«Au voleur! Anarchisme et philosophie», de Catherine Malabou; editorial libertaria Eleuthéra, en la revista «Redes Libertarias»: comentario reseña de Tomas Ibáñez

«Au voleur! Anarchisme et philosophie», de Catherine Malabou; editorial libertaria Eleuthéra, en la revista «Redes Libertarias»: comentario reseña de Tomas Ibáñez 

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Al Ladro! Anarchismo e filosofia. Tomas Ibáñez

Publicado el 3 de May de 2024 por Redacción

Intervención de Tomas Ibáñez en el debate con Catherine Malabou, celebrado en el Instituto Francés de Milán en febrero 2024, con ocasión de la publicación de la versión italiana de su libro: Au voleur! Anarchisme et philosophie[1] por la editorial libertaria Eleuthéra.

La importancia de su libro para esclarecer la relación que mantiene la filosofía crítica con la anarquía, y también para ayudarnos a repensar el anarquismo, queda sobradamente evidenciada por la enorme repercusión mediática que ha tenido y, sobre todo, por la cantidad de reseñas, citas, comentarios y debates que ha suscitado en los medios libertarios y fuera de estos.

Le adelanto que soy una de las personas a las que su libro ha seducido, sin duda porque me siento en sintonía con sus argumentos, aunque me preocupan algunos aspectos que mencionaré al final de este comentario.

Si no voy a abordar aquí sus observaciones sobre lo que llama el «anarquismo de hecho», es sencillamente porque mi ignorancia en la materia es colosal. Aun así, comparto la importancia que otorga a este fenómeno y la idea de que, gracias sobre todo a la revolución informática, el capitalismo se ha «anarquizado», por así decirlo, pero sólo por así decirlo.

Así que sólo voy a hablar de lo que usted denomina «l’anarchisme d’éveil» (el «anarquismo emancipatorio», en una arriesgada traducción), parafraseando ocasionalmente sus propios comentarios.

Por ejemplo, hago mía su calificación de «resurgimiento del anarquismo» para caracterizar lo que ocurrió durante la gran manifestación de Seattle en el 1999, así como en todas sus sucesivas réplicas.

No es que aquellos grandes movimientos políticos se viesen «polinizados» por unas ideas libertarias que estuviesen flotando en el aire en ese momento, sino que «reinventaron» literalmente principios organizativos y tácticas de corte anarquista a partir de las prácticas desplegadas en el seno de las propias situaciones de confrontación. Y esto se repitió a lo largo del primer cuarto de este siglo en las numerosas revueltas que estallaron en todo el mundo.

Esta reinvención de principios libertarios en el seno de movimientos ajenos al recinto anarquista tradicional ha dado vida, como ya ocurriera en Mayo del 68, a lo que he llamado un «anarquismo extramuros».

También estoy totalmente de acuerdo con usted en que el anarquismo debe trabajar arduamente para repensarse a sí mismo llevando a cabo un auténtico «aggiornamento». En este sentido, aprecio mucho su expresión «el anarquismo que viene», algunos de cuyos rasgos ya se pueden discernir. Y, ya que nos encontramos aquí bajo los auspicios de la editorial libertaria Eleuthèra, este deseo de aggiornamento no puede sino avivar el recuerdo de aquel gran militante anarquista y excelente compañero Amedeo Bertolo cuando decía, y cito textualmente: «el viejo y sólido tronco del anarquismo es todavía vigoroso, pero debe ser podado enérgicamente, para que las ramas jóvenes puedan brotar y desarrollarse y para que pueda acoger los nuevos injertos sin rechazarlos ni sofocarlos».

Tomas Ibáñez

Usted argumenta con acierto que la filosofía crítica contemporánea ignora «el anarquismo» y sólo se interesa por «la anarquía». Esto es cuanto menos curioso, dado que el canon anarquista clásico no estaba desprovisto de contenido filosófico e incluso exhibía una apreciable calidad filosófica. Bakunin tenía una sólida formación en este campo, y lo mismo, o incluso más aún se podría decir de Stirner, sin olvidar muchos otros como Proudhon, Kropotkin, Landauer, Malatesta, etc.

Se ha reconocido al marxismo su alcance filosófico, mientras que se le ha negado al anarquismo. Sin embargo, la diferencia entre Marx/Engels y los anarquistas no residía en la menor familiaridad de estos últimos con el corpus filosófico de su tiempo, sino en su diferente relación con la filosofía. Es cierto que ambos sectores abogaban por una salida de la filosofía entendida como mera contemplación, y ponerla a actuar sobre el mundo.

Sin embargo, por el lado de Marx se consideraba que la reflexión y el análisis debían nutrir, y por tanto preceder, a la acción transformadora a fin de poder guiarla, mientras que por el lado de Bakunin era «en el rugido de la lucha» donde se generaba y se nutría la reflexión teórica. Como bien había visto Proudhon, la idea nace de la acción y repercute en ella en una relación de perfecta simbiosis.

Es absolutamente cierto que el anarquismo no puede equipararse al discurso filosófico, pero ello se debe a que «su modo de construcción», arraigado en la práctica, difiere del de la filosofía. Así, el discurso anarquista no puede ser nunca un discurso meramente «meditativo», por utilizar una de sus expresiones; sólo es anarquista si es simultáneamente un discurso «militante».

Dicho esto, como usted muy bien sostiene, renunciar a la filosofía sería suicida para cualquier pensamiento político, y está claro que el anarquismo no debería hacerlo. Pero, de hecho, no hay en absoluto un rechazo anarquista de la filosofía, hay un rechazo anarquista a «ser una filosofía», a ser un elemento perteneciente a dicho orden del discurso.

Además, hacia finales del siglo pasado, filosofía y anarquismo volvieron a encontrarse, como lo demuestra el impacto del post-estructuralismo en el pensamiento anarquista, en particular con las contribuciones de Todd May, Jason Adams o Saul Newman, quienes articularon un anarquismo post-estructuralista fuertemente impregnado de filosofía y que se nutrió del «anti-esencialismo radical» de Foucault, extrayendo de su caja de herramientas unos instrumentos que son totalmente necesarios para entender, entre muchas otras cosas, el poder y la dominación.

Pero, si bien el anarquismo ha incorporado elementos filosóficos, usted demuestra elocuentemente que la filosofía permanece impermeable al anarquismo, incluso tratándose de pensadores que se inclinan por valorar positivamente la anarquía.

Esto se debe, según usted a la estricta separación que establecen entre anarquía y anarquismo, interesándose sólo por un concepto de anarquía escindido del movimiento anarquista.

Ahora bien, si es cierto que anarquía y anarquismo son dos conceptos distintos, también lo es que están «íntimamente entrelazados». Es el movimiento anarquista el que construye la idea de anarquía al mismo tiempo que esta inspira sus pasos, y erramos gravemente si descuidamos este entrelazamiento.

De los seis filósofos que usted comenta, son Michel Foucault y Reiner Schürmann los que más aprecio y mejor conozco, por lo que a ellos limitaré mis comentarios para no aventurarme en terrenos -Derrida, Levinas, Agamben, Rancière- insuficientemente acotados por mi lectura.

No sé si Foucault había leído a Schürmann, pero lo cierto es que Schürmann estuvo profundamente influido por Foucault, como atestigua su magnífico texto «Se constituer soi-même comme sujet anarchique» («Constituirse a sí mismo como sujeto anárquico»[2]).

Leyendo la obra de Heidegger en sentido inverso a su elaboración, Schürmann, olvidado durante un tiempo, pero cuyo redescubrimiento está agitando a una parte de la filosofía contemporánea, contribuyó a dirigir nuestra mirada hacia «la anarquía ontológica».

Mediante su crítica de la «arkhè» aristotélica, mostró cómo una anarquía que hubiese descartado los «principios primeros» que legitiman el dominio de la teoría sobre la práctica, no podía sino descubrir la contingencia de su propio camino y remitirse consecuentemente al «a priori práctico».

Entendiendo por «a priori práctico» que las situaciones concretas son las que deben definir, en su multiplicidad, los principios particulares y, por tanto, necesariamente también múltiples ̶ pero nunca primeros o únicos ̶ que guían la acción, protegiéndola de cualquier teleocracia preestablecida.

El análisis de Schürmann podría contribuir a la construcción de un anarquismo que describo como «no-fundacional» (cuidado, no como post-fundacional), despojándolo de sus proclividades instituyentes y, por tanto, de su propensión a producir dominación. Esto lo convertiría en una fuerza radicalmente destituyente, del mismo modo que Stirner conceptualizaba el proceso de «insurrección» como diferente del de revolución.

Gracias a su libro, algunos y algunas hemos descubierto a Derek C. Barnett y su recuperación del énfasis que ponía Foucault sobre «la resistencia», pero centrando ahora este concepto directamente en el anarquismo. Sostiene, por ejemplo, y usted lo cita, que «la lógica principal del anarquismo es que donde hay poder, también hay necesariamente resistencia».

Según Barnett, el anarquismo se define ante todo y necesariamente como «un dispositivo de resistencia» frente a toda forma de poder, es decir, se define por una relación antagónica con el poder, una relación que promueve «una ética de la revuelta» en lugar de inspirar una épica de la revolución.

La resistencia al poder no se hace en nombre de la moral, la razón, el bien, la humanidad, la salvación o la preparación de una revolución, aunque sea libertaria. En otras palabras, no se hace en nombre de «nada» que trascienda las situaciones concretas en las que surge la resistencia. No se trata de avanzar hacia un determinado horizonte, por resplandeciente que parezca, ni de obedecer a tal o cual mandato axiológico, se trata simplemente de decir ¡No! No a una determinada situación considerada inaceptable, y de resistirse a ella para neutralizarla y, en el mejor de los casos, eliminarla.

Como usted lo afirma, la proclamación anarquista de que no es necesario gobierno alguno para vivir en sociedad está rodeada de un halo de escándalo frente a lo que se ha esgrimido como una evidencia absolutamente indiscutible desde la época de la Grecia clásica: la incapacidad de las poblaciones para gobernarse directamente. Una evidencia que Proudhon calificó de «prejuicio gubernamental».

Es precisamente el rechazo anarquista del prejuicio gubernamental lo que los filósofos se niegan a admitir, salvo sin duda Foucault cuando afirma con contundencia que «ningún poder es nunca necesario» y detalla su magnífico concepto de «anarqueología» en su curso «Du gouvernement des vivants».

Por mi parte, confieso que no sé si es posible o no que los humanos tal y como somos hoy, vivamos sin gobierno, pero estoy absolutamente convencido de que «pensar y actuar como si fuera posible» es absolutamente imprescindible si queremos desarrollar formas de lucha que hagan tambalearse al gobierno y abran campos de experimentación para otro tipo de vida.

Resulta, además, que pensar que podemos vivir sin gobierno me parece mucho menos decisivo para definir el anarquismo que afirmar que debemos «resistir siempre y en todas partes a todas las formas de dominación», que es, en mi opinión, donde reside realmente el corazón del anarquismo.

