome represalias contra Estados Unidos, impidiendo su acceso a Asia. Los países que colonizó Europa han evitado tomar una posición incondicional a favor de uno u otro rival. Esta sería la única posición de Europa coherente con su responsabilidad histórica, la no cooperación activa, sea con el imperialismo estadounidense en declive, sea con el imperialismo chino en ascenso. Una Europa desprovista de nostalgia imperialista que ni siquiera sirve de muleta fiable a Estados Unidos –véase el caso de los submarinos nucleares que comprará Australia–, sería la posición que mejor serviría a la paz en el mundo.

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Una nota sobre el cambio en la agencia de la emancipaciónDel militante al activistaPor Raimundo Viejo Viñas

Una nota sobre el cambio en la agencia de la emancipación

Del militante al activista

Por Raimundo Viejo Viñas | 14/02/2013 | España
Fuentes: On the Wobbly’s Road

La jornada de ayer [por el martes] ha marcado un punto de inflexión que viene a verificar una hipótesis fuerte en nuestro análisis de la tendencia: la mutación de la agencia política de la emancipación. Con el éxito de la PAH ayer, capaz de obligar a dar marcha atrás nada menos que a una mayoría […]

La jornada de ayer [por el martes] ha marcado un punto de inflexión que viene a verificar una hipótesis fuerte en nuestro análisis de la tendencia: la mutación de la agencia política de la emancipación. Con el éxito de la PAH ayer, capaz de obligar a dar marcha atrás nada menos que a una mayoría absolut(ist)a del PP a la par que promover la devolución del poder al demos por medio de la única (aunque pobre) herramienta que ofrece el régimen (la ILP), prueba a un tiempo la obsolescencia del gobierno representativo y el fin de la arena parlamentaria como el locus del cambio social que nos puede sacar adelante.

El éxito de la PAH al doblegar al PP y al gobierno representativo en el día de ayer, materializando la reivindicación del 15M «¡democracia real ya!», es, además, doble: éxito por conseguir frenar la tentativa conservadora de ningunear a casi millón y medio de firmas ciudadanas y éxito por demostrar que el PP no dio marcha atrás por demócrata sino por todo lo contrario. Al grito de «¡expúlsenlos, coño!», la tercera autoridad del Estado, sosias para la ocasión del infausto golpista, dejó bien claro que el Parlamento no quiere escuchar a la sociedad organizada, sino que se ve obligado a plegarse tácticamente en sus cuarteles de invierno hasta que, sencillamente, se pueda hacer efectivo, en mejores condiciones de manipulación mediática y funcionamiento instituciona, la mayoría absoluta de los populares.

Pero aún es más: en el día de ayer, la PAH no sólo protagonizó la jornada con su doble éxito en la cámara, sino que, muy justamente, ocultó, además, el que debía haber sido el bombazo mediático de la izquierda parlamentaria: la retransmisión de la comparecencia a puerta cerrada de Draghi en el Parlamento. La PAH robó ayer todo el protagonismo a esa izquierda burocrática de las organizaciones de partido, de los notables que medran en los espacios de poder subalternos del gobierno representativo y que sólo obedecen a la lógica de los rendimientos electorales. La que se esperaba fuese una situación que permitiese mostrar a la multitud que las organizaciones partitocráticas también saben usar twitter, facebook o youtube para producir democrática, acabó con un regusto a impotencia ante el merecido protagonismo de una estructura de movilización nacida de la multitud como es la PAH.

Romper con lo viejo, ir más allá de una vez por todas

La coyuntura de ayer fue uno de esos puntos de no retorno que siempre ha sido preciso atraversar. No «el» punto, pero sin duda uno de tantos que, cuando se saben leer como tendencia, apuntan precisamente a una irreversible mutación estructural de medio y largo plazo: el cambio de agencia, el paso definitivo de la política de partido a la política de movimiento (sobre este particular hace ya tiempo que venimos trabajando: véase el capítulo «tres políticas» escrito en su día).