Por último, me gustaría abordar lo que me parece problemático. Me refiero a sus reflexiones sobre «lo ingobernable», como antagonismo al poder, es decir, como desobediencia, insubordinación y negativa a obedecer, y sobre «lo no gobernable» como lo externo, lo ajeno al campo de acción del gobierno, lo que no es del orden de lo gobernable y, por tanto, es indiferente o no se ve afectado por los órganos de gobierno y sus prácticas.

Es innegable el valor heurístico de esta distinción, que enriquece el pensamiento anarquista y nos incita a repensar, en particular, la relación entre libertad y poder. También es innegable que existe un vasto campo de la realidad que no se puede gobernar. La vida, que no depende de otro principio que de sí misma en su creatividad y mutabilidad, por no decir en su plasticidad, es un buen ejemplo de ello, y hay, como usted dice, y cito, «regiones del ser y de la psique a las que ningún gobierno puede llegar».

Lo no gobernable es, por tanto, una realidad innegable que marca los límites del gobierno y desafía su supuesta omnipotencia y omnipresencia. Además, la ontología anarquista ̶ porque el anarquismo sí tiene una ontología propia, que difiere radicalmente de la propagada por la metafísica desde Aristóteles ̶ postula una realidad hecha de movimiento, multiplicidad y contingencia, que desafía el campo de lo gobernable.

Dicho esto, entiendo que lo no gobernable excluye la posibilidad misma de resistencia, porque no nos resistimos a lo que no existe, y no luchamos contra lo que no nos afecta ni puede afectarnos en modo alguno al ser totalmente ajenos a ello. Ser no gobernable es, en definitiva, no poder oponer resistencia al gobierno porque estamos fuera del alcance el uno del otro, el otro de uno.

En mi opinión, la esencia del anarquismo es manifestarse como ingobernable en toda la medida de lo posible y, al hacerlo, socavar «el poder del poder» contribuyendo a hacer ingobernables al mayor número posible de personas y colectivos.

Al igual que Diógenes, volverse indiferente al poder puede significar escapar a sus garras, pero también significa volverse incapaz de oponerle una resistencia, la cual se manifiesta entre otras cosas en forma de lo ingobernable.

En otras palabras, es muy cierto que «Diógenes no puede ser gobernado», pero eso se debe a que su resistencia ̶ y no su indiferencia, que no es más que una estratagema ̶ lo convierte en ingobernable, ajeno a la obediencia y firmemente arraigado en la negativa a acatarla.

Reconozco que esta parte de su libro me confunde un poco, pero al mismo tiempo tiene la enorme ventaja de animar a que nuestro pensamiento se salga de los caminos trillados y escape de ellos.

No quisiera terminar, porque ya voy a concluir, sin mencionar otro punto en el que mi coincidencia con su pensamiento es total. Dice, en una frase que me parece sumamente bella y sugerente:

«…el anarquismo nunca es lo que es, es en esto que es. Su plasticidad lo define» y, en efecto, yo también sostengo que el anarquismo deja de serlo en cuanto se petrifica; «es movimiento o no es anarquismo».

Usted, Catherine Malabou, contribuye a mantenerlo en movimiento y, como anarquista, militante y meditante, no puedo sino estarle agradecido por ello.

[1] Catherine Malabou (2023): ¡Al Ladrón! Anarquismo y filosofía. Argentina/España, La Cebra, Palinodia, Kaxilda.

[2] Simón Royo Hernández (2019): El sujeto anárquico: Reiner Schürmann y Michel Foucault. Madrid, Arena. Anexo: Reiner Schürmann «Sobre constituirse a sí mismo como sujeto anárquico».

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NOVELA: «CON ESTE SIGNO VENCERAS» del balmasedano Guillermo Ugarte, ertzaina jubilado que escribe novela de intriga a partir de sus experiencias como investigador de la policía vasca y sobre la tierra y pueblos que conoce

NOVELA: «CON ESTE SIGNO VENCERAS» del balmasedano Guillermo Ugarte, ertzaina jubilado que escribe novela de intriga a partir de sus experiencias como investigador de la policía vasca y sobre la tierra y pueblos que conoce.

La novela trata sobre un inspector de la comisaría de Balmaseda que inicia una investigación de asesinato de un financiero balmasedano. La intriga e investigación policial se va complicando y desarrollandose por entornos de Sevilla, Karrantza (Bizkaia) y Bilbao.

El autor me comenta que esta es su primera novela, iniciada hace dos años, se encuentra en proceso de edición. PRÓXIMAMENTE EN LIBRERIAS. Es, me dice, una novela entretenida, con mucha acción, que se desarrolla en escenarios conocidos y cercanos de Balmaseda y las Encartaciones de Bizkaia.

CRISIS EN EL PNV: «Tiempo de respiro que se puede ir en un suspiro». Txema Montero, 18·06·24

Tiempo de respiro que se puede ir en un suspiro

Txema Montero
18·06·24 | 03:01

Fotografía: Pradales en Landako (Durango) el día en que fue confirmado como candidato del PNV. E.P

https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/tribuna-abierta/2024/06/18/tiempo-respiro-suspiro-8370147.html

“La mayor felicidad es la desgracia ajena” es un tremendo refrán alemán que encaja con los sentimientos de los adversarios de EAJ/PNV ante los últimos fracasos electorales del partido jeltzale. Sin excepción, aunque con intensidad distinta, todos los partidos de la oposición en el Parlamento Vasco y el partido socio de gobierno se congratulan o benefician de la debacle electoral de quien sigue ostentando casi todo el poder institucional y resulta que se desmigaja pues, en resumidas cuentas, al día de la fecha es la tercera fuerza electoral. La política vasca es cainita –de la española ni hablamos–, pero en el regodeo de los adversarios del PNV hay algo de ajuste de cuentas histórico, de fin de ciclo enviciado.

Qué quieren que les diga, llevo un año insistiendo desde estas mismas páginas en la necesidad de un cambio de rumbo para un partido al que el ejercicio del poder le está generando un deterioro tal que se está convirtiendo en una carcasa vacía de contenido ideológico, político y militante.

El PNV, a pesar de diversos procesos de reflexión interna, no ha acertado en analizar debidamente los cambios sociales que se están produciendo en nuestro país. Permanece absorto en una inercia burocrática y de gestión a veces descuidada y casi siempre distante de la ciudadanía. Dispone de una afiliación cada vez más nutrida de cuadros institucionales y cada vez más huérfana de afiliados dispuestos a comprometerse a cambio de nada que no sea convertir en realidad aquello de “Euskadi es la patria de los vascos”.

Partido y sociedad vasca

El PNV es, otra vez en la historia, fiel reflejo de la sociedad vasca. Una sociedad satisfecha, autocomplaciente y exigente si se trata de defender los intereses más personales y simplemente protestona cuando de intereses generales se trata. Excluyo a quienes dedican sus mejores esfuerzos en ayudar, asistir o ser portavoces de los vulnerables y los desfavorecidos, pero me pregunto si esas organizaciones, personas, instituciones no sirven de coartada autocomplaciente para los demás. Porque en los tiempos que vivimos todo tiene lugar bajo una capa de anestesia y la independencia de pensamiento y de responsabilidad personal están siendo devoradas silenciosamente por el mayor de los egoísmos, en busca de la vida fácil y consumista.

Nuestra sociedad parece flotar en las praderas de un sueño cuando oyes decir a quien no se implica ni un minuto en ayudar a los demás: “En Euskadi somos los primeros en donación de órganos y además en….” –añadan aquí lo que les parezca–. Salvo por el sol que se pone, vivimos en una atemporalidad y esto es tanto para el PNV como para el resto de partidos que están cambiando de actores, pero no de libreto, son pocos los que se involucran en la difícil tarea de cambiar las cosas.

Hace meses que no veo Euskal Telebista, es mi personal protesta por su tratamiento informativo de la guerra entre Hamás e Israel. Rompí mi veto con los debates televisivos de las elecciones al Parlamento Vasco, así como la para mí triste noche electoral tras las elecciones europeas –un sufrimiento– viendo en el faldón de la pantalla televisiva los resultados pueblo a pueblo, agonía lo de Nafarroa y Gipuzkoa, incomprensión lo de Araba, incredulidad lo de Bizkaia. En los debates electorales al Eusko Legebiltzarra eché en falta un tratamiento serio de asuntos como la migración, el absentismo laboral, la obsolescencia administrativa, la revitalización industrial, la planificación demográfica o los deficientes resultados escolares. Esos asuntos afectan a los ciudadanos, pero si los partidos no se empeñan en ponerlos a la vista se mantendrán semiescondidos hasta que a no más tardar exploten delante de nuestras narices. Podemos permanecer al margen, pero en la realidad existen, como existía un problema en el ámbito de Osakidetza que acabó estallando.

El PNV debe dedicar mucha inteligencia en responder adecuadamente a estos tiempos de incertidumbre. Constato que afiliados acomodaticios o pesimistas proponen no meterse en problemas, no serrar la rama del árbol en la que están sentados, a la espera de que la polarización política PSOE-PP o el auge de Bildu se desinflen y que todo vuelva a ser lo que fue. Eso es endeblez, es una respuesta enclenque ante unos hechos objetivamente perjudiciales que se han vuelto potencialmente letales para el partido. Más de 20.000 afiliados, más de 200.000 votantes, más de dos millones de ciudadanos (Nafarroa incluida) no son círculos concéntricos que puedan ser tratados de una manera lineal. Discernir entre afiliación, electorado y ciudadanía exige aceptar que son tres grupos con intereses no necesariamente coincidentes y en ocasiones contrapuestos.

No es posible copar cargos de designación en la administración o dedicarse a colocar o recolocar miembros del partido en empresas públicas sin generar un rechazo en los votantes o desafección en la ciudadanía. Es políticamente suicida llegar al punto en el que la estructura del partido se sustente en los presupuestos públicos o parapúblicos.

Nunca me ha convencido eso de que “los trapos sucios se lavan en casa”, no si de política se trata. La política en una sociedad abierta debe ser igualmente abierta, bien sea la política interna de un partido (con las naturales reservas para no convertirla en un gallinero) como la política institucional. La transparencia no es un eslogan, es una obligación democrática y una necesidad para una política eficiente.

En breve tendremos un nuevo Gobierno Vasco al que deseo todos los éxitos. De ser cierto lo que ha sido publicado en prensa, tendrá dos consejerías más para dar satisfacción a los partidos que gobernarán con un reparto más equitativo en atención a los resultados electorales. No empezamos bien si esa es la razón del aumento de carteras. O lo explican por razón de eficiencia o estaremos de nuevo ante otra operación de acomodo partidario a cuenta del presupuesto público con una percepción social de que los políticos son insaciables y, aún peor, que no aprenden de sus errores.

Soluciones

Una vez constituido el Gobierno, el PNV cree que dispondrá de un tiempo de respiro para encarar su actual desfallecimiento. Creo que no tendré el privilegio de ver tal milagro si ese tiempo de respiro se va en un suspiro, el que transcurra hasta unas elecciones generales anticipadas por la imposibilidad del Gobierno Sánchez de mantenerse en el poder, tal vez en otoño. Entonces, las dos piedras molares que han erosionado al PNV, polarización y auge de Bildu, obrarán con más contundencia y situarán al PNV en una posición de irrelevancia, perdiendo quizás el grupo parlamentario.

¿Soluciones? A montones, pero ahí está parte del problema, resulta espantosamente difícil acertar, las reflexiones acometidas en los últimos años no supieron hacerlo, pero la tarea sería más fácil si va precedida de un debate a fondo y sin miedo al contraste. Porque donde no se dan las condiciones para un debate sincero se hace el silencio, y luego la huida en silencio. Si tu voto no es tomado en consideración votas con los pies y te vas, dejas de votar. Opino que hay que sacar a Sabino Arana del mausoleo y poner en valor, es decir actualizadas, sus dos grandes aportaciones: “Euskadi es la patria de los vascos” y el PNV como instrumento para conseguir hacer realidad ese objetivo. Porque donde está el peligro, crece también el poder salvador.

Lo que debemos creer: ¿DEBEMOS EN VERDAD CREERLES…?:Los hilos que mueven nuestra política-ficción se han hecho demasiado visibles.Autor: Jonathan Cook

Lo que debemos creer: ¿DEBEMOS EN VERDAD CREERLES…?

Los hilos que mueven nuestra política-ficción se han hecho demasiado visibles.

Autor: Jonathan Cook

https://rafaelpoch.com/2024/06/17/lo-que-debemos-creer/

Vivimos en un mundo de política-ficción. Un mundo en el que los hilos que mueven los intereses de los superricos son cada vez más visibles. Pero se espera de nosotros que hagamos como si no viéramos esos hilos. Y lo más sorprendente: mucha gente parece realmente ciega ante este espectáculo de marionetas.

1. El «líder del mundo libre», el presidente Joe Biden, apenas puede mantener la atención durante más de unos minutos sin desviarse del tema o salirse del escenario. Cuando tiene que caminar ante las cámaras, lo hace como si estuviera desempeñando el papel de un errático robot. Todo su cuerpo está atenazado por la concentración que necesita para caminar en línea recta. Sin embargo, se supone que debemos creer que está manejando cuidadosamente los resortes del imperio occidental, haciendo cálculos críticamente difíciles para mantener a Occidente libre y próspero, al tiempo que mantiene a raya a sus enemigos -Rusia, China, Irán- sin provocar una guerra nuclear. ¿Es realmente capaz de hacer todo eso cuando le cuesta poner un pie delante del otro?

2. Parte de ese complicado acto de equilibrio diplomático que supuestamente está llevando a cabo Biden, junto con otros líderes occidentales, está relacionado con la operación militar de Israel en Gaza. La «diplomacia» de Occidente -respaldada por transferencias de armas- ha provocado el asesinato de decenas de miles de palestinos, en su mayoría mujeres y niños; la inanición gradual de 2,3 millones de palestinos durante muchos meses; y la destrucción del 70% del parque de viviendas del enclave y de casi todas sus principales infraestructuras e instituciones, incluidas escuelas, universidades y hospitales. Sin embargo, nos hacen creer que Biden no tiene ninguna influencia sobre Israel, a pesar de que Israel depende totalmente de Estados Unidos para obtener las armas que está utilizando para destruir Gaza.

Debemos creer que Israel está actuando únicamente en «defensa propia», pese a que la mayoría de las personas asesinadas son civiles desarmados; y que está «eliminando» a Hamás, pese a que Hamás no parece haberse debilitado, y aun cuando las políticas de hambruna de Israel se cobrarán víctimas entre los jóvenes, los ancianos y las personas vulnerables mucho antes de matar a un solo combatiente de Hamás.

Hay que creer que Israel tiene un plan para el «día después» en Gaza que no se parecerá en nada al resultado que estas políticas parecen destinadas a conseguir: hacer de Gaza un lugar inhabitable para que la población palestina se vea obligada a marcharse.

Y encima de todo esto, debemos creer que, al dictaminar que se ha presentado un caso «plausible» de que Israel está cometiendo genocidio, los jueces del más alto tribunal del mundo, la Corte Internacional de Justicia, han demostrado que no entienden la definición jurídica del delito de genocidio. O, posiblemente, que les mueve el antisemitismo.

3. Mientras tanto, los mismos líderes occidentales que arman la matanza israelí de decenas de miles de civiles palestinos en Gaza, incluidos más de 15.000 niños, han estado enviando cientos de miles de millones de dólares en armamento a Ucrania para ayudar a sus fuerzas armadas. Hay que ayudar a Ucrania, nos dicen, porque es víctima de una potencia vecina agresiva, Rusia, decidida a la expansión y al robo de tierras.

Debemos ignorar las dos décadas de expansión militar occidental hacia el este, a través de la OTAN, que finalmente ha llamado a la puerta de Rusia en Ucrania, y el hecho de que los mejores expertos occidentales en Rusia advirtieron durante todo ese tiempo que estábamos jugando con fuego al hacerlo y que Ucrania sería una línea roja para Moscú.

Se supone que no debemos hacer comparaciones entre la agresión rusa contra Ucrania y la agresión de Israel contra los palestinos. En este último caso, Israel es supuestamente la víctima, a pesar de que lleva tres cuartos de siglo ocupando violentamente el territorio de sus vecinos palestinos mientras, en flagrante violación del derecho internacional, construye asentamientos judíos en el territorio destinado a formar la base de un Estado palestino.

Debemos creer que los palestinos de Gaza no tienen ningún derecho a defenderse comparable al derecho de Ucrania, ningún derecho a defenderse contra décadas de beligerancia israelí, ya sean las operaciones de limpieza étnica de 1948 y 1967, el sistema de apartheid impuesto a la población palestina remanente después, el bloqueo de Gaza durante 17 años que negó a sus habitantes lo esencial para vivir, o el «genocidio plausible» que Occidente está armando ahora y al que está dando cobertura diplomática. De hecho, si los palestinos intentan defenderse, Occidente no sólo se niega a ayudarles, como ha hecho con Ucrania, sino que los considera terroristas, al parecer incluso a los niños.

4. Julian Assange, el periodista y editor que más hizo por sacar a la luz los entresijos de las instituciones occidentales y sus planes criminales en lugares como Irak y Afganistán, lleva cinco años entre rejas en la prisión de alta seguridad de Belmarsh. Antes de eso, pasó siete años detenido arbitrariamente -según expertos jurídicos de las Naciones Unidas- en la embajada de Ecuador en Londres, obligado a pedir asilo allí por persecución política. En un interminable proceso legal, Estados Unidos busca su extradición para poder encerrarlo en un régimen de casi aislamiento durante un máximo de 175 años. Y, sin embargo, debemos creer que sus doce años de detención efectiva -sin haber sido declarado culpable de ningún delito- no tienen nada que ver con el hecho de que, al publicar cables secretos, Assange revelara que, a puerta cerrada, Occidente y sus dirigentes suenan y actúan como gángsters y psicópatas, especialmente en asuntos exteriores, y no como los administradores de un orden mundial benigno que dicen supervisar.

Los documentos filtrados que publicó Assange muestran a dirigentes occidentales dispuestos a destruir sociedades enteras para favorecer el dominio de los recursos occidentales y su propio enriquecimiento, y deseosos de esgrimir las mentiras más escandalosas para lograr sus objetivos. No tienen ningún interés en defender el valor supuestamente preciado de la libertad de prensa, excepto cuando esa libertad se utiliza como arma contra sus enemigos.

Debemos creer que los líderes occidentales quieren de verdad que los periodistas actúen como guardianes, como freno a su poder, incluso cuando están acosando hasta la muerte al mismo periodista que creó una plataforma de denunciantes, Wikileaks, para hacer precisamente eso. (Assange ya ha sufrido un derrame cerebral por el esfuerzo de más de una década de lucha por su libertad).

Debemos creer que Occidente le dará a Assange un juicio justo, cuando los mismos Estados que conspiran en su encarcelamiento -y en el caso de la CIA, en su asesinato planificado- son los que él ha denunciado por participar en crímenes de guerra y terrorismo de Estado. Debemos creer que están siguiendo un proceso legal, no una persecución, al redefinir como delito de «espionaje» sus esfuerzos por aportar transparencia y responsabilidad a los asuntos internacionales.

5. Los medios de comunicación pretenden representar los intereses de los públicos occidentales en toda su diversidad y actuar como una verdadera ventana al mundo. Creemos que estos mismos medios de comunicación son libres y pluralistas, incluso cuando son propiedad de los superricos así como de los estados occidentales que hace tiempo fueron vaciados para servir a los superricos.

Debemos creer que un medio de comunicación cuya supervivencia depende por completo de los ingresos de las grandes empresas anunciantes puede ofrecernos noticias y análisis sin miedo ni favoritismos. Debemos creer que un medio de comunicación cuya función principal es vender audiencias a las empresas anunciantes puede preguntarse si, al hacerlo, está desempeñando un papel beneficioso o perjudicial.

Debemos creer que unos medios de comunicación firmemente enchufados al sistema financiero capitalista que puso de rodillas a la economía mundial en 2008, y que nos ha estado precipitando hacia la catástrofe ecológica, están en condiciones de evaluar y criticar ese modelo capitalista desapasionadamente, que los medios de comunicación podrían de alguna manera volverse contra los multimillonarios que los poseen, o podrían renunciar a los ingresos de las corporaciones propiedad de multimillonarios que apuntalan las finanzas de los medios de comunicación a través de la publicidad.

Debemos creer que los medios de comunicación pueden evaluar objetivamente los méritos de ir a la guerra. Es decir, las guerras emprendidas en serie por Occidente -de Afganistán a Irak, de Libia a Siria, de Ucrania a Gaza- cuando las corporaciones mediáticas están integradas en conglomerados empresariales cuyos otros grandes intereses incluyen la fabricación de armas y la extracción de combustibles fósiles.

Debemos creer que los medios de comunicación promueven acríticamente el crecimiento sin fin por razones de necesidad económica y sentido común, a pesar de que las contradicciones son flagrantes: que el modelo de crecimiento eterno es imposible de sostener en un planeta finito en el que los recursos se están agotando.

6. En los sistemas políticos occidentales, a diferencia de los de sus enemigos, existe supuestamente una elección democrática significativa entre candidatos que representan visiones del mundo y valores opuestos.

Debemos creer en un modelo político occidental de apertura, pluralismo y responsabilidad, incluso cuando en Estados Unidos y el Reino Unido se ofrece a los ciudadanos una pugna electoral entre dos candidatos y partidos que, para tener posibilidades de ganar, necesitan ganarse el favor de los medios de comunicación corporativos que representan los intereses de sus propietarios multimillonarios, necesitan mantener contentos a los donantes multimillonarios que financian sus campañas y necesitan ganarse a las grandes empresas demostrando su compromiso inquebrantable con un modelo de crecimiento sin fin que es completamente insostenible.