Cuando tras momentos como el de ayer se pone de relieve este debate suelen expresarse tres tipos de posiciones que responden a tres lógicas: la conservadora, la ecléctica y la emancipatoria. La primera funciona sobre la base del chantaje organizativo y reclama todavía el protagonismo del partido (se puede identificar fácilmente con los planteamientos habituales del PCE y otras tradiciones semejantes). La segunda es consciente de que hay un cambio en curso y que este opera sobre bases nuevas, pero todavía pretende pensar la estrategia antagonista sobre la base de una desdiferenciación originada por la necesidad de conferir al movimiento dirección política, recomponer la «unidad de la izquierda» (¡ese sofisma!) y demás lugares comunes de la gramática política moderna (Izquierda Anticapitalista y otros grupos semejantes suele ser un referente de este modo de pensar). Por último, la posición emancipatoria es aquella que lee la tendencia, la que interpreta que se están forjando, si acaso a un ritmo siempre inferior a nuestros deseos, pero de manera inexorable, las condiciones de posibilidad que hacen posible una política otra y, con ella, la instauración del régimen político del común.

El chantaje partitocrático de la «izquierda»

Desde que en los años ochenta se institucionalizó el régimen de 1978 y la composición del trabajo fue ligada a los mecanismos de la acción social concertada, el trabajo se vio sometido a (1) una representación hegemónica protagonizada por los sindicatos de los Pactos de la Moncloa, (2) la subalternidad de las figuras ajenas al trabajo asalariado, masculino, con papeles, etc., y (3) la externalización progresiva de los costes de la implementación del proyecto neoliberal por medio de partidos y sindicatos de izquierda sobre las espaldas del precariado emergente. Este proceso, intensificado en las dos últimas décadas, llega ahora a su punto álgido con esta estafa llamada crisis en la que vemos como una generación cae al abismo de la pobreza por culpa de la total falta de previsión y confortable acomodo de las elites de la izquierda partitocrática y sindical de las últimas décadas.

Ante esta crisis, esta «izquierda» (en rigor, la única izquierda, ya que como concepto, la propia noción de izquierda es en sí misma base de la propia producción de hegemonía discursiva en el interior del trabajo) no sabe ya muy bien como salvar los muebles. Las patéticas tentativas del PSOE por hacernos colar la posibilidad de regeneración de su alternativa mediante la autocrítica o la incorporación de savia nueva carecen por completo de toda credibilidad. Pero tampoco es mayor, claro está, la credibilidad de IU como Syriza o de sus innúmeras refundaciones. En la base común de quienes defienden esta posición inoperante, por activa, por pasiva o, mucho nos tememos, por pura inercia, ignorancia e irreflexividad, se encuentra una gran parte de quienes todavía capean mal que bien la crisis y se niegan, si acaso por ello mismo, a renunciar a sus viejos esquemas ideológicos, a saber: el fetichismo de la organización de partido.

En efecto, para esta izquierda conservadora, la crisis política se expresa en el nudo gordiano del chantaje al que aboca la propia hegemonía sobre el precariado. El ideologema del chantajismo organizativo partitocratico, por expresarlo sintéticamente, reza así: «El PSOE, IU o la organización que sea, no es prescindible en la recomposición de la izquierda, ERGO tenéis que aceptar nuestra existencia acríticamente o moderando vuestras críticas, de suerte tal que quienes hasta ahora mantenemos una posición hegemónica podamos mantenerla incorporándoos ciertamente con algún pequeño cambio (estilo la integración del tonto útil de Alberto Garzón) a una ampliación de nuestras bases sociales; en definitiva, no hay otra alternativa para la izquierda que la realización del viejo apotegma lampedusiano que cada día critica al régimen: cambiar todo para que nada cambie».

Quien arraiga su práctica teórica en la política de movimiento sabe, sobre todo desde ayer, que este equilibrio precario no solo se hunde cada día más, sino que pronto colapsará del todo, liberando, como tuvimos ocasión de ver ayer, esa mutación en la agencia de la emancipación que marca la subsunción definitiva de la política de partido en la política de movimiento. O por decirlo de otro modo no es Cayo Lara, sino Ada Colau quien cataliza la crisis del régimen; no es la IU del PCE sino la PAH del movimiento la que articula políticamente una oposición efectiva con la que salir de la crisis. Hora es de que se vayan enterando las izquierdas hegemónicas (sindicales, partitocráticas, etc.) que su tiempo de control y dominio sobre el trabajo ha terminado.