Debemos creer que estos líderes sirven al público votante -ofreciéndole una elección entre la derecha y la izquierda, entre el capital y el trabajo- cuando, en realidad, al público sólo se le presenta una elección entre dos partidos postrados ante el Gran Dinero, cuando los programas políticos de los partidos no son más que competiciones sobre quién puede apaciguar mejor a la élite de la riqueza.

Debemos creer que el Occidente «democrático» representa el epítome de la salud política, a pesar de que repetidamente arrastra a las peores personas imaginables para dirigirlo. En Estados Unidos, la «elección» que se impone al electorado es entre un candidato (Biden) que debería estar dando vueltas por su jardín, o tal vez preparándose para sus últimos y difíciles años en una residencia, y un competidor (Donald Trump) cuya búsqueda incesante de adoración y enriquecimiento personal nunca debería haber ido más allá de presentar un reality show televisivo.

En el Reino Unido, la «elección» no es mejor: entre un candidato (Rishi Sunak) más rico que el rey británico e igualmente mimado y un competidor (Sir Keir Starmer) tan vacío ideológicamente que su historial público es un ejercicio de décadas de cambio de forma.

Todos, señalémoslo, están totalmente de acuerdo con el genocidio continuado en Gaza, todos permanecen impasibles ante los muchos meses de matanza y hambruna de niños palestinos, todos están demasiado dispuestos a difamar como antisemitas a cualquiera que muestre una pizca de los principios y la humanidad de los que ellos carecen de forma tan obvia.

Puede que los superricos no estén a la vista, pero los hilos que mueven son demasiado visibles. Es hora de liberarnos.

(Publicado en: https://jonathancook.substack.com/p/in-our-make-believe-politics-the )

Avanza en Francia la organización electoral y política de un «Frente Popular» de progreso frente a las derechas

Avanza en Francia la organización electoral y política de un «Frente Popular» de progreso frente a las derechas:

La historia parece repetirse… yo dudo. Francia estaría también dividida en dos partes, habiendo en ambas trabajadores y cuadros burgueses, 👉

https://x.com/OrrantiaTar/status/1802621459786809502?t=IiRL_lQ8aw08V7n4YOU3AQ&s=08

… pero el poder de dioses, dineros, altos funcionarios y ff.aa. está en manos de las derechas, y estas se radicalizan cuando se sienten amenazadas… y financian y apoyan al nazifascismo y la confrontación militar buscando la derrota total del oponente interior y/o exterior👉
…  y la consecuente «unidad nacional» militarizada con el aniquilamiento de los contrarios y finalmente controlada por el capitalismo y/o el Estado autoritario. ¿Se repite la historia europea como sarcasmo para la inteligencia…?

«Discurso de la servidumbre voluntaria», de Étienne de La Boétie: ensayo sobre la libertad. Por Josemaría Carabante.

«Discurso de la servidumbre voluntaria» de Étienne de La Boétie: ensayo sobre la libertad

Por Josemaría Carabante – 31 marzo, 2020
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4 min.

Nueva Revista
Étienne de la Boétie. © Wikipedia
IDEAS-POLÍTICALIBROS

Si resulta tan turbadora la lectura de Étienne de La Boétie es indudablemente por la condición bárbara que nos descubre: nos revela el monstruo que anida en el interior de cada hombre, y que le unce, con descaro, a los más lacerantes yugos políticos. Y aunque no tenía su discurso la intención de cauterizar esa herida mortal que sufría, a su juicio, el vulgo y que, siglos después, con la experiencia sucesiva de tiranías, implícitas y explícitas, no ha hecho más que supurar con más vehemencia, su ensayo constituye un importante aviso para navegantes, al recordarnos, sin paliativos retóricos, que la sumisión más salvaje no es la que irrumpe por medio de la fuerza, sino a través de la escandalosa elección popular y la pasividad de la costumbre.




«Discurso de la servidumbre voluntaria» (Trotta), 160 págs.
No hay política sin conocimiento del hombre: este podría ser el corolario de la breve obra de La Boétie que, tras constatar las inclinaciones humanas, teje con desenvoltura toda esa urdimbre que incluye la obstinación por el poder y la pasión por la autoridad, junto con las debilidades que abocan a la subordinación. De quienes le han precedido en el ejercicio de la sabiduría —que, como la política, no es más que una de las ramas de la antropología— aprende a vislumbrar los cálculos del tirano y los síntomas en que se manifiesta esa libertad demediada y paulatinamente subyugada.

No hay política sin conocimiento del hombre: este podría ser el corolario de la breve obra de La Boétie

Es agudo el escritor francés, negando, por principio, cualquier dignidad o atributo al tirano y convenciendo al lector de que solo puede ejercer su dominio si quienes son tiranizados lo desean. Si los hombres sirven, es que son criados como siervos. Y es también realista, pues ayuda a comprender que la lucha contra el autoritarismo no depende de las declaraciones bélicas o de las amenazas de la revolución, sino de evitar la disipación o la indiferencia política, que se adivinan como los auténticos males de la república.

El discurso también se conoce como «contra el Uno» porque el tirano que desenraiza al hombre de la tierra de la libertad destruye la amistad y destierra el pluralismo, saqueando las fronteras y alcanzando los reductos de la intimidad humana. «Es difícil creer que haya algo de público en este gobierno en el que todo es de uno», afirma. Perece así la res publica, el bien común, suplantado por la pretensión particular, subjetiva, de quien se erige en dueño de otros hombres. Se podría decir que no es nueva esa defensa del gobierno de las leyes, que alcanza la misma conclusión a la que llegó Platón cuando las circunstancias le obligaron a desencantarse sobre la posibilidad práctica de la utopía. Pero, a tenor del curso histórico, conviene que no caiga en el olvido.

Lo que, en cualquier caso, La Boétie, que habría sido una truncada promesa de las letras francesas de no ser por el hermosísimo elogio sobre la amistad que le escribió Montaigne, osó preguntarse fue, además de por la razón de ese inexorable espíritu servil que, con escándalo, conculcaba la condición natural del hombre, por su revulsivo.

ARDIENTE APOLOGÍA DE LAS HUMANIDADES

Y es aquí donde su discurso por la libertad se puede interpretar como una ardiente apología de las humanidades. Él, que de acuerdo con Montaigne, había sido cortado por «el patrón de los clásicos», explica que la historia de la lucha por la libertad, transmitida en las leyendas y los libros, así como lo que denomina «doctrina», conjura el hechizo y hace despertar a los hombres «bien nacidos» un aguerrido anhelo. Parece que esta es la vocación que se encuentra llamado a desempeñar este ensayo, poco conocido, que transmite, con espíritu grecolatino, la experiencia clásica de la libertad y, como Pericles en su encomio a los caídos por Atenas, destaca la dimensión política de la misma.

Pero es una obra, de algún modo, rupturista; a diferencia de los clásicos, no hay para el francés tiranía benéfica. Tampoco La Boétie se hace ilusiones; es consciente de que solo unos pocos tienen el coraje suficiente para querer ser libres, para reconocerse como tales. En su profética psicología de la servidumbre amalgama, así, dos vectores que, un poco más tarde, estarán condenados a divergir: libertad e igualdad. Porque, en efecto, si somos libres es porque no es posible que «la naturaleza haya puesto a alguien en servidumbre, habiéndonos puesto a todos en compañía». Más allá de esta condición ontológica, lo que denuncia es la pérdida de esa enardecida pasión por defender la libertad que constituía la mejor vacuna frente a quien buscaba usurparla.

¿Es el Estado de Derecho, con sus «checks and balances», una estructura protectora?

¿Ha encontrado remedio esa enfermedad mortal sobre la que escribe La Boétie? ¿Es el Estado de Derecho, con sus checks and balances, una estructura protectora? En realidad, la enseñanza de este clásico de la teoría política es que no: el peligro, aprendemos, no es tanto el mecanismo o el procedimiento que asegura el consentimiento de la función del gobernante, cuanto la verdadera implicación política de los ciudadanos, sin que medie en la conformación de la voluntad pública intereses espurios o manipulaciones sofísticas.

La clave política, entonces, parecería estar en esa virtud que tanto los clásicos como La Boétie o su, ya para siempre inseparable, Montaigne, consideraban una virtud sagrada: la amistad, cuyo sentido cívico descubre el bien común que se disipa por la fuerza, tiránica también, del individualismo. Como para La Boétie, es la incapacidad del tirano para ser amigo de sus semejantes —la imposibilidad de amar y ser amado— lo que debería resultarnos hoy de la misma manera insoportable. No debería haber nada más definitivo contra la actitud tiránica. En este sentido, es un acierto que la editorial Trotta haya decidido incluir, junto con el texto del discurso, tanto el sentido relato sobre su muerte que escribió Montaigne, como la reflexión de este último sobre la amistad, entre otros trabajos. Desde el temprano fallecimiento de La Boétie, explica el autor de los Ensayos, «me parece no ser sino a medias». ¿Podría decirse algo más profundo?

ETIQUETASÉTIENNE DE LA BOÉTIELIBERTADMONTAIGNEPLATÓN
Josemaría Carabante
Profesor de Filosofía del Derecho. (Universidad Complutense de Madrid).
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Crítica de Dysphoria mundi, de Paul B. Preciado, desde las coordenadas antropológicas del materialismo filosófico. Por Daniel Alarcón Díaz, El Catoblepas

Crítica de Dysphoria mundi, de Paul B. Preciado, desde las coordenadas antropológicas del materialismo filosófico

Daniel Alarcón Díaz

Se ofrece una crítica del nuevo libro de Paul B. Preciado, Dysphoria mundi, desde las coordenadas antropológicas del materialismo filosófico. El Catoblepas

https://www.nodulo.org/ec/2023/n203p16.htm

El Catoblepas · número 203 · abril-junio 2023 · página 16
Libros

Introducción

El 16 de noviembre de este mismo año 2022, se publicaba en la editorial Anagrama el nuevo libro del escritor y activista trans Paul B. Preciado, aclamado como uno de los máximos exponentes de la filosofía en español del momento presente, Dysphoria mundi, considerado, incluso, por parte del también filósofo Ernesto Castro, como «probablemente, el mejor libro de filosofía escrito en castellano en los últimos 10 años» (segundo 45 de la presentación del libro {1}). En cuanto a su género, se trata de un extenso libro –unas 550 páginas– difícil de clasificar, que no se ajusta a ningún formato determinado, como pudiera ser el ensayo, la crítica literaria, el relato narrativo, la poesía, la epístola o la autobiografía, sino que los compone de un modo deliberadamente ambiguo, en analogía a su objetivo práctico, que sería, precisamente, contribuir a neutralizar la distinción entre hombre y mujer, o entre lo masculino y lo femenino, es decir, a neutralizar el «género»; en sus palabras:

Del mismo modo que el cuerpo que habla utiliza el lenguaje para deshacer la presunción de una posición política femenina o masculina, así también lo dicho y la forma en la que se expresa busca escapar a la asignación a un género literario o ensayístico. (pp. 29-30)

Se trata, también, de un libro difícil de enmarcar, en cuanto a su perspectiva, como filosófico o como literario, ya que se encuentra, en muchos tramos, a medio camino de ambos planos. Con todo, sí puede decirse que, de siete capítulos que lo componen, mientras que, en el uno, el dos y el seis, predominan los aspectos filosóficos, el resto de capítulos, entre ellos el cinco, el más extenso (cerca de 400 páginas), se inclinan por el lado más literario. Pues bien, se trata, desde la óptica del materialismo filosófico, como sistema de filosofía académica, de determinar qué tipo de filosofía articula Preciado en esas partes: si es materialista o idealista, racionalista o relativista, crítica o reduccionista; y de ofrecer una breve crítica de esa filosofía. Con este objetivo, dividiremos la crítica en tres partes, la primera de ellas destinada a analizar el primer capítulo, la segunda a analizar el segundo capítulo, y la tercera a analizar ciertos puntos generales que vertebran el resto del libro, especialmente enfocados en el sexto.