Buscar la oportunidad histórica salvando los muebles

Ante el conservadurismo de la izquierda parlamentaria y sindical, la posición ecléctica de los grupúsculos más o menos razonables de la extrema izquierda suelen leer el momento como la hora de ajustar cuentas con el pasado, con la Transición en que fue derrotado el cambio revolucionario y demás rencores pretéritos que se suelen remontar, no por casualidad, a la pugna por la herencia de Lenin entre Trotski y Stalin. A pesar de los innúmeros aggiornamenti operados bajo etiquetas como izquierda alternativa, nuevos movimientos sociales, etc., una misma alternativa prosigue su lectura siempre insuficiente y a medio plazo paralizadora de la estrategia antagonista.

Se trata, como no podía ser de otro modo en quien comparte con el conservadurismo de izquierda una misma gramática política, de ese permanente reificar para rentabilizar representaciones contingentes; la voluntad de extraer permanentemente réditos inmediatos en la métrica de lo representativo del propio militantismo en los espacios de movimiento. La convicción de que son posibles las dualidades conceptuales en la teoría de la agencia partido/movimiento, militante/activista, etc., como si estas no fuesen, en suma, más que esa contingencia entre lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no acaba de nacer tan característica de los tiempos de crisis y que tan lúcidamente fue caracterizada por el apotegma gramsciano. Un vano parasitismo de la política de movimiento acaba siendo, por todo ello, el principal, cuando no único rasgo de esta estrategia política abocada, por definición, a un estrepitoso fracaso.

Abandonar la zona de confort, optar por el pensamiento divergente

En el presente estado de cosas, el éxito de la PAH no debe ser sobredimensionado. Su trabajo no se ha hecho en un día, ni se ha forjado sobre la base de contingencias. La política de movimiento que en ocasiones aflora con éxitos tan esperanzadores como el de ayer, tiene sus ritmos, su tempo. Para poder acelerarla de acuerdo a la realización de una estrategia antagonista es absolutamente necesario comprender la lentitud de aquellas sedimentaciones que le son necesarias, de los procesos de subjetivación que requiere, de la innovación desobediente de los repertorios de acción colectiva sin los cuales no es posible la disruptividad que logra la disruptividad imprescindible. Pero, sobre todo, lo que resulta absolutamente urgente en las condiciones actuales, es abandonar la zona de confort del pensamiento de la izquierda para producir otro discurso político, otros marcos de intepretación de la situación que sirvan a la catalización de los procesos cognitivos que requiere la formulación de una alternativa al presente estado de cosas. A tal fin es preciso abandonar las viejas categorizaciones, los conceptos cárcel, las argumentaciones que reproducen hegemonías. Urge, por ello mismo, activar los procesos de subjetivación que hacen cambiar la visión de las cosas, el pensamiento que nos sustrae de los esquematismos obsoletos, las maniqueas dualidades del sustrato cultural judeocristiano que impiden la comprensión de lo complejo. Solo en este coraje teórico, en la praxis cognitiva de pensar el porvenir hay lugar para el cambio.

Fuente: http://raimundoviejovinhas.blogspot.com.es/2013/02/es-del-militante-al-activista.html

La vida es el resultado de una respuesta a los retos del azar, las condiciones (azar) y la necesidad, con la voluntad y el deseo

La vida es el resultado de una respuesta iniciática en la adolescencia, frente al espacio y tiempos humanos y sociales que nos toca a cada cual al nacer y crecer esas primeras etapas de la vida. Entre el azar, las condiciones (azar) y la necesidad, 8emerge la voluntad y el deseo.

Entre el hoy distópico y el objetivo revolucionario del mañana comunista-anarquista utopico hay un tiempo y un espacio obligados a vivir…

Entre el hoy distópico y el objetivo revolucionario del mañana comunista-anarquista utopico hay un tiempo y un espacio de décadas, y de cientos de años, en los que cada generación está obligada a vivir. Abogo por hacerlo lo mejor posible; eso se logra, en parte, también, votando a propósito…

https://twitter.com/OrrantiaTar/status/1640265205253898240?t=OT0Essr212Bir7OMxLg_WA&s=08

Malatesta y el antiparlamentarismo: ¿por qué no votan los anarquistas?: Para pensar y debatir

ANARQUISMO

Malatesta y el antiparlamentarismo: ¿por qué no votan los anarquistas?

Uno de los referentes anarquistas italianos de finales del siglo XIX y principios del XX, como es Malatesta, muestra el porqué de esa oposición activa mantenida desde las posturas ácratas frente a las elecciones institucionales.

Foto: Errico Malatesta hacia 1890

Silvia K. Döllerer

Graduada en Filosofía y Periodismo. Magíster en Crítica y Argumentación Filosófica.

22 MAR 2023 09:27

En cuanto se acerca un periodo electoral, ya sea estatal, autonómico o municipal, siempre hay un sector de la izquierda militante que saca a relucir lemas antiparlamentarios y/o carteles llamando a una abstención activa. Esta recurrente situación no deja de generar muchas tensiones entre los diferentes colectivos socialistas, lo que ya lleva ocurriendo desde que se instauró este mecanismo “democrático”. Por esto las reflexiones de Errico Malatesta en torno a esta cuestión siguen teniendo vigencia.

A finales del siglo XIX, el anarquista italiano se vio inmerso en una polémica acerca de las elecciones con Saverio Merlino, un antiguo compañero suyo. Esta discusión se desarrolló en 1897 por medio de artículos en diferentes periódicos del movimiento libertario italiano (como Il Messagero, Avanti! o L’Agitazione) en forma de debate. Se intercalaban las autorías mostrando cada cual su punto de vista, la argumentación personal y la contraargumentación pertinente. De esta manera se podría considerar como un diálogo pausado que proporciona al lector un gran abanico argumental para que llegue a sus propias conclusiones.

Este artículo se centra en la figura de Errico Malatesta y su correspondiente posición antiparlamentarista, aunque también se anima a revisar los argumentos de Merlino, puesto que señala algunos puntos interesantes para tener en cuenta.

No ceder el poder

Uno de los argumentos principales en la abstención activa es aquello de no ceder el poder, entendiendo que, al votar, se legitima el sistema que puede surgir de los resultados. Tanto si saliese algo “menos malo”, en el caso de que la gran parte de la izquierda democrática prescindiese de contribuir con su papeleta, como si no, el problema principal es que se consigue cierto sentimiento de realización de las responsabilidades. Esto es, se cumple con aquella función principal que se le atribuye al ciudadano en la democracia, su participación “activa”, entendiendo que con esto ya solo debe sentarse a ver cómo desempeñan las funciones sus representantes en el gobierno. El error al que induce esta dinámica lo señalaba también Malatesta: “Acostumbrar al pueblo a delegar en otros la conquista y la defensa de sus derechos, es el modo más seguro de dejar vía libre al arbitrio de sus gobernantes”.

Uno de los argumentos principales en la abstención activa es aquello de no ceder el poder, entendiendo que, al votar, se legitima el sistema que puede surgir de los resultados.

En esta línea, mientras se puede argumentar que es un parche “efectivo” para evitar el mal mayor, que no implica necesariamente la pasividad, sí que incluye cierta concepción de aceptación del medio de acción. Y en este caso se le opone una de las máximas ácratas que es la oposición al lema maquiavélico de que el fin justifica los medios, entendiendo que, en realidad, los medios, en cierta medida, definen el fin. En otras palabras, mientras que puede suponer un alivio momentáneo, simplemente como defensa frente a un mal mayor, vuelve a ser una contribución y fortalecimiento de esa herramienta sobre la que se basa el Estado. Es más, cuanta mayor participación electoral de la población, mayor es la legitimación de dicho sistema. Por otro lado, y en relación con esta cuestión, tampoco se garantizan los resultados deseados, puesto que se trata de una clara competición entre mayorías y minorías, y el número de personas que pueden estar de acuerdo con una opinión no la convierte necesariamente en óptima. Sobre todo, en los juegos políticos que incluyen el populismo, con su manipulación de datos y emociones, no se puede garantizar que la cantidad vaya de la mano con la calidad. Por tanto, que se imponga la mayoría no implica per se algo beneficioso para la sociedad; “el ceder de la minoría debe ser efecto de la libre voluntad, determinada por la conciencia de la necesidad; no debe ser un principio, una ley, que se aplica en todos los casos, incluso cuando no hay realmente necesidad. Y en esto consiste la diferencia entre la anarquía y un gobierno cualquiera”.