Capítulo 1: Dysphoria mon amour
67

Es en este capítulo en el que Preciado introduce la Idea de Dysphoria mundi (en latín: «disforia del mundo»), que da nombre al libro en su conjunto, y que cumple un papel central en el desarrollo del resto de sus partes; aparece definida por el autor de la siguiente manera:

La condición planetaria epistémico-política contemporánea es una disforia generalizada. Dysphoria mundi: la resistencia de una gran parte de los cuerpos vivos del planeta a ser subalternizados dentro de un régimen de conocimiento y poder petrosexorracial; la resistencia del planeta vivo a ser reificado como mercancía capitalista. (p. 22)

Se trataría, por tanto, de cierto estado al que se habría visto sometido «el planeta» en su conjunto (se entiende: el planeta tierra, considerado como una especie de gigante ecosistema en el que coexisten los seres humanos con otras especies, animales y no animales), al entrar en conflicto dos «plataformas epistémicas», en el sentido que da Michel Foucault al sintagma, es decir, dos concepciones del mundo o mapamundis filosóficos, muy diferentes entre sí: de un lado, la concepción «petrosexorracial», surgida a partir del siglo XVI con la expansión del capitalismo colonial, como una superestructura de un modo de producción basado en la combustión de energías fósiles contaminantes, que contribuirían a generar el cambio climático, y en la dominación racial y sexual, identificado con la «modernidad», y, de otro lado, una nueva concepción, propia de las minorías oprimidas, que cuestionaría la primera, y que conllevaría una superación de esa modernidad, es decir, el posmodernismo, de carácter emancipador y signo transfeminista, anticolonial, ecologista y desidentitario. Preciado llega a comparar la dialéctica que se habría establecido entre estas dos visiones de la realidad con la llegada del cristianismo o del capitalismo:

Podríamos comparar este giro epistémico con otros momentos de profundo cambio histórico, con el desplazamiento del Imperio romano por el cristianismo o con la transición desde el feudalismo al régimen económico y político del capitalismo y su expansión colonial. Pero ninguno de estos procesos afectó a la totalidad del planeta y fue experimentado al mismo tiempo por todos los habitantes de la Tierra. Ahora, por primera vez, los muchos mundos que contienen el planeta comparten las consecuencias de este cambio y, por tanto, deberían participar de él. (p. 34)

Desde este punto de vista, puede fácilmente apreciarse que no se trata, en realidad, de una teoría particularmente novedosa, si se admite que, en esencia, mantiene la misma apelación a la llegada de una nueva época, ya anunciada por Lyotard en su célebre libro de 1979 La condición posmoderna. Su novedad estriba, únicamente, en que, mientras que Lyotard concibe la modernidad como la «época de los grandes relatos», frente a la posmodernidad, que vendría a ser la «época de los pequeños relatos», Preciado, manteniendo el mismo esquema, cambia los contenidos que definirían ambas épocas, refiriendo la primera al presunto pensamiento «petrosexorracial», enfatizando más el aspecto del cambio climático, del sexismo y del racismo, y la segunda al pensamiento de las minorías, que sería la filosofía a la que él se adscribe.

Dada esta exposición de la teoría, lo primero que habría que decir es que la noción de modernidad filosófica, o pensamiento petrosexorracial, que presenta, es un mito oscurantista y confusionario. Se trata de un concepto oscuro, porque en el siglo XVI, el de pensadores como Juan Luis Vives, Sepúlveda, Domingo de Soto, Domingo Báñez, Luis de Molina, Huarte de San Juan, Francisco Suárez, Maquiavelo, Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro, Giordano Bruno o Francis Bacon, no puede decirse que haya ninguna ruptura con el pensamiento cristiano anterior, ni tampoco con quienes les siguieron en el siglo XVII, sino, a lo sumo, el inicio del proceso que Gustavo Bueno denominó «inversión teológica», con el cual pasaba de pensarse a Dios desde el punto de vista del Mundo, para pensar el Mundo desde el punto de vista de Dios, y que culminaría con sistemas como el de Spinoza, que defendió la necesidad de pensar sub specie aeternitatis, es decir, desde la óptica de la eternidad de Dios, o Malebranche, que dio la vuelta a la sentencia «vemos a Dios en todas las cosas», afirmando que «vemos todas las cosas en Dios». Este cambio, si se lo analiza desde categorías sociológicas, explorando qué tipo de componentes extrafilosóficos pudieron determinarlo, estaría quizá relacionado con el desplazamiento que va sufriendo la Iglesia católica, como promotora de una filosofía racionalista y realista en la estela de Santo Tomás, hacia nuevos pensadores, más alejados del entorno eclesiástico, o que, siendo religiosos, pero protestantes, buscaban ofrecer nuevos puntos de vista que contraponer a la sistemática católica. Ahora bien, la pregunta que cabría hacerse, dicho esto, es: ¿qué tiene que ver este «cambio de paradigma», si se lo quiere denominar así, con la combustión de energías fósiles o con la discriminación del varón a la mujer, de los blancos a los negros, de los heterosexuales a los homosexuales, o de los cis-sexuales a los transexuales? Nada, en esencia; porque, en realidad, el «pensamiento binario» que Preciado atribuye a la presunta «episteme petrosexorracial», no es algo ni siquiera exclusivo de esta época, sino inherente al racionalismo filosófico; o, lo que es lo mismo, a cualquier filosofía, desde Platón hasta la actualidad, que no sea puramente escéptica y relativista, como quiere serlo el posmodernismo. Y se trata, además, de un concepto confuso, porque no distingue las diferencias fundamentales que, en todos esos siglos, se establecen entre los sistemas filosóficos espiritualistas y los sistemas filosóficos materialistas, al limitarse a subsumirlos como dos momentos de una mera superestructura racista y sexista: la «modernidad». Pero es que, además, el propio esquema histórico utilizado por Preciado, que pone a un lado la «modernidad petrosexorracial» y la «posmodernidad», tiene el carácter de una filosofía metafísica y monista de la historia plenamente «moderna», como si la humanidad, o el «planeta», fuese una unidad perfecta y homogénea que se desarrolla a través de fases universales; y en el que, cómo no, la nueva fase de la historia universal estaría liderada por el propio Preciado, junto a otras élites intelectuales formadas en Francia, como vanguardia que va a la cabeza de esa humanidad. Cabría decir, en este sentido, que la posmodernidad, antes que una nueva época de la historia universal, no es más que una moda editorial francesa.

Hecha esta somera crítica a la Idea de Dysphoria mundi, pasamos, a continuación, a analizar la teoría de la disforia de género que el libro incluye, y que el autor expone del siguiente modo:

Introducida en el discurso médico en 1973 por Norman Fisk y transformada en práctica clínica por el doctor Harry Benjamin, la noción de disforia de género hereda el modelo ontológico binario que establece distinciones convencionales y socialmente normativas entre lo masculino y lo femenino, la heterosexualidad y la homosexualidad; a las que añade la diferencia entre la anatomía y la psicología, entre el sexo como hecho orgánico y el género como construcción social. Pero, sobre todo, la noción de disforia implicaba para Norman Fisk y John Money la posibilidad de encontrar y administrar un tratamiento químico y quirúrgico que pudiera disminuir el supuesto estado de malestar de quienes la padecían y con ello la posibilidad de industrializar una cura capaz de reducir lo que denominan una «aberración de género» y limitar las expresiones de inadecuación y disidencia respecto a la norma. (p. 24)

La disforia de género sería, por tanto, una categoría de análisis cuya función consistiría, esencialmente, en psiquiatrizar, presentar como un trastorno mental, las conductas contradictorias a la norma de quienes no se ajustan al binarismo de género, que divide a los seres humanos en hombres y mujeres, con el objeto de, tras generarles ese malestar, y oprimir, a esas personas, que han sido deshumanizadas, neutralizar esa conducta a través de tratamientos como las hormonas o las cirugías, propuestos como supuestas curas al trastorno. Así, si la teoría de Preciado de la Dysphoria mundi era un remake de la teoría de la modernidad de Lyotard, su teoría de la disforia de género es una aplicación,a un caso particular, de la teoría de los trastornos mentales de Michel Foucault, en su libro de 1975 Vigilar y castigar. Sintetiza, además, esta noción en la presentación del libro (minuto 49:28 a 49:57).

A esta teoría se pueden ofrecer principalmente dos críticas: la primera, en general, consiste en constatar la excesiva amplitud de la teoría de los trastornos mentales de Foucault, y su mala aplicación al caso de la disforia de género. Es cierto que muchos trastornos mentales tienen un origen sociocultural, antes que biológico o «natural», como pudiera serlo una infección bacteriana o vírica; es el caso de trastornos como el polémico TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad) o la anorexia (que predomina en chicas adolescentes y depende de que previamente haya un canon de belleza femenina que enfatiza la delgadez extrema), y que llegan a ser auténticas modas, en cuanto a sobrediagnóstico, en el campo de la psiquiatría. Pero no son todos los casos, si los distinguimos, por débil que sea esa distinción, de trastornos como la esquizofrenia, que, aunque se vean afectados por condicionantes socioculturales, no puede decirse que sean simples invenciones destinadas a oprimir a quienes los sufren, como pretende Foucault, al reducirlos a la condición de una superestructura de dominación discriminatoria, generada ad hoc para neutralizar las divergencias de la norma. Y, en particular, en segundo lugar, el caso de la disforia de género no es tan sencillo como para poder ser puesto de uno o de otro lado de ambas clases de trastornos mentales, si, siguiendo la teoría de Lisa Littman, distinguimos a su vez dos tipos de disforia de género, muy diferentes en cuanto a su origen, el primero fundado en causas principalmente neurológicas, frente al segundo, que sí sería consecuencia del contagio social; Abigail Shrier, en su exitoso y reciente libro Un daño irreversible, expone la cuestión del siguiente modo:

La disforia de género –antes conocida como «trastorno de identidad de género»– se caracteriza por una disconformidad grave y persistente con el sexo biológico. Suele comenzar en la niñez temprana, entre los dos y los cuatro años, aunque puede agravarse en la adolescencia. En la mayoría de los casos –casi el 70 por ciento-, la disforia de género infantil se resuelve. Históricamente, afectaba a una pequeña parte de la población (alrededor del 0,01 por ciento) y casi en exclusiva a los chicos. De hecho, antes de 2012 no había literatura científica sobre chicas de once a veintiún años que hubieran desarrollado disforia de género. Esto ha cambiado en la última década y de forma drástica. El mundo occidental ha sido testigo de un repentino aumento de adolescentes que afirman tener disforia de género y se autoidentifican como «transgénero». Por primera vez en la historia de la medicina, las chicas de nacimiento no sólo están presentes entre quienes se identifican de esa manera, sino que constituyen la mayoría. (pp. 26-27)

La teoría de Preciado podría aplicarse quizá al segundo tipo de disforia de género, que tiene causas sociales, pero no al primer tipo, de origen neurológico. Sin embargo, si bien el segundo tipo está muy relacionado con aspectos socioculturales, mucho más difícil resulta concebir que se trate simplemente de un medio utilizado por psicólogos y psiquiatras para neutralizar las conductas divergentes de quienes no se ajustan al binarismo de género. Y esto es así porque el contagio social al que se refiere el segundo tipo no es, en absoluto, algo que tenga su origen en el tradicionalismo, o en la «ultraderecha», ni tampoco en el «neofascismo», sino en los discursos de los propios activistas trans, que son quienes difunden incesantamente la noción de que una parte amplia de la población ha nacido en un cuerpo equivocado, y exigen,p amparándose en los Derechos Humanos, el acceso a hormonas y cirugías, como la construcción de un pene o vagina artificiales o la amputación de senos, actuando, eso sí, como correa de transmisión de los intereses económicos millonarios de toda la industria que gira en torno al fenómeno trans, pero cuyos beneficiarios, en todo caso, lo favorecen antes guiados por el afán de ganar más dinero, con esa industria, que por algún tipo de valor moral tradicional, con fuerza suficiente para conducirlos a reaccionar discriminatoriamente a las «disidencias de género».

Capítulo 2: Hipótesis revolución
Redundando en la noción de Dysphoria mundi, tal y como la hemos analizado, Preciado concibe que la oposición entre las prácticas petrosexorraciales y las nuevas prácticas posmodernas habrían venido a sustituir la oposición que en la Guerra fría se estableció entre el capitalismo y el comunismo, que, tras la caída de la URSS habría dado lugar al «realismo capitalista», es decir a la noción de que el capitalismo es la pura realidad, frente a la cual no hay alternativa, pero que de hecho sería un irrealismo, visto desde la perspectiva de su coste ecológico y de su discriminación racial, sexual, somática y de clase:

El antagonismo capitalismo-comunismo y la oposición de bloques de la guerra fría han sido desplazados, dejando paso a una fractura interna dentro del (ir)realismo capitalista: aquella que opone las formas de gobierno y de producción petrosexorraciales (de las que los gobiernos tanto de Trump como de Putin son ejemplos paradigmáticos) y las prácticas que abogan por una transición ecologista, feminista, queer, trans y antirracista. (p. 39)

Esta analogía es errónea en dos sentidos: de un lado, cabe problematizar hasta qué punto la oposición entre capitalismo y comunismo era una contradicción real entre dos sistemas económicos, y no una oposición que tuvo lugar, más bien, entre dos especies distintas del mismo capitalismo, encabezadas por dos grandes imperios políticos: la URSS y Estados Unidos. Y esto es así porque, de hecho, el estado económico en el que se suponía que se encontraba la URSS no era el comunismo, sino el socialismo, concebido como el nexo de transición que, partiendo del capitalismo, permitiría llegar, ulteriormente, al comunismo final, como un modo de producción en el que quedarían abolidas las clases sociales. El comunismo era, así, lo que Gustavo Bueno denomina una «Idea aureolar»; un estado al que se suponía que se llegaría, aunque aún no existía como tal, pero que, por el hecho de estar conduciéndonos a él, permitía decir que la URSS se encontraba en fase socialista. Ahora bien, y esto es algo característico de las Ideas aureolares, si la URSS cayó, si su sistema económico no resultó conducir finalmente al comunismo, entonces carece de sentido decir que era una «fase de transición», es decir, que era un «socialismo», realmente distinto del capitalismo, al que se suponía que se enfrentaba. Cabría, más bien, decir que la URSS fue siempre, en realidad, una forma más de capitalismo, con la diferencia de un descomunal grado de burocratización de la economía y un amplio control regulatorio de la actividad empresarial, pero sin que esa diferencia se diese tanto a escala del género, el capitalismo, como a escala de la especie, una especie sui generis de capitalismo de Estado. Por otro lado, no menos dudosa es la oposición entre capitalismo, o «petrosexorracialismo», y posmodernismo, si, lejos de la noción de que el ecologismo, el feminismo, el transgenerismo o el antirracismo son ideologías contrarias al capitalismo, lo que nos encontramos es que esas ideologías son productos promovidos activamente, en base, sencillamente, a sus intereses económicos, por empresas multimillonarias de energías renovables o coches eléctricos, que aúpan a activistas como Greta Thunberg al ámbito mediático, clínicas de reasignación de sexo, o que ofertan cirugías u hormonas para personas trans, junto a otros productos, como fajas para oprimir el pecho, que los principales gigantes del mercado estadounidense se adhirieron abiertamente al movimiento Black Lives Matter, o que el feminismo es la ideología oficial de la Organización de las Naciones Unidas, así como el indigenismo lo es de la Unesco. También en este caso, en suma, la verdadera oposición no tiene lugar entre dos sistemas económicos, sino a escala específica, entre un capitalismo que toma como eje central el Estado nación, y un capitalismo globalista, partidario de las fronteras abiertas, y de objetivos deliberadamente trans-nacionales, como los referidos a la igualdad de género en el mundo, o el cambio climático del planeta.

Pasamos ahora a la teoría que Preciado presenta en torno al concepto político de revolución, como una revolución que tendría lugar primariamente en el ámbito de las epistemes, capaces de conformar la función deseante y la subjetividad de los cuerpos, a través del cambio en el lenguaje, y sólo a su través en el ámbito de la propia estructura social:

La hipótesis revolución reúne un conjunto de ideas, ficciones y prácticas surgidas de los pensamientos contrapatriarcales y contracoloniales con el objetivo de dar el paso hacia otra epistemología terrestre. Aquí, la palabra revolución no es un eslogan ideológico o un dictado partidista, sino una conjetura, un ejercicio de emancipación cognitiva, de «fabulación especulativa», por decirlo con la zoóloga estadounidense Donna Haraway: una contranarrativa que busca modificar la perspectiva de lo que está sucediendo, cambiar las preguntas para poder proponer nuevas respuestas. Imaginar es ya actuar: reclamar la imaginación como fuerza de transformación política es ya empezar a mutar. (p. 56)

Si, para el materialismo histórico, los cambios en la realidad social tenían lugar tomando la base como el motor fundamental, frente al idealismo histórico, que pondría como fundamental lo que, visto desde esta concepción, sería una superestructura, es evidente que, una teoría que pone el punto central en la «imaginación» y la «emancipación cognitiva», ha de quedar del lado del idealismo histórico, y no del lado del materialismo. Ahora bien, si existen fenómenos como la pobreza o la criminalidad en el mundo, no es porque la humanidad no haya sido capaz de «imaginar un mundo mejor», ni porque nuestras categorías lingüísticas lo impidan, sino por razones que tienen lugar en el ámbito de la realidad misma, como una realidad mucho más compleja, que está «por encima de la voluntad», o de la «subjetividad deseante», de los individuos, o de los «cuerpos», y que es, más bien, la confluencia caótica de los millones de «subjetividades deseantes» que, enclasadas en grupos de intereses enfrentados los unos con los otros, conforman la totalidad polémica que recibe el nombre de «género humano». En todo caso, resulta interesante comprobar cómo es esta concepción errónea la que explica, en cuanto al estilo, la hiperabundancia de neologismos en el libro («neoliberalismo cibernético y farmacopornográfico», «gobierno petrosexorracial», «simbionte político», «somateca», «somatopolítica»…), porque, a fin de realizar esa «revolución epistémica», dice Preciado, «es preciso cambiar todos los nombres de todas las cosas» (p. 56).

Otro ejemplo en el que se aprecia con claridad el idealismo de signo voluntarista que caracteriza su filosofía lo encontramos en la (p. 518), donde Preciadopropone como solución a la pandemia del covid el abandono de la medicalización y los cierres de fronteras, y la constitución de un «parlamento de los cuerpos planetario» (p. 520), o medidas como la generación de «redes de intercambio de cuidados y afectos» o la «destitución de prácticas institucionalizadas de violencia» (p. 528). Pese a que se señala que «ninguno de estos cambios podrá ser operado si no es a través de prácticas concretas de transformación micropolítica» (p. 530), sin decir cuáles son esas «prácticas concretas», lo cierto es que estas medidas son, antes que expresiones de «emancipación cognitiva», expresiones de su incapacidad de reconocer la complejidad de la propia estructura social.

Capítulo 6: Mutación intencional y revolución somatopolítica

Ahora nos limitaremos a señalar dos rasgos «de principio» que atraviesan toda la obra, al tiempo que abarcamos también el capítulo seis. Estos rasgos son los siguientes:

En primer lugar su anarquismo normativo, en el sentido de suponer que las instituciones culturales y las normas sociales, y, en general, las relaciones de poder y dominación, o la violencia, son algo inherentemente discriminatorio y opresivo, que sería necesario neutralizar, a fin de liberar a los individuos, es decir, a los «cuerpos», de ellas. Este principio es compartido por el liberalismo, en la tradición de Herbert Spencer, y por el posmodernismo, partiendo probablemente de la teoría de la represión de Sigmund Freud, que sería reutilizada y fundida con partes del marxismo en la Escuela de Fránkfort, a través de autores como Marcuse, Horkheimer o Adorno, y que pasaría de ahí al transfeminismo, en autores como Judith Butler o el propio Preciado, para quienes Freud, no obstante, sería un autor profundamente machista y patriarcal, examinado desde otros puntos de vista. El principio se aprecia en la propuesta de medidas como la siguiente:

Desidentificación: rechazo de las normas de producción de identidad de acuerdo con las taxonomías petrosexorraciales. Dar prioridad a la invención de prácticas de libertad antes que a la producción de identidad. (p. 527)

Se comprende especialmente la propuesta si atendemos al hecho de que, para Preciado, frente al activismo trans más habitual, la «identidad» no es algo «interno» al individuo, que brota de lo más profundo de sus sentimientos, sino que sería algo externo e impuesto a ese «cuerpo» desde fuera; algo, por tanto, de lo que habría, también, que liberarse. Este principio le conduce, por coherencia, a una posición crítica con la Ley trans; porque lo que habría que haber hecho no es permitir el cambio registral, manteniendo la binariedad del género que divide identitariamente a los cuerpos en hombres y mujeres, sino suprimir del DNI el propio sexo o género, dado lo cual dejaría de ser necesario normalizar prácticas como el matrimonio o la adopción homosexuales, porque sería el marco normativo binario que fundamenta todas esas discriminaciones lo que habría caído, arrastrándolas con él (minutos 26:30 a 27 y 29 a 30:13 de la presentación).