Por descontado se tiene que el anarquismo está en contra de las jerarquías que se establecen mediante el sistema actual, tanto con la monarquía como con la república, principalmente porque en ambos casos el poder queda en manos de un pequeño grupúsculo. A pesar de que la democracia significa etimológicamente que el poder es del pueblo, en su funcionamiento actual se mantiene en unas pequeñas cúpulas que son los partidos parlamentarios. Es por esta razón por la que el anarquista italiano sentencia rotundamente que lo “contrario a nuestros principios es el parlamentarismo, en todas sus formas y gradaciones. Consideramos que la lucha electoral y parlamentaria educa al parlamentarismo y termina por transformar en parlamentaristas a quienes la practican”.

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Es más, en torno al asunto del poder, plantea unos interrogantes clave: “Si no aspiramos al poder, ¿por qué ayudar a quienes aspiran a él? Si no sabemos qué hacer con el poder, ¿qué harían los demás, sino ejercerlo en contra del pueblo?”. Retomando la cuestión de la representatividad, Malatesta defiende que los obreros no deben habituarse a delegar en otros sus intereses, sino que, al contrario, por medio de asociaciones de todo género, deberían practicar la regulación de sus propios asuntos. Esto tiene, sobre todo, una finalidad prospectiva, dado que entiende —y eso que en la época de la elaboración de estos artículos no había acontecido todavía la dictadura bolchevique— que, con esto, “cuando llegue la revolución nos negaremos a reconocer los nuevos gobiernos que traten de implantarse, no queremos darle a ninguno un mandato legislativo”, lo que necesariamente —observa— tiene que pasar por “que el pueblo tenga repugnancia a las elecciones, se niegue a delegar en otros la organización del nuevo estado de cosas, y que, más bien, se encuentre en la necesidad de actuar por sí mismo”.

Cabe matizar, en el intento de evitar malinterpretaciones, que cuando Errico Malatesta hace hincapié en la actuación del pueblo por sí mismo no se refiere a un individualismo que equivaldría a la máxima hobbesiana del estado de naturaleza, en el que cada hombre persigue intereses egoístas, pisando indiscriminadamente a los demás, sino, más bien, en la asociación comunitaria, sin personalismos. Contemplando también las críticas y señalaciones de utópico, se muestra tajante, por un lado, aceptando las imperfecciones que puede tener el ser humano en la sociedad actual, pero también defendiendo que las condiciones necesarias para la anarquía “están ya en los instintos sociales de los hombres [y mujeres] modernos”. Es decir, asume que el hombre no es un ser de luz, resolviendo que

“como remedio contra las malas tendencias de algunos y contra los intereses creados de otros no es un gobierno cualquiera, que al estar compuesto de hombres no puede sino inclinar la balanza de la parte de los intereses y de los gustos de quien está en el gobierno sino la libertad, que, cuando tiene por base la igualdad de condiciones, es la gran armonizadora de las relaciones humanas”.

En esta línea, viene su concepción personal de que “por la fuerza la anarquía no se hace: la fuerza puede y debe servir para abatir los obstáculos materiales, para poner al pueblo en condiciones de elegir libremente cómo quiere vivir, pero más no se puede hacer”. Una mezcla bastante peculiar entre idealismo y realismo.

Se razona principalmente (en esta discusión concreta desde la figura de Merlino) “como hacen los conservadores”; es decir, se “pone ante todo los inconvenientes, todos los conflictos posibles de la vida social y se sirve de ellos para calificar de imposibles y absurdos nuestros ideales, olvidando sin embargo decirnos cómo se reparan estos inconvenientes y estos conflictos en su sistema”. Se puede llegar a temer una guerra civil, o emplear este miedo como apaciguante de las masas, recurriendo de nuevo al mal menor; “¿pero qué es un régimen autoritario sino un estado de guerra en que una de las partes ha sido vencida y se encuentra sujeta?”.