Ahora bien, la noción de que las normas sociales son algo inherentemente opresivo ignora el hecho de que un ser humano sin normas sociales se parecería más a un chimpancé, como el primate vivo más emparentado con el homo sapiens natural en el presente, que al «buen salvaje» de Rousseau, o a los «cuerpos» posmodernos tolerantes, ecologistas, feministas y antirracistas. La anulación de las normas y, con ello, de la represión, conllevaría, en suma, una vuelta al estado de salvajismo, como el propio Freud reconocía en su libro de 1930 El malestar de la cultura. O, dicho de otro modo, para que la civilización sea posible, son necesarias una serie de normas básicas, que regulen el trato que se considera adecuado entre seres humanos, y que repriman, por ejemplo, aquellas conductas que, llevadas por impulsos primarios, conducen a alguien a pelearse a golpes con otro cuando se encuentra enfadado, o a robar a un tercero, si posee algo que quisiera tener. Por otro lado, el proyecto de anular toda normatividad no deja de ser, además, un imposible, como lo demuestra el hecho de que las propuestas ofrecidas por Preciado, y por la izquierda posmoderna en general, son, en realidad, tan normativas como los proyectos de cualquier otra ideología; es decir, prescriben, positivamente, qué se debe hacer, por ejemplo, dirigirme a quien se encuentra frente a mí por los pronombres que ha decidido con su «función deseante», proscribiendo, negativamente, qué debe no hacerse, por ejemplo, dirigirme a él por el sexo real que estoy percibiendo, con mecanismos de neutralización de divergencias específicamente dispuestos para hacer cumplir la norma, como acusarme de transfobia o imponerme una condena por delito de odio o, simplemente, por misgendering, como sucede en el estado legal actual de países como Canadá. Más dudosa resulta, si cabe, la noción de una «libertad de los cuerpos» que subyacería bajo esa normativa, y que quedaría reprimida por ella. Porque lo que se aprecia, en el momento de dar cuenta de la nueva «libertad» adquirida por la comunidad transgénero en Estados Unidos, no es un incondicionamiento social absoluto, que permita expresar «lo que llevo dentro», sino al contrario, todo un movimiento social, con señas de identidad, maneras de comportarse y discursos compartidos, difundido a través de medios como Instagram, Twitter, Facebook, Tik Tok o Netflix, capaces de conformar, «desde el exterior de su conciencia», la personalidad de toda una comunidad; y no, como Preciado considera, porque aún nos encontremos en fase de «identitarismo», sino porque esa libertad absoluta, que se alcanzaría cuando todas las identidades sean subvertidas junto a las normas, en realidad, no es más que una teoría metafísica.

El segundo rasgo general que atraviesa el libro es su relativismo gnoseológico, es decir, la reducción del conocimiento racional, las «epistemes», el pensamiento binario, a la condición de meras superestructuras, puestas al servicio de los intereses de las estructuras petrosexorraciales, como una crítica posmoderna a la modernidad. Para Preciado, siguiendo a la filósofa francesa Monique Wittig, son las relaciones de poder petrosexorraciales las que generan la distinción de hombres y mujeres, como un par de categorías sociales, no biológicas, maleables y arbitrarias, orientadas a forzar la reproducción del cuerpo del Estado nación, y que sería necesario intervenir, junto al resto de normatividades identitarias que reprimen la libertad de los cuerpos, con fines transformadores (minutos 27:15 a 27:58 y 40:16 a 40:40 de la presentación).

A este segundo principio habría que criticarle dos puntos: primero, que reduce el contenido objetivo de una teoría, o de una categoría, a su forma o función social, siendo estos dos aspectos que, sin ser mutuamente separables, sí pueden ser disociados el uno del otro. El que una teoría sirva a ciertos intereses, o esté condicionada por el contexto social que determinó su construcción, en cuanto a su génesis, no implica que sea necesariamente falsa, en su estructura. En el caso que nos ocupa, es evidente que la distinción entre hombres y mujeres es fundamental para poder asignar a las mujeres la capacidad de dar a luz nuevos niños, como una necesidad social sin la cual la recurrencia de la sociedad correspondiente sería sencillamente imposible, porque duraría lo que durase la generación que se mantuviese viva en ese momento; pero eso no implica que la categoría de «mujer» sea algo absolutamente arbitrario y accesorio, reducible a esa función social, y reinterpretable libremente para, tras haber sido «intervenida» por el activismo trans, ser aplicada a cualquier «cuerpo» que así se «autodetermine». Además, como con el resto de escepticismos, lo cierto es que el posmodernismo concibe que sus teorías son verdad, y que son objetivamente más potentes que las teorías, por ejemplo, de las feministas clásicas, llamadas «TERF», a las que se enfrenta. Puede decirse, por tanto, que se contradice en el ejercicio.

Final

En último lugar, y como una crítica dirigida más bien a la persona de Preciado que al libro, es decir, como una crítica ad hominem, cabe destacar la aparente contradicción, en la presentación que hemos citado con Ernesto Castro, que produce el hecho de que el autor hable sobre su vida bohemia en París, recibiendo clases por la mañana con Derrida, y acudiendo, por las tardes, a talleres de BDSM (prácticas eróticas sadomasoquistas), al tiempo que critica la presunta opresión que habría sufrido como «cuerpo disidente» por el capitalismo heteropatriarcal. Este victimismo tendría sentido, aún, si pudiera afirmarse que el haberse podido permitir, económicamente, el mantenerse durante tantos años viviendo en París, o en Estados Unidos, sin trabajar, llevando una vida marcadamente bohemia y burguesa, no excluyó el hecho de que seguía siendo discriminado, al menos, «en cuanto trans». Sin embargo, lo que parece dudoso es que, en el caso de su carrera profesional, o la de otros, como Elisabeth Duval, la condición de ser personas trans haya resultado ser una rémora, antes que un elemento de prestigio y privilegio, sin el cual, quizá, nunca habrían llegado a ser tan reconocidos, por sus propios méritos, como lo son actualmente. Esta contradicción nos lleva a explorar hasta qué punto el posmodernismo es, antes que una ideología de los oprimidos, una moda puramente elitista, propia de gentes ociosas.

Referencias bibliográficas

Preciado, Paul B. (2022). Dysphoria mundi. Barcelona: Anagrama.

Shrier, A. (2021). Un daño irreversible. La locura transgénero que seduce a nuestras hijas. Barcelona: Deusto.
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El Catoblepas
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LA CAIDA DE LA SOCIALDEMOCRACIA. Por Josu Perales

NB de Mikel-Tar: Este artículo, a mi entender, es un análisis aportación importante para el debate de izquierda, de plena vigencia hoy (13/06/2024), ocho años y varias crisis después.👉🏿

La caída de la socialdemocracia

Iosu Perales
24 noviembre, 2016 – 783 Vistas

La crisis de la izquierda en Europa es la crisis de la pérdida de credibilidad en partidos que se han desnaturalizado y convertido en organizaciones muchos de cuyos miembros son profesionales de la política y actúan como alumnos aventajados del gran Protágoras, sofista griego que enseñaba a defender una idea y la contraria con el mismo énfasis. Es también, en palabras del político brasileño Tarso Genro la crisis de las promesas de justicia, igualdad, emancipación y, de manera muy especial, de un proyecto civilizatorio.

El paisaje político de Europa se encuentra en proceso de reestructuración y ese proceso va debilitando a la socialdemocracia europea. Su apoyo entre los electores disminuye. En la Europa actual, los gobiernos de tipo socialdemócrata son más la excepción que la regla. La crisis de la socialdemocracia no es solamente por la falta de una propuesta alternativa en cuanto a modelo económico y social, sino que afecta asimismo a su propia identidad ideológico-política. Su situación actual está cada vez más alejada de la hegemonía cultural y política que logró en algunos tramos de la segunda parte del siglo XX.

Es un hecho que frente a la fuerza del capital financiero que bloquea los proyectos emancipatorios, incluidos los reformistas, la socialdemocracia ha sucumbido. No es banal afirmar que en el marco de los estados-nación democráticos, modernos, fue posible poner en marcha el proyecto de la socialdemocracia, dado que era más accesible conseguir un equilibrio entre capital y trabajo. Debilitados los estados-nación, casi todos los pilares históricos de la socialdemocracia han ido cayendo. En cierto modo paga así su júbilo irresponsable al jalear una globalización y una Unión Europea que va deshaciendo las identidades de clase y coloca a las mayorías sociales en la resignación frente a poderes que actúan en la sombra y nos dictan cómo vivir.

En un escenario de debacles o derrotas electorales que constituyen el decorado de su crisis, la socialdemocracia ha elegido adaptarse a los motores neoliberales y muchos de sus dirigentes, bien por la vía de las famosas puertas giratorias o incluso gratis, se han pasado a la orilla de los poderes fácticos. Es verdad que los pronósticos sobre la “pasokización” de toda la socialdemocracia no se han producido aún, ya que su inserción en las instituciones y su funcionalidad para la alternancia de gobierno con la derecha tienen todavía su importancia, señala el politólogo francés François Sabado. Ahora bien, los méritos de algunos partidos como el PSOE sí van en la dirección de convertirse en un partido menor sobreviviendo al amparo de la derecha con la que tiene en común frenar el ascenso de fuerzas políticas a su izquierda que puedan desbordar el régimen del 78.

Pero digo más. Junto a las realidades electorales y las caídas organizativas los partidos socialdemócratas están afectado por los cambios históricos de la sociedad mundial. Aquel neoliberalismo que se fue gestando en Davos en los años setenta ha podido con las pequeñas resistencias socialistas y sigue deconstruyendo conquistas sociales arrancadas por el movimiento obrero y popular, al tiempo que ha ido tejiendo una nueva hegemonía cultural y de valores que le asegura la lealtad de una parte de la sociedad a su proyecto. A tal punto que la socialdemocracia ¡no es siquiera socialdemocracia! Sobre todo no lo es desde el comienzo de la última crisis, en 2008.

François Sabado cree firmemente que hoy la socialdemocracia en cuanto toca poder se comporta como agente directo, aventajado, de la Troika y sus políticas de austeridad. La modificación del artículo 135 de la Constitución española con el gobierno Zapatero y el apoyo del PSOE y del PP, dando prioridad al pago de la deuda sobre las coberturas sociales, es la consagración del enterramiento de los ideales socialdemócratas, por más que portavoces del PSOE de hoy hablen de invertir el legado de Mariano Rajoy. Este artículo 135, en tanto en cuanto no sea corregido, seguirá siendo la prueba de una gran traición.