Malatesta defiende que los obreros no deben habituarse a delegar en otros sus intereses, sino que, al contrario, por medio de asociaciones de todo género, deberían practicar la regulación de sus propios asuntos

El anarquismo no es de ninguna manera, especialmente en su comienzo, Arcadia o Eldorado, ningún libertario sostendría semejante afirmación: “Habrá por supuesto problemas y dificultades inherentes a la imperfección y al desacuerdo de los hombres; pero si hay una probabilidad de que los males sean menores que en cualquier régimen autoritario, esto me basta para ser anarquista”. Y así, Malatesta termina dictaminando que:

“El bienestar y la libertad de todos, la abolición de la tiranía y de la esclavitud no se pueden obtener sino cuando los hombres [y las mujeres] se esfuercen por armonizar sus intereses y se plieguen voluntariamente a las necesidades sociales. Y yo creo que, abolida la propiedad individual y el gobierno, está destruida la posibilidad de explotar y oprimir a los demás bajo la égida de las leyes y de la fuerza social, los hombres tendrán interés, y por tanto voluntad, de resolver los posibles conflictos pacíficamente, sin recurrir a la fuerza. Si esto no ocurriese, evidentemente la anarquía sería imposible; pero serían también imposibles la paz y la libertad”.

En la ideología libertaria se juega mucho con estos silogismos, con la búsqueda del mejor mundo posible, razonando que, si es factible establecer una comunidad en la que reine la libertad, suprimiendo los principales motivos de conflicto que, a su vez, termina fomentando mayor armonía social, que si esto es deseable y que estas condiciones y dinámicas son una encarnación del anarquismo, entonces la anarquía es la solución. Y si, en cambio, no es posible, entonces es que los propios atributos universalmente considerados como positivos y atribuidos al anarquismo son, a su vez, también imposibles. “La anarquía es, en un cierto sentido, el sistema experimental aplicado al arte de vivir civilmente”; entendiendo civil como parte de una comunidad y no propiamente ciudadano de un Estado.

Con todo lo expuesto, en resumidas cuentas, Malatesta señala una clara dicotomía, una incompatibilidad entre el parlamentarismo de cualquier tipo de Estado y la anarquía; “la diferencia sustancial es esta: autoridad o libertad; coacción o consentimiento; obligatoriedad o (perdónense los neologismos) voluntariedad”.

En conclusión, ¿por qué los anarquistas no votan? La respuesta clara de Errico Malatesta es que:

“El «derecho» electoral es el derecho de renuncia a los propios derechos y por tanto es contrario a nuestra finalidad; queremos que el pueblo se habitúe a combatir y a vencer directamente, con las propias fuerzas.

Se ha dicho que el derecho electoral es el derecho a elegir el propio patrón. En realidad, no es ni siquiera esto: es el derecho de competir por una parte mínima en la lista de una partecita del propio patrón y luego creerse soberano.

Nosotros que queremos que el pueblo sea soberano de verdad, tenemos el máximo interés en impedir que éste tome en serio una soberanía de mentirijillas y se conforme”.

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Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo… Poema de John Donne. Londres, 1624

Ningún hombre es una isla

Poema de John Donne. Londres, Inglaterra, año 1624

Ningún hombre es una isla,
completo en sí mismo,
cada hombre es una parte del continente,
una parte del principal.
Si un terrón se lo lleva el mar,
Europa es menos.
Así como si fuera un promontorio.
Así como si
fuera un señorío de tu amigo O tuyo propio:
La muerte de cualquier hombre me disminuye,
Porque estoy involucrado en la humanidad,
Y por lo tanto nunca envíes a saber por quién doblan las campanas;
Dobla por ti.

Ningún hombre es una isla
Juan Donne

NOTAS DEL POETA SOBRE EL POEMA

Estas famosas palabras de John Donne no se escribieron originalmente como un poema: el pasaje está tomado de la Meditación 17 de 1624, de Devotions Upon Emergent Occasions y está en prosa. Las palabras del pasaje original son las siguientes: Meditación de

John Donne 17 Devociones en ocasiones emergentes ‘Ningún hombre es una isla, entera de sí misma; cada hombre es un pedazo del Continente, una parte del Maine; si una abeja arrastrada por el mar, Europa es menor, tanto como si fuera un Promontorio, como si fuera un Mannor de tus amigos o tuyo; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy envuelto en la Humanidad; Y, por lo tanto, nunca envíes a saber por quién doblan las campanas; Doblan por ti…

https://www.poemhunter.com/poem/no-man-is-an-island/

Lucha callejera en Francia 23.03.2023

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