Pero les diré más, algo tremendo: los partidos socialistas en Europa están llevando a cabo una integración sin precedentes en las altas esferas de los Estados y de la economía globalizada. Son cada día menos obreros y más burgueses, lo que significa una mutación, un cambio del relato socialdemócrata. La sociedad a la que aspiran es muy parecida a la que ya tenemos, sólo que corrigiendo los excesos del neoliberalismo. Lo de socialismo es simplemente una herencia del pasado, una marca distintiva que recuerda su mayor sensibilidad social. De modo que su decisión de facilitar el acceso al gobierno de Mariano Rajoy aunque sea vivida por muchos socialistas como un mal menor para evitar una severa nueva derrota electoral, para una elite de sus dirigentes, bajo inspiración de Felipe González, se trata de aprovechar el paso dado para cambiar las bases y objetivos de la socialdemocracia. Es una operación estratégica.

La adaptación de la socialdemocracia a la crisis le convierte en una pieza clave del dispositivo neoliberal. Pero en realidad, lo que ocurre es que la socialdemocracia se está inmolando para mantener un orden que ya no se puede sostener. ¿Cómo explicar esta transformación? Quienes creyeron que la respuesta de los partidos socialistas europeos sería de corte neokeynesianas, de relanzamiento de la demanda, de intervención pública más fuerte, se han equivocado. Cuando no han sido ellos los emprendedores, han dado continuidad a las políticas de austeridad, a veces con la brutalidad que se conoce en Europa del Sur. Son más neoliberales que social liberales.

En Francia, el socialista Manuel Valls viene afirmando que hay que eliminar todas las referencias socialdemocratas. Macron, banquero y Ministro de Finanzas de Hollande, ha ido más lejos: “Debemos abandonar todas las antiguallas de la izquierda”. Susana Díaz en el último comité federal del PSOE dejó dicho: “No somos ni de izquierdas ni de derechas”. Algo que por cierto nada tiene que ver con ser de izquierdas y hacer políticas transversales superadoras del eje derecha-izquierda para lograr el apoyo de mayorías sociales a un cambio de régimen.

Es un hecho que las alas derechas socialistas están a la ofensiva, pero hay que decir al mismo tiempo que frente a quienes proponen el viraje hacia una adaptación al neoliberalismo, las distintas oposiciones que se manifiestan en su interior, no plantean siquiera un reformismo fuerte y aún menos las ideas históricas de la socialdemocracia. Las políticas neoliberales no son corregidas más que marginalmente. No hay pues motivos para ser optimistas sobre el futuro del PSOE.


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EL MIEDO Poema de Alberto López

Cómo los medios de comunicación distorsionan la percepción y la atención de la gente. El caso de Israel y The New York Times

«Israel rescata a 4 rehenes en una operación militar; las autoridades de Gaza dicen que han muerto docenas», reza un titular del New York Times del sábado.

Autora: Caitlin Johnstone

https://rafaelpoch.com/2024/06/09/como-los-medios-de-comunicacion-distorsionan-la-percepcion-y-la-atencion-de-la-gente/

Es un titular muy extraño incluso si no se sabe nada de las tácticas propagandísticas que se emplean en él. La primera mitad es muy clara, mientras que la segunda es ininteligible y se lee como un extraño acertijo o sopa de letras. El New York Times lleva a cabo esta extraña y críptica gimnasia lingüística para hablar de la última masacre israelí en Gaza, que en el momento de escribir este artículo ha causado 236 muertos.

De entrada podemos ver algo raro en este titular con el uso de la palabra «docenas» para describir el número de personas que, según los informes, murieron en la masacre. El propio artículo del New York Times dice que se informó de que «más de 200 personas murieron en el centro de Gaza», por lo que el cuantificador correcto para el titular sería «cientos», no «docenas». Esto sería como si un titular dijera «docenas» de personas murieron el 11-S en lugar de «miles»; técnicamente sería correcto, ya que el número de personas muertas fue matemáticamente hablando de muchas docenas, pero daría a los lectores una impresión equivocada de la letalidad del atentado.

A continuación, obsérvese el repentino cambio a mitad del titular de voz activa, segura, a voz pasiva, dudosa. Cuatro rehenes israelíes fueron rescatados definitivamente por Israel, mientras que las autoridades de Gaza afirman que murieron decenas de ellos.

¿Decenas de qué? ¿Gatos? ¿Gallinas? ¿Israelíes? ¿Muertos por qué? ¿Envenenamiento por salmonela? ¿Accidentes de tráfico? ¿Milicias congoleñas? No hay forma de saberlo por el titular.

Los medios de comunicación en general, y The New York Times en particular, son famosos por su lenguaje pasivo en los titulares: «Un niño palestino deja de respirar tras recibir un balazo», cuando promueven los intereses informativos israelíes, pero lo que realmente llama la atención es que se pase de un lenguaje humano normal a algo que suena como la pista de un acertijo en el mismo titular.

Y lo interesante es que nada de lo que hicieron aquí los editores del New York Times es técnicamente mentira. Cada palabra que seleccionaron meticulosamente para su titular es técnicamente cierta, pero está formulada de tal manera que desvía la atención del lector del hecho de que Israel acaba de masacrar a cientos de seres humanos.

Podrían haber escrito con la misma facilidad «Israel mata a cientos de palestinos en un ataque en el centro de Gaza; 4 rehenes rescatados» y habría sido igual de cierto, pero entonces la atención del público se habría dirigido en la dirección opuesta. El New York Times nunca, nunca atrae la atención del público en esa dirección; el sesgo sólo va en una dirección.

El otro día vimos algo similar en el New York Times cuando informaron de que Israel ha estado torturando a prisioneros palestinos sodomizándolos con barras de metal caliente -a veces hasta la muerte- pero relegaron esa información al final del artículo, sin mencionar ni una palabra de ello en el titular o en el subtítulo.

De nuevo, nadie puede acusar técnicamente al New York Times de mentir; no informaron de nada que no fuera cierto ni dejaron de informar de nada que fuera cierto. Simplemente infravaloraron drásticamente la verdadera historia en su informe para desviar la atención de sus lectores de la criminalidad israelí.

Mucha gente que se muestra escéptica ante los medios de comunicación de masas asume correctamente que estos medios son servicios de propaganda del imperio estadounidense, pero asumen incorrectamente que esto significa que deben estar mintiendo todo el tiempo. En realidad, la maquinaria de propaganda imperial es mucho más sofisticada que esto, y mucho más eficaz.

En lugar de inventar todo tipo de mentiras y perder toda credibilidad ante la opinión pública, los medios de comunicación se basan generalmente en distorsiones como las anteriores, que manipulan la percepción pública sin mentir técnicamente. Pondrán énfasis en las áreas que benefician al imperio, omitirán hechos inconvenientes, utilizarán frases capciosas, informarán acríticamente sobre las afirmaciones de los funcionarios gubernamentales favorecidos mientras dicen que las afirmaciones de los funcionarios gubernamentales desfavorecidos se hacen sin pruebas, mencionarán noticias convenientes una y otra vez, e informarán de historias inconvenientes sólo una vez antes de dejar que se pierdan en el flujo diario de noticias.

De hecho, cito bastante a los medios de comunicación de masas en mi propio trabajo, porque mucha información útil y veraz sobre la criminalidad del imperio occidental sale a la luz a través de medios como The New York Times. Lo que ocurre es que esa información se desdibuja y se aparta rápidamente de la atención pública mediante los propagandistas que dirigen esos medios, lo que les permite decir técnicamente la verdad sin dejar de manipular la narrativa general sobre lo que ocurre en el mundo.

Los propagandistas que dirigen medios como The New York Times son capaces de sesgar la percepción pública a favor del imperio porque entienden que la experiencia humana está dominada por los movimientos de la atención, de modo que si pueden manipular esos movimientos de la atención, pueden manipular la forma en que la gente percibe el mundo.

Una vez conocí a alguien que describió la atención como «el rey sin corona de la conciencia», y recuerdo esas palabras a menudo por su exactitud. La atención es el rey sin corona de la conciencia porque sus movimientos dictan cómo experimentaremos nuestro mundo: en qué pensaremos, notaremos, veremos, oiremos o percibiremos de otra forma, pero no solemos darle mucha importancia ni reconocer hasta qué punto nuestra vida está regida por ella.

En realidad, hay pocas cosas más cruciales para nuestra experiencia de la vida que los movimientos de nuestra atención. Es algo tan fundamental que dos personas que caminen por el mismo prado exactamente al mismo tiempo nunca tendrán la misma experiencia de él. Una puede experimentar un prado con una brisa agradable, el gorjeo de un pájaro en un árbol, un saltamontes que se cruza en su camino y un cielo de una belleza fenomenal, mientras que la otra puede experimentar el prado como un telón de fondo distante y apenas perceptible de sus preocupaciones mentales por su futuro, sus quejas sobre el pasado, sus discusiones imaginarias con un miembro de la familia y una canción pegadiza que tiene metida en la cabeza…

Cuando alguien muere, la gente suele hablar de las cosas que hizo en vida -sus logros, su legado, cuántos hijos crió, a qué se dedicó-, pero en realidad el tipo de vida que vivió alguien tiene menos que ver con las cosas que hizo que con la forma en que se movió su atención. Los movimientos de su atención a lo largo de su vida fueron realmente su vida, porque determinaron cuál fue realmente su experiencia de su tiempo en este mundo. Cuán presentes estaban en él. Cuánta belleza experimentaron. Cuánta energía mental desperdiciaron en tonterías imaginarias. Lo que notaron. Lo que se perdieron.

Nuestra percepción del mundo está dominada por los movimientos de nuestra atención, lo que significa que nuestra percepción del mundo puede cambiarse manipulando esos movimientos. Los propagandistas entienden esto, por lo que pasan su tiempo haciendo cosas como decirnos una y otra vez lo malo malísimo que es Vladimir Putin mientras que sólo ocasionalmente dan una única mención muy mitigada a un caso individual de criminalidad israelí, o hablando del 7 de octubre una y otra vez mientras que restan importancia a las masacres que Israel ha estado perpetrando contra los palestinos en Gaza todos los días desde entonces.

Esto hace que la atención pública se mueva en direcciones que benefician los intereses informativos del imperio y se aleje de las direcciones que perjudicarían esos intereses informativos, todo ello sin tener que decir mentiras reales. La percepción que la gente tiene del mundo es moldeada por estos hábiles propagandistas sin que ni siquiera sean conscientes de que está ocurriendo.

Eso es lo que hace que la propaganda del imperio occidental sea mucho más eficaz que cualquier otra propaganda que haya existido jamás en cualquier otro lugar: los habitantes del imperio occidental no tienen ni idea de que están siendo manipulados.

(Publicado en: The Media Skew Public Perception By Manipulating People’s Attention (caitlinjohnst.one)


[10/6 23:09] Mikel-Tar: ☝️Para que estudien los jóvenes proyectos de periodistas y comunicadores en las facultades, y deberían hacerlo en todos institutos.

